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Ferran Torrent: «Escribir, como leer, es un estado de ánimo»

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Ferran Torrent (Sedaví, Valencia, 1951) es uno de los novelistas en lengua catalana más leídos y el escritor valenciano de mayor prestigio. Personaje mediático, periodista y referencia lingüística, ha estado presente con gran éxito en el panorama literario desde la publicación de la novela No emprenyeu el comissari (No me vacilen al comisario). Gràcies per la propina (Gracias por la propina) fuea galardonada con el premio Sant Jordi en 1994, y La vida en l’abisme (La vida en el abismo) quedó finalista del premio Planeta en 2004. Novela a novela, Torrent ha construido un mundo de ficción que representa una estampa de la ciudad de Valencia si no real, muy creíble. Con un uso del lenguaje ágil, rico en expresiones populares y neologismos, moderno en la adjetivación y con gracia en los diálogos, su éxito representa la culminación de la normalización lingüística en el País Valenciano.

Nos citamos con él en el restaurante Carmina, en El Saler. Viene de rodar para televisión. Mientras comemos un fantástico arroz, charlamos sobre literatura, lengua, política, corrupción y juego. Después vuelve a su casa en Sedaví, a seguir escribiendo la segunda parte de su última novela, Un dinar un dia qualsevol, que ya va por la quinta edición.

Ferran, ¿debería la Guardia Civil disolver la Academia Valenciana de la Lengua?

Es una declaración que hice en el Diario de Levante, si mal no recuerdo. Fue una coña sobre la Academia, y supongo que lo dije porque a veces te hacen una entrevista y dices: «Bueno, voy a armarla». Entonces hice esa declaración, pero la verdad es que no tengo ningún problema con la Academia ni con los académicos.

Lo que te parecía mal eran los sobresueldos que se habían puesto en época de crisis.

Eso sí. Siempre. ¿Sabes por qué? Porque tengo treinta y seis años cotizados, once como trabajador y veinticinco como autónomo; no he pedido nunca una subvención y me jode mucho la gente que vive de la subvención. No quiero decir la gente dependiente, ¿eh? Entiéndeme. Gente de la cultura. Yo creo que la cultura debe estar subvencionada en el cine, en el teatro… porque tienen una infraestructura difícil de mantener. Pero si eres escritor y tienes un trabajo, los sábados y los domingos escribes.

En el mundo de las letras empezaste como periodista trabajando en la revista El Temps. Te encargabas de los reportajes e investigaciones más oscuras, ¿te dieron estas el marco contextual de tu primera etapa como novelista del género negro?

Sí. Recuerdo dos anécdotas. Quien se encargó de la prostitución de menores en el año 86 fui yo, y tuve la suerte de contactar con un abogado que tenía el sumario. Leí el sumario y me impresionó mucho. De ahí salió Un negre amb un saxo. Y el primero que entrevistó a Terra Lliure fui yo, pero después El Temps no quiso publicarlo, porque lógicamente era una entrevista delictiva. Fui con Jesús Ciscar, que era fotógrafo de El País. Nos convocaron en Perpinyà. A mí primero me convocaron en Andorra, y después fuimos a Perpinyà. Allí nos pusieron unas gafas oscuras y entrevisté a tres. Uno de ellos era mujer, evidentemente por la voz lo pude saber. Nunca supe quiénes eran, y después la entrevista no se publicó.

¿Ellos iban con capucha?

Sí, ellos con la capucha, en un chalet de Perpinyà, en las afueras. Llevábamos gafas oscuras, no sabía dónde me llevaban.

¿La tienes?

No. Quien tiene las fotografías es Jesús Ciscar. Ahora está retirado, entonces era fotoperiodista de El País. Yo tuve un contacto para entrevistar y lo aproveché porque a mí siempre me ha interesado este tipo de reportaje. Estuve a punto de entrevistar a Peixoto, el recaudador de ETA. Fui al País Vasco y llegué hasta Idígoras, pero de ahí ya no pude pasar. Me interesaba lo prohibido, era lo que realmente tenía atractivo para mí.

Como periodista, ¿qué te parece la entrevista de Sean Penn al Chapo? 

