Quantcast
Channel: lengua – Jot Down Cultural Magazine
Viewing all 248 articles
Browse latest View live

Señoras y señores, valga la redundancia

$
0
0
Fotografía de Yolanda Gándara 2

Fotografía de Yolanda Gándara.

«Lo que no se nombra no existe»
George Steiner

Abordar la polémica sobre el lenguaje sexista implica inexorablemente obtener por respuesta interminables juegos de palabras ridiculizando el uso del desdoblamiento léxico como único argumento. Asumido este riesgo, merece la pena dedicar unas líneas si con ellas contribuimos al debate que ha impulsado ya muchos avances que reflejan la realidad actual en el lenguaje. Hoy nos parece normal que haya graduadas, licenciadas, arquitectas, etc., un derecho reconocido en 1995 por el Ministerio de Educación y Ciencia con la aprobación de la Real Academia Española y el Instituto de la Mujer; un gran paso que algunos y algunas consideran banal y dispendioso.

Desde su nacimiento, cualquier persona es interrogada por distintas administraciones, instituciones y empresas sobre su sexo a través de los más variados formularios; sin embargo, hasta hace poco, este dato se perdía en la burocracia y automáticamente se convertía en «vecino», «empleado», «alumno», etc., aunque se tratara de una mujer y no formara parte de un plural mixto. Hoy en día resulta chocante que a una mujer se le pregunte si es señora o señorita y puede firmar un contrato bajo la línea «la trabajadora» o «la responsable de la empresa». Estos y otros muchos gestos indican un cambio de mentalidad llevado a la práctica e invitan a seguir adecuando nuestra lengua a los tiempos actuales.

Nuevas situaciones precisan nuevas palabras para nombrarlas. Si a algunas personas les resulta extraño nombrar a una ingeniera, como a muchos en el siglo pasado les parecía extravagante el término «televisor», no hay mejor cura que repetir lo que en verdad es hasta normalizar el término y despojarlo del sesgo cognitivo que impregna lo masculino de un mayor prestigio. Si, de forma consciente o inconsciente, hacemos un uso sexista del lenguaje, podemos reflexionar sobre ello si pretendemos evitarlo. Basta pensar en los colectivos que automáticamente identificamos como femeninos, olvidándonos del genérico, para darnos cuenta de que no elegimos las palabras indiscriminadamente: «las feministas» ofrece 533.000 resultados en Google, muchos de ellos en medios de comunicación; «los feministas», 12.600 resultados. Resultado similar nos ofrecería la búsqueda de «las cajeras» y «los cajeros» si pudiéramos distinguir entre los resultados de cajeros de supermercado y cajeros de banco. Sin embargo, el colectivo de los filólogos es nombrado de forma genérica, a pesar de que, según datos del INE, en 2011 de 3480 alumnos que finalizaron estudios de Filología, 2636 eran mujeres. Una proporción probablemente similar e incluso superior a la de teleoperadoras en su colectivo.

Quienes cuestionan la necesidad de un lenguaje no sexista utilizan complejos planteamientos filosóficos como «es una gilipollez» o el inapelable «esto ha sido así de toda la vida». También hay quien considera que es una preocupación exclusivamente española, en concreto ligada al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, aunque es un tema tratado en foros internacionales desde hace varias décadas. Ya en 1991 la UNESCO publicaba Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje, lo que nos da una idea de que el debate viene de lejos.

spain-marks

¿Publicidad sexista? La historia, aquí.

Otros críticos del lenguaje inclusivo, que merecen mayor detenimiento, apelan a criterios lingüísticos. Este es el caso del informe realizado por el catedrático y académico de la RAE Ignacio Bosque. En él analiza diversas guías de forma metódica, con sentido del humor y sencillez expositiva basándose en un hilo argumental: las guías extraen «una conclusión incorrecta de varias premisas verdaderas, y dan a entender a continuación que quien niegue la conclusión estará negando también las premisas»; las tres premisas verdaderas según Bosque son: existe la discriminación hacia la mujer en nuestra sociedad, existen comportamientos verbales sexistas y numerosas instituciones autonómicas, nacionales e internacionales han abogado por el uso de un lenguaje no sexista. Reconocidos estos hechos, hace un estudio de varias guías desaprobando su confección, sobre todo por no contar con la participación de lingüistas y estar elaboradas al margen de la Academia. Paradójicamente, Ignacio Bosque incurre en la misma falacia argumentativa que censura, y es que una premisa verdadera (las guías incurren en errores) conduce a una conclusión incorrecta. Una libre interpretación de su conclusión sería «no hay que hacer nada», puesto que, a pesar de requerir la participación de lingüistas y académicos, no considera razonable que alguien piense «que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables». A esto último, y perdón por la irreverencia, solo puedo replicar: le dijo la sartén al cazo. Tal vez se refiera D. Ignacio a una posible competencia desleal propiciada por el nicho de mercado existente.

Por otra parte, Ignacio Bosque critica incluso aspectos en los que las guías coinciden con los preceptos de la Real Academia Española. Dice Bosque: «… no parecen admitir estas guías que una profesional de la judicatura pueda elegir entre ser jueza o ser juez, ni que una licenciada en Medicina pueda escoger entre ser llamada médica o médico, a pesar de que se ha constatado en múltiples casos que existen preferencias geográficas, además de personales, por una u otra denominación». Tampoco la Nueva gramática de la lengua española ni la próxima edición del DRAE ni el Diccionario Panhispánico de dudas admiten, ajustándose a criterios morfológicos, que una médica se llame a sí misma «la médico»:

médico -ca. ‘Persona que ejerce la medicina’. El femenino es médica (→ género2, 3a): «La médica quiere tratarle la cistitis con nitrato de plata» (FutoranskyPe [Arg. 1986]). No debe emplearse el masculino para referirse a una mujerla médico. (Diccionario panhispánico de dudas, Real Academia Española).

Como tampoco admite la gramática que una ingeniera se denomine «la ingeniero» ni una carnicera «la carnicero». No podía ser de otra forma, pues nunca se han establecido excepciones a las normas lingüísticas atendiendo a criterios de corrección política, como sería el reconfortar la necesidad de nominar a las mujeres en masculino proclamada por algunas personas porque les suena mejor. Las formas terminadas en –o y –a procedentes de la primera y segunda declinaciones del latín están marcadas por el género masculino y femenino respectivamente y el femenino surge de manera espontánea sin violentar el mecanismo natural de la lengua. Que no existieran anteriormente palabras como «abogada», «ingeniera», «médica», «bombera» y un largo paradigma recogido en la gramática, se debe a que no se había producido la necesidad de nombrarlas —hace muchísimo, no está de más recordarlo no a que contravengan la naturaleza del lenguaje. Una vez existe, el hablante precisa marcar el género y utiliza el esquema lógico. En ocasiones incluso va más allá, como en el caso de «jueza» que sí es excepcional morfológicamente, aceptado hace años (aunque mantiene «juez» como genérico). No se entiende, pues, este reproche de Bosque, ponente de la Nueva gramática de la lengua española. Parafraseando al propio académico, la argumentación implícita es demasiado obvia para ser inconsciente.

Es frecuente que los detractores del lenguaje inclusivo utilicen este comodín del fuego amigo señalando que hay mujeres que están de su parte, en correspondencia con su concepción del asunto como una guerra entre sexos. En el informe leemos: «Son igualmente verdaderas las actitudes paternalistas que algunos hombres muestran hacia las mujeres, sea dentro o fuera del trabajo, y son asimismo objetivos otros muchos signos sociales de desigualdad o de discriminación que las mujeres han denunciado repetidamente en los últimos años». Vemos que Ignacio Bosque se olvida del incontrovertible genérico y reduce el conjunto de personas que denuncian a «las mujeres» descartando la presencia de infiltrados en su bando. Esto no es cierto, numerosos hombres han denunciado la discriminación de la mujer en todos los ámbitos, incluido el del lenguaje. Tantos como mujeres la han podido inadvertir o incurrir en ella. La opinión de unos y otras no tiene mayor valor por razón de sexo.

Real-Academia-Española - Fotografía de Guadalupe de la Vallina

Fotografía de Guadalupe de la Vallina.

A pesar de estos tics que deja escapar, el informe de Ignacio Bosque es una referencia imprescindible en el debate del lenguaje sexista, ha ayudado a ordenar ideas y familiarizarnos con la polémica y en lo fundamental es indiscutible: debe estar moderado por lingüistas y por la RAE que, como hemos visto, ha dado algunos pasos adaptándose a los nuevos usos y necesidades del lenguaje. Pero esos pasos dependen de los dados previamente por los hablantes, que son quienes crean el lenguaje; por lo que sí es necesaria la existencia de guías, artículos, informes, debates y todo aquello ayude a acostumbrar el oído a la identidad femenina.

Junto a la denominación en femenino de profesiones, uno de los caballos de batalla del lenguaje inclusivo, y probablemente el más polémico, es el desdoblamiento léxico. En este caso, la Academia se muestra menos abierta.

El argumento de rechazo es conocido por todos: el género masculino se utiliza para designar ambos sexos sin marcación y, por tanto, es redundante mencionar el femenino. La RAE recomienda no utilizarlo en aplicación de «la ley lingüística de economía expresiva»:

… en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos la alusión a ambos sexos: «Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras» (Excélsior [Méx.] 5.9.96). Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva; así pues, en el ejemplo citado pudo —y debió— decirse, simplemente, ayudar a sus compañeros. Solo cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto, es necesaria la presencia explícita de ambos géneros: La proporción de alumnos y alumnas en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente; En las actividades deportivas deberán participar por igual alumnos y alumnas.

Diccionario panhispánico de dudas, GÉNERO 2.1

¿Qué es la «ley lingüística de economía expresiva»? Te preguntas clavando tu pupila enrojecida en una página de Jot Down. No la encontrarán en el BOE; la ley lingüística de economía expresiva, o principio de economía del lenguaje, es una tendencia natural del lenguaje a realizar el menor esfuerzo, estudiada por diversos lingüistas que, dependiendo del autor, puede ser denominada principio o ley. La norma no siempre refrenda la economía y reprueba la riqueza. Tampoco la inercia indica siempre el camino más corto para construir una lengua; ejemplos de ello encontramos en muchos usos redundantes de los pronombres, no prescritos normativamente, del español —que no es precisamente una lengua económica, con finalidad expresiva a veces y totalmente vacíos de contenido otras. La determinación del límite de elementos en el discurso por cuestiones de estilo es mucho más sutil que la simple apelación al principio de economía y entra en conflicto con las necesidades de precisión y expresividad, relevantes en determinados contextos como el lenguaje administrativo o la oratoria. Así pues, establecer la frontera de la incorrección es una tarea que requiere más detenimiento.

El hecho de que el ejemplo del DPD «compañeros y compañeras» no esté señalado con asterisco ni «bolaspa» () nos indica que no es agramatical ni incorrecto ni está desaconsejado. O se les ha pasado, porque la afirmación «debió» (decirse), que ataja cualquier divagación sobre posibilidades y necesidades que planea por el resto del párrafo, implica que es incorrecto.

Es curioso que fórmulas retóricas utilizadas para dirigirse al público en discursos, presentaciones, espectáculos, etc., tan tradicionales como «señoras y señores» o «niños y niñas» nunca hayan llamado la atención teniendo la misma estructura que «compañeros y compañeras» y la misma intención de visualizar el femenino, solo que sin carga ideológica, por cortesía. Cabe, pues, preguntarse si es una incorrección fundada en razones sociopolíticas y no lingüísticas.

La Academia podría adquirir el protagonismo que reclama y merece determinando criterios reguladores en lugar de emitir juicios de valor confusos. Si bien las hipérboles que duplican todas las palabras con flexión de una frase son en su mayoría obra de los detractores del lenguaje no sexista en un intento de ridiculizarlo y no de sus defensores, sería conveniente y necesario establecer una norma clara, así como determinar qué palabras puede resultar más apropiadas duplicar (grupo nominal, articulo, adjetivo) en distintos casos si se desea hacer explícito el femenino; en definitiva, estudiar y regular un hecho que se produce para evitar una reiteración excesiva que conculcaría normas gramaticales. Sin duda los académicos conocerán otros muchos trabajos realizados por organismos nacionales e internacionales con la colaboración de profesionales de la lingüística —algunos de ellos también muestran disconformidad con determinados puntos de los analizados en el informe que merecen ser considerados.

Nota: en cumplimiento de la normativa vigente, ningún desdoblamiento léxico de este artículo se elaboró sin finalidad expresiva.

Fotografía de Yolanda Gándara

Fotografía de Yolanda Gándara.


El prisma del lenguaje: cómo las palabras colorean el mundo

$
0
0

prisma-del-lenguaje-como-las-palabras-colorean-el-mundoGuy Deutscher es un lingüista israelí nacido en Tel Aviv en 1969. Antiguo miembro del Saint John’s College de la Universidad de Cambridge y del Departamento de Lenguas Antiguas del Próximo Oriente de la Universidad de Leiden (Holanda), en la actualidad ostenta un puesto de investigador honorario en la Universidad de Manchester. Antes de publicar El prisma del lenguaje, Deutscher debía su popularidad a The Unfolding of Language, libro en que describe la génesis y evolución de las lenguas y que empieza con la siguiente joya: «El lenguaje es el mayor invento de la humanidad salvo, por supuesto, que nunca fue inventado». Se trata de un divulgador dotado de una afilada ironía e inteligencia que no tiene empacho en admitir sonados resbalones en su especialidad. El prisma del lenguaje no oculta la relativa frecuencia con que amplios sectores del gremio se han rendido, a lo largo del tiempo, tanto a los prejuicios de su disciplina como a la ley del péndulo: de un falso postulado aceptado por la generalidad de la profesión se puede saltar al postulado opuesto, tan inexacto como el primero.

¿Es la lengua producto de la naturaleza o de cada cultura? ¿Hasta qué punto una lengua expresa de forma particular una summa de conceptos universales? ¿Y si, por el contrario, tales conceptos dependieran del acervo del idioma, significaría esto que el conjunto de nuestro pensamiento se rige por la lengua materna y que conceptos transparentes para unas sociedades resultan opacos para otras? De estos y otros capítulos de la lingüística se ocupa El prisma del lenguaje de Guy Deutscher.

El libro se abre con un espléndido prólogo en el que el autor desmiente una sucesión de falsedades recurrentes en la literatura popular. Un conocido tópico, por ejemplo, sostiene que la gramática alemana es particularmente propicia a la metafísica, afirmación que ningún lingüista ha conseguido, ni probablemente se ha propuesto, demostrar. Según otra falsa aseveración, las tribus tropicales son tan holgazanas que han prescindido de la mayoría de consonantes, creencia que podría parecer sensata si no fuera por la lengua danesa, que ha eliminado de su fonética más consonantes que cualquier indolente tribu tropical. Para combatir estas fábulas los lingüistas disponen de un eficiente mecanismo de perspectiva: el estudio comparativo de las seis mil lenguas que se hablan en el mundo, la mitad de las cuales se encuentra en peligro de extinción.

Hasta el siglo XIX, nadie había imaginado que las lenguas exóticas fueran dignas de consideración. Esta creencia cambió cuando Wilhelm von Humboldt visitó, a principios del siglo XIX, el País Vasco y se quedó asombrado de su lengua, radicalmente distinta a cuanto había oído antes. Descubierto el idioma vasco, amplió su curiosidad a otras gramáticas remotas, para lo cual aprovechó su nombramiento como representante prusiano ante la Santa Sede en Roma. En su puesto diplomático, von Humboldt conoció de primera mano las descripciones que numerosos misioneros habían dejado por escrito de las lenguas que hablaban las tribus a las que se proponían evangelizar. La principal ayuda en este cometido se la prestó el jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro, uno de los escasos expertos que había tomado en serio tales estudios y que a la sazón era bibliotecario del papa Pío VII. Con el objeto de subrayar la importancia de dicho tesoro lingüístico, Deutscher imagina las sesgadas conclusiones que un gastrónomo podría deducir sobre la «cocina universal» si se limitara a viajar por Europa Occidental. En un principio, el estudioso podría sorprenderse de las diferencias que existen entre los distintos países. Pero si no se aventurase a regiones remotas, nunca se apercibiría de «que tales diferencias intraeuropeas son en última instancia variaciones menores de la misma cultura culinaria». Otro tanto cabe decir de las lenguas, cuyo estudio universal no puede restringirse a varias decenas de idiomas circunscritas en una misma área geográfica.

Después de tales prolegómenos, la primera parte del libro expone uno de los dilemas centrales de la lingüística: ¿en rigor, la lengua refleja las leyes de la naturaleza o solo es producto de cada cultura? Para responder, Deutscher se detiene en el lenguaje de los colores, terreno en que —en sus propias palabras— la cultura suele disfrazarse de naturaleza con mayor éxito. Los humanos llamamos azul a un cierto segmento de longitudes de onda porque así parece determinarlo la naturaleza. Pero la realidad es más sutil. Los colores forman una continuidad: el azul no se convierte al verde en un determinado punto del espectro, sino que gradualmente se confunde con él. Así, el salto conceptual del verde al azul no viene determinado por las propiedades físicas de las ondas sino por nuestro código perceptivo. Hay culturas, como los mayas tzeltal de México, que poseen un solo nombre para el verde y el azul. Cuando se le muestra un círculo azul al lado de otro verde, un tzeltal ve el mismo color. Esto no significa que no distinga ambos matices, sino que considera que pertenecen a la misma categoría semántica. La prueba de que los tzeltal distinguen físicamente ambos tonos es simple: cuando al lado de los círculos originales se dispone un cuadrado cuyo color coincide con el de uno de ellos, el tzeltal señala sin dificultad el círculo correspondiente al color del cuadrado.

Para nuestros ojos puede resultar absurdo confundir el azul con el verde, pero, como queda dicho, los colores no son universales. La lengua rusa incluye dos términos para designar el azul claro y el azul oscuro, goluboy y siniy respectivamente, de modo que para un nativo ruso representan tonalidades distintas. Si se le muestran dos círculos, uno azul claro y otro azul oscuro, un hispanohablante podrá distinguirlos, pero aún así los calificará como un solo color, extremo inexacto para un ruso: él percibe dos categorías separadas, goluboy y el siniy. Esta diferencia en la codificación lingüística se traduce en la práctica en pautas cognitivas distintas, como se ha demostrado a través de ingeniosos experimentos que se anotan más adelante.

waldeinsamketit

La naturaleza cultural de nuestra percepción cromática explica, además, la relativa dificultad con que los niños aprenden a nombrar los colores, ejercicio que requiere un esfuerzo mayor que la simple memorización del nombre de un objeto (por ejemplo, un chupete). Cuando se le enseña a un niño un color, es decir, a distinguirlo de otros, en verdad está aprendiendo a clasificar en familias distintas longitudes de onda, algo que no es ni mucho menos trivial y que requiere una considerable práctica, incluso para la enorme plasticidad intelectual de un niño de dos años.

De esta forma, si bien tradicionalmente se consideró que la división de colores es un fenómeno natural, hubo un punto en que, como hemos visto, los lingüistas se apercibieron de que no era idéntica en todas las culturas: el pistoletazo de salida lo dio, a mediados del siglo XIX, el primer ministro inglés William Gladstone en su estudio clásico sobre Homero. Todas estas consideraciones llevaron a la conclusión de que la distribución del espectro en distintos colores es en parte cultural, lo cual a su vez empujó a numerosos especialistas a afirmar —en otra caída en la ley del péndulo— que la lingüística de los colores responde a esquemas arbitrarios, como si cada cultura definiera los suyos por capricho. Esa libertad, como se ha visto, es relativa. Con un determinado grado de independencia, cada cultura sigue unos códigos comunes para designar los colores. Por ejemplo, en primer lugar se acuñan universalmente términos para el blanco y negro, luego para referirse al rojo, después al amarillo (o verde, según la cultura), a continuación al verde (o amarillo) y finalmente al azul.

La primera parte del libro se cierra con un capítulo sobre la complejidad de cada lengua y su relación con el tamaño de la propia sociedad. Una consigna muy repetida a lo largo del siglo XX afirma que todas las gramáticas presentan la misma complejidad, principio falso cuando se comparan conforme parámetros objetivos. De este modo, si bien es materialmente imposible dar una medida general de la dificultad de una lengua, sí se pueden determinar ciertos aspectos de su complejidad, como la morfología (o estructura interna de las palabras), disciplina en la que las lenguas primitivas suelen presentar una mayor complejidad, por motivos que Deutscher explica con admirable elocuencia.

También pueden determinarse las posibilidades del idioma para la subordinación o hipotaxis, terreno en el que, contrariamente al anterior, el predominio corresponde a las lenguas de culturas más desarrolladas (el desarrollo de una sociedad se puede medir, de forma simple, computando su número de hablantes). Puesto que en las grandes civilizaciones la comunicación con desconocidos es más frecuente que en las culturas tribales, esas civilizaciones abundan menos en sobreentendidos. Dicho de otra forma, la cantidad de información que debe precisarse en una conversación es en general mayor en una cultura desarrollada, puesto que en este contexto es frecuente comunicarse con extraños que no comparten nuestros meandros expresivos. Esta necesidad de matizar la información se resuelve de forma simple mediante mecanismos sintácticos de subordinación, razón por la cual, como se ha dicho, las lenguas de las sociedades más desarrolladas suelen prestarse mejor a la hipotaxis. Existe, por último, una posible tercera magnitud de la complejidad de un idioma, su número de fonemas, para el cual, hasta el momento, nadie ha podido establecer ningún vínculo con el propio desarrollo de la sociedad.

La segunda parte del libro, reverso de la primera, se ocupa de la influencia de la lengua materna en nuestra percepción subjetiva del mundo. De todos los disparates que han hecho mella en esta disciplina, el más sonado fue el llamado «relativismo lingüístico» —equiparado en su paroxismo con la física relativista de Einstein— de Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, según el cual todo nuestro pensamiento está estrictamente determinado por nuestra lengua materna, algo que solo es aproximadamente cierto. Una de las más difundidas ilusiones del relativismo lingüístico, por ejemplo, es la pretensión de que cuando un verbo y un objeto se funden en una sola palabra, los hablantes no entienden la distinción entre acción y cosa. Esto es algo que la propia lengua española desdice con un ejemplo tan simple como el del verbo «llover», que omite el sujeto sin que por ello los hispanohablantes sufran dificultades para distinguir el objeto (las gotas de lluvia) de la acción misma (su caída por efecto de la gravedad).