Tengo noticia de ello, pero no la he leído. Me parece sensacional. Yo lo hubiera hecho. Y tanto. Y a Bin Laden, y a quien fuera. Siempre que hay un tipo de entrevista así, evidentemente hay una negociación previa. Debe haber unos límites, pero no unas obligaciones. No puedo decir dónde estás, pero tú no me puedes decir qué preguntas tengo que hacer. Esos serían los únicos límites que pondría. Me comprometo a que si la policía me pregunta, no diré nada sobre ti, pero tú no me vas a marcar las preguntas. Las que no quieras, no las respondas.

Has dicho alguna vez que antes que escritor eres novelista. Decía García Márquez que un buen periodista puede ser escritor pero un buen escritor no puede ser buen periodista.

No. No tiene razón en eso. Cuando yo decía que antes que escritor soy novelista era porque no me creía capacitado para hacer de todo. Solo para hacer novela, pero no artículos, por ejemplo; sí para escribir reportaje, porque me interesa mucho, porque está muy unido a la literatura. Sobre todo porque el reportaje siempre tiene algo de vital, y mi literatura es muy vitalista. Me siento muy unido al reportaje. No estoy de acuerdo con la afirmación de García Márquez.

Dices que en la novela negra ya no se puede ser original, que es suficiente con ser entretenido. ¿Llegar a esa conclusión es lo que te hizo cambiar de registro como novelista?

Cambié por una razón: pensé que o cambias tú, o te cambia el público, es decir, te deja. Más vale que cambie yo a mi público. Y además por apostar. Soy un tío muy inquieto y prefiero equivocarme a quedarme quieto. Prefiero el fracaso a no experimentar. Siempre pienso que mi vida no puede ser rutinaria. Aunque hay rutinas que me gustan y las conservo, llega un momento en que me aburro. Antes de aburrirme, tengo que cambiar; porque si me aburro seguro que hago alguna barbaridad. Por desesperación. Antes de hacer el cambio, por ejemplo, a Gracias por la propina, hay cambio de registro. Antes de hacerlo, hay dos novelas. Esas dos novelas son de transición. Preparando el cambio.

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¿Cuándo supiste que querías dedicarte a escribir ficción? ¿Qué te llevó a ello?

Cuando era adolescente, a los quince años. En la plaza del pueblo yo era el que entretenía a la gente contando historias. ¡Joder, era un plomo! Pero en ese momento no sabes que vas a ser escritor. No creo que ser escritor sea una cosa que tú proyectas en esta vida. Te viene. Vas haciendo pruebas. Yo hice un relato corto: El caso de la muñeca hinchable, creo que se llamaba, o algo así. En catalán: El cas de la nina inflable. Y entonces me dieron un accésit y a partir de ahí… No es como cuando de pequeño dices: quiero ser futbolista y acabas siendo minero.

Podrías ser camarero, ¿no?

Eso es una broma que hice. A mí siempre me han gustado los camareros porque me parecían como un símil de novelista. Me llamas, te sirvo, te cuento una historia, te cobro. Es como el novelista. Pero camarero es bastante duro.

Te consideras un narrador hiperrealista. ¿Usas la ficción para evitar querellas? ¿Estás más cerca de Patricia Highsmith o de Truman Capote?

No, no por evitar querellas. Al menos cuando en una novela cuento la realidad valenciana, no lo hago por evitar una querella. Lo hago porque creo que es una forma magnífica de poder contar la realidad de mi tiempo. En cuanto a Highsmith o Capote… me gustan mucho los dos. No me importaría estar cerca de uno o de otro, no tengo ningún problema porque son dos escritores a los que admiro.

Hay gente que estudia tu obra y la divide en dos etapas. ¿Estás de acuerdo con esta división? 

No, yo creo que la primera inflexión es Gracias por la propina, y la segunda es Societat Limitada (Sociedad Limitada). La primera etapa es hasta Gracias por la propina, a partir de ahí es la segunda y a partir de Sociedad Limitada es la tercera. La gente que hace tesis sobre ti saca conclusiones que tú no tenías previstas, y es porque el subconsciente también trabaja. Creo que son tres etapas, pero la primera es más homogénea, y las dos siguientes son más heterogéneas. Después viene el crítico y dice que has hecho esto y… tienes que aceptarlo, no hay ningún problema. A mí me da igual. Como si quieren decir que tengo cinco etapas. Pues cinco. Lo que tengo claro es que quiero construir una obra, es lo más consciente que he hecho. Lo otro… hay muchas cosas que son inconscientes, salen solas y después el crítico o el estudioso te las saca. Pero consciente, no: yo lo que quiero construir es una obra de mi tiempo, de Valencia, de mi sociedad. Eso lo tengo claro. Y después con tres o cuatro ingredientes que casi siempre se repiten: un outsider, lo que es legal y lo que es moral.

Es curioso cómo Un dinar un dia qualsevol arranca en Mestalla, como si el fútbol fuera el motor que impulsa la sociedad.

Sí. Antes de responder esta pregunta te cuento cómo nació esta novela, porque es bastante curioso. Se publicó el año pasado. Hace un par de años, yo llevaba tres sin publicar ninguna novela y vino el director general de la división de catalán de Planeta a hablar conmigo, a ver qué coño estaba pasando aquí: tienes un contrato, no lo estás cumpliendo. El restaurante Carmina estaba cerrado y quedamos en un bar, en una calle paralela a esta, que se come muy buen pescado. Entonces viene el tío de Barcelona, muy amable, me invita a comer, un buen vino… Y yo pensaba: pobre tío, se va a ir sin nada, porque no tengo nada. Era Emili Rosales. Entonces llega un momento y dice: «¿Cómo llevas la novela?, ¿estás escribiendo algo?». Y le digo: «Sí, tengo una historia con cincuenta hojas, ya está en marcha». Eso era en abril. Él decía que se alegraba, que cómo no le había dicho nada, y yo… «Pues porque quería darte un sorpresón». ¡No tenía nada! Absolutamente nada. Tenía una idea vaga de lo que quería hacer, pero nada más. Entonces, llego a casa y me digo: «Pero qué insensato soy. Cómo he sido tan insensato de engañar a mi editor. ¿Ahora qué hago?». Y él me dijo: «¿Cuándo lo tendrás?» Y yo dije que en octubre estaría terminado, «porque claro, con la marcha que llevo… claro, con cincuenta hojas». «Así la ponemos para Sant Jordi de 2015». Y yo: «Seguro, seguro». Y llego a casa y tenía el personaje, y tenía sobre todo lo que siempre tengo para hacer una novela: la filosofía. Es decir: por qué quiero hacer esa novela (que es lo que siempre me planteo). Es la primera vez que he empezado una novela sin tener nada de argumento. Nada. Me pongo al día siguiente a escribir. Esa noche el Sevilla juega en Valencia, y está ganando el Valencia 1-0, y en el último minuto, en la prórroga, marca el Sevilla. Y entonces me voy a los telepredicadores, que a mí me interesan mucho, y me digo: «Así voy a empezar la novela». Ya veremos qué va a pasar.

Es un texto que finalmente tiene trescientas hojas, exactas, y yo tenía doscientas cincuenta y no sabía aún cómo coño iba a acabar la historia. Era muy periodística, en el sentido de que cada día yo hacía un reportaje en la novela. Cada día, ¿eh? Y es la primera novela que he escrito que me ha hecho replantearme el hecho de escribir novela. De hoy en adelante quizá voy a hacer como en Casablanca, que no tenían guion. Por ejemplo, quiero hacer la segunda parte. ¿Por qué la quiero hacer? Porque yo quiero explicar el segundo sistema, cómo la gente vive en un sistema B, pero no en el de Bárcenas sino en el otro: que hay un 20% de la economía española en el sistema B. Gente que no es antisistema, sino que se nutre del sistema para fabricar otro sistema. Y eso a mí me interesa mucho, porque lo conozco bastante bien y quiero contar esa forma de vida. Vale: pues ya tengo la filosofía, el porqué.