Itsuarpok

Ese importantísimo matiz que Lee Whorf pasó por alto fue previsto por Von Humboldt a principios del siglo XIX. Según este, las verdaderas diferencias entre las lenguas no residen en lo que cada una es capaz de expresar, sino en «el aliento y el estímulo que ejerce sobre sus hablantes para que estos lo expresen con su propia fuerza interior». La segunda parte del libro trata de llenar de contenido este enunciado, que Deutscher plantea en los siguientes términos: «Las diferencias fundamentales entre las lenguas no se encuentran en lo que cada una de ellas permite que expresen sus hablantes —pues en teoría cualquier lengua puede expresar cualquier cosa—, sino en cuál es la información que cada lengua obliga a expresar a sus hablantes». A esto Deutscher lo denomina Principio de Boas-Jakobson en honor de los dos especialistas que empezaron a darle contenido: el antropólogo Franz Boas y el lingüista Roman Jakobson.

Para entender el significado de este principio, Deutscher propone una serie de ejemplos gráficos. El primero de ellos, tomado del propio Jakobson, es elocuentemente simple. Si decimos en inglés «I spent yesterday evening with a neighbour», es decir, «Pasé la tarde de ayer con un vecino/una vecina», el hablante no tiene por qué especificar el sexo de su interlocutor. En cambio, en otras lenguas como el español, alemán, francés o ruso, un testigo está obligado a ello puesto que en estos idiomas los sustantivos poseen género. Esto no quiere decir que los ingleses no entiendan la diferencia que supone pasar la tarde con un vecino o una vecina ni que no puedan expresar esa distinción si les parece oportuno. Lo único que significa es que, al contrario que un hispanohablante, los ingleses no están obligados a especificar el sexo cada vez que hablan de su vecino. Dicho de forma abstracta: que una lengua carezca de una palabra para designar un concepto no significa que sus hablantes no puedan comprender dicho concepto. El inglés, en cambio, diferencia el género para los pronombres personales he o she (él o ella), cosa que no ocurre en otras lenguas como el turco, finlandés, estonio, húngaro, indonesio o vietnamita. De este modo, cada vez que un húngaro se refiere a un individuo mediante un pronombre en tercera persona del singular no está obligado a especificar su sexo, al contrario que un inglés o un hispano.

A continuación, Deutscher dedica un revelador capítulo a las diferencias entre las culturas con un sistema lingüístico de referencia espacial relativo o egocéntrico —que sitúa los objetos a la izquierda, la derecha, delante o detrás del sujeto que habla o del interlocutor, como sucede en la mayoría de las lenguas, incluida la española— y las que toman como referencia los puntos cardinales, como es el caso de la tribu guugu yimithirr. Estos aborígenes australianos, que poseen un sentido absoluto de la orientación, refieren la situación de un objeto geográficamente. Dicen, tanto si señalan un hecho presente como un recuerdo, el norte, el sur, el este, oeste, nordeste y así sucesivamente, con independencia de dónde se encuentra (o encontraba) el sujeto de la acción: delante del objeto, debajo, detrás, etc. Esta divergencia oral se traduce en la práctica en diferencias perceptivas espaciales que han sido evidenciadas mediante ingeniosas pruebas o «trampas cognitivas». Dicho de otra forma, nosotros y los guugu yimithirr percibimos y recordamos el espacio, y por tanto cualquier acontecimiento, de forma distinta porque nos referimos a él en términos verbales distintos.

Hecho esto, Deutscher analiza los efectos del género gramatical en nuestra percepción cognitiva. El género no se corresponde en todas las lenguas con una división sexual y puede representar otras categorías, como sucede con el supyire, lengua africana de Malí, que dispone de cinco géneros: humanos, cosas grandes, cosas pequeñas, colectivos y líquidos. Deutscher centra su análisis, con todo, en los géneros masculino y femenino. En primer término, observa que la clasificación en géneros no responde a una lógica estricta, pues solo la arbitrariedad puede determinar que el sol sea masculino y la luna femenina, géneros que se intercambian si se expresan en alemán. El libro apunta, no obstante, la posibilidad de que durante la formación de tales lenguas los géneros respondieran a una determinada lógica. En la lengua aborigen gurr-goni, por ejemplo, se asigna al aeroplano con el género reservado a los sustantivos vegetales. El gurr-goni inicialmente empleó un género de marca para los vegetales. Este género se extendió más adelante a los objetos de madera, entre ellos las barcas que fabricaban, y de ahí, en general, a cualquier medio de transporte, incluidos los aeroplanos cuando aparecieron en el siglo XX. Aunque cada eslabón de esta cadena es natural, el resultado final resulta arbitrario. Con todo, es esta falta de coherencia la que puede tener alguna influencia en nuestra percepción del mundo, pues si existiera una correspondencia «natural» entre el género y el objeto, el idioma no podría aportar matices de sentido.

sobremesa

A continuación, Deutscher describe una serie de experimentos que muestran nuestra propensión a atribuir a los objetos inanimados propiedades del sexo correspondiente a su género. En el más gráfico de tales experimentos, se pidió a un conjunto de voluntarios que colaborase en la preparación de una película de animación. Los participantes —a quienes se ocultó la verdadera intención de la prueba, como sucede con frecuencia en este tipo de ensayos, a fin de no condicionar la respuesta— eran o bien francófonos o bien hispanohablantes, y debían escoger la voz para un conjunto de objetos que pretendidamente habían de cobrar vida en el filme. Cada objeto disponía de dos posibles voces, una masculina y otra femenina. El resultado confirmó las previsiones: la mayoría de hispanohablantes seleccionó la voz masculina para el tenedor, mientras que los francófonos preferían la femenina, puesto que en francés tenedor es femenino: la fourchette. En el caso de la cama, le lit en francés, la situación se invirtió. Los hispanohablantes señalaron la voz femenina y los franceses la masculina. Y así sucesivamente.

La segunda parte del libro culmina con un conjunto de experimentos en que se muestra que las convenciones lingüísticas con que designamos los colores afectan nuestra percepción cromática. Como se ha dicho, el ruso, a diferencia del inglés o castellano, tiene dos palabras para designar el azul, una para el claro, goluboy, y otra para el oscuro, siniy, de modo que para ellos representan categorías distintas. En uno de los experimentos descritos por Deutscher se demostró que, en términos promediados, un ruso tarda menos que un angloparlante en distinguir dos tonos azules próximos si uno de esos tonos representa su goluboy (azul claro) y otro su siniy (azul oscuro), esto es, si según el idioma ruso se trata de abstracciones distintas mientras que para el inglés corresponden a un mismo color. Si los dos tonos azules pertenecen a la misma categoría, el ruso y el inglés emplean el mismo tiempo en identificarlos.

En otro sofisticado experimento se demostró que un angloparlante tarda menos en distinguir dos tonos próximos si esos tonos en vez de representar el mismo color (verde o azul) traspasan la frontera que divide ambos colores; es decir, si uno de esos tonos se considera azul y el otro verde. Pero lo más sorprendente del experimento fue que esa reducción en el tiempo de reacción es mucho más notable cuando el cambio de color se produce en la derecha del campo de visión; es decir, cuando esa información se envía al hemisferio izquierdo, parte del cerebro responsable del lenguaje (recuérdese que las imágenes que recibe nuestro ojo derecho las procesa el hemisferio izquierdo y viceversa, puesto que los nervios ópticos se cruzan antes de alcanzar el cerebro). Posteriormente se demostró, mediante un escáner cerebral, que cuando se nos pide que distingamos dos colores que pertenecen claramente a una determinada gama cromática —es decir, que visiblemente son un rojo o un amarillo y no un desapacible tono intermedio— se activan las mismas zonas del cerebro utilizadas para nombrar los colores, así como que esas zonas permanecen inactivas cuando comparamos colores indeterminados, es decir, tonalidades que no podríamos clasificar expresamente como verdes o azules, marrones o amarillos, sino como mezclas cromáticas indefinidas. El lenguaje con que nombramos, y, por tanto, codificamos los colores, influye en nuestra percepción óptica, de forma normalmente inapreciable pero empíricamente mesurable.

El libro se cierra con un soberbio apéndice sobre la biología de la percepción cromática. En él se nos informa que la mezcla de colores no tiene lugar en la naturaleza sino en nuestros órganos oculares. Dicho sucintamente, una onda monocromática roja superpuesta a una onda monocromática verde —es decir, una luz roja más una luz verde— solo son eso en el universo físico, la suma de dos ondas, mientras que nosotros somos capaces de verlas como una sola onda, es decir, de convertirlas en una única onda monocromática amarilla. Esto es así porque la onda monocromática amarilla excita los dos tipos de células sensibles al color –llamadas conos– que por separado estimularían las ondas rojas, de un lado, y las ondas verdes, de otro. Es decir, porque el ojo responde de la misma forma a una onda monocromática amarilla que a la superposición de una onda roja y otra verde, aunque en rigor se trate de fenómenos físicos distintos. Igualmente, Deutscher explica que la inmensa mayoría de mamíferos solo dispone de dos tipos de conos: unos para los tonos azules y otros para los verdes. De modo que los primates somos las únicas especies que disfrutamos de un tercer tipo de célula, sensible a los tonos amarillos y rojos. La razón es simple: se trata de una estrategia evolutiva que nuestros antepasados arborícolas adoptaron con el fin de distinguir fácilmente los frutos maduros en la espesura de la selva, es decir, con el saludable objeto de alimentarse.

panapoo

Como broche final, Deutscher describe un hecho sorprendente: los colores de los objetos, que en verdad difieren según la luz ambiente, son constantemente ajustados por nuestro aparato perceptivo. Así, un plátano maduro siempre nos parecerá un plátano maduro, con independencia de la hora del día, algo que tiene una evidente función práctica: si el plátano es siempre el mismo nos costará menos identificarlo en el caos del mundo. Una pista de que esto es así, es decir, de que los colores de un objeto pueden cambiar sustancialmente a lo largo del día, nos lo brindan las cámaras rudimentarias que no corrigen el color y pueden representar un objeto, según la fuente luminosa, con asombrosas diferencias de tono. Deutscher describe un fascinante experimento que confirma nuestra capacidad automática de corrección. Para ello, se pidió a un grupo de voluntarios que ajustaran los colores de una fotografía en la que aparecían cuatro puntos amarillos aleatorios hasta verlos grises, ejercicio que completaron sin problemas. Cuando más tarde los mismos individuos tuvieron que ajustar los colores para convertir un plátano en un objeto gris, entonces fracasaron y no detuvieron la corrección hasta darle un tono inconscientemente azulado. En otras palabras, los voluntarios fueron más allá del gris antes de que el plátano les pareciera gris, puesto que cuando era «objetivamente gris» todavía les parecía «un poco amarillo». Esto es porque sin darse cuenta ajustaban los colores que veían a lo que sabían que tenían que ver, propiedad perceptiva que Deutscher expresa en los términos siguientes: «el cerebro puede hacernos ver un color inexistente si tiene razones para creer, por su experiencia pasada, que ese color debería estar ahí«. Aquí termina el libro.

Deutscher ha escrito, en suma, un magnífico tratado que lo mismo puede servir como texto de estudio para lingüistas que como título divulgativo. La riqueza del libro es tal que, antes de concluir, el autor se ve en la obligación de resumir, en un epílogo, el apasionante recorrido del que acaba de hacer partícipe al lector. Deutscher admite haberse adentrado en terrenos resbaladizos, dado el rudimentario conocimiento que todavía tenemos de la anatomía del cerebro. En este punto, compara la labor de los lingüistas actuales con la de los genetistas de principio del siglo XX, quienes podían percibir los efectos de la selección genética (rasgos externos heredados tales como altura, carácter, inteligencia, etc.) sin tener apenas conocimientos de los mecanismos físicos de la herencia (constitución de los genes como cadenas de ácido desoxirribonucleico). Hoy los lingüistas tienen noticia del comportamiento del cerebro en determinadas condiciones, pero no ven sensu stricto lo que pasa «dentro de él» sino solo algunas manifestaciones epidérmicas (como les sucedía a los genetistas hace un siglo), de las cuales pueden inferir, aplicando el método inductivo, algunos principios empíricos generales. Ahora bien, solo cuando, a imagen de lo que lograron los genetistas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, se empiece a desentrañar la verdadera mecánica del cerebro, estaremos en disposición de convertir la lingüística en una ciencia sólida, capaz de establecer objetivamente los principios universales del lenguaje y otras particularidades de la inteligencia humana. Entre tanto, podemos satisfacer nuestra curiosidad con esta magnífica obra de divulgación científica.

Félix de Azúa: Enseñar la lengua

$
0
0
Real Academia Española (23)

Fotografía: Guadalupe de la Vallina.

A los españoles nos encanta zurrarnos la badana con cualquier excusa, pero últimamente tiene mucho éxito lo de agredirse por cuestiones lingüísticas. Desde los rancios catalanes que aún usan como arma de ataque lo de «la lengua del imperio», hasta los chavistas americanos que proponen eliminar el español de las escuelas para que los niños solo hablen en indígena, parece como si las inquisiciones lingüísticas hubieran suplantado a las teológicas.

Todo lo cual no es sino ignorancia de lo que en realidad es el lenguaje y de las diferencias entre el lenguaje, las lenguas y las hablas. Mi generación estudió bastante lingüística (sobre todo la estructural, que es la más aburrida) porque en los años setenta parecía la ciencia del futuro, la que lo explicaría todo, como en la actualidad los divulgadores de la ciencia cognitiva. No lo fue, afortunadamente, pero ahora las lenguas se estudian en los colegios como si fueran animales al borde de la extinción. Pura zoología analfabeta, o sea, política.

No es precisamente la extinción lo que amenaza al español, con sus quinientos millones de hablantes, pero sí la ignorancia. La mayor parte de la población menor de cuarenta años no tiene ni idea de qué clase de objeto, cosa, ente o quimera es la lengua española. Entre otras cosas, ignoran que no es española, sino multinacional, y tan de los bolivianos y chilenos como de los catalanes y vascos.

Un espléndido remedio a tanta burricie es la muy notable exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid que conmemora los trescientos años del Diccionario de Autoridades. O lo que es igual, los tres siglos de la Academia de la Lengua Española. Comisariada por Carmen Iglesias y José Manuel Sánchez Ron, resume en siete capítulos la historia de la cristalización moderna de nuestra lengua.

La labor de la Academia, contra lo que creen los más simplones, no es la de momificar el idioma, sino precisamente la de mantenerlo con vida. Observen a su alrededor y verán que los países con mayor número y calidad de diccionarios son justamente los que mayor potencia lingüística, literaria y política poseen. De hecho, el caso español es similar al de la Gran Bretaña, donde una pequeña sede metropolitana hace de centro geométrico de un universo centrífugo. Los diccionarios de inglés pueden incluir aportaciones australianas, jamaicanas o canadienses, del mismo modo que en el diccionario español figuran palabras argentinas, mejicanas o cubanas.

La historia de la Academia es paralela a la de España. Sufrió las mismas represiones, guerras y enfrentamientos, creció cuando el país se liberaba de los yugos militares y eclesiásticos, decaía cuando sucedía lo contrario, y se ha tecnificado cuando también nosotros hemos introducido cientos de aparatos en nuestra vida común. La Academia es un organismo vivo cuya labor tiene algo de novela de fantasía: un conjunto de sabios (muchos de ellos barbados) que se reúnen en enormes mesas para discutir y dirimir el destino de las palabras. Podría ser una escena de Tolkien.

O también de la Biblia porque, como bien sabemos, en el principio fueron las palabras. Una vez Yahve hubo creado a Adán, lo llevó de paseo por el Edén para que pusiera nombre a cada animal, planta o cosa que le interesara. Aquellas palabras son las causantes de que haya camellos y cocodrilos, arcilla y manzanos, ríos y estrellas fugaces. Luego los entes bautizados fueron tomando muchos otros nombres y también ellos variaron lentamente, pero ya nunca más se separaron de su nombre original, porque fuera del nombre no son nada, un amasijo de vísceras que se mueve durante unos años y luego desaparece.

En realidad, los únicos que en verdad a veces parece que nos separemos de nuestro nombre somos los humanos. Por ejemplo, cuando peleamos por cuestiones lingüísticas. En cuanto la interpretación de la lengua cae en manos de bárbaros y represores, los humanos pierden su nombre y dejan de existir, como sucedió en el Tercer Reich según cuenta el gran Klemperer. Agárrense a las palabras. Son nuestro flotador en el océano de la aniquilación.

Fundéu BBVA, la «Academia de los periodistas»

$
0
0

Fundéu 1

El lenguaje es una herramienta esencial del periodismo y el periodismo es un vehículo indispensable de la lengua. Esta concurrencia ha resultado tan provechosa para nuestro idioma como para la producción de ilustres plumas surgidas de las crónicas informativas. Por su difusión, más amplia e inmediata que la de la literatura, los medios de comunicación son los transmisores más eficaces de los usos lingüísticos y uno de los elementos que más influye en la constante formación del idioma. Una responsabilidad compartida ahora por miles de personas cuyo mensaje tiene gran repercusión en la red y que, conscientes de que el mal uso del lenguaje desprestigia el contenido, solicitan asesoramiento sobre temas lingüísticos.

Los nuevos medios se caracterizan más que nunca por la urgencia, los lectores han pasado a ser actantes y la agudización de la crisis perenne hace mella en la profesión, una de las peor valoradas por los ciudadanos. Un escenario tan complejo como fascinante para poner a prueba la pericia lingüística de un oficio considerado tradicionalmente maestro del lenguaje en el que Fundéu BBVA ofrece asistencia.

Fundéu, acrónimo de Fundación del Español Urgente, es una organización sin ánimo de lucro patrocinada por la agencia EFE y BBVA y con el asesoramiento de la Real Academia Española que inicia su actividad en 2005, como heredera del Departamento de Español Urgente, con el propósito de impulsar el buen uso del español en los medios y que sirve de guía lingüística a todos los hablantes.

Un equipo de filólogos y periodistas que «patrulla» los medios de comunicación y resuelve las controversias atendiendo a una necesidad apremiante generada por una producción vertiginosa que no puede ser satisfecha por otras vías de consulta.

A diferencia de la de la RAE, la labor de Fundéu no es normativa, pero su método de trabajo le confiere autoridad para recomendar el buen uso con una mayor agilidad que la académica. De ahí lo acertado del apelativo «Academia de los periodistas» que en ocasiones recibe la fundación. De hecho, Fundéu, por tener un registro de usos muy actualizado, sirve de puente entre «los inmortales» y el mundanal lenguaje que inventamos cada día.

Para conocer cómo realiza Fundéu este trabajo acudimos a su redacción ubicada en la legendaria sede de EFE en Madrid, hablamos con algunos de los componentes de la plantilla y asistimos a la reunión del Consejo Asesor del que forman parte ilustres lingüistas, académicos y periodistas.

Fundéu 2

Redacción de Fundéu BBVA.

Dirigido por Joaquín Muller-Thyssen, el equipo de Fundéu resuelve todos los días consultas a través de diversos canales: desde el correo hasta el teléfono, pasando, cómo no, por las redes sociales; provienen de periodistas, escritores, traductores, correctores y de todos aquellos cuya herramienta de trabajo es la lengua, así como de particulares que tienen interés por su uso. También se examina la prensa en busca de las palabras y expresiones que la actualidad hace saltar a la palestra. Porque las palabras tienen momentos de notoriedad en función de la coyuntura informativa —como es el caso de «concertina» a propósito de la instalación de este tipo de alambre en la valla de Melilla o nacen espontáneamente por la necesidad de bautizar determinados fenómenos como el «cholismo». Estos y otros muchos términos y expresiones son estudiados en la reunión matinal de la redacción, en la que se ponen sobre la mesa los temas más complejos previamente estudiados, cotejados en diversas fuentes y analizados según numerosas obras para determinar una resolución consensuada que tomará cuerpo en forma de respuesta a una consulta o recomendación que se publicará en su página engrosando el extenso repertorio de esta sección  y se divulgará a través de EFE.

Algunas cuestiones no quedan resueltas en la redacción y pasan a ser analizadas por el Consejo Asesor, que se reúne semanalmente. Se trabaja con múltiples textos lingüísticos de referencia, académicos o no, y con el apoyo de la tecnología para confrontar datos a través de la red. Coincidiendo con nuestra visita, además de los componentes de la redacción de Fundéu Javier Lascurain, Álvaro Peláez y David Gallego, asistieron los académicos Gregorio Salvador y Salvador Gutiérrez, la periodista Soledad Gallego-Díaz y los doctores en Filología Románica Pilar García Mouton y Leonardo Gómez Torrego.

Es en el Consejo Asesor donde Fundéu sirve de enlace con la Real Academia Española como fuente de información sobre nuevos términos o usos lingüísticos y como campo de pruebas para estimar la conveniencia de hacer enmiendas o añadidos en las obras académicas.

El Consejo Asesor de Fundéu.

El Consejo Asesor de Fundéu.

Este es el método de trabajo de Fundéu, una institución joven con una misión heredera de la encomendada a Fernando Lázaro Carreter en los años setenta: la redacción del primer Manual de estilo para la Agencia EFE, que dio origen al Departamento de Español Urgente.

La composición del equipo, tanto de la redacción como del Consejo Asesor, proporciona un equilibrio entre dos disciplinas vinculadas y complementarias: periodismo y lingüística. En esta alianza fructífera, los integrantes de Fundéu son observadores privilegiados del estado de salud del periodismo y de nuestra lengua en los medios, que, según muchos, es crítico.

Javier Lascurain, periodista y subdirector de Fundéu, no considera tan dramático el panorama que contempla desde su larga experiencia.

¿Se percibe un peor uso del lenguaje en los medios actualmente?

Yo tengo una visión muy poco catastrofista. Evidentemente hay problemas y algunos son nuevos, pero no tengo ninguna tendencia a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay una preocupación en los profesionales por el buen uso del idioma y nosotros aquí la percibimos. Eso es lógico y consustancial al trabajo, pero a mí lo que me da muy buena sensación es que también advertimos esta preocupación en los que no son profesionales. Cada vez hay más gente preocupada por escribir bien de la que pudo haber nunca, porque nunca tanta gente ha escrito en público como en este momento. Y este mundo de la comunicación en el que todo el mundo es actor, que mucha gente ve como una amenaza, yo creo que es una oportunidad como pocas, porque la gente está más interesada que nunca en que su lenguaje sea correcto. En el caso de los medios no creo que haya desinterés, sí puede haber un problema que afecta al lenguaje y también al contenido que son los medios con los que estamos trabajando.