Y el final…

Es un final metaliterario. Ya lo hice en Bulevard dels francesos. Lo que hice entonces es narrarlo en tercera persona, y una parte en primera persona. Entonces lo que hice es coger dos personajes de la tercera persona para que narren en primera y completen lo que no ha dicho el narrador en tercera. Esto es lo que hago. La última novela tiene dos finales. Yo sabía que faltaba algo, y es ahí donde juega el subconsciente. Yo iba en el tren, a comer con Ferran Montesa, director de Le Monde Diplomatique. En verano quedábamos casi todos los días, y le pegaba unas palizas al pobre… Porque yo cuando empiezo una novela me obsesiono absolutamente, no existe otra cosa. Yo decía: «Falta algo». Y me respondía: «Déjame ya, vamos a hablar de política». Y yo con lo mío, que estaba con una novela a la que le faltaba algo. Porque el subconsciente te guarda cosas, el cabrón, hasta que un día te lo lanza: «Claro, ¿qué falta? completar. ¿Y quién lo va a contar?». Pues lo cuenta Ferran Torres, un escritor que apenas tiene papel en la novela pero como él es escritor y el protagonista, que es periodista, no puede contar eso, pues el escritor le dice: «Lo voy a contar yo, voy a empezar por el primer capítulo». Y el primer capítulo es el último de la novela.  

Ferran Torres, tu alter ego en Un dinar un dia qualsevol, también aparece en Gracias por la propina y en Només socis. En L’illa de l’holandés es más fácil identificarte con Dalmau. ¿Por qué te interesa la metaliteratura?

Fíjate que a mí me interesaba más el doctor Ferrús que Dalmau.

¿La isla es Tabarca?

No. Te voy a decir lo que hice. A un amigo mío, arquitecto, le dije que me hiciera un mapa de una isla que tuviera una calle sola. Me lo hizo, me lo puse delante para escribir y, cada vez que hablaba de la isla, veía el mapa. Pero yo no conocía Tabarca, la conocí después. Es horrorosa Tabarca, está llena de quillos estirados en la playa.

Siguiendo con la metaliteratura, al principio de tus novelas dices que tus personajes son ficción aunque parezcan reales. Y no es difícil que el lector identifique personajes. Por ejemplo, alguien que ahora ya no es tan polémico, Júlia Alexandre de Sociedad Limitada podría ser la exconsejera Alicia de Miguel. ¿Hasta dónde te atreves a hacer paralelismos con la realidad? ¿Y con qué objetivo? En Un dinar… hay un alto cargo sospechoso de pedofilia.

En la novela te atreves hasta donde sea, no hay ningún problema. En el tema de la pedofilia no pondré nunca el nombre, porque, si este personaje en cuestión estuviera acusado de pedofilia en la realidad, yo lo podría sacar, pero no antes. Te explico la base de todo eso: entre novela y novela, voy a muchos restaurantes. Hablo con mucha gente. Tengo dos o tres personas que me informan mucho. Una en particular está muy metida en muchísimas cosas. Entonces saco información, no tomo nunca notas porque la información que me dan es de contexto. Te pueden dar información concreta, pero lo que me interesa es por qué se producen las cosas. Me llegó una información de un alto cargo que todo el mundo decía que era pedófilo, y que además —cuando lo diga, él sí que sabrá que es él, pero los demás no— todos los días va a misa a las seis de la mañana. Y a mí eso me pareció fascinante en el sentido de que era un personaje ideal para una novela: alguien que a las seis de la mañana, todas las mañanas, oye misa, y es sospechoso o presunto pedófilo. Me gustó por todo lo que suponía en la sociedad valenciana del PP: mucha hipocresía; corrupción e hipocresía.

«El empresario valenciano, a diferencia de la burguesía catalana, ha preferido siempre las putas a la tradicional querida».