La crisis: menos medios, menos correctores…

Yo no sé si esa situación es igual en todas partes, pero cuando vienen mal dadas, y vienen mal dadas en muchos sitios, una de las primeras figuras que salta es el editor o corrector; esa figura experimentada que tiene la última palabra sobre el contenido pero también desde el punto de vista formal. Cuando no te salen las cuentas es muy fácil recortar en controles. A mí me parece muy peligroso, entiendo la lógica empresarial que lleva a eso pero me parece muy peligroso. Sobre todo en este momento en el que todo va girando hacia los medios digitales y por tanto mucho más inmediatos.

¿Crees que los nuevos medios tienen más repercusión en el uso del lenguaje?

En la medida en que cada vez más personas se informan a través de medios digitales y menos a través de medios impresos, el paradigma ahora va a estar en las pantallas. Decía Financial Times que su proyecto a partir de ahora es que la edición de papel esté basada en la digital y no al contrario como ha sido tradicional. Esto va a ser cada vez más así. Eso afecta al lenguaje en la medida en que la urgencia del papel existe, pero tiene un límite: hay unas horas en las que puedes manejarte. En lo digital no hay hora de cierre.

¿Los periodistas reciben una adecuada formación lingüística?

No lo sé. El problema de la formación básica de los periodistas es un tema duro (ríe). Es posible que en la formación básica de los periodistas una de las lagunas sea un conocimiento más profundo del lenguaje, y lo digo por propia experiencia, aunque ya es muy antigua. Pero fundamentalmente es un problema de tiempos de trabajo. Cuando escribes tan rápido te arriesgas mucho y no siempre te puedes parar a consultar, si bien es cierto que si el periodista viene con una muy buena formación corre menos riesgos.

Javier Lascurain.

Javier Lascurain.

Yolanda Tejado atiende redes sociales y responde consultas de la más variada índole. Un trabajo en el que ha de estar en continua formación para conocer los cambios normativos, ampliar los conocimientos de una disciplina inabarcable y afrontar los desafíos de los usuarios.

Las disputas lingüísticas suelen ser muy apasionadas. ¿Replican las respuestas los usuarios?

Sí. Se crea mucho debate, aunque ponemos referencias de lo que dice la RAE, porque trabajamos con su asesoramiento y nos basamos en su información. Pero esto también es productivo porque te hace pensar.

¿Alguna vez os han convencido?

Sí, y hemos rectificado. Nos hemos dado cuenta de que no habíamos explicado algo claramente, o nos hemos basado en un libro, pero hay otro que dice otra cosa.

¿Qué consultas recuerdas como más curiosas?

Hay de todo. Una muy curiosa, que la recibimos a las seis de la mañana, decía algo así como «el pero ladra, el gato maúlla, ¿qué hace la langosta?». Dudamos si contestar o no, pero aquí todo tiene respuesta.

¿Y en este caso cuál es?

Que no lo sabemos (risas). Lo que más preguntan son extranjerismos, usos de preposiciones, cuestiones gramaticales… Hay algunas que cuesta bastante resolver consultando libros, entonces lanzas la respuesta en voz alta por si algún compañero la resuelve y, si comentando entre todos la pregunta no tenemos una respuesta clara, recurrimos al Consejo Asesor. Y así se lo decimos a quien ha planteado la consulta.

Yolanda Tejado.

Yolanda Tejado.

El servicio de respuestas se mantiene los siete días de la semana para atender una demanda creciente. Las cuentas de RAE y Fundéu en Twitter tienen gran seguimiento, provocan acalorados debates e incluso tienen imitadores. Se percibe un interés en los medios y en los lectores por la divulgación lingüística. De este fervor gramatical hablamos con tres filólogos de Fundéu:

Jaime Garcimartín

La verdad es que a juzgar por los resultados, que han ido creciendo muchísimo sobre todo a través de la difusión de EFE, hay un interés claro. Sin embargo en papel no lo suelen hacer. Parece que tienen interés en las ediciones digitales pero no en las impresas. Los medios digitales reproducen nuestras recomendaciones pero no suelen elaborar artículos propios a partir de ellas.

Álvaro Peláez

A no ser que sea un tema que genera mucha polémica, como en el caso de «obispa». Lo que sí he observado es que hay medios digitales que han empezado a tener secciones propias de lengua. Porque han detectado que es un tema que genera mucho tráfico. En Twitter ves un enlace de un medio en el que habla de ortografía y entra más gente por ahí que por una noticia porque genera polémica.

Fernando de la Orden

Genera polémica porque todos nos consideramos competentes. Todos sabemos hablar y por tanto tenemos la capacidad de opinar sobre este tema. Nosotros mismos estamos sometidos al escrutinio y a la corrección permanente. Algunas recomendaciones tienen alguna errata y hay auténticos especialistas en detectarlas.

De izquierda a derecha: Jaime, Fernando y Álvaro.

De izquierda a derecha: Jaime, Fernando y Álvaro.

Fundéu también divulga textos de los medios en la sección de noticias. Victoria Alcázar, periodista, se encarga de la web. Cada mañana hace un búsqueda para recoger artículos relacionados con nuestro idioma e ilustra la recomendación del día, tarea para la que cuenta con el valioso archivo gráfico de EFE.

¿Se establece algún filtro para publicar los artículos?

El único filtro que establecemos es no entrar en la guerra del bilingüismo; todo lo referente a divulgación del español, incluidos artículos opuestos a posturas académicas, tiene cabida.

Victoria Alcázar.

Victoria Alcázar.

Judith González codirige junto a Mario Tascón el Manual de estilo para los nuevos medios.

Se suele decir que, junto a la imprenta, internet es el elemento que más ha influido en la evolución de las lenguas. ¿Consideras que esa evolución es positiva?

Yo creo que es positiva porque lo que desde luego está favoreciendo internet es que la gente escriba mucho más y que gente que no escribía sienta esa necesidad diariamente. Cuando uno se tiene que enfrentar a la escritura le surgen muchas dudas y hace que se preocupe, en parte porque tienes la idea de que en internet te juegas tu reputación, de que si pones una cosa mal luego Google no lo olvida… existe esa conciencia de que hay que escribir bien y eso es positivo. También tiene su contrapartida: con la velocidad de las comunicaciones hoy en día, el intercambio de expresiones es mucho mayor, de anglicismos en el ámbito tecnológico sobre todo, pero no es necesariamente malo, el préstamo históricamente ha sido una manera de enriquecerse las lenguas.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Cómo tratamos de ofrecer una solución discutiéndola aquí por las mañanas, llevándola al Consejo… Tratamos de ser útiles y nos jugamos mucho, y eso es interesante porque enriquece. Tienes la oportunidad de ayudar a la gente a comunicarse mejor y son temas, la lengua y la comunicación, que me apasionan; servir de ayuda en eso para mí es tremendo.

Judith González.

Judith González.

Desde 2007, Fundéu patrocina el sitio colaborativo Wikilengua para compartir información sobre norma, uso y estilo del español y en 2012 publicó dos libros: Escribir en internet. Guía para los nuevos medios y las redes sociales, que nació de la experiencia en la web y Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana, una obra con sabor añejo tanto por título como por diseño pero totalmente actual. Otras muchas actividades y publicaciones encaminadas a promocionar el buen uso del español son impulsadas por una de las entidades dedicadas a la lengua más importante del ámbito hispanohablante a la que nos hemos acercado para conocer su trabajo y sus rostros. Los objetivos logrados durante la gestión de una labor tan compleja animan a su director, el periodista Joaquín Müller-Thyssen, a concebir propósitos más ambiciosos:

¿De qué logro de Fundéu se siente más satisfecho?

Si tengo que elegir uno, creo que del prestigio conseguido. Todos los que dirigen una empresa o una institución, como es mi caso, saben que si el producto que vendes o el servicio que das no es bueno, le falta calidad o rigor no va a funcionar. Sin el prestigio que da un trabajo bien hecho y sin una imagen que refleje el verdadero espíritu de servicio que anima a una fundación como la nuestra de poco sirve todo lo que hagas. Esto es una cuestión vital cuando te mueves en un mundo como el de la lengua española, sobre el que giran instituciones de tanto reconocimiento y respeto como la RAE y hay tantos profesionales de prestigio en el mundo de la docencia, la traducción, la corrección, etc. Cuando veo que «sabios» a los que todos respetamos elogian nuestro trabajo me lleno de orgullo por lo conseguido en estos ocho años de trabajo.

¿Qué proyectos tiene Fundéu?

Muchos en lo inmediato y todos dirigidos a mejorar y a lograr una mayor difusión del servicio que damos. En el horizonte, lejano lamentablemente, la ambición irrenunciable a conseguir una red de «Fundéus» en todo el mundo hispanohablante. Es muy difícil, pero sería una gran cosa que en cada país de América se unieran, como hemos hecho aquí, medios de comunicación, instituciones de la lengua, y entidades financieras para crear fundaciones como la nuestra. Como te digo, es un sueño más que una posibilidad, pero no renunciamos, no.  

Joaquín Müller-Thyssen.

Joaquín Müller-Thyssen.

Fotografía: Gladys Sobrido

Real Academia Española 2.0

$
0
0
Foto: Guadalupe de la Vallina.

Foto: Guadalupe de la Vallina.

Coincidiendo con la celebración de su tercer centenario, la Real Academia Española ha renovado su página web. Aunque algunos ya han manifestado sentir nostalgia por el antiguo diseño, que aparentaba remontarse a los orígenes de la institución, la RAE no solo ha adaptado su aspecto a tiempos más actuales, sino que ha incorporado nuevos recursos conforme al propósito de facilitar el libre acceso a todas sus obras. Las novedades más llamativas son las aplicaciones de la Ortografía y la Gramática así como una muestra del Diccionario Histórico y el flamante Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES), que es accesible desde ayer con una versión en pruebas que contiene alrededor de ciento sesenta millones de formas e irá creciendo a un ritmo de veinticinco millones de formas por año hasta alcanzar la primera fase.

Estos nuevos recursos y los ya existentes forman un intrincado sistema de información de la lengua española cuyo alcance supera el aspecto normativo, el más requerido y conocido por la mayoría de los usuarios. A través de los bancos de datos, los diccionarios y otras obras disponibles podemos recorrer distintos caminos entrecruzados para conocer la evolución de nuestro idioma y rastrear en sus palabras las huellas de distintas épocas y sociedades, de la ciencia, la literatura, la política y la religión.

El manejo de estas herramientas es sencillo y aporta datos de utilidad para muchas disciplinas o simplemente para satisfacer nuestra curiosidad. Vamos a hacer un repaso de los recursos menos conocidos ya existentes y de algunos de los incorporados, con la finalidad de sacar mayor provecho a la información que nos proporcionan.

DICCIONARIOS

Pasaremos por alto el popular DRAE, que ya tratamos aquí, y el Nuevo diccionario histórico (NDHE), que analizaremos en el momento en que su contenido sea más amplio. Nos detendremos en otros recursos que podemos encontrar para interpretar la evolución del léxico del español.

Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE)

¿Qué es?

Es una herramienta que permite buscar términos de forma simultánea en un repertorio de cerca de setenta obras lexicográficas (diccionarios bilingües y monolingües, glosarios y otros textos especializados; incluidas todas las ediciones del DRAE hasta la vigésima primera y lo publicado del Diccionario histórico) en facsímiles digitales. Ofrece una información muy amplia del léxico español desde el siglo XV al XX, como la fecha de la primera inclusión de términos en el diccionario, la evolución de las definiciones y de su ortografía, etc., que son de gran utilidad no solo en el campo de la lingüística, sino de la historia, la literatura y la sociología.

¿Cómo funciona?

Mediante el icono «lupa» situado en la parte superior izquierda accedemos a la pantalla de búsqueda. En la siguiente pantalla introducimos el término en el espacio «lema». Hay que tener en cuenta que la búsqueda se realiza según la ortografía original, que no tiene que coincidir necesariamente con la actual, y que admite comodines para una letra (símbolo «?») o una serie de letras (símbolo «*»). Podemos elegir los criterios de filtrado y ordenación o no marcar ninguno, en cuyo caso nos ofrece por defecto todas las ocurrencias ordenadas cronológicamente con un límite de tres mil quinientas si son masivas.

Captura222

Los resultados se muestran en imágenes de las obras. En la columna de la izquierda aparecen las obras en las que hay coincidencia con la búsqueda realizada y podemos desplazarnos por ellas mediante los enlaces que contienen o con las flechas situadas en la parte superior derecha. Así mismo podemos acceder a la ficha bibliográfica de cada imagen o realizar informes en los correspondientes iconos.

Captura3

Diccionario de autoridades

¿Qué es?

Es el primer diccionario elaborado por la Real Academia, base de todos los posteriores hasta nuestros días. A diferencia del Nuevo tesoro lexicográfico (que también comprende el Diccionario de autoridades) no está digitalizado en imágenes, sino en texto. Esta característica amplía las posibilidades de búsqueda al poder realizarse no solo por lema, sino por cualquier palabra o cadena de palabras contenidas en la definición.

¿Cómo funciona?

El manejo es plenamente intuitivo, similar al de otras aplicaciones alojadas en la página de la Fundación Rafael Lapesa. La ortografía es la original, dato a tener en cuenta en el momento de realizar nuestras búsquedas. Podemos utilizar comodines y operadores lógicos combinables entre sí.

Captura4

Mapa de diccionarios

¿Qué es?

Una aplicación que permite consultar simultáneamente seis ediciones representativas del diccionario académico: 1780, 1817, 1884, 1925, 1992 y 2001. Su finalidad radica en ofrecer una visión evolutiva del léxico moderno.

¿Cómo se utiliza?

A diferencia de NTLLE y Diccionario de autoridades permite buscar cualquier palabra por sus variantes gráficas y fonéticas. Introduciendo un lema podemos visualizar sus acepciones de las distintas ediciones y obtener una tabla para estudiar su evolución.

Captura5

GRAMÁTICA

Al igual que ocurre con la ortografía, que veremos después, tenemos dos recursos: la primera gramática (Gramática de la lengua castellana, de 1771) en imágenes en formato PDF, y la Nueva gramática de la lengua española (2009-20119, que se consulta mediante aplicación.

Nueva Gramática

¿Qué es?

La última y esperada gramática de la RAE, que desde 1931 no publicaba ninguna. Aunque no estamos analizando contenidos, cabe hacer una advertencia: la Nueva gramática, si bien recomienda o desaconseja usos, es descriptiva; un aspecto que algunos hablantes interpretan de forma equivocada al esperar normas categóricas por parte de la academia. Así pues, integra aspectos normativos y descriptivos.

¿Cómo funciona?

Al entrar en la aplicación nos encontramos un espacio superior para realizar la búsqueda con varias opciones de filtrado y un espacio inferior con un cuadro de ayuda.

Captura6

Si introducimos una palabra o secuencia, nos aparecerá una lista de extractos de todas las coincidencias de nuestra búsqueda ordenadas según aparecen en la versión impresa. Si los resultados son muy abultados podemos reducir la lista marcando los filtros según el cuadro de ayuda. Pulsando el icono «cámara» accedemos a la página en la que se encuentra la coincidencia y, una vez allí, podemos desplazarnos por el texto mediante la barra y la flecha de página situada en la parte superior derecha.

Captura7

ORTOGRAFÍA

Al igual que en el caso de la gramática, tenemos dos recursos y de la misma forma: la primera ortografía, Orthographia española (1741), en PDF y la última, Ortografía de la lengua española (2010), mediante aplicación cuyo funcionamiento es exactamente igual a la de la gramática. Sobre las polémicas suscitadas por esta obra ya hablamos en su momento aquí.

Nunca está de más recordarlo.

Nunca está de más recordarlo.

BANCOS DE DATOS

Los corpus lingüísticos son una herramienta básica de investigación; permiten documentar la frecuencia con la que se utiliza una palabra, en qué tipos de texto, distribución geográfica, etc. En la página de la RAE estaban disponibles CREA y CORDE, ahora podemos disfrutar del Fichero General, del corpus del Nuevo diccionario histórico del español (CDH), que dejaremos pendiente hasta darle el espacio aparte que merece, y del Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES XXI).

Fichero General

¿Qué es?

Un archivo de unos diez millones de fichas digitalizadas en imágenes. Las papeletas en las que durante trescientos años se han ido anotando las observaciones que han servido para elaborar el diccionario. El formato de la aplicación, por su valor sentimental, es especialmente recomendable para románticos de la lexicografía.

¿Cómo funciona?

La aplicación es muy sencilla. Se pueden buscar palabras o expresiones entrecomilladas. Acepta comodines para un carácter (símbolo «?») o una serie de caracteres (símbolo «*») y operadores lógicos combinables entre sí. Las papeletas se pueden guardar e imprimir.

«Egosurfing» lingüístico

«Egosurfing» lingüístico.

Corpus de Referencia del Español Actual (CREA y Corpus Diacrónico del Español (CORDE)

¿Qué son?

CREA es una base de datos que recoge textos escritos y orales del español comprendido entre 1975 y 2004. CORDE contiene doscientos ciencuenta millones de registros escritos, desde los inicios de la lengua hasta el momento en que limita con CREA, 1975.

¿Cómo funcionan?

Las aplicaciones de consulta de ambos corpus han quedado un tanto obsoletas pero son de fácil manejo y disponen de un detallado manual de consulta para aquellos que quieran explotar todas sus posibilidades.

Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES XXI)

¿Qué es?

Un corpus de referencia que continúa la obra de CREA Y CORDE, que resultaban insuficientes en el momento actual. Es un proyecto en desarrollo que culminará en 2014 con la recopilación de trescientos millones de formas del español del periodo comprendido entre 2001 y 2012. Hasta ahora el CORPES consta de más de ciento sesenta millones de formas.

Como se indica en la propia aplicación, está en construcción y puede tener desajustes; así que podemos ser pioneros descubriendo el vasto compendio de registros del español actual.

¿Cómo funciona?

En la pantalla inicial encontramos en la parte superior la barra de búsqueda, en la parte central los resultados y en la parte inferior se nos muestra el detalle de un resultado si pulsamos sobre él. Esta aplicación ofrece muchas posibilidades de tratamiento de los resultados según configuremos los parámetros de búsqueda. A diferencia de las aplicaciones de CREA y CORDE, la de CORPES XXI dispone de anotación morfosintáctica y lematización, es decir, si buscamos una palabra por «lema» nos ofrecerá todas las formas flexivas y morfológicas posibles. Si queremos reducir los resultados a una palabra exacta, tendremos que realizar la búsqueda por «forma». Si hay formas coincidentes podemos aplicar filtros con la pestaña «clase de palabra».

Captura10

En la pestaña «coapariciones» podemos obtener datos de las palabras que se combinan con el lema buscado con mayor frecuencia de la que sería explicable por el azar. Así, si buscamos «lengua» vemos que la primera coaparición en España es «cooficial», mientras que si no filtramos por criterio geográfico el primer resultado es «viperino».

Captura 11

Los datos se pueden tratar de múltiples formas y elaborar distintas estadísticas.

Captura 12

Es, como vemos, una aplicación más compleja que las anteriores y que está en rodaje. Evidentemente, el interés en su manejo dependerá del rendimiento que se quiera obtener. Las reseñas aquí expuestas son meros apuntes con el propósito de resaltar la existencia de herramientas a nuestro alcance que pueden ser de utilidad en muchas materias.

El gatillazo del lenguaje político español

$
0
0
The Brox Sisters. Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (DP)

The Brox Sisters. Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (DP)

En España bendita tierra
Donde puso su trono el amor
Solo en ella el beso encierra
Armonía sentido y valor
La española cuando besa
Es que besa de verdad
Y a ninguna le interesa besar con frivolidad
(«El beso en España». Manolo Escobar)

Pero este no es un artículo sobre el nuevo anteproyecto de ley del aborto.

¿No están cansados de que todo el mundo les hable de lo mismo, de que les cuenten las mismas cosas? ¿O no son las mismas cosas?

Corríjanme si me equivoco: llevamos años hablando de las mismas cosas, y cada vez lo hacemos peor.

Ustedes, lectores con un intelecto supuesto de entrada, lectores exigentes, ¿se enteran de algo cuando hablan nuestros políticos a este su pueblo, sus oyentes, sus atentos espectadores? ¿Comprenden su discurso? Quiero decir, ¿les parece lógica, completa, y explicativa su exposición? Entenderán ahora por qué hablaba de su intelecto. Explicaba Roman Jakobson con un solo esquema que cuando nos comunicamos el objetivo primordial es hacer llegar un mensaje codificado a un receptor, que lo descodifica. Intervienen además el medio (canal), el mensaje y el contexto, que deben danzar al unísono para que esta máxima se cumpla.

Si queremos que se cumpla, claro.

Ocurre cada vez más a menudo que todos estos elementos funcionan y en cambio pasa desapercibido el código. Parece que todo va bien, pero algo nos chirría en lo que nos están diciendo. Entonces hay que frenar y analizar los cimientos; no el concepto, sino la palabra.

Unido a la oratoria el lenguaje político debería pasar una revisión que alzara su valor a lo que cualquier otro lenguaje tiene en su ámbito, porque, como dice Javier Marías:

En nuestra época se ha producido por razones estructurales, sociales y en gran parte técnicas, una transformación respecto de casi todo el pasado. Hasta hace pocos decenios cada persona veía a muy pocas: el círculo de la familia, los amigos próximos, los que vivían en un ámbito reducido, el pueblo o una parte de la gran ciudad. Las imágenes escaseaban: los príncipes elegían a sus futuras esposas examinando un cuadro, obra de un pintor cuya fidelidad a lo real era problemática. Rara vez se tenía una visión directa de los políticos y gobernantes. Ahora vivimos rodeados de innumerables imágenes de todo tipo; no solo conocemos las facciones sino la expresión, la manera de hablar, cómo se dice y qué se dice, en muy diversas circunstancias, en soledad o en compañía, hablando en público para enormes mayorías. Si nos equivocamos, no tenemos disculpa.

De polvo y flores

En este apartado con un título tan cañí Manolo Escobar encontraría su sitio, y Almodóvar lo aprobaría también. Hay características enraizadas cual árbol milenario en el lenguaje de nuestros políticos que, como la caspa, siempre acaban saliendo a relucir.

El lenguaje político y el periodístico tienen características comunes. Los estudiosos en la materia, como Fernando Lázaro Carreter los enmarcan a ambos en la categoría de «lenguajes especiales o sectoriales», porque:

Sufren los condicionamientos de uso del lenguaje, es decir, están sometidos a la creatividad lingüística.

No existe en ellos función críptica del mensaje, a diferencia de los argots o jergas.