Así empieza Sociedad Limitada. El empresario de aquí es más pragmático. No se puede generalizar, pero es mi sensación. Lo que conozco es que prefieren las putas porque no tienen problemas: pagan y van a las cinco de la tarde, llegan a casa a las ocho, atienden a la familia, todo el mundo está contento, ¿entiendes? En cambio, si tienes una querida y te vas con la mujer a Dubái… tienes que llevar a París a la querida. Tienes que ir empatando continuamente. La prostituta no te exige nada. La particularidad es que pueden tener prostitutas como queridas. En casas de confianza, con madame y todo, tú tienes la tuya. Tú pagas, incluso te la puedes llevar de viaje, pero no estás obligado. Con la querida, ojo, tienes obligaciones. Porque le dices: «Mira, la semana que viene me voy con la mujer a Dubái». Ella primero lo consiente porque sabe que es la segunda, pero cuando llegues, te dirá: «Yo quiero ir a París». Una vez recuerdo que había que hacer un viaje con catorce tíos. Trece casados y yo. Y no se pudo realizar el viaje porque eran trece excusas. Y eso era imposible. [Risas] Dos, bueno… pero trece eran demasiadas ya. Recuerdo que incluso me vacuné. Era un viaje africano. Me sirvió para ir a Senegal, después.

Lo que he observado es que en los años sesenta el empresario era trabajador para después pasar a ser empresario; apenas sabían firmar pero tenían claras tres cosas: el chalet, el Mercedes y la puta de lujo. Eran los tres pilares del empresario de aquella época. Venías aquí en los tiempos buenos, hace diez años, y las marisquerías estaban llenas de macarras. Los notarios, llenos de macarras. Y las putas de lujo, lleno de macarras. Los tres pilares eran las marisquerías, las putas de alto standing y los notarios. Si estos tres puntales funcionaban, la economía iba bien; si no funcionaban, Valencia se hundía. Ese es el titular.

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La corrupción en Valencia aparece con mucha fuerza en Sociedad Limitada (de hace unos quince años) y ahora en Un dinar un dia qualsevol. 

Hay veces que me he hecho una pregunta muy criminal: ¿qué hubiera hecho yo si no hubiera gobernado el PP en Valencia? [Risas] Es verdad. Desde el año 96 hasta el año pasado, mira mi bibliografía y verás que el 70% de las novelas son gracias al Partido Popular. Mientras lo hacía no me daba cuenta. Un día me digo, «Hostia, por qué me quejo tanto del PP, si yo he vivido de ellos». Yo escribo Gracias por la propina y después La mirada del tafur (La mirada del tahúr), que es una historia sobre el juego y sobre anarquistas. Pero a partir de 2000, que es el apogeo de la corrupción valenciana, sin el PP no tengo literatura. Es verdad que he hecho Bulevard dels francesos, que no tiene nada que ver; es verdad que he hecho La vida en el abismo, que tampoco tiene nada que ver; pero mi leitmotiv literario está en la corrupción y en la sociedad valenciana. Cuando estaba Lerma, que por cierto es amigo mío, era muy aburrido todo porque era honrado. Era todo muy gris y honrado: no pasaba nada. Pero es que ahora puede pasar lo mismo. Yo tengo esperanza en la especie humana de que de aquí a dos años haya algún corrupto de estos. Podemos, Compromís, PSOE. Demasiado buenismo. Fíjate, Ribó ha puesto los puntos céntricos de la ciudad a treinta kilómetros por hora. Haciendo footing te pueden multar. Vas por Guillem de Castro, y vas a más de treinta corriendo. ¿Tú crees que a treinta se salvan vidas? ¿Y cuántos psiquiatras vamos a necesitar? [Risas]. El otro día llegaba tarde, cojo un taxi en el pueblo —vivo a diez kilómetros de Valencia—, entramos en Valencia y le digo al taxista: «Vas a cincuenta». Y él me dice: «Es que no puedo ir más deprisa». Le dije que debía ir a treinta y dijo: «¡Y una mierda voy a ir a treinta! Cómo vamos a ir a treinta por Colón. Ve a treinta y te llaman hijo de puta y de todo». Pero a estos nuevos políticos hay que aprovecharlos durante dos años, que están limpios y tienen ganas de trabajar. Dentro de dos años ya bajará el sarampión de hacerlo todo y salvar el mundo. Ahora hay que aprovecharse de ellos: hay que pedirles de todo, que lo van a hacer. Después ya entrarán en la rutina política.

¿Crees que son dos años?

Como el amor. Dos o tres años, y después ya viene el encontrarte a gusto y ya está. Lo político es igual. Siempre hay excepciones, ¿eh? Un político que esté en el cargo treinta años puede ser honrado. Y puede haber una pareja que durante treinta años se amen. Pero yo creo que lo importante no es el amor, es la correspondencia, la solidaridad, estar a gusto. Lo del amor ya es muy liado. Eso es de adolescentes. No me miréis así, coño. A los treinta años haces el amor. A los cincuenta haces el guarro.

Tus libros se han traducido a varios idiomas, ¿cuándo empezaron a traducirse? Vendes más en alemán que en castellano, ¿por qué?

No recuerdo cuándo empezaron a traducirme. La primera traducción fue al castellano. En los años ochenta me tradujo Anagrama, y de la otra editorial no me acuerdo. Un negre amb un saxo fue la primera. Después ya empezaron con el alemán en Gracias por la propina. Y ahora ya están en alemán, en italiano, en francés, y en rumano. Estaba comprado en Irán. En farsi tenía un contrato. Leyeron la novela y dijeron: «No me jodas; esto no lo podemos publicar». Y estaba el contrato y todo, y yo más contento que la hostia pensando que me iba a Irán con la novela.

¿Quién traduce tus libros al castellano?

Escribo en catalán. Me aconsejaron que me presentara al Planeta, y al mismo que me corregía las novelas en catalán, Felip Tobar, le dije: «Ayúdame a traducirme al castellano». Yo no me atrevía a traducirme porque es muy difícil traducirse a uno mismo. Tienes muchas dudas. Preferí que la tradujera él y yo supervisar. Podría traduciros a todos, pero a mí no. Porque yo tendría piedad con los demás, pero conmigo… no.  

¿Cómo has evolucionado como escritor? ¿Cuándo crees que mejoras la técnica, el estilo?

A base de revisar tus defectos, o lo que tú crees que son tus defectos. También con la ayuda de gente de la que te fías y que saben de literatura. Y cuando lees te das cuenta de lo pequeño que eres cuando lees a otros que son muy grandes. Yo creo que es un aprendizaje que va con todo. Con la autocrítica, con la crítica de la gente de confianza y con el tiempo natural de maduración. Una cosa que tengo observada es que a medida que escribes más, tienes más problemas para escribir. Muchos más. Yo ahora tengo más problemas que hace veinte años, o quince o diez. Cada vez que pongo una frase, me parece que es una frase idiota, me parece que es una frase mezquina. Y eso debes controlarlo, porque si no, no escribirías. Al final tienes que decir: muy idiota no será porque yo muy idiota no soy. Me puede salir algo que no esté bien, pero muy idiota seguro que no porque yo soy un idiota normal. No va a salir nada más que alguna idiotez, como tiene todo el mundo en sus novelas. Pero cada vez tienes más problemas porque la exigencia es mayor, tienes más lecturas y reflexionas más sobre literatura. Yo creo que en Gracias por la propina está el cambio.

¿Cuál es la vida natural de un libro?

Suele durar un año. Mis libros más vendidos son dos: Gracias por la propina y Sociedad Limitada. Y Bulevard dels francesos también. Pero no te puedo hablar de cifras porque no las sé. No es que no me preocupen: soy un profesional. Pero eso lo sabe mejor la editorial.

¿El personaje del Rubio existió en tu vida?