No existe univocidad en la relación significado-significante, a diferencia de los lenguajes científico-técnicos. Por otra parte el valor de sus unidades es lingüístico, depende del uso, ya que están muy presentes los fenómenos de polisemia, sinonimia, connotación…

Así, el lenguaje político es además un compendio por un lado del modo de emplearse los signos lingüísticos en la política y los significados que tienen según las distintas ideologías, y por otro es un conjunto de procedimientos propios de los políticos, es decir, el empleo del lenguaje en los discursos o textos políticos, atendiendo tanto a su finalidad como a su función.

Pero la definición es más compleja que esto, porque siendo un «lenguaje especial» y no siendo jerga ni lenguaje científico, el discurso político posee características de todos ellos: mezcla lo ambiguo con lo concreto, utiliza el vulgarismo en el ámbito puramente profesional como es el Parlamento, cuando debería ser el lugar donde se contaminara del tecnicismo.

Al final, ningún político habla como un político en su propia casa. Es idiosincrático y complejo.

Otro académico, Manuel Alvar, opina que todas las funciones del lenguaje están presentes, con diferente intensidad y de una forma u otra, en el lenguaje de los políticos:

Función referencial, en el propio enunciado; expresiva, cuando el hablante habla consigo mismo y de sí mismo, tratando de crear una imagen positiva del orador; conativa o apelativa, cuando el discurso se orienta claramente al destinatario y se espera producir un determinado comportamiento (uso de vocativos e imperativos); fática o de contacto, con llamadas de atención al auditorio; metalingüística, cuando son los propios políticos los que plantean el significado de ciertas palabras o se lo requieren a un contrincante; poética, representada esencialmente en los encadenamientos y en las repeticiones. Y esta es, sin duda, la «maría» de las asignaturas, en la que al final pegamos el patinazo por hacerlo mal y pronto.

Los años en los que fuimos poetas

Manuel Azaña. Foto: Biblioteca nacional de Francia (DP)

Manuel Azaña. Foto: Biblioteca nacional de Francia (DP)

Hubo un tiempo en el que fuimos sobresalientes en este campo. Fue en la Segunda República, cuando un brote de élite cultural llegó al Gobierno, rodeado aún de populismo de todos los colores.

Hablaba Manuel Azaña, entonces ministro de la Guerra, a propósito de los cimientos en un discurso el 14 de octubre de 1931 «España ha dejado de ser católica»:

Con la realidad española, que es materia de la legislación, ocurre algo semejante a lo que pasa con el lenguaje; el idioma es antes que la gramática y la filología, y los españoles nunca nos hemos quedado mudos a lo largo de nuestra historia, esperando a que vengan a decirnos cuál sea el modo correcto de hablar o cuál es nuestro genio idiomático. Tal sucede con la legislación, en la cual se va plasmando, incorporando, una rica pulpa vital que de continuo se renueva. Pero la legislación, señores diputados, no se hace solo a impulso de la necesidad y de la voluntad; no es tampoco una obra espontánea; las leyes se hacen teniendo también en presencia y con respeto de principios generales admitidos por la ciencia o consagrados por la tradición jurídica, que en sus más altas concepciones se remonta a lo filosófico y lo metafísico.

También Niceto Alcalá Zamora fue reflejo del lenguaje literario y poético que hizo distinguir la oratoria de estos años de cualquier otra característica de otros periodos de la historia española.

Decía Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación, en un documental sobre este periodo: «Eran personas cultivadas desde el punto de vista literario, que además eran bastante poéticos, ya que conocían la poesía y el teatro, ambos artes muy importantes de la oratoria política del momento», y se sorprendía de la capacidad «para hacer discursos memorables» de los políticos republicanos. La «excepcional memoria» de los oradores de la época les permitía, según Gutiérrez-Rubí, «estar enardeciendo a sus bases dando a la vez muestras de una capacidad de retención y de improvisación muy importante».

Unos años atrás y fuera de nuestras fronteras, hubo también otras formas de discurso con un componente poético elevado, pero mucho menos adornados, donde primaba la claridad del mensaje y el efecto de las palabras en los oyentes: la época de Adolf Hitler.

Adolf Hitler. Foto: Heinrich Hoffmann (DP)

Adolf Hitler. Foto: Heinrich Hoffmann (DP)

Efectivamente Hitler fue un gran orador. En la década de 1920, mientras que la mayoría de políticos hablaban en un estilo que era rimbombante y pomposo, plano y aburrido, o áspero y brutal, Hitler siguió el modelo de los oradores socialdemócratas, auténticos agitadores. Se ganó gran parte de su éxito como orador diciendo a su público lo que querían oír. Utilizó un lenguaje sencillo y directo que la gente común entendía, con frases cortas, potente, emotivo y lleno de consignas.

Para captar la atención del público, iniciaba su discurso hablando en voz baja, poco a poco su voz adquiría profundidad, iba levantando el tono de la voz, en un crescendo hasta gritar en el final, todo acompañado por gestos dramáticos cuidadosamente ensayados, magnéticos; mientras manejaba a su público llevándolo hacia un paroxismo frenético de enaltecimiento del mensaje.

Todo lo que decía era absoluto, irrevocable, visceral, sin un atisbo de duda. Podría no convencernos su mensaje, pero al menos, nos llegaba alto y claro. Era, entonces, el gran teatro del mundo.

El lenguaje político español

Tranquilos, la política es un arte agrario. Hay que sembrar, regar, cuidar, dejar que pase el tiempo, podar, seguir cuidando… No se pueden improvisar discursos. (Julio Anguita, 1998)

Sabemos que detrás de un político hay toda una campaña de publicidad, comunicación, propaganda y estrategia. Hay una relación directa entre los grandes temas políticos y la producción de léxico. Con ello, se trasluce la dinámica política de los diferentes históricos y su tratamiento y significación. Es nuestro deber exigir que, desde lo alto del edificio que con todo esto quieran construir, nos hablen con claridad, y eviten, en la medida de lo posible, las características que históricamente arrastramos, a saber:

La repetición. El político español repite hasta la saciedad. Repite abusando de la enumeración, especialmente la que va de lo particular a lo general, probablemente con espíritu de enaltecer sus palabras, por ejemplo cuando escuchábamos a Josep Borrell decir: «Un bienestar erigido sobre un uso descuidado o abusivo de las materias primas, del agua o de la energía, significa, a escala nacional, europea y planetaria, pagar un alto coste en términos de contaminación, de creciente desaparición de especies y de los ecosistemas». (4/10/1998, El País)

O a José María Aznar en una entrevista en 1999: «(…) [refiriéndose a la obligación de llegar a la media de la riqueza de los países de la Unión Europea] y eso es mi objetivo, nuestro objetivo, y ese es el objetivo para los primeros años del siglo XXI».

Repite también por sinonimia, pero su «determinación y máximo empeño» «total y absoluta» corren el riesgo de provocar el tedio en sus oyentes.

Alargamiento de expresiones. A la repetición se unen las expresiones perifrásticas y el frecuente barroquismo con fórmulas como «con carácter inmediato», «en el seno de» o «poner de manifiesto», a lo que, además, se le añade el cliché telescópico: unión de dos palabras que expresan lo mismo pero que unidas con una conjunción copulativa forman una construcción aparentemente ingeniosa («lisa y llanamente», «largo y tendido», etc.).

Amor por la prefijación y la sufijación hasta límites insospechados (esto es, de dudosa corrección lingüística). Prueben en casa. Tomen un verbo o sustantivo inicial, como «concretar», por ejemplo. Extraigan un derivado («concreto», «concretizar»). Sométanlo a un nuevo estiramiento (¿«concretización»?).

Retroalimentación. Uso de un lenguaje autorreferencial, de tal forma que, si se contaran las palabras de un discurso político, en el top ten de vocablos más utilizados estarían sin duda alguna «gobierno», «partido» y «político».

Y los eufemismos.

Ah, el eufemismo, cuantos buenos ratos de interpretación nos ha traído a nuestras casas. Sabemos que los problemas importantes del mundo originan su propio vocabulario, pero hay que ser muy avispado para saltarse la clase de lengua y tirar por el camino más corto. Según Manuel Seco, eufemismo es «toda aquella palabra o expresión que sustituye a otra que se considera malsonante o desagradable». Y de nuevo, Lázaro Carreter añade y matiza: «proceso muy frecuente que conduce a evitar la palabra con la que se designa algo molesto o inoportuno sustituyéndola por otra expresión más agradable».

El eufemismo es, en fin, una forma de enmascarar la realidad o el pensamiento, desde el lenguaje amortiguado, la redundancia y la vaguedad. Forman una lista de las que nos gustan: dinámica e inconclusa.

Si se ha democratizado la cultura y los medios de difusión, si la tecnología está de nuestro lado y al servicio del entendimiento y el progreso, ¿cómo nos la van a «colar» con el lenguaje, que está en el origen del ser humano?

Recientemente escuchamos hablar del aborto como «ese asunto». El eufemismo en su cierta medida nos hace gracia. Como moda, no tiene por qué ser negativo. Pero cuando hace referencia a una actuación innecesaria e impopular, especialmente necesitada por su repercusión social de un explicación lejos de lo políticamente correcto, nos incomoda, nos indigna, y nos hace hablar de nuevo de los mismos temas con el tedio y la pereza que su propio lenguaje nos crea.

¿Quién va ganando en lo de la tilde de «solo»?

$
0
0
Fotografía: Yolanda Gándara.

Fotografía: Yolanda Gándara.

Junto al fútbol, la política y la receta de la paella, la tilde de «solo» es uno de los temas que provoca disputas más exaltadas. No vamos a analizar lo adecuado de esta norma que con tanta vehemencia se defiende y ataca, pues ya lo hicimos en su momento; vamos a estudiar su seguimiento con los medios disponibles, a saber: un corpus, un conocido buscador de internet, una calculadora y la opinión de nuestros lectores.

Datos según CORPES XXI

Contar tildes es una buena coartada para probar el nuevo corpus. Tomamos el año 2010 como referencia para saber si la publicación de la nueva ortografía ha servido de incentivo para enmendar el error al ponerlo de actualidad, aunque la norma no variara substancialmente. Pero no vamos a hilar tan fino como para diferenciar ese pequeño margen de «solo» que, por ambigüedad, antes debía llevar tilde y desde 2010 se desaconseja, porque sería buscar una aguja en concreto en un pajar lleno de agujas. Como veremos, la idea «sólo=solamente» está tan arraigada que resulta fútil detenerse en los casos en los que podría ser correcto el uso de la tilde, de manera que los que son incorrectos, y ya lo eran antes, son mayoría absoluta.

Como ya contamos aquí, el CORPES XXI contiene, de momento, formas hasta 2012 y está en proceso de recopilación, así que nos da la oportunidad de saber si la ortografía de 2010 tuvo algún efecto en los textos recogidos dos años después. Para hacer una comparación del antes y después seleccionamos todas las formas «solo» que fueran adverbio en 2009 y 2012 filtrando las que correspondieran exactamente a la grafía con o sin tilde. Las formas recogidas en 2012 son menos numerosas al estar en proceso de recopilación de datos, pero nos puede dar una idea del porcentaje de variación. Existe un margen de la forma «solo» con tilde que puede ser correcto —aunque no recomendado— que no se ha discriminado de los resultados, además, el corpus tiene pequeños desajustes por estar en construcción; hechas estas advertencias, los datos son tan abultados que permiten despreciar estos márgenes de error para hacernos una idea del seguimiento de esta norma.

Esquema 1

Como vemos, en 2009 el 89% de los adverbios «solo» en todos los medios recogidos corresponde a la forma con tilde, mientras que en 2012 se reduce ligeramente a un 84.5%. Esta diferencia es insignificante y no parece que, dos años después de su publicación, la Ortografía de la lengua española sirviera de aliciente para corregir el error endémico. Más aún si tenemos en cuenta que los datos de 2012 recogidos hasta ahora por el CORPES proceden de las siguientes fuentes:

Esquema 2

Es decir, no hay datos de fuentes como internet, que podrían elevar el porcentaje equiparándolo al de 2009. Para el objetivo de nuestro estudio esto es irrelevante porque, en cualquier caso, la derrota del «solo» sin tilde es evidente en este primer asalto.

Así pues, tenía razón Salvador Gutiérrez cuando a principios de 2013 reconocía este hecho. Aunque la noticia se haya interpretado popularmente como una derogación de la norma (incluido el redactor, que se cebó con las tildes en el titular y el epígrafe), evidentemente la ortografía no se modifica en rueda de prensa, sino mediante la publicación de la correspondiente obra, que es de carácter puramente prescriptivo. Por tanto, es una victoria pírrica la de los pertinaces tildadores, pues lo único que ganan es cometer faltas de ortografía.

Seguimiento en medios digitales

La eliminación de tildes en otros casos —como el de «fue», por ejemplo han tenido aceptación gracias, además de a la enseñanza en las escuelas, a la difusión en medios de comunicación y editoriales que aplican en sus manuales de estilo las normas ortográficas.

Para saber si en el momento actual los medios sirven para este propósito, hemos analizado cuatro medios digitales con un método algo más doméstico al no disponer de un corpus tan actualizado. Seleccionamos las entradas de cada sitio que Google muestra como «noticia» con un mes de antigüedad y en un mismo día. Para discriminar los adjetivos de todas las formas «solo» encontradas recurrimos al CORPES y hallamos que el lema «solo» comprende un 18% del adjetivo en este tipo de textos. Descontado los adjetivos, podemos hacer un cálculo aproximado del tratamiento del adverbio en cada medio.

El País

Como criterio general, la edición digital prescinde de la tilde en el adverbio (en un 84% aproximado de los casos). No obstante, es fácil encontrar tildes en «solo» (lo suficientemente abundantes como para no ser consideradas gazapos) en secciones de opinión, blogs y también, aunque en menor medida, en otras secciones y en noticias de agencia.

Captura de pantalla 1 2014-01-21 13.39.57

Tanto el titular (con tilde) como la primera línea (sin tilde) son iguales a la noticia de EFE. Esta práctica de trasladar las noticias de agencia sin ninguna modificación se da en todos los medios.

No es un protocolo impecable, pero de aquí en adelante todo es ir a peor, sin entrar en clasificar como peor el hecho de ignorar una norma académica como línea de estilo, sino el de no seguir ninguna línea.

El Mundo

La preferencia en el tratamiento del adverbio «solo» es inversa a la de El País: gana la tilde por un 75% y está presente en todas las secciones e incluso en titulares y primeras.

Captura de pantalla 2 2014-01-23 11.31.32

Es difícil determinar su criterio corrector y los adverbios «solo» conviven en armonía con el «sólo» sin una pauta concreta. Como anécdota significativa, en El Mundo encontramos uno de los pocos casos en los que «solo» se puede tildar para deshacer la ambigüedad entre adjetivo y adverbio; sorprendentemente no está tildado:

Captura de pantalla 3 2014-01-21 13.31.39

El titular es correcto, se recomienda prescindir de la tilde y se entiende perfectamente sin ella (en lo que respecta al adverbio, en el resto no vamos a entrar). Lo que resulta curioso es que en la misma edición coexistan numerosos casos con tilde en los que no hay ninguna ambigüedad y por tanto son ortográficamente incorrectos con uno de los pocos casos en que se puede poner y no se pone. Lamentablemente, tenemos que descartar la idea romántica de que el criterio sea llevar la contraria: la noticia es de agencia y se reproduce igual en todos los medios.

ABC

Gana el «solo» desnudo, que representa un 58% de los adverbios. Se observa una mayor frecuencia de casos con tilde en la sección de Deportes. En esta sección encontramos un interesante ejemplo de uso permitido de la tilde dada la ambigüedad del enunciado, aunque está recomendado no hacerlo. La tilde permite discernir que Di María solamente se acomodó el pantalón y no que lo hiciera en compañía de otros:

Captura de pantalla 5 2014-01-23 10.49.27

La Razón

Gana la tilde por algo menos del 65% de los casos. Aunque, como en ABC, también se observan más tildes en Deportes, la distribución es tan dispar que el único criterio que parece seguirse es el de salpimentar al gusto. Se encuentran titulares en portada con y sin tilde e incluso cambio de criterio en un mismo artículo entre el titular y la primera línea.

Captura de pantalla 4 2014-01-22 14.12.21

Resumiendo, solo El País tiene una línea de estilo definida aunque margine secciones o descuide algunos aspectos. El resto parece dejar al criterio de los redactores, las agencias o el albur el reparto de las tildes. Aunque no se han incluido, hicimos tanteos en otros medios con las esperanza de encontrar resultados más brillantes. No es el caso. En todas partes cuecen tildes y, como no es cuestión de sacar a la palestra a ningún colega modesto, entonamos un mea culpa:

Captura de pantalla 6 2014-01-21 13.52.17

En lo que nos atañe y sin entrar en cómo llegan a ello: dos medios optan por la tilde y dos medios optan por no ponerla, de modo que podemos decir que en este asalto el resultado es de empate y constatamos que los medios digitales ni promueven el uso de esta norma ni lo contrario, sea lo que quiera que sea lo contrario.

Seguimiento en prensa y libros (impresos)

Con la esperanza de encontrar en el papel un mayor esmero, revisamos algunos ejemplares de las obras situadas entre las más vendidas según dos conocidas cadenas de librerías y de los dos diarios más leídos.

El País (Edición de Madrid del 16 de enero de 2014).

Salvo dos tildes en dos «solo» (que ofrecían cierta ambigüedad salvable por otros medios) en Cultura, todas las demás secciones e incluso la publicidad y las promociones propias están impolutas. Esto hace pensar que la edición impresa sí se corrige.

Elpais

El Mundo (Edición de Madrid del 16 de enero de 2014)

Impecable: ni un solo «solo» sin su tilde. Incluso en los adjetivos.

Elmundo

Con este giro inesperado, recuperamos con esperanza la teoría de que lo de El Mundo es voluntario y no desidia correctora.

En lo que respecta a los libros, hay que celebrar que en una de las librerías tuviera un sitio entre los más vendidos Las 500 dudas más frecuentes del español, del Instituto Cervantes, para evitar que únicamente Ambiciones y Reflexiones, editado por Espasa, cumpliera escrupulosamente con las normas ortográficas (incluidas las últimas, pues en los primeros párrafos ya se encuentra un «guion» sin tilde). En la otra conocida librería nos conformamos con encontrar En llamas, de Suzanne Collins, editado por RBA, que igualmente respeta esta norma en otras obras, después de ojear cuatro ejemplares de los más vendidos que infringían la regla ortográfica (y en algún caso, varias más).

No es necesario ser más exhaustivos para reconocer una derrota en este asalto. Solo nos queda confiar en el criterio de nuestros lectores para ganar la batalla final.

Note: There is a poll embedded within this post, please visit the site to participate in this post's poll.

Félix de Azúa: Educación en el desierto

$
0
0
Foto: Tom Murphy VII (CC)

Foto: Tom Murphy VII (CC)

Con el paso de los años uno se pregunta si alguna vez volverá a existir la Literatura como asignatura central del bachillerato, se llame ahora como se llame. En su origen se la tenía como un museo de la gloria nacional y cada país mostraba con orgullo el repertorio de sus talentos literarios, los cuales, en algunos casos como el nuestro, arrancaban de la más remota Edad Media. Eso ha desaparecido excepto en lugares que por sufrir una identidad dudosa aún se empeñan en tener una literatura «nacional».

Hace años la asignatura todavía era importante porque con ella el niño y el joven comenzaban a conocer el alma del idioma y a desarrollar su potencia. Era el momento cimero de la lingüística, cuando se convirtió en la mathesis universal y la estudiaban hasta los peluqueros. Construir mejor, usar un léxico más rico, entender el laberinto gramatical, verle la sensualidad a las subordinadas, no era un ejercicio inútil sino que se tenía (y yo creo que con razón) como uno de los mecanismos mejores para el desarrollo de la inteligencia. Aquellos que saben hablar bien y con claridad, suelen también tener las ideas más asentadas que quienes solo balbucean o se explican de modo embrollado. En la actualidad tampoco esta razón tiene demasiado predicamento porque ha descendido el valor de la palabra y a los poderes públicos, generalmente balbucientes, no les interesa que los estudiantes sean más inteligentes que ellos. Peligraría su poltrona.

¿Para qué, por tanto, mantener la asignatura de Literatura? Junto con la de Filosofía, a la que me referí hace unas semanas, forma parte de esas enseñanzas que cada día que pasa ven apagarse su fulgor y nos parecen más cenicientas. Ahora bien, como el personaje del cuento, es posible que nuestra cenicienta literaria se case con el príncipe. Quiero decir que, descabalgada de toda utilidad de orden político, comercial o pedagógico, a lo mejor esta asignatura toma entonces su verdadera importancia como lo que es, o sea, el diccionario más completo que existe de la experiencia humana.

Esa viene a ser la opinión de José Carlos Mainer que acaba de publicar en Turner una muy útil Historia de la literatura española que llena el hueco de los estudios oficiales. Hacía mucho tiempo que no aparecía una historia de estas características, relato de más de mil años de relatos, bien organizado, claro, inteligente y de agradecida brevedad, menos de trescientas páginas. Se advierte que para Mainer la literatura no es tan solo un departamento universitario.

En su historia deja claro que la literatura es ahora simplemente «otra forma —más consciente, más rica de leer libros que nos gusten y que nos hablen de la infelicidad o de la dicha, del viaje o del enclaustramiento, de la soledad o de la compañía». Porque de eso se trata, de familiarizarse con el destino increíblemente variado, cambiante e inagotable de los humanos, con los cientos de miles de formas que toma su desdicha o su felicidad, la interminable tarea de recorrer el mundo entero y conocer toda clase de sociedades y culturas, la siempre apasionante verdad del que vive desperdigado entre los compromisos económicos y sentimentales, o la de quien se encierra para buscar el sentido último de su oscura aparición en el cosmos.

Siempre he creído que, dejando aparte las asignaturas propiamente técnicas, bastaría con una prolongada lectura, seguida de su discusión pública entre amigos o iguales, para que las gentes fueran mucho más interesantes y valiosas. Mejores ciudadanos, vaya. Quiero decir que, precisamente por no tener ya más valor que el propiamente artístico, es la literatura una de las mejores maneras de hacerse hombre (o mujer) en una sociedad a la que nuestro destino individual importa una higa y solo nos considera en cuanto peones de trabajo. A veces, ni eso.

De ahí que muchos españoles nos hayamos quedado de piedra al enterarnos, hace pocas semanas, de que hasta ahora se podía adquirir el título de maestro habiendo suspendido las Matemáticas o la Lengua y Literatura. Ejemplo magnífico de la enseñanza que se imparte en el país más bruto de Europa. Y notable prueba de que tenemos la clase dirigente más necia de nuestra historia, y mira que hemos tenido…


A ti qué te importa

$
0
0

Según la Real Academia Española, la palabra más consultada tradicionalmente en el DRAE es «cultura». Un dato inesperado para todos los que en algún momento de nuestra infancia, y más allá, nos hemos lanzado a las páginas de un diccionario con la intención de buscar una palabra que casualmente solía estar marcada como «malsonante» o hemos sentido la curiosidad de saber cómo se definía algo que se nos antojaba extravagante. Precisamente esa curiosidad que nos empuja al diccionario es el primer escollo que encontramos, al crearse una paradoja por la cual lo que contiene no nos atañe:

curiosidad.

1. f. Deseo de saber o averiguar alguien lo que no le concierne.

2. f. Vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle.

Este fallo en Matrix, similar al que se produce si pretendemos encontrar a Chuck Norris en Google, podría ser el origen del dicho popular «la curiosidad mató al gato». Es improbable, pero nos sirve para ilustrar esta entrada.

April-Killingsworth-CC

Fotografía: April Killingsworth (CC)

Para evitar que mueran gatitos como efecto colateral de nuestra curiosidad, vamos a husmear —concepto este más positivo­ otras definiciones interesantes. Uno de los campos escurridizos para la descripción es el que comprende lo fantástico, legendario o esotérico.

vampiro.

1. m. Espectro o cadáver que, según cree el vulgo de ciertos países, va por las noches a chupar poco a poco la sangre de los vivos hasta matarlos.

Si bien no se sabe claramente lo que son ni de dónde vienen los rumores de su comportamiento, parece que lo que está claro es que los vampiros son perseverantes y no tienen prisa. Tal vez eso justifique la existencia de la saga Crepúsculo.

zombi.

1. com. Persona que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad.

Evidentemente esta acepción se refiere a la víctima del vudú, pero no hay ninguna para el muerto viviente que todos conocemos a través del cine, la televisión, la literatura y el cómic. No es de extrañar que en The Walking Dead utilicen cualquier otro nombre. Es fácil imaginar a Rick Grimes despertando en medio del apocalipsis y hacer lo que haría cualquiera ante una duda: consultar el diccionario. Al encontrar la definición seguramente pensaría «pues esto no es» y así llevan varias temporadas, buscando cómo llamarlos.

fantasma.

3. m. Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos.

Como vemos, estos términos están definidos con cierto desaire hacia las fuentes («según el vulgo de ciertos países», «según algunos») que les resta credibilidad. Sin embargo, encontramos otros que pudiera parecer que son hechos históricos incuestionables. Los conceptos religiosos, aunque van siendo enmendados —como es el caso de una de las acepciones de «cielo», a la que se ha añadido en la próxima edición la coletilla «en la tradición cristiana», suelen presentarse como verdades palmarias.

avemaría.

1. f. Oración compuesta de las palabras con que el arcángel San Gabriel saludó a la Virgen María, de las que dijo Santa Isabel y de otras que añadió la Iglesia católica.

Es lo que podríamos llamar «la ficha de IMDb según San Lucas». Otro ejemplo de contundencia:

espíritu.

3. m. Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas. Espíritu de profecía.

También implican ciertas dificultades las definiciones de aquello que depende de la percepción de los sentidos. Las entradas de algunos colores han sido enmendadas en la vigésima tercera edición para añadir la longitud de onda que produce su estímulo, pero no por ello nos privarán del método descriptivo de la analogía naíf.

azul.

1. adj. Del color del cielo sin nubes

Tal vez habría que añadir «de día».

verde.

1. adj. De color semejante al de la hierba fresca, la esmeralda, el cardenillo, etc.

Lamentablemente, hemos perdido el cardenillo en la última revisión.

amarillo, lla.

1. adj. De color semejante al del oro, la flor de la retama, etc.

Podemos encontrar otros ejemplos sublimes en las acepciones de sabores y sensaciones al tacto.

Mención aparte merece la descripción de algo tan ligero que, aun siendo material, casi pertenece a lo intangible:

pavesa.

1. f. Partecilla ligera que salta de una materia inflamada y acaba por convertirse en ceniza.

En lo corpóreo también podemos encontrar algunos obstáculos, sobre todo cuando los cuerpos son extraños: ¿quién no ha tenido la tentación de ver cómo han resuelto el problema del ornitorrinco? Las descripciones de animales proveen las ediciones más antiguas del diccionario de pasajes terroríficos, ya recuperamos en su momento la de «murciélago». Los avances en el conocimiento de la fauna nos han privado de estos relatos, pero algunos casos se siguen antojando siniestros, como aquellos que pertenecen al orden de los Desdentados, también llamados «desdentados» a secas.

armadillo.

1. m. Mamífero del orden de los Desdentados, con algunos dientes laterales. El cuerpo, que mide de tres a cinco decímetros de longitud, está protegido por un caparazón formado de placas óseas cubiertas por escamas córneas, las cuales son movibles, de modo que el animal puede arrollarse sobre sí mismo. Todas las especies son propias de América Meridional.

perezoso, sa.

4. m. Mamífero desdentado, propio de la América tropical, que tiene unos 60 cm de longitud y 25 de altura, de cabeza pequeña, ojos oscuros, pelaje pardo, áspero y largo, piernas cortas, pies sin dedos aparentes, armados de tres uñas muy largas y fuertes, y cola rudimentaria. De andar muy lento, trepa con dificultad a los árboles, de cuyas hojas se alimenta.

Por último, añadimos tres hallazgos de Xosé Castro que han inspirado una iniciativa de Molino de Ideas, la Rae Poética, en la que se puede colaborar con vuestras aportaciones.

feminela.

1. f. Mil. Pedazo de zalea que cubre el zoquete de la lanada.

bardaje.

1. m. Sodomita paciente.

ciclán. 

1. adj. Que tiene un solo testículo. U. t. c. s.

Si has llegado hasta aquí empujado por la curiosidad, no te sientas culpable, pues no está el pecado en querer saber lo que no concierne a uno, sino en sentir tan solo curiosidad por lo que sí le concierne. ¿Acaso sería lícito que el ministro de economía sintiera mera curiosidad por la evolución de la crisis o un cirujano por el uso del bisturí?

Fotografía de portada: Bibliothekarin (CC).

Kanji: la belleza de la escritura

$
0
0
Foto: Corbis.

Foto: Corbis.

La escritura es una ocupación ordinaria, y aun así bellísima. Si no existiera la escritura, qué terribles depresiones sufriríamos. (The Pillow Book).

Qué hermosa es la caligrafía sinojaponesa… Columnas de caracteres complicados y magníficos, dibujos que condensan siglos de historia en unas pocas pinceladas elegantes. Dice Roland Barthes en El imperio de los signos que Japón es el país de la escritura, y su forma de plasmar el mundo en kanjis encantadores (o absurdos garabatos, según a quién se le pregunte) dice mucho de su cultura y pensamiento.

Aprender japonés puede resultar frustrante. Es un laberinto mortal de excepciones, inconsistencias, kanjis que cambian de significado o que se leen de siete maneras diferentes… Un lenguaje lleno de trampas y uno de los más divertidos de aprender. Propongo a los lectores de Jot Down un viaje por la escritura más hermosa del mundo, un tour que empezará con el dibujo de un sol y acabará pintando sobre la piel.

1. La mujer vieja y la pelota delimitada

El carácter para representar la lluvia debe caer como la lluvia. La palabra para el humo debe moverse como el humo. (The Pillow Book).

La palabra kanji (漢字) significa carácter chino: los antiguos japoneses no tenían un idioma escrito, así que adaptaron a su lenguaje oral los caracteres chinos que llegaban a través de emisarios, comerciantes, monjes coreanos… El japonés moderno usa tres formas de escritura simultáneas: los kanji con significado para las raíces de palabras; un silabario redondeado llamado hiragana, femenino en su origen y usado para terminaciones gramaticales; y otro silabario anguloso, el katakana, usado básicamente para extranjerismos y onomatopeyas. El chino utiliza solamente kanji, mientras que el japonés es fácil de reconocer porque mezcla kanjis y silabarios.

Mujer escribiendo, de Suzuki Harunobu (DP)

Mujer escribiendo, de Suzuki Harunobu (DP)

Hay más de cuarenta mil kanjis, aunque la mayoría de japoneses se las apañan con tres mil. Unos pocos son pictogramas: dibujos que representan objetos o personas. Así, es sol, árbol, 山 montaña o mujer. Otros son ideogramas, plasmaciones de conceptos como arriba o 大 grande, un kanji que representa un hombre abriendo mucho los brazos. También se pueden formar ideogramas compuestos: juntar por ejemplo los kanjis mujer y vieja para formar = suegra. Sin comentarios. O bueno, sí, comentemos: en la web KanjiDamage han creado la categoría fucked roots (raíces jodidas) para marcar los caracteres con orígenes más políticamente incorrectos o machistas, como 奥さん, literalmente «la persona del fondo», kanji usado para «esposa»…

En realidad la mayoría de kanjis (alrededor del 90%) son compuestos semántico-fonéticos… Es decir, caracteres en que una parte indica la pronunciación y el resto sugiere el significado. Por ejemplo, cobre y torso se pronuncian igual, dou; la parte de la derecha indica la pronunciación, mientras que el símbolo de la izquierda o radical da la pista del significado: indica que el kanji es un tipo de metal, y una parte del cuerpo.

Otro factor que complica adivinar qué significan los kanjis es que a menudo se ha perdido la relación entre componentes y significado debido a un proceso de simplificación. Por ejemplo, el kanji usado antiguamente para «país» era , la unión de los radicales «zona + delimitada», lo que tiene cierto sentido. Pero para reducir el número de trazos, se cambió «zona» por un carácter visualmente similar pero más sencillo de dibujar, el de «pelota», quedando país como , «pelota + delimitada».

Fotografía E. Dalla Luna (CC)

Fotografía E. Dalla Luna (CC)

2. ¿Y cómo demonios aprendo qué significan miles de caracteres?

Pues con mucha dificultad, para qué vamos a engañarnos. El método tradicional para occidentales implica escribir cada kanji centenares de veces memorizando el carácter a martillazos. Para elegir el orden de aprendizaje se agrupan los kanjis por conceptos (partes del cuerpo, estados de ánimo…) empezando por los más utilizados. Pero ay, desgraciadamente entre los kanjis más usados hay muchos complejísimos, con un gran número de trazos: un carácter difícil como 歯 quiere decir «diente», mientras que otros fáciles de dibujar no sirven para nada, como o «emperatriz viuda».

Afortunadamente, en 1977 el filósofo James Heisig escribió un libro revolucionario, Kanji para recordar, explicando un método para memorizar kanjis; un sistema basado no en la memoria visual sino en la imaginativa. Cada kanji se divide en componentes a los que se asigna un significado, y el estudiante imagina con ellos una historia absurda para sorprender a la mente, darle asco, excitarla, provocarle emociones que fijen la relación entre la historieta y el significado del kanji. Por ejemplo, el carácter de «ambición» es , y sus componentes (difunto) + (luna) + (rey). La historia puede incluir el fantasma de un rey difunto, que se levanta de la tumba con su cuerpo putrefacto iluminado por la luna, corroído por la ambición de conquistar el mundo… Como para olvidarse.

Este método sorprendentemente efectivo (así he memorizado más de dos mil kanjis) es exportable a otros idiomas. El método de Ramón Campayo se basa en un principio similar de asociaciones absurdas: para recordar que bauen en alemán significa «construir», el estudiante se imagina a Jack Bauer, enfrentado al reto de construir un edificio en veinticuatro horas para evitar que estalle una bomba atómica.

Fotografía: Travis Juntara (CC)

Fotografía: Travis Juntara (CC)

Estos métodos tienen defensores y detractores, pero puedo dar fe de que funcionan. Durante años llevé siempre encima tarjetas de cartulina que tenían en una cara un kanji y en la otra su significado según la lista de Heisig. También solía embutir en la mochila una copia de Japonés en viñetas de Marc Bernabé y el grueso tomo de Japonés para hispanohablantes, con lo que es un milagro que conserve las cervicales en su sitio… Como mínimo pude prescindir de las cartulinas con la llegada de los smartphones y las aplicaciones de tarjetas SRS (Spaced Repetition System) como Anki, ideales para el estudio de kanjis, vocabulario y prácticamente cualquier cosa. ¡Resuelto el tema de qué significan los kanjis! Pero se acerca un problema mayor… ¿Cómo demonios se leen en voz alta?

3. Firme, rígido, duro, sólido

Foto: Corbis.

Foto: Corbis.

Antes comenté que los japoneses adoptaron los caracteres chinos para su propio lenguaje oral nativo. Así pues, salvo excepciones hay dos formas de pronunciar cada kanji: la nativa japonesa kun-yomi o la original china on-yomi. Y aún peor: como la adopción de los caracteres chinos en Japón tuvo lugar a lo largo de varios siglos, hay caracteres con más de una pronunciación china. Un comerciante podía volver a Japón desde Shangai y enseñar que el carácter de «claridad» se pronuncia myo, pero años más tarde un monje procedente de Xi’an diría que se pronuncia mei, todo esto mientras los nativos japoneses llamaban a la «claridad» akira o también akarui. Un lío infame, agravado por el hecho de que no hay muchas pistas para saber cuál de estas pronunciaciones usar. Generalmente si un kanji va solo en una frase se lee con la pronunciación kun-yomi, la nativa japonesa, y si van dos kanjis juntos, se suele usar la pronunciación china… Excepto si son nombres propios, que se pronuncian a la japonesa (Akira Kurosawa se escribe 黒沢 , con el apellido primero como se hace en Oriente).

Cuando los caracteres chinos se adaptaron a la pronunciación japonesa, ocurrió un desastre: el chino es un lenguaje tonal con un montón de vocales, por eso incluso Sheldon Cooper tiene problemas para hablarlo. En cambio el japonés es fonéticamente muy simple, así que un nipón tratando de pronunciar en chino perderá los tonos y otras diferenciaciones. Puede que cinco caracteres con cinco pronunciaciones chinas diferentes (hōu, hóu, hòu, hou, hôu) acaben pronunciándose todos hou en japonés.

Esto provoca que haya un número brutal de palabras homófonas: si un japonés oye hou, puede hacer referencia a 法 – hou método, a 方 – hou dirección, a 報 – hou informe … Casi siempre se puede deducir por el contexto, pero más de una vez puede dar pie a confusiones (y a gran parte del intraducible humor japonés). A veces hasta emplear el contexto es complicado, ya que varias palabras pueden pronunciarse igual pero adquirir matices según cómo se escriban: la palabra katai (duro) puede escribirse como 硬いkatai (duro-rígido), 固いkatai (duro-firme) o 堅いkatai (duro-sólido). Esto hace que el japonés escrito sea más rico y sutil que el oral. Los kanjis son muy útiles para distinguir homófonos escuchados, tal vez por eso algunos shows de la televisión japonesa JTV se emiten con subtítulos… en japonés. Y por eso puede considerarse una ventaja molestarse en aprender los kanjis a la hora de estudiar japonés, en lugar de limitarse al japonés hablado.

4. El maestro, el suicidio ritual y las tres formas de escribir «clítoris»

A la que ya has aprendido un número respetable de kanjis puedes empezar con la parte más divertida del asunto: los jukugo o palabras compuestas por dos o más kanjis, que se leen generalmente con la pronunciación china. Cuidado: en general, utilizar demasiadas de estas palabras compuestas se considera pedante, aunque hay jukugo de uso muy común.

A menudo basta con saber el significado de cada kanji por separado para deducir el de la palabra compuesta, del mismo modo que no hace falta ser un genio para imaginar qué es un «abrecartas» si se conocen el verbo «abrir» y el nombre «carta». Así pues, la palabra librería 本屋 – honya está formada por los kanji de «libro» y «tienda»; y «vampiro» es 吸血鬼kyuuketsuki, la unión de absorber + sangre + diablo: demonio chupasangre.

No siempre la asociación es evidente. Por ejemplo 先生– sensei significa «profesor, maestro», como bien sabe cualquiera que haya visto Karate Kid, y está compuesta por los kanji de «antes» y «vida»: el maestro como alguien que ha vivido más que tú y puede dar ejemplo con su experiencia. Otros compuestos pueden despistar: 春画 – shunga significa «dibujos de primavera», pero no hace referencia a grabados de flores y paisajes, sino a ilustraciones sexuales. Saber que «primavera» es un eufemismo japonés para el sexo nos permite adivinar que 売春 – baishun, «vender la primavera» significa «prostitución».

También resulta muy nipona la palabra 心中shinjuu, que literalmente sería «el centro del espíritu», pero se refiere a un doble suicidio por amor, es decir, a la costumbre de resolver los amores imposibles mediante el expeditivo método de saltar a un río cogidos de la mano. El escritor Osamu Dazai lo intentó en al menos cuatro ocasiones, una de ellas con una camarera que prácticamente acababa de conocer.

Fotografía: Kako (CC)

Fotografía: Kako (CC)

A veces hay que recurrir a la ironía japonesa para entender una palabra, por ejemplo 親子, pronunciada oyako. El primer kanji es el de «padres» y el segundo «niño, hijo». ¿Es un oyako una forma de referirse a la unidad familiar? Pues no: es un plato típico de la cocina japonesa con pollo y huevos revueltos, es decir, «madre e hijo» devorados a la vez. Pero mi palabra compuesta preferida es «clítoris»: se escribe 陰核inkaku, con los kanji de «oculto» y «núcleo». Eso del «núcleo oculto» siempre me ha parecido muy gracioso, aunque las palabras más usadas para referirse al clítoris sean クリトリス kuritorisu o 栗ちゃん– kurichan, literalmente «castañita». En la misma línea, el significado de 陰唇inshin («labios ocultos») y de 巨根kyokon («raíz gigante») lo dejo a la imaginación de los lectores.

5. Mil océanos y mil montañas

Foto: Corbis.

Foto: Corbis.

Cuando lo que se junta son cuatro kanji tenemos un yojijukugo, frase corta que puede tener un significado muy prosaico (屋内禁煙okunaikinen = «no fumar en el interior») o formar una especie de refrán… Por ejemplo, 海千山千 – umisenyamasen, literalmente «mil océanos y mil montañas», se usa para referirse a alguien con mucha experiencia y recursos. El origen de la frase es la leyenda de que para convertirse en dragón una serpiente debe pasar mil años en el mar y mil años en las montañas, zanjando así la discusión tradicional de si pasar las vacaciones de verano en un camping de playa o montaña.

En este enlace os dejo unos miles de yojijukugo. Algunos son muy filosóficos y un tanto deprimentes, como el budista 会者定離 – eshajōri, formado por «encuentro + persona + establecer + separación», y que podría traducirse como «todo encuentro implica una separación», un aviso contra el apego excesivo… Prefiero otra expresión menos tremebunda: 異体同心 – itaidōshin o «diferente cuerpo, mismo corazón», frase usada para expresar armonía entre dos personas bien avenidas que actúan sincronizadamente con un solo propósito. El muy habitual kanji , leído shin o kokoro, significa «corazón» no en el sentido físico sino más bien «alma, espíritu, sentimientos».

Fotografía: Tetsumo (CC)

Fotografía: Tetsumo (CC)

Pero la expresión de cuatro kanjis más famosa es 一期一会 – ichigoichie, literalmente «una vez, un encuentro», simbolizando que cada reunión y cada momento son únicos e irrepetibles. No se puede cruzar dos veces un mismo río. Esta frase se asocia generalmente a las ceremonias del té o a las artes marciales: en este contexto se usa para echar bronca a los estudiantes que detienen a la mitad una llave si ven que no la están empezando bien… Termina lo que empieces, vive el presente y aprende de sus consecuencias.

 6. Escribiré sobre tu piel

El olor del papel en blanco es como el de la piel de un nuevo amante que se presenta por sorpresa surgiendo de un jardín lluvioso. La tinta negra es como el pelo húmedo. Y la pluma es el instrumento de placer cuyo propósito nunca estuvo en duda, pero cuya sorprendente eficiencia siempre se olvida. (The pillow book).

Fotografía: Beatriz Barriuso.

Fotografía: Beatriz Barriuso.

La caligrafía o 書道 – shodou («camino de la escritura») es una de las artes tradicionales más antiguas de Japón. Utilizando un pincel, un tintero en el que se diluye tinta negra sumi, pisapapeles y fino papel de arroz, los maestros calígrafos dibujan caracteres con diferentes estilos de escritura, desde el elegantísimo teisho al soprendente estilo cursivo. Para apreciar este arte no hace falta conocer la lengua japonesa: la belleza y armonía de los caracteres habla por sí misma… Y tanto la pulcritud ordenada como el apasionamiento caótico de los trazos dejan ver el carácter del artista, igual que las notas de una partitura o las pinceladas de un óleo.

De vez en cuando se organizan talleres en los que aprender a manejar el pincel, por ejemplo los de Casa Asia en Barcelona… Confieso que tengo muchos motivos para aprender, pero uno de ellos es, cómo no, lujurioso: adoro la práctica de utilizar como lienzo para la caligrafía el cuerpo humano desnudo. Una deliciosa perversión que Peter Greenaway inmortalizó en The Pillow Book, tórrida película en que la relación sexual e intelectual entre una escritora y un traductor se muestra con bellísimas imágenes en que los cuerpos se ofrecen como páginas de un libro vivo sobre el que escribir. Los personajes disfrutan de la caricia del pincel húmedo sobre la piel, la comunicación a través de la escritura, la belleza de innumerables caligramas.

Las caligrafías y dibujos que aparecen en esa película fueron obra de la artista japonesa Yukki Yaura, que toca todos los palos: pintura, cine, teatro, televisión y caligrafía. En octubre de 2010 Yukki visitó España por primera vez y expuso algunas de sus obras en la Antigua Casa Haiku de Barcelona. Tuve la oportunidad de asistir a la inauguración de la expo, donde la calígrafa realizó una demostración de su arte escribiendo sobre el cuerpo de dos hombres y una mujer.

Llevar esta escritura corporal un paso más allá implica tatuarse permanentemente en la piel los caracteres elegidos… Aunque en mi opinión la tinta lavable tiene una cualidad efímera que encaja mejor con el carácter japonés, tan preocupado por el mono no aware y la impermanencia. De hecho en el tatuaje tradicional japonés irezumi no se suelen usar kanjis.

Fotografía: Beatriz Barriuso.