Sí. No tal cual, pero sí. La vida en el abismo empieza con una partida de copo que pasó en la realidad y que para mí fue un trauma. Recuerdo que era el año 72 o 73, aproximadamente. Siempre que paso por allí me acuerdo de esa partida. El copo es un juego muy sencillo. También le llaman el hijoputa. Tú tienes tres cartas. Te sacan una… y el dinero encima: me juego doscientas pesetas. ¿Pierdes? Pones doscientas. Había nueve mil pesetas sobre la mesa en aquel momento. Yo estaba a mano del crupier, el crupier es cada vez uno de la mesa. El crupier me da y me entra una sota, un rey y un as. Y me digo: «Hostia, no puedo perder con esto». Nueve mil pesetas. Eso era todo un verano, ¿eh? Era junio. Me pongo blanco porque sé que voy a ganar. Y toda la gente se me queda mirando. Entonces digo: «Copo». Como sin querer insultar. Carta: pum. Me sale el caballo de la sota. Me cago en dios. En el copo tienes que tener dinero para responder, y yo no llevaba nada. El Rubio estaba allí, y me echan la bronca, me querían capar, me querían matar. Yo pongo un papelito: debo nueve mil. Y dice el Rubio: «¿Lleváis nueve mil?». Nadie las llevaba. Todo el mundo hubiera copado con eso. Él dice: «Voy a copar con tus cartas», a Juanito «el Moro». Y tenía una mierda de cartas… copa y lo gana: nueve mil y los de mi papelito. Entonces me fui con él y le dije: «Oye, esto voy a tardar en poder pagártelo». Por entonces me ganaba doscientas doce pesetas al día limpiando acequias. De la timba, a limpiar acequias. Doscientas doce pesetas. Y él me dijo: «Bah, no te preocupes, pero me lo tienes que pagar. Porque el juego se paga». Y lo pagué al final, poco a poco. A través de ese tío, conozco todas las timbas de Valencia. Entro en el mundo de la pelota bancaria, los pagarés… aunque eso ya no debe de existir.

Todavía existe, e incluso en formato electrónico. Ya no necesitas ni si quiera una firma.

Yo pensaba que eso ya no existía. Qué bueno. Ahora me interesa también el mundo del dinero electrónico. En Noruega solo se paga un 6% con dinero en efectivo. En Inglaterra lo van a hacer también. Cuando lo hagan aquí, que hay un 20% de economía sumergida, va a ser un desastre.

Un desastre para la economía sumergida, pero para el Estado es una maravilla.

Sí, pero no lo van a dejar hacer porque ellos saben que hay un 20% de economía sumergida. Y saben que no pueden hacer eso teniendo así el paro. Tengo un conocido que sale en La Sexta, se llama Juan Carlos Galindo. Lo conocí porque era el guardaespaldas de Paco Roig, el que fue presidente del Valencia. El tío se puso en contacto conmigo un día y me dijo: «Es que quiero hablar contigo, porque tú haces este tipo de novelas, y yo soy un experto en blanqueo». Sale en La Sexta a explicar el blanqueo. Me explica muchas cosas y un día me contó —que me lo tiene que volver a explicar, porque yo tenía prisa ese día— cómo funcionan los pakistaníes. Que funcionan de puta madre, pero con dinero.

¿Te consideras intrépido?

Yo soy un tío que si me pillas en un día loco, soy un loco. Pero generalmente soy alguien al que le gusta el abismo, pero estético. Llega un momento en que me digo: «Si doy un paso más, me estampo. De manera que me voy a quedar aquí para ver cómo se caen todos». No por gusto, sino porque voy a escribirlo. Si tú eres traficante de armas o sicario, seguro que me voy a quedar contigo toda la noche. No es que te admire, pero me interesa. Claro, hablar con camareros es normal, pero a un sicario no me lo encuentro todos los días. Me interesa mucho como novelista la cara B.

El valenciano Raúl Mestre, campeón del mundo de la IFP, nos contaba que la clave del póquer está en hacer estudios estadísticos de las jugadas que serán más rentables… Rompe un poco con la parte romántica que tú cuentas.

Yo no lo veo así. Pero él es más profesional que yo. Conozco una timba que son cinco o seis, y siempre son los mismos. Y siempre pienso: «¿Cómo pueden jugar siempre los mismos? ¡Se conocen!». Pues todavía se sorprenden, y juegan todas las semanas. Eso es lo que a mí me interesa. Si yo estoy jugando contigo al dominó durante diez años, ¿cómo es posible que todavía me sorprendas? Cuando hay profesionales pasa eso. Todavía hay capacidad para sorprender. Lo que dice Mestre lo veo muy intelectual. Muy matemático.

¿Has jugado al póquer online?

No. Nunca jugaría a nada online, ni a máquinas. Por ejemplo, ahora en el Casino de Valencia, si