Fotografía: Beatriz Barriuso.

Pero dejando esto de lado, la idea en sí de tatuarse un kanji no es mala: muchos caracteres sinojaponeses tienen su propia fuerza visual, y pueden ser significativos para la persona tatuada. El problema viene cuando los kanjis del tatuaje están mal escritos (¡incluso al revés!) o mal escogidos, especialmente si no se ha consultado a un chino o japonés nativo. En esta página veréis ejemplos: algunos muestran mala fe o imbecilidad del tatuador (dudo que nadie quisiera tatuarse «sopa de pollo con fideos» en la espalda) y otros intentan jugar con la pronunciación de los caracteres chinos para formar palabras occidentales, con resultados catastróficos (魔鳥楠 suena más o menos como «matrix» pero significa «pájaro malvado en un alcanforero»).

Y es que el japonés es un lenguaje especialmente propicio a errores hilarantes, como pedir un pastelito de unko (excrementos) en lugar de anko (pasta dulce de judías). Aquí tenéis alguno: terminaré este artículo contando mi favorito, que servirá para recordar la importancia de no mezclar las lecturas china y japonesa de un kanji. El carácter , que significa «sangre», se lee chi en su lectura japonesa y ketsu en la china, usada en palabras compuestas. Desgraciadamente, ketsu es también la forma coloquial de decir «culo». Durante una clase de japonés, un estudiante leyó en voz alta un cuento sobre vampiros, pero equivocó la pronunciación y en lugar de chi wo suu («chupasangre»), dijo ketsu wo suu («chupaculos»). Moraleja: si queréis aprender japonés, tened cuidado con los vampiros del beso negro.

Escena de The pillow book. Imagen Alpha Film Corporation / Nuevo Mundo Visión S.A.

Escena de The pillow book. Imagen: Alpha Film Corporation / Nuevo Mundo Visión S.A.

Un caso práctico del complemento directo preposicional: mis tetas

$
0
0
Fotografía: Jörg Schubert (CC)

Fotografía: Jörg Schubert (CC)

El complemento directo preposicional es una peculiaridad del español que ha sido objeto de numerosos intentos de sistematización y cuyo origen se podría encontrar en la confusión con el dativo por una necesidad de nuestra lengua de distinguir lo animado de lo inanimado, emparentado en este aspecto con el leísmo. Se da de forma generalizada la formación del complemento directo de persona con la preposición a y sin ella, como en latín, el de cosa. Sin embargo, esta regla general presenta numerosas excepciones y vacilaciones, de modo que es posible encontrar contraejemplos en todas las pautas. La mayoría de las gramáticas y manuales recogen una serie de normas que vamos a tratar de resumir y considerar a continuación:

– Llevan siempre la preposición a los nombres propios de personas y animales:

¿Ha visto usted a Mistetas?

Al ser Mistetas nombre propio de perro lleva preposición, no así, como norma general, en el caso de que el complemento directo designe una cosa inanimada:

¿Ha visto usted mis tetas?

N.B. Como vemos, aunque se dé homofonía entre los sintagmas nominales «Mistetas», nombre propio, y «mis tetas», nombre común de cosa, no debería producirse un error de interpretación entre ambos conceptos en una hipotética conversación.

– Los nombres comunes de personas y animales, generalmente, llevan preposición cuando van precedidos del artículo u otros determinantes que los identifiquen.

¿Ha visto usted al perro? / ¿Ha visto usted a mi perro?

En el caso de nombres comunes de animales, dependiendo del grado de afectividad entre el hablante y el animal se puede o no usar la preposición. Por esta razón es más frecuente su uso con animales domésticos. De igual modo, existe un mayor grado de identificación usando el determinante posesivo que el artículo, lo que implica un uso más frecuente de la preposición ligado al primer caso.

– No la llevan cuando no son identificables, bien por ir sin determinante, bien por ir precedidos de un u otros indefinidos. Con un/una se dan numerosas alternancias dependiendo del grado de identificación:

¿Ha visto un perro?/ ¿Ha visto a un perro?

La primera pregunta se refiere a cualquier perro y la segunda a uno en particular, el que se llama Mistetas, pero en esta ocasión el emisor o emisora opta por omitir este dato para evitar malentendidos.

– Como ya habíamos visto, los nombres de cosa no llevan a como norma general, pero sí en el caso de que exista personificación.

¿Ha visto usted a mis tetas?

En este punto nos tenemos que plantear si el complemento directo «mis tetas» podría personificarse de tal modo que, al construirse con preposición, diera lugar al equívoco de marras. En rigor y como recurso estilístico, sin duda. ¿Sería cuestionable la gramaticalidad de la frase He visto a Dolly Parton y a sus tetas? No si lo que queremos expresar es la importancia individualizada de ambos complementos directos. Así pues, se podría dar el enunciado y por tanto existe una posibilidad de confundirse con el primero.

En realidad esa posibilidad es bastante remota, pero estamos hablando de un contexto muy permisivo en el que un perro se llama Mistetas.

Esta historia perruna nos ha servido de subterfugio para repasar algunas de la numerosas pautas de comportamiento de este caso —que sería absurdo relatar aquí existiendo ochenta y una páginas de la Nueva Gramática de la RAE dedicadas a ello— y espero que sirva también para invitar a divagar sobre algo mucho más sugerente que las normas: los mecanismos de construcción del lenguaje que manejamos en virtud de nuestra necesidad de expresar ideas, en este caso la singularidad. Cuanto más personificado es el complemento, mayor exigencia de la preposición hay, produciéndose una jerarquización de factores en lo alto de la cual estaría el nombre propio de persona, mientras que a mayor cosificación, menor presencia de a.

También intervienen otros factores como la naturaleza del verbo: si funciona normalmente con un complemento directo de persona, implica al de cosa y viceversa. Por ejemplo, «saludar» suele funcionar con persona y cuando se usa con nombre de cosa, por influencia del contenido semántico del verbo, es habitual que lleve preposición. Se intuye aquí la misma causa psicológica que ya señalábamos: la necesidad de diferenciar personas de cosas.

En definitiva, existe una amplia libertad de elección de poner o no preposición según la abstracción que realice el hablante y numerosas combinaciones entre los factores que la determinan. Un tema interesante para la gramática descriptiva e inabarcable para la prescriptiva. Se dan tantas variantes que es imposible normalizarlas todas. Pero me gustaría verlas.

La entrada Un caso práctico del complemento directo preposicional: mis tetas aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Ante la duda: minúscula

$
0
0
Foto: Pixabay (CC)

Foto: Pixabay (CC)

Ante la duda: minúscula. (Fernando Lázaro Carreter)

El español ha ido progresivamente adaptándose a un uso restringido de la mayúscula al tiempo que sus funciones se han ido definiendo con más claridad, aunque, como sucede con otros aspectos de la ortografía y la gramática, intervienen muchas variables y resulta complejo sistematizar su uso. Podemos, eso sí, tener siempre en cuenta esta máxima que tan claramente nos indica la Ortografía de la lengua española de 2010:

… la mayúscula es la forma marcada y excepcional, por lo que se aconseja, en caso de duda, seguir la recomendación general de utilizar con preferencia la minúscula.

Los usos en los que no hay duda, en los que sí es obligatoria, se resumen en delimitar enunciados (condicionada por la puntación), marcar nombres propios o expresiones denominativas y formar siglas. No vamos a entrar en el desglose de cada epígrafe, desarrollados ampliamente por la Academia y al alcance de cualquier mortal por la misma vía que haya llegado hasta aquí. Nos vamos a centrar en algunos usos incorrectos, en ocasiones muy extendidos, con una causa común.

may1

La mayúscula de relevancia no está justificada desde el punto de vista lingüístico y la RAE recomienda «evitarla o, al menos, restringir al máximo su empleo, que en ningún caso debe convertirse en norma».

José Martínez de Sousa, autor de la obra Diccionario de ortografía de la lengua española y que suele explicarse con bastante sencillez y cierta ironía, dice de este fenómeno:

Hay, sin embargo, en la utilización de mayúsculas una tendencia que obedece a razones subjetivas. La mayúscula se justifica solamente por el deseo de expresar con ella exaltación, interés personal o colectivo, respeto, veneración, etcétera, que nada tienen que ver, en general, con razones puramente ortográficas. Muchas personas son incapaces de escribir naturaleza, destino, etcétera, con minúscula, porque les parece que no quedan suficientemente destacadas. La exaltación de lo propio por medio de la mayúscula es otro rasgo de esto que vengo exponiendo. Así, en escritos religiosos aparecerán con mayúscula Cruz, Hostia, Sagrada Forma, Misa, San, Fray; en escritos militares, los nombres de las armas y todos los cargos; y así en todo lo demás.

Este deseo de exaltación explica el uso de mayúscula sostenida que en la red se suele interpretar como grito. También motiva buena parte de las mayúsculas improcedentes que nos encontramos en prensa y en diversidad de escritos. Tal vez las más frecuentes sean las que se colocan a nombres comunes como «rey» o «papa».

El Rey, con mayúscula, es Elvis. Los apodos son nombres propios que suelen formarse del léxico común y se escriben con mayúscula inicial (con el artículo en minúscula). Así que en el caso de Elvis Presley sería apropiado utilizarla, no así cuando «el rey» se refiere al título de monarca.

La norma sobre mayúsculas en títulos y cargos, que fue ligeramente modificada en la ortografía de 2010, suscitó tal desazón que motivó reclamaciones de algunos medios a la Academia.

may2

En este artículo Salvador Gutiérrez argumenta sus porqués, aunque finaliza con poca esperanza prescriptiva. Una simple búsqueda en Google de noticias que contengan «rey» nos deja claro que es difícil contener el reflejo de usar capital, se ponga la RAE como se ponga. Aunque también influye la tradición y la existencia de normas anteriores, se percibe esta motivación subjetiva en el hecho de extenderse el fenómeno a todo el campo semántico (real, monarca, etc.) en usos claramente comunes. La misma tendencia se puede observar en todo lo referente a la figura del papa, que nos da idéntico resultado que «rey».

Podríamos pensar que somos más papistas que el papa a la hora de ponernos reverenciales. No es el caso. Basta con echar un vistazo a la encíclica Laudato Si’ o al portal casareal.es, el reino de las mayúsculas en el que no solo sus majestades los reyes cuentan con varias, como era de esperar, sino que cualquier palabra puede resultar agraciada y, para abundar más, se utilizan titulares de inspiración anglosajona, con destacadas aleatorias.

may3Otro campo fértil en capitales es el de la tauromaquia. Es común encontrar escritos con mayúscula inicial términos como «toros», «fiesta», «corrida», «tauromaquia», etc. tanto en medios especializados como generalistas. Esperanza Aguirre, habitual en pregones taurinos, nos regala en este texto una explicación de su uso liberal: «Sí, es verdad. Me gustan los Toros, así, con mayúscula, como hay que escribirlo cuando se trata de denominar a la Fiesta Nacional de España por antonomasia». Ortográficamente es incorrecta la afirmación de que haya que escribir «toros» con mayúscula en este caso, como lo sería hacerlo con cualquier otro nombre común de cualquier tipo de espectáculo. Igualmente es incorrecto escribir «fiesta nacional» con mayúscula en referencia a los toros. Si bien es cierto que existe un uso llamado «mayúscula de antonomasia» se refiere a la sinécdoque de un nombre común por uno propio (la Bestia por Lucifer), pero aquí hablamos de un nombre común con toda propiedad. La denominación «Fiesta Nacional de España» corresponde oficialmente, según Ley 18/1987, a la festividad del 12 de octubre; en este caso, y solo en este, es correcto escribirla con mayúscula.

Esta afición por la sobreabundancia de mayúsculas que comparten la casa real, Esperanza Aguirre y @masaenfurecida tiene su contrapunto en el portal idealista.com que hasta no hace mucho vetó su uso para evitar una voz más alta que otra. Sin llegar a este minimalismo, la mayoría de libros de estilo y manuales recomiendan evitar la utilización innecesaria de mayúsculas y su abuso se suele percibir como molesto para la lectura.

El fervor que impulsa a la mayúscula en los casos en los que ni siquiera existe tradición ortográfica podría servir de diagnóstico de las afecciones de quien la usa. Por supuesto, es defendible desde la libertad de expresión o la objeción de conciencia ortográfica. Lo que resulta asombroso es que siempre haya quien piense que el español está en peligro porque a los jóvenes se les ocurren cosas como escribir en las redes sociales con mayúsculas y minúsculas combinadas para resaltar sus mensajes.

La entrada Ante la duda: minúscula aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Test del listo que todo lo sabe

$
0
0
Foto: State Library Victoria Collections (DP)

Foto: State Library Victoria Collections (DP)

Corregir faltas es un vicio difícil de corregir. Si te ha incomodado la redundancia de la frase anterior, este es tu sitio. ¿Te sangran los ojos por una tilde? ¿Te enrocas en discusiones infinitas por una coma? ¿Eres de los que van a foros y congresos de lengua con un rotulador en la mano para señalar las faltas en los carteles? ¿Eres siempre tú el del rotulador en todos los eventos? ¿Has pasado directamente a los comentarios para afearme el uso de «evento»? Si aún sigues aquí, con este sencillo test podrás comprobar si estás preparado para las reyertas ortográficas y si tienes réplica y contrarréplica para las contiendas más escabrosas.

Cesar significa destituir

Hasta no hace mucho cualquier espontáneo tenía la oportunidad de saltar al ruedo correctivo en las numerosas ocasiones en las que el verbo cesar se utiliza como transitivo. Se acabó la fiesta: la última edición del diccionario de la RAE incluye como acepción «destituir o deponer a alguien del cargo que ejerce».

Hacer la peseta

La expresión «hacer la peineta», está muy extendida y suele protagonizar titulares cada vez que a un personaje popular se le antoja mostrarnos su corazón, con una probabilidad directamente proporcional de que alguien recuerde que lo correcto es decir «hacer la peseta». Efectivamente, el diccionario recoge esta expresión con el sentido de «dar un corte de mangas» y lo hace desde no hace mucho, 1984, para lo que lleva recogiendo. Al parecer, la expresión tiene su origen en un tipo de moneda que tendría una columna que aparentara un dedo levantado [Lo cierto es que la peseta columnaria tenía dos columnas —las de Hércules, como el escudo actual— que recordarían más al gesto de «los cuernos»], mientras que la peineta proviene de un supuesto error de Luis Aragonés en declaraciones hechas en 1992.

Así pues, «hacer la peseta» es un dicho registrado y correcto e incluso hay una explicación más o menos plausible de su origen. ¿Este hecho impide que «hacer la peineta» sea correcto? No necesariamente. Que no esté en el diccionario no significa que sea incorrecto. Las expresiones populares nacen de forma espontánea sin atender reglas y, si arraigan, se registran. De hecho, algunas locuciones actuales son evoluciones de otras anteriores. Según Google las peinetas son usadas casi el doble que las antiguas pesetas (y estas en muchas ocasiones para corregir a las otras) así que no sería de extrañar que sea una expresión que en un futuro quede registrada, con el aliciente de conocer su posible origen. Como colofón, el estadio de la Peineta debería pasar a llamarse «de Luis Aragonés».

Volviendo a la senda de la objetividad, recomiendo la lectura de este artículo de Pedro Álvarez de Miranda sobre el modismo «aceptar pulpo».

Olor de multitud

Es un clásico muy popular por ser tema de un dardo de Lázaro Carreter. «En loor de multitud» es una ultracorrección semántica ampliamente conocida, muy detallada en Wikilengua.

No es discutible que la correcta sea «olor de multitud» por antigüedad, frecuencia y predominio. Aunque todo es ponerse. Lo que sí es cuestionable es la excelencia de esta expresión, el DPD la califica de «aceptable» (tal vez como animal de compañía) tras una larga justificación en la que explica su formación por una suerte de inspiración medieval surgida en pleno siglo XX. Es tan artificiosa como «loor de multitud», solo que esta surge como parche de aquella (tal vez porque al hablante le resulta inextricable y no solo por petulancia como se suele indicar) y, aunque también está presente en habla culta, es francamente minoritaria.

listo1

Remover significa quitar

Entre los significados de remover se encuentra el de quitar y así ha sido desde el Diccionario de autoridades en 1737.

El DPD explica este uso que suele ser víctima de ultracorrección; lo que sería un caso de falso falso amigo o, más propiamente, un par de cognados (sí, cuñados). La Academia dice que no hay que censurar su uso, puesto que se utiliza habitual y tradicionalmente con este significado en habla culta. ¿Justifica esto la traducción de to remove por remover de forma indiscriminada? Basta con hacer una prueba de traducción inversa del principal uso de remover para ver que tiene un grado de equivalencia muy limitado con to remove y que solo en determinados contextos, en los que al menos no se compromete la comprensión, es adecuada. La RAE recoge los usos diacrónicos y sincrónicos en el ámbito panhispánico y quien traduce debe tener la competencia comunicativa para discernir cuál es el apropiado. «Lo pone en el diccionario y pienso usarlo» se esgrime como coartada de lo que son claramente calcos y no usos naturales. «Remover los excrementos» en las instrucciones de la arena de gato, por ejemplo, tiene muy mala interpretación.

Mejor los quitas. Foto: DP.

Mejor los quitas. Foto: DP.

No obstante, el calco semántico ha tenido éxito en otras ocasiones (ignorar con idea de no hacer caso, por ejemplo) incluso sin existir esa acepción previa y recuperar significados o matices no parece censurable si salvamos el problema de interpretación.

Deber/ deber de

Tradicionalmente la perífrasis «deber de+infinitivo» ha tenido valor de posibilidad mientras que «deber+infinitivo» lo ha tenido de obligación. Entendiendo por «tradicionalmente» lo que alcanza la memoria, puesto que la confusión entre ambas construcciones se da desde lejos y es posible que la diferenciación se estableciera de forma forzada. Muchos autores recomiendan mantener la distinción, pero la norma actual (que es con lo que contamos para ganar una discusión) es bastante tolerante. Según la Nueva gramática de la lengua española:

listo2

La que falta

Cualquier «listo que todo lo sabe» que se precie añade un imprescindible a la lista.

Bonus track: Localizar la coma indebida.

La entrada Test del listo que todo lo sabe aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Los siete pecados gramaticales

$
0
0
Imagen: Pixabay (CC)

Imagen: Pixabay (CC)

Me asomo a la ventana y compruebo que la mañana es gris y sórdida, casi inabordable. Como para ponerme en contacto con un exterior que me niego a visitar, me abalanzo sobre los papeles del día con cierto reparo. Reconozco que es en este tipo de jornadas cuando me empapo de la verdadera realidad gramatical que nos acecha. Puedo escuchar a Jack Torrance tras los maderos de la puerta, amenazando con destruir la normativa hispanohablante a golpe de disparate lingüístico. Ah, queridos, qué tiempos aquellos cuando el castellano florecía sobre los páramos de asceta de Castilla, con el Cid y Alfonso X cabalgando por él a lomos de un caballo libre y altivo. Ahora me abrazo al Diccionario panhispánico de dudas, como la sombra errante de Caín que siempre quise ser, esperando a que la RAE me saque de este mundo repleto de vicios opuestos a la enseñanza moral que los académicos transmiten. Vicio. Vicio por todas partes. La docta casa no se decide a limpiar, fijar o dar esplendor mientras yo solo consigo imaginarme a Dante recogiendo cada uno de los pecados en su Divina comedia, recreándose con las pobres almas que moran por el Purgatorio cargando pesadas piedras. Es entonces cuando, empapado de Dolce Stil Nuovo, cojo la pluma y, como si de un poeta del extrarradio se tratara, me dispongo a enumerar el vicio que, a estas alturas de la mañana, ya no me abandona. No busquen reproche en lo expuesto, es solo una crónica de los siete pecados gramaticales que nunca me atreví a enumerar… pero siempre hay una mañana dantesca para todo.

Avaricia posesiva

Sí, amigo, no se puede empezar por otro. Se trata, probablemente, del pecado más extendido. Si la avaricia no es más que el afán desordenado de poseer, qué hay más avaro que la enraizada costumbre castellanoparlante de pretender robarle al pronombre personal «mí» lo que, por sus propios medios, no ha sido capaz de adquirir el posesivo «mi». Esta lucha infinita entre lo posesivo y lo personal por ver quién posee la desposeída tilde, convierte al castellano en un idioma de posesos que solo satisfacen su avaricia cuando han derrotado al contrario. Por esta contienda, en ocasiones, se pasea también la nota musical «mi» y el pronombre personal «ti». Ya han sido varios los testigos que han confesado haber visto como estos dos intrusos se adueñaban de la tilde de marras, lo que recrudece aún más esta dolorosa batalla que, por mucho que a ti y a mí (creo que era así) no nos guste, parece no tener fin.

Gula adverbial

Otro clásico entre los pecados gramaticales de nuestra lengua. Una vez más, son los posesivos los encargados de facer el entuerto. Si al hispanohablante le proporcionas un determinante de este tipo, lo agarra con ambas manos exprimiéndolo como si de una simple preposición se tratara. Si la gula es un deseo desordenado de placer, podemos admirarla cuando el emisor nos transmite que alguien está «detrás mío» o «delante tuyo», colmando así al posesivo de todos los anhelos adverbiales que persigue. Ay, queridos, con lo fácil que sería dar paso a nuestras queridas preposiciones, tan simples pero tan elegantes, y olvidarnos del adverbio… pero nada. Mira detrás de ti, esto es el purgatorio y aquí, como todo el mundo sabe, se viene por haber dejado a un lado lo simple para centrarte en lo atractivo.

Ira imperativa

El pecado estrella ha llegado a nuestros párrafos. El famoso imperativo acabado en «r» tenía que colarse en nuestro particular purgatorio dejando la misma quemadura que ha dejado, durante años, en mi estado emocional. Es el hombre latino, en general, un personaje vehemente, de fuerte carácter y reacción virulenta. Quizás sea esta la causa por la que no son capaces de emitir una orden sin caer en el desatino. Es frecuente encontrarnos con perlas como: «¡vosotros, correr!» o «llegar pronto, ¿eh?». Es un mal tan expandido que incluso los políticos te animan a ser malo sin importarles el infierno que les espera al otro lado del imperativo. A los que piensen que este artículo está plagado de los juicios y las órdenes criticados en renglones precedentes, solo me queda decirles que todos estamos en manos de Dante y que cargaremos nuestras propias piedras tarde o temprano.

Pereza morfosintáctica

Es el latino, en general, una persona perezosa. Ya desde nuestros ancestros, que tardaron casi mil años en patearse medio mundo para expandir el latín por los, hasta entonces, pueblos libres de aquí, allá y acullá, hasta las personas de hoy, que intentamos recortar la evolución latina que recogimos hasta convertirla en un amasijo que sonrojaría al mismísimo Julio César. Pero sí, tú también, Bruto. Tú también abrevias cada participio, dejándonos *helaos con tus actuaciones. Tú también pronuncias *andé cuando todos anduvimos detrás de ti (¿o era detrás tuya?). Cuando hago por ver los numerosos programas de «hispanohablantes por el mundo», a menudo escucho la misma cantinela: «cuando te vas al extranjero, te das cuenta de lo difícil que es nuestro castellano». Yo me enorgullezco, hinchando el pecho como un general de la Legión VII. «Hay que ver qué de conjugaciones verbales tenéis», suele apuntalar un amigo escandinavo que intenta chupar cámara. Entonces, me acuerdo de la pereza y de lo rápido que ese noruego olvidará parte de los pretéritos de indicativo, el subjuntivo al completo y no me hagan repetirme con los imperativos. Esto es español, amigos, idioma para conformistas..

Soberbia complementaria

Cuando alguien dijo una vez: «no hay mal que cien años dure», obviaba por completo la encarnizada lucha que, en castellano, mantienen los pronombres por hacerse con el mando del complemento directo e indirecto. Si la soberbia es el afán de uno por ser más importante que los demás, yo he visto a nuestros queridos le, la y lo con los ojos inyectados en sangre, pugnando por hacerse con el premio del objeto con el que nadie contaba. Así, por ejemplo, el leísmo deja patente la soberbia del pronombre personal «le», que intenta hacerse con la acción del verbo que no recae sobre él. Lo mismo ocurre con el laísmo: el pronombre personal «la» quiere pasar de olvidado a referencia en un solo golpe sintáctico. La guerra por el acusativo y el dativo nos persigue, destruyendo las reglas latinas que heredamos del glorioso imperio. Me río yo de la soberbia imperalista de la Romania. Los dialectos de la lingua latina no conocen la piedad y, como buenos soberbios, no descansarán hasta sobrepasar a la lengua madre en importancia. Lo que no saben es que, para cuando eso ocurra, ellos también habrán muerto. Pero más vale lengua muerta que lengua humilde.

Lujuria impersonal

No puedo ser todo lo inquisitorial que debería con este pecado. Por resumir: el verbo haber, ese apoyo que todos hemos necesitado para cualquier conjugación, se siente solo y no sabe cómo afrontarlo. Es entonces cuando alguien le recuerda que no es más que un forma impersonal y que, como tal, nunca gozará de la compañía deseada. Pero el castellano es un idioma buscón y solidario por naturaleza, así que no duda en despojar de su impersonalidad al verbo y, adoptando el papel de Celestina lingüística, encuentra sujetos en cualquier esquina. Así aparecen las expresiones como, por ejemplo, «hayan amantes». Ojo, no les culpo. ¿Quién no se ha sentido solo una mañana cualquiera de un lunes de otoño? Es el síndrome del académico: solo puedes sentirte orgulloso del arma cuando es a ti a quien ha herido.

Envidia léxica

Es el nuestro un idioma rico, plagado de acepciones y sinónimos, que ocupa hoy el segundo lugar entre las lenguas más habladas del mundo solo por detrás del inabordable chino mandarín. No obstante, el castellanoparlante es envidioso por naturaleza y, por ende, necesita captar entre las lenguas circundantes todo tipo de banales y ridículos términos. Por ejemplo, ¿quién puede resistirse a utilizar la forma «hacker»? ¿Para qué vamos a hacer acopio de un término tan hermoso y esproncediano como «pirata»? Que no, que te he dicho que no. Si las lenguas germánicas lo utilizan, allá que vamos las latinas a copiarnos. No importa, ya pasarán los años para que podamos jactarnos de los extranjerismos robados. Si ya lo dijo Machado: «De lo que llaman los hombres, virtud, justicia y bondad; una mitad es envidia y la otra no es caridad».

La mañana parece no querer avanzar y yo ya me he torturado bastante. Cierro los papeles y dejo que sea otro el encargado de dictar sentencia. Por supuesto, de esto no se encargará la Academia, más preocupada por cómo debe ser la lengua que por cómo es. Me asomo por segunda vez a la ventana: ha salido el sol. Bajo a la calle y confirmo mis sospechas… ya es mediodía. Me refugio en una cafetería de la cuesta de Atocha y me lanzo a la etimología popular, lejos de las televisiones, las columnas y los sábados por la noche, comprobando que hay más sabiduría gramatical en una conversación de taberna que en cuarenta ediciones juntas del diccionario de la RAE. Quizás, después de todo, la lengua sea del pueblo y no de los tipos que censuran su utilidad en artículos como este, me digo. Apuro la cerveza de un trago y me marcho, todavía pensativo. No soy capaz de calcular lo mucho que me costará purgar cada uno de mis pecados. Vuelve a nublarse. En fin, no hay comedia más divina que la que nosotros escribimos cada día.

La entrada Los siete pecados gramaticales aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

La otra realidad del diccionario

$
0
0
Fotografía: Lupe de la Vallina.

Fotografía: Lupe de la Vallina.

Que las charlas con las madres son el oráculo de la clase media uno lo comprende cuando le sacuden en su propio terreno. El otro día, después de cinco cursos universitarios más o menos fértiles, tuvo que venir ella a mostrarme que el camino de los libros es completamente inescrutable y que, si te descuidas, en cualquier momento puede depararte una súbita conmoción. En un momento dado, la conversación se desvió hacia su primer recuerdo libresco y, para mi sorpresa, nada tenía que ver con el romanticismo poético ni con la magia novelística. Ella, todavía en su mocedad, esperaba sentada en el suelo de su pequeña casa de pueblo la llegada de su hermano. De pronto, este hizo acto de presencia con un artefacto entre las manos, visiblemente contento y orgulloso. Mi abuela preguntó por el origen y la clasificación del objeto. «Es un diccionario. Me lo han regalado en el ayuntamieno», fue su escueta explicación. Mi madre esperó a quedarse sola con su curiosidad y el pesado tomo para llevar a cabo la exploración… pero, a pesar de la expectación, nunca imaginó lo que entre aquellas páginas le esperaba. Quise saber más, pero ella se limitó a aclararlo de una manera abstracta. Según su propio testimonio, la llegada de un libro como aquel a las manos de una niña de provincias suponía encontrarse con el significado de la realidad, una especie de puente entre ella y un mundo exterior todavía poco explorado. Así pasaba las tardes, comprobando el sentido de tal o cual expresión, escrutando los rincones de su desconocimiento. Este es el motivo por el que aquel armatoste que nadie utilizaba habría de quedarse, para siempre, en su memoria. «Deberías probarlo, te sorprendería», apuntaló. Yo, siempre tan obediente, decidí que había llegado el momento de imitar en algo a mis padres y me dispuse a perpetrar el sugerido plan. Después de barajar las distintas posibilidades, me decanté por utilizar la página de la Academia como sucedáneo de aquel hermoso ejemplar que tanto entretuvo a mi madre. La otra opción pasaba por comprar la versión en papel, más actualizada que la versión web (sí, el papel más actualizado que la red), pero mi maltrecha economía no da para tanta erudición. Todavía contrariado por aquella relación abocada al naufragio entre cultura y economía particular, introduje el dominio en el explorador y comencé a navegar desconociendo, por completo, las sorpresas que me deparaba este mar semántico. 

Platero el mórbido

Como para todo inexperto en estas lides, las primeras leguas de navegación resultaron anodinas y poco productivas. Consulté algunas palabras cliché que me transportaban a otras palabras cliché sin encontrarme con nada extraño. No sé cómo (quizá por esa inclinación por lo extraño) pero, de pronto, me topé con la primera conmoción. Al pinchar en el término «alienígena», comprobé asustado que puede significar, si así lo pretende el hablante, «extranjero». Me asusté imaginando el torso desnudo del vecino del tercero, que había llegado a España escapando de nadie sabe qué desde nadie sabe dónde. Al susto le sucedió una especie de euforia poco común. Espoleado por esta sinonimia comencé a fijar mi atención en términos más jugosos. Mi mente viajaba ahora por caminos poco corrientes, entre el ocultismo y el misterio. Así llegué hasta el vocablo «espíritu», ese al que yo siempre le había asociado un concepto platónico, idealista, volteriano o algo así. Entonces descubrí que también puede significar «vapor sutilísimo que exhalan el vino y los licores». De nuevo, el diccionario me hacía comprender la vida (y, de paso, el porqué de aquellas alcohólicas e idealistas noches). Ya me sentía como «Nucky» Thompson en Boardwalk Empire, haciendo del alcohol mi bandera, cuando por ignorados avatares fui a dar con la palabra «mórbido». Me olvidé de la chulería de Buscemi y, al repasar el término, pronto vino a mí la relación entre su significado y enfermedades de toda clase. Pero cuán grande fue mi sorpresa cuando supe que su otra acepción es «blando, delicado, suave», como aquel Platero que Juan Ramón dejó como herencia para su álter ego. Yo no podía creerlo. Acababa de entender que el burro sobre el que giraba parte de la obra de uno de mis poetas favoritos era mórbido. ¿Se imaginan? Platero es pequeño, peludo, suave, mórbido… Saturado, decidí buscar algo de espíritu en la bodega para después continuar con la búsqueda. Había llegado demasiado lejos.

Pollas en las apuestas

Ya más tranquilo, quise retomar la actividad. De nuevo, los primeros bandazos resultaron infructuosos pero pronto entré en calor. El primer estacazo llegó al adentrarme en el término «aleluya». En contra de lo que yo creía, una de sus definiciones es: «persona o animal de extremada flacura». El diccionario me devolvía, otra vez, al mundo terrenal del que nunca debí salir, espiritualidades aparte, y me pedía olvidar las alabanzas a dioses lejanos para centrarme en estas costillas que, según mi madre, cada día asoman con más fuerza. El concepto había viajado, sin quererlo, del misticismo al estómago en un solo instante. La eterna discusión entre el cuerpo y el alma. Pero, en fin, con el espíritu y la flaqueza dando vueltas aún por mi mente, extraje de nuevo la botella de vino de la cámara sabedor de la difícil singladura que se me presentaba. Así llegó a mí un nuevo escollo: «grey». Intuía, por el influjo de alguna novela galdosiana, el concepto que le habrían atribuido, mas dejándome llevar por las últimas modas literarias (ya saben, las cincuenta sombras sexuales y todo eso), quise cerciorarme. Efectivamente, «grey» puede definirse como «rebaño». Me sonreí evitando exponer la relación que, de manera maliciosa, encontraba entre la definición y las modas literarias anteriormente referidas. Apuré el vino de un trago y, todavía con una sonrisa en la boca, una nueva maldad cruzó por mi teclado. La definición de la palabra «polla» no me pudo causar mayor perplejidad: «apuesta, especialmente en carreras de caballos». Ya me había servido la tercera copa cuando comprendí que el juego tenía que acabar.

El espejo me devolvió la figura de un loco («molusco de carne comestible») algo hortera («mancebo de ciertas tiendas») con los ojos («agujeros del pan») colorados («verdes»). Me dispuse a cerrar la sesión cuando, ya ebrio de semanticidad y alcohol, recordé una acepción que siempre me había parecido graciosa. Tecleé la palabra «lobo» en el buscador de la RAE y esperé a que el resultado le diese la razón a mi maltrecha memoria. Ahí estaba: «embriaguez, borrachera». No se me ocurría un mejor final para tan macabra actividad. Con dificultades etílicas apagué el ordenador para salir a la calle y tomar contacto con la verdadera realidad, esa de la que me había despegado durante mi viaje por el diccionario. Maldije a mi madre a la vez que entendía por qué su generación siempre será superior a la nuestra en lo que a imaginación se refiere. De fondo podía escucharse el rumor de la televisión del vecino exprimiendo los cerebros de los espectadores. Cerré la puerta con desprecio.

La entrada La otra realidad del diccionario aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.


Defensa apasionada (y razonada) de nuestras lenguas minoritarias

$
0
0
Foto: Certo Xornal (CC)

Foto: Certo Xornal (CC)

Leo por ahí que «como instrumentos de comunicación, entre francés y catalán no hay color». Ajá. O sea, que hay idiomas de primera y de segunda. Que un idioma no es per se un instrumento de comunicación y cultura o que uno es más y mejor instrumento de comunicación que otro. Que no todas las lenguas tienen intrínsecamente el mismo valor. Y eso, permítaseme la pregunta, ¿en virtud de qué? ¿De su número de hablantes? ¿De algún tipo de supuesta superioridad lingüística, ética o estética? Ya puestos, que se diga abiertamente, sin vergüenza, ambages ni diplomacia: porque uno representa a una comunidad económicamente más fuerte que otra; porque uno ofrece mayores y más jugosas oportunidades de negocio gracias a su expansión geográfica y posición geoestratégica y al producto interior bruto de su Estado; porque uno tiene mayor prestigio social que otro gracias al aparato estatal y mediático que tiene detrás. Pero que no lo disfracen bajo milongas pseudointelectuales relativas a la utilidad y eficiencia comunicativa.

No busque el lector contenido político alguno en la defensa que intento hacer de las lenguas peninsulares minoritarias, no, de ninguna manera. Todos mis argumentos son lingüísticos y culturales emitidos desde la tolerancia del vive y deja vivir, desde la autoidentificación sin exclusiones y desde el respeto a la singularidad y la diferencia. Y alguno que otro será sentimental. Sin embargo, los prejuicios contra estos idiomas periféricos sí podrían etiquetarse con mucha frecuencia como xenófobos, por cimentarse implícita o explícitamente en la asunción de que hay unas lenguas superiores a otras. Hablamos, digámoslo claramente, de racismo aplicado a las lenguas y, por extensión, a sus hablantes. Los ataques y desprecios al gallego, catalán, vasco y otras lenguas minoritarias suelen proceder de la ignorancia monolingüista nutrida de estereotipos simplones y mezquinos, incomoda si a su alrededor se habla una lengua que no sea la suya. Pero para entronizar al idioma propio —que muy afortunadamente no precisa defensa alguna, todo sea dicho— esas voces no necesitan hacerlo a costa de desconsiderar o desprestigiar ya no a la lengua ajena sino, de manera indirecta, a sus hablantes. Parece como si, para defender lo propio, algunos, en una artimaña de jibarismo mental, necesitasen poner en cuestión la importancia de lo ajeno.

Un idioma —cualquier idioma— es embajador y cauce de una civilización y transmite una sabiduría y una forma de vida; constituye un universo, patrimonio y seña de identidad. Y nunca el aprendizaje y el cultivo de uno puede servir de excusa para el desprecio, el abandono o el maltrato a otro. Rebajar un idioma es despreciar al hombre y atacar al humanismo. Porque, para esos que preguntan con altanería y chovinismo «¿y para qué sirven el gallego, el catalán o el vasco? ¿Qué necesidad hay de aprenderlos?», la respuesta es «para entendernos: este mi idioma, estos nuestros idiomas, sirven para entendernos y para describir y catalogar nuestro mundo», porque nuestras lenguas «minoritarias» que algunos tanto desprecian no son solo riqueza cultural, material e inmaterial, sino patrimonio natural: son parte de nuestra biología, de nuestro ecosistema, tanto como los helechos, los robles, como el tomillo y la genista, o como los gavilanes, las focas monje, los linces y las lampreas. Y porque su defensa constituye, mal que les pese a los reduccionistas de la internacionalización, la competitividad y el utilitarismo mal entendidos, toda una apertura de miras: la elegancia, la imaginación, la capacidad de análisis, reflexión y expresión, o la sensibilidad, el amor y la solidaridad no son patrimonio exclusivo de determinados idiomas ni mucho menos. Aquellos que consideran que no solo no resulta útil el aprendizaje y el uso de determinado idioma, sino que constituye toda una pérdida de tiempo, fondos y recursos, se mueven únicamente por la ambición de conseguir réditos materiales inmediatos y olvidan, muchas veces con malicia, que cualquier lengua, de un modo u otro, nutre una forma de vida.

Aprender es amar. Conocer es amar. Cuantos más idiomas conozcamos, más capacidades cognitivas tendremos, más perspectivas de vida manejaremos, disfrutaremos de más puntos de vista y de mayor flexibilidad y agilidad mental; por no mencionar que, como parecen indicar estudios científicos recientes, es el aprendizaje de idiomas un potente agente antienvejecimiento y de salud mental: las personas capaces de desenvolverse en más de una lengua no tienen inmunidad al alzhéimer, pero sí lo desarrollan de forma más tardía, y la demencia senil empieza a afectar a los hablantes monolingües un promedio de 4,5 años antes que a los políglotas.

Y a esos otros osados —es aquí más cierto que nunca aquel dicho que reza que la ignorancia es muy atrevida— que, alegando sentido común, mantienen desinformada y sesgadamente que determinadas disciplinas y asuntos no se pueden tratar desde ciertos idiomas, que algunos contenidos solo pueden ser transmitidos por lenguas eficaces y eficientes —entiéndaseme la ironía, por favor—, solo les podemos decir que cualquier idioma es exactamente igual de válido como vehículo de divulgación, y sí, también de comunicación científica. Tal vez el gallego, el catalán o el vasco no sean empleados para las comunicaciones ni publicaciones científicas a nivel universitario y profesional pero, desde luego, perdonen el desengaño al que les voy a someter, tampoco lo es el español. Hace muchos lustros que la lengua franca de la ciencia es el inglés y el idioma español no está, ni mucho menos, en disposición de disputarle ese privilegio.

Habría que verles las caras a aquellos miopes egocéntricos cortoplacistas, de horizontes mentales, espaciales y temporales limitados, que desprecian el aprendizaje del gallego, del vasco o del catalán por su supuesta inutilidad o poco provecho si supieran que Nicholas Beauzée en su día mantuvo que «si alguna vez el latín dejara de ser el idioma común de los sabios europeos, la lengua francesa deberá tener el honor de la preferencia». No, amigos, Beauzée no escogió el español… porque no tenía categoría suficiente. Menuda visión tecnocrática.

Si me dan a elegir qué idioma prefiero para mis hijos, escogeré el que retrate y describa nuestro mundo, el idioma que me dejó mi abuela. Sí, soy egocentrista, lo admito, pero ¿por qué mi egocentrismo es peor que el tuyo? ¿Porque tu idioma tiene más hablantes? ¿Porque la mía es una lengua sin Estado? ¿Porque no se emplea para la comunicación internacional?

¿Cuál es el mejor método para conservar nuestras lenguas minoritarias, para que no perdamos esta riqueza común? Sin duda, aprenderlas, utilizarlas, cultivarlas, mimarlas con la misma preocupación ecológica que a las especies protegidas o en peligro de extinción, difundirlas y prestigiarlas en todos los ámbitos y por todos los medios posibles pero, sobre todo, transmitirlas con amor a los que vienen detrás de nosotros.

Paradójicamente, los ataques y desprecios a gallego, vasco y catalán suelen llegar desde sectores que, en contradicción total con su nombre, se autodenominan conservadores: ¿no deberían ser estos —precisamente en virtud de su denominación— los primeros interesados en mantener encendida con brío la llama de esta riqueza? Estos ataques, además de ignorantes, no dejan de ser reveladores de una falta de altura de miras, de un reduccionismo empobrecedor y de un egocentrismo muy próximo a la xenofobia, totalmente alejado del «Homo sum, humani nihil a me alienum puto» de Terencio.

La entrada Defensa apasionada (y razonada) de nuestras lenguas minoritarias aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Desgrasiadas, simberguwensas y pinindihos

$
0
0
Imagen: The Bancroft Library, University of California (DP)

Imagen: The Bancroft Library, University of California (DP)

Dicen que en Filipinas, hasta que llegamos los españoles en el siglo XVI, no disponían de una palabra para designar el concepto «problema». Se quiere dar a entender con esto que exportamos ambas cosas: el concepto y su correspondiente palabra para nombrarlo. Es cierto que después de que Miguel de Legazpi y compañía pusieran el pie en el archipiélago, «problema» empezó a formar parte de ese 30% de vocablos de raíz española que se fueron incorporando al léxico del tagalo. Pero los nativos de aquellas islas sí que conocían disgustos y preocupaciones antes de nuestra arribada, y disponían de un vocablo, suliranin, para hablar de ellos. La incorporación del término hispánico, cuando allí contaban ya con uno propio con el mismo significado, puede que tuviera que ver más con nuestra idiosincrasia que con las circunstancias históricas de los habitantes de aquella parte del sudeste asiático. Quizás la palabra suliranin era apenas utilizada entre unas gentes cuyo lema vital ha sido siempre el bahala na —una especie de resignación ante los designios del destino— y «problema» se acabó imponiendo por su pronunciamiento reiterativo por parte de los occidentales, tan proclives a ahogarse en un vaso de agua ante el mínimo contratiempo. Por cada cinco problemas habría un suliranin.

El idioma español penetró en aquellas lenguas indígenas, influyendo en su morfología y en su fonética, de las que, a su vez, también recibió influencias. Se llegó así a un híbrido lingüístico. El exponente más notable es sin duda el chabacano, idioma mayoritario aún hoy en las islas del sur y en el que el 60% del léxico procede del español. Después de 1898, año hasta el que duró la ocupación española, hubo varias etapas en las que el kastiliano tuvo mayor o menor aceptación, oficialidad o, incluso, legalidad en Filipinas. En la actualidad, aunque no ha desaparecido completamente, ya no es idioma oficial, pero kotxe, tinidor, kutsara, simberguwensa, silya, ikonomia, paborito, kapasidad, malisya, nobyembre, okasion, o produkto son algunos ejemplos de las abundantes voces españolas que, con adaptaciones ortográficas y de pronunciación, forman parte del vocabulario del tagalo, idioma hoy, junto con el inglés, mayoritario en el país asiático.

Remontémonos en el tiempo a aquellos años en los que la tarea de empezar a comunicarse entre advenedizos y locales tuvo que ser tan ardua. No solo por la dificultad que conlleva aprender y enseñar un idioma totalmente desconocido, sino por lo complicado que resultaría conceptualizar una nueva realidad que aparecía, sobre todo para los anfitriones —anfitriones por obligación— de manera sorpresiva. Permitámonos sacar ciertas conclusiones a partir de algunas de las expresiones derivadas del castellano que acabaron siendo incorporadas al idioma de los filipinos. A través de este ejercicio, carente de toda pretensión científica, psicológica o sociocultural, podríamos elucubrar sobre las personalidades del prestamista y del prestatario y, asombrosamente, colegir que el español y el filipino de hoy somos en muchos aspectos el español y el filipino de los siglos XVI al XIX.

Confluían impulsividad hispana y carácter cándido del habitante de aquellas islas. Así se puede explicar que surgiera lamierda, una única palabra filipina con la acepción de «dar un paseo» o «salir de marcha» y que hoy forma parte del vocabulario del tagalo. Solo el poseedor de una mente conciliadora predispuesta a interpretar benévolamente las intenciones del prójimo propendería a dar por hecho que con un «ahora no puedo hacerte caso, ¿por qué no te vas a la mierda?» el español estaba sugiriéndole una actividad alternativa en vez de despreciándole airadamente con su característica espontaneidad.

Quizá sucedió una cosa similar con desgrasiada, que en tagalo significa «madre soltera». Mencionemos el influyente papel del estamento clerical en la ocupación y administración españolas de las islas; el proceso de evangelización fue masivo y, de hecho, Filipinas es el único país asiático católico. Imaginemos la más que probable situación en la que un religioso español de los que tanto peso tenían en aquella frailocracia recibía con un «¡otra desgraciada más!» a una muchacha célibe en estado de buena esperanza. Esta asumiría la expresión como una sencilla constatación de la realidad que le atañía, sin darse cuenta de que el español pocas veces abre la boca para constatar la realidad. Sabido es que tenemos que dejar salir el juicio de valor que arde en la lengua. Se dice que a los hablantes de idiomas en los que no existe el modo subjuntivo les cuesta mucho hacer suposiciones, debido a que carecen de un modo verbal para expresar figuraciones. Siguiendo la línea de este razonamiento, no sabríamos qué papel psicológico jugaría el modo indicativo para los españoles, que no hemos nacido para limitarnos a enunciar.

«Maldita», que pronunciada por un fraile español de los de entonces tendría que ser poco menos que un eufemismo de hija de Satán, se interpretó como «traviesa». Y hasta la actualidad ha perdurado esa acepción. Si supieran realmente el carácter demoníaco del calificativo quizá hubiesen exclamado el hoy recurrente susmaryosep! —que por la escritura parece tener más influencia del inglés, pero cuya pronunciación y dramatismo son muy españoles—, nuestro ¡Jesús, María y José!

Mahadera, por su parte, es una mujer muy habladora. No obviemos que mahadera, maldita y desgrasiada carecen de equivalente en masculino —una cosa similar a lo que nos ocurre con «ninfómana», por ejemplo—, lo que no nos deja en buen lugar, por aquel entonces, en materia de igualdad de género. Sin embargo, pinindeho, malformación de «pendejo», significa «cornudo» y solo existe en masculino.

Siguiendo con la retahíla de falsos amigos que provocaron malas interpretaciones por pensar bien —paradójico que una mala interpretación resulte de pensar bien— nos encontramos con kesehoda, palabra asimilada como una construcción adverbial cercana a la expresión «aunque sea». En este último caso es más difícil hacernos una idea del cuadro originario de este equívoco, pero no es descabellado situar su florecimiento en un «me da igual que sea su día libre. Que se joda y venga a trabajar un rato». En una sentencia despótica como esta, teniendo en cuenta la benevolencia del carácter filipino y con algo de retorcimiento por nuestra parte, se puede sustituir el kesehoda por el «aunque sea» sin que prácticamente varíe la estructura de la frase pero sí su crudeza. También hay filipinos que entienden el kesehoda como un «no me importa», lo que volvería a poner de relieve su tendencia a obviar la acritud de las expresiones originales españolas.

Torpe, en tagalo, es aquel con escasa iniciativa para conquistar a una mujer. «No te diste cuenta de que a esa dalaga le gustabas y has perdido tu oportunidad, por torpe». De escenarios como este debió de surgir la acepción señalada, próxima a tímido. Se dulcificaba la palabra con generosidad filipina, eliminando la connotación despectiva. Como resultado se obtenía un vocablo que definía un mero rasgo de la personalidad, sin contenido denigratorio. Pongámonos en la situación inversa, en la del español que tiene que completar con el contexto el significado de una expresión extranjera que no entiende. En la actualidad, por ejemplo, ¿qué es lo que la mayoría respondemos, casi como un acto reflejo, cuando un chino nos habla en su idioma y lo que nos cuenta nos suena a chino?: «y yo me cago en los tuyos por si acaso», reacción estándar del que desconfía por defecto, del suspicaz por naturaleza.

Dos de los insultos de cuyo propósito vituperador sí tienen plena noción los filipinos son putangina mo (ina es «madre», y mo significa «tú») y gago. Sin embargo, podríamos decir que en la asimilación de esta última palabra como «idiota» se dio el proceso inverso al hasta ahora tratado, pues en castellano es sinónimo de «tartamudo» y no constituye descalificación —o no debería— y, en cambio, el filipino lo utiliza para insultar. Y, por cierto, muchos filipinos serían tomados por gagos, en su acepción castellana, si nos atenemos a su propensión a duplicar palabras o sílabas: Lapu-Lapu fue el famoso guerrero que mató a Magallanes, a la vez que el nombre de un pescado, y sari-sari es la tienda típica de comestibles. Con Santa santita se designa a la que las mata callando, nuestra loba con piel de cordero, y con lokoloko al enajenado mental. Y quizá de la costumbre española de repartir ósculos entre ambas mejillas, un solo «beso» no significa nada en tagalo, pero sí beso-beso. Algunos vocablos de origen filipino con este tipo de estructura se han incorporado al vocabulario del castellano. Es el caso de «paipái o «yoyó».

Otra característica muy española cuya antigüedad se puede inferir a través de los préstamos léxicos es nuestra afición a alentar al extranjero a utilizar expresiones soeces en nuestro idioma. Con los filipinos la cosa puede que se nos fuera de las manos. Por aquel entonces aún no habíamos patentado la famosa rima del cinco, pero permitíamos, por no decir que fomentábamos con nuestro salero habitual, que aquellas gentes incorporasen el ludibrio a su identidad. Solo así se explica que hoy exista un legado de apellidos como Ardepolla, Empalmado o Buentipo, que, para más inri, se combinan con nombres como Yncredulidad, Mansito o Maricon. En el listado de personas que han dirigido un ministerio en el archipiélago podemos encontrarnos un Claro Recto, un Corazón Alma de León que dirigió el departamento de Bienestar Social, un Demetrio Demetria que fue ministro de Justicia y un Propsero Sanidad, cuyo nombre, con confusa ortografía, sospechamos que resulta de una errata en la transcripción por parte del funcionario del registro.

En 1869 Narciso Clavería, gobernador español en Filipinas, publicó un decreto en el que se obligaba a la población a escoger su apellido de entre una lista cerrada en la que la mayoría tenían resonancia española. El motivo principal de esta iniciativa era evitar que los nativos de las islas siguieran autodenominándose con nombres de santos, lo que, al parecer, resultaba más impertinente que hacerlo con implicaciones groseras o libidinosas. En la lista del decreto aparecía por ejemplo Tanga, que en tagalo significa «estúpido».

Tampoco salimos los españoles muy bien parados en otros aspectos como en el de la credibilidad. En aquellos siglos, cuando la picaresca y el donjuanismo eran santo y seña del íbero proceder, sería todo un clásico responder con un «seguro» a un «¿nos volveremos a ver después de lo de hoy?». Así, siguro pasó a ser «quizás» o «a veces» en tagalo, en el cual la certeza absoluta se obtiene con un sigurado. Además, bolero es «adulador», quién sabe si debido a que el español cuando adulaba es que no solo exageraba el piropo, sino que se lo inventaba de manera impertinente.

Resulta curioso, una vez analizado lo hasta aquí expuesto, que la definición de la RAE para «punto filipino» sea «pícaro, persona poco escrupulosa, desvergonzada» o que chabacano sea alguien o algo «sin arte o grosero y de mal gusto». Quizá podamos concluir con ello que lo de no ver la viga en el ojo propio y sí la paja en el ajeno es, desde hace mucho, también algo muy nuestro.

La entrada Desgrasiadas, simberguwensas y pinindihos aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

¿A quién quieres más?

$
0
0
Biblioteca del monasterio de Yuso. Foto: Yolanda Gándara.

Biblioteca del monasterio de Yuso. Foto: Yolanda Gándara.

Recibe San Millán de la Cogolla el sobrenombre de «cuna del español» por haberse escrito en el monasterio de Yuso de este municipio las Glosas Emilianenses, un hito que marcaría el nacimiento de nuestra lengua. El afán de los historiadores de ubicar, datar y amojonar acontecimientos ha puesto en tela de juicio que fuera allí precisamente donde el primer mortal rompiera a escribir en español e incluso que fuera español lo que escribía, pero de lo que no cabe duda es de que Yuso alberga entre sus muros vestigios imprescindibles de la historia de la lengua y el testimonio de la necesidad permanente del ser humano de hacerse entender. Desde las primeras glosas que alguien apuntó en un margen para hacer comprensible lo que ya no lo era, ha sido un no parar y hoy el latín es tan inescrutable que los desdichados estudiantes que se enfrentan a sus textos, como último remplazo de la mili de humanidades, apenas aciertan a glosar los márgenes con dibujos obscenos, mientras que el español ha alcanzado los quinientos millones de hablantes, ha producido un montón de campos de fútbol de obras literarias y es motivo de guerras sin cuartel como la del «solo» sin tilde.

1398283_10152136436191754_1347185172_oyy

Imagen: Antonio Martín.

En este marco incomparable (cliché dedicado a los correctores), Fundéu BBVA y la Fundación San Millán de la Cogolla reúnen cada año desde hace diez a profesionales de la lengua y el periodismo para lo mismo que pretendía aquel monje que glosó un texto en latín: comprenderse. En el sentido más extendido de «comprender» y en el etimológico. Este año se debatía sobre manuales de estilo y corrección en la era de la marca personal y estaban convocados correctores, profesores y filólogos en una esquina del ring; editores, periodistas y responsables de medios en la otra, y un ingeniero de Wikimedia al que mandamos un fuerte abrazo. En este seminario se llegó a conclusiones que pueden resultar de interés tanto a periodistas como a todo aquel que escriba con finalidad pública y a los propios lectores, que podéis encontrar resumidas aquí.

Según la opinión generalizada vivimos una etapa en la que se dedican menos esfuerzos a la pulcritud formal de los escritos. Sin descartar que esta sensación haya existido desde el nacimiento mismo del periodismo, es indiscutible que la producción vertiginosa de los medios digitales repercute en una atención menos escrupulosa. Otro de los aspectos que se apunta como causante de la presunta pérdida de esmero en la corrección es la conocida crisis que afecta a los medios y que ha llevado a disminuir recursos precisamente en este tipo de controles. Los especialistas en corrección defienden la imagen que se transmite a través de los textos; sin olvidar la responsabilidad que supone ser medio de difusión de la lengua. Por otra parte, ante la disyuntiva de dedicar medios humanos a producir contenidos o a supervisarlos, parece que los responsables prefieren la producción.

Este dilema es el que os traslado. Como lectora sé que queremos muchos contenidos, con una edición impecable, gratis y sin publicidad; pero, ante la dicotomía de tener menos información o peor escrita, ¿qué preferís?

Note: There is a poll embedded within this post, please visit the site to participate in this post's poll.

La entrada ¿A quién quieres más? aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Etimología para el fornicio

$
0
0
Foto Tfioreze (CC)

Foto: Tfioreze (CC)

Queridos nazis gramaticales, cansado como estoy de ver pasar las maravillas de la vida real entre neologismos absurdos y polémicas tildes, me he decidido a abandonar las armas para hablar de amor. Sí, se me antoja necesario que empecemos a tomar contacto con él si no queremos perecer entre tanta guerra lingüística. Por eso, para favorecer nuestra interacción con el mundo amatorio, he preparado algunas etimologías que nos pueden servir para defendernos durante el noble arte del cortejo. Antes de nada, animales lingüísticos, dejadme que explique que no siempre están claramente definidas las fronteras etimológicas y que, lo que este estudio cita como blanco, aquel lo cita como negro y viceversa. Dicho esto, acicalémonos. Vistamos nuestras mejores galas. Olvidemos las hostias que nos atizamos a diario por tal o cual movimiento sintáctico. Mirémonos al espejo antes de lanzarnos a la calle. La noche es joven.

Palabra

Aunque más tarde deberá dar paso a los hechos, lo cierto es que toda noche de pasión debe comenzar con un buen manejo de la palabra. Esta voz latina viene del griego «parabola», formado por «para» (al margen) y «bole» (lanzar). Por tanto, el término «palabra» expresa la idea de «lanzar una idea al margen de», es decir, «comparar». Por tanto, es indispensable una buena comparación para no dar al traste con nuestras aspiraciones.

Cerveza

Este término siempre nos interesa si de soltar la lengua se trata. El origen etimológico de «cerveza» no está tan claro. Al parecer, la forma nos llega de algún étimo celta, pero me gusta creer que pueda referirse al conjunto latino Ceres-Vis (fuerza de Ceres, diosa de la agricultura). Como curiosidad podemos completar este apartado explicando el porqué de la diferencia entre las voces hispánicas  (cerveza, cerveja o cervesa) y las del resto de Europa (bière en francés, beer en inglés, birra en italiano). Este motivo no es otro que la aceptación europea del verbo germánico «bier» (beber).

Despampanante

Ya con la fuerza de Ceres fluyendo por nuestras venas, llega la hora del contacto entre los futuros amantes. En toda noche de pasión, el primero de los contactos ha de ser visual. Este suele ir acompañado de un agradable sentimiento de aceptación. A veces, esa aceptación resulta desbordante y así aparece ante nosotros el término «despampanante», que nos llega del latín «des» (sin) y «pampinus» (vid, parra). Este origen tiene que ver con el sentimiento, también desbordante, de aceptación que Adán y Eva sintieron al observarse mutuamente sin la hoja que cubría sus partes pudendas.

Emoción

El siguiente paso consiste en moverse. Sí, por mucho que nos cueste, al movernos probablemente despertemos cierta «emoción» en la pareja, pues ambos conceptos están íntimamente ligados etimológicamente. Y es que «emoción» nos llega del latín «emotio», derivado del verbo «emovere». Esta forma se compone del prefijo «e» (desde) y «movere» (mover). Por tanto, emoción define el concepto «mover de un sitio», que yo traduzco por «salirse de lo común». Si despiertas este sentimiento en tu acompañante, tenemos mucho camino recorrido.

Erotismo

En este arduo trabajo, el «erotismo» desempeña un papel fundamental, ya que está relacionado directamente con el dios Eros, que al igual que el término «eros» son utilizados por los griegos para referirse a la pasión. Así, la «erótica» nos llega del griego eros (pasión) e «ika» (relacionado con).

Deseo

El último paso que habremos de dar antes de llevar la nave a buen puerto consiste en tratar de conseguir que surja el deseo en tu acompañante. El término «deseo» nos llega desde la forma latina «desiderare», que se compone del prefijo «de» (dejar) y del verbo «siderare», que puede traducirse por «ver las estrellas». Por tanto, si «desiderare» quiere decir «dejar de ver las estrellas», el «deseo» define el sentimiento que esta ausencia produce en el hablante.

Alojamiento

Si has llegado hasta aquí, enhorabuena: el experimento ha dado resultado. El siguiente paso será buscar alojamiento. Como curiosidad, debemos apuntar que «alojar» viene del latín «laubia» (cobijo), que a su vez deriva del protogermánico «laubas» (hoja).

Vagina

Demos paso a la etimología necesaria para analizar el fruto del amor. Empecemos con los órganos sexuales. La «vagina» parece que procede del latín y define el concepto utilizado para referirse a la «vaina» en la que el caballero introducía su espada. Esta forma metafórica fue ganándole terreno al también latino «vulva», que definía al órgano femenino de manera literal.

Falo

El órgano masculino no goza de la elegancia de su equivalente femenino. El término «falo» parece que puede derivar del hongo «phallus impudicus», que significa algo así como «falo oloroso» y que, como no podía ser de otra forma, es famoso por despedir un olor repugnante. Sobra decir que este hongo tiene forma de pene.

Estrógenos

En el caso de contar con un miembro femenino en esta relación, sería bueno que fluyeran los estrógenos por algún lado. El término «estrógeno» aparece gracias al latino «estrus», y este a su vez gracias al griego «oistros», que era el encargado de ponerle letra al «picor producido por un mosquito o tábano». Muy descriptivo todo.

Joder

Hemos llegado al punto culminante. «Joder», que a menudo se asocia con el acto sexual, deriva del latín «futuere» (golpear). Parece ser que los latinos «futuere» y «battuere» podrían haber nacido gracias al celta «bactuere», que significa «agujerear». Que con el paso de los años hemos perdido el poder metonímico de nuestros antepasados, parece claro.

Eyacular

Estamos llegando al final. Si el proceso termina con buena nota, es probable que también aparezca el término «eyacular». Este viene del latín «iaculum» (dardo) que se forma con el verbo «iacere» (lanzar) y el instrumental «culum». Por tanto, «iaculari» vendría a significar «lanzar un dardo».

Recordar

Dejamos para la última estación al más poético de los verbos. Si los participantes han quedado satisfechos, convendría que utilizaran el verbo «recordar», que deriva de la forma latina «recordari». Esta se compone del prefijo «re» (de nuevo) y el núcleo «cordis» (corazón). Por tanto, «recordar» podríamos traducirlo por «volver a pasar por el corazón».

La entrada Etimología para el fornicio aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Define Google

$
0
0
Fotografía: Yolanda Gándara.

Fotografía: Yolanda Gándara.

Desde marzo de 2014 Google integra una función de diccionario de español que, unida a la utilidad de mostrar directamente contenidos enciclopédicos, nos ofrece la posibilidad de tener todo el conocimiento universal a la vista o al menos dirimir al instante cualquier polémica blandiendo una pantalla. Los resultados propios de una enciclopedia son vistas previas de Wikipedia en las que se indica y enlaza la fuente, aunque no es necesario acceder a ella para una información básica. Esto facilita saciar nuestra curiosidad con un atajo de un clic que, evidentemente, es restado al tráfico de la fuente.

La función de diccionario nos muestra automáticamente definiciones de algunas palabras solo con buscarlas, mientras que en otras tendremos que usar el comando «define» (también admite «definir», «definición» «definiion» y casi cualquier aproximación que intuirá que se ha escrito mal). Así, si tecleamos en Google madre obtenemos directamente una vista de definiciones y ejemplos (que podremos ampliar si no satisface nuestra curiosidad), mientras que para obtener el mismo resultado de padre tendremos que teclear «define padre». ¿Por qué? Los algoritmos de Google son inescrutables.

Respecto a la procedencia de las definiciones del diccionario, cabría esperar que fuera el Diccionario de la RAE, que es el que se suele tener como referencia en nuestra lengua. No es el caso. Podríamos suponer entonces que Google ha decidido elaborar un diccionario de español, de tal forma que tuviéramos que elegir entre consultar el diccionario de la solemne Real Academia y uno hecho por lexicógrafos que se deslizan por toboganes de colores mientras elaboran acepciones. Elegiríamos los toboganes, sin duda. Pero tampoco es el caso. Aunque no se indica fuente, casi todas las definiciones y ejemplos corresponden literalmente al diccionario de español en línea de Oxford (que es la misma fuente que ya se utilizaba en inglés), si bien trata los datos con distinta nomenclatura y añade sinónimos. Si una definición no se encuentra en esta fuente, recurre a cualquier otra indicando «definiciones en la web».

Si alguien puede competir con la RAE, desde luego, es Google, y si existe la posibilidad de que se establezca como nuestro diccionario de cabecera, aunque sea por el hecho de que está un paso más cerca que buscar otro, tendremos que someterlo a inspección para saber si contiene ese tipo de términos o acepciones que podríamos encuadrar en el epígrafe «aberraciones de la RAE» que son causa de reproche a la Academia.

Una de las causas de conflicto generado por el DLE ha sido siempre su tendencia sexista, de tal forma que ha provocado la movilización de los feministas para modificar numerosas entradas. Aquí tenemos algunas del buscador que bien podrían impulsar #GolondrinasaGoogle.

madre

padre

Nótese que ser madre de familia requiere más requisitos y abnegación que ser padre de familia.

puta

La segunda acepción de puta es tan generosa que abarca «en general» a cualquier mujer. Tal vez el corpus con el que trabaja este diccionario es Forocoches.

calienta

Vemos que calientapollas es femenino y que nos remite a calientabraguetas (nombre femenino, col. desp. ‘Mujer que, intencionadamente, provoca deseo sexual en un hombre sin tener intención de mantener relaciones sexuales con él’). En el DLE es tanto femenino como masculino y la definición no es discriminatoria: un hombre también puede calentar a otro y el diccionario lo deja en «persona».

calienta2

Un tratamiento similar tiene el término ama de casa, que en la última edición del DLE es masculino y femenino y se define como «persona que se ocupa de las tareas de su casa», mientras que para Google las tareas domésticas son un coto femenino y preferentemente incompatible con otras actividades.

amoama

El colectivo gitano ha reclamado durante mucho tiempo la eliminación de la cuarta acepción del término gitano del DLE, que en su última edición ha sufrido una modificación. Google no solo mantiene la definición «que estafa u obra con engaño», sino que la primera acepción es una antología del tópico y no repara en correcciones políticas, por no hablar de imprecisión, al utilizar la denominación de «raza».

gitano

También podemos encontrar todo tipo de términos vulgares que suelen causar espanto al encontrarlos dignificados en el Diccionario, desde asín hasta vagamundo, y extranjerismos adaptados como jonrón, bluyín (sin marca geográfica) o el imprescindible güisqui. Como colofón, tenemos una inédita cocreta que algún algoritmo de Google ha logrado encontrar en lo que considera un diccionario, porque así se autodenomina.

cocreta

Algo similar ocurre si tecleamos «define de puta madre», expresión que, al ser localizada literalmente en algo llamado «diccionario», ciega a Google y nos lleva al ingenioso diccionario Jomis de tecnicismos.

deputa

Evidentemente el repertorio léxico que nos ofrece Google también tiene aspectos positivos, pero si vamos a admitirlo como diccionario de cabecera (mientras el buscador no cambie de opinión o versión) tendremos que someterlo a examen y crítica. En otras latitudes ya ha provocado algunas polémicas. No vamos a ser menos. Si es necesario, esperamos a ver pasar el coche de Street View para enseñarles el significado de pilón.

La entrada Define Google aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Viewing all 248 articles
Browse latest View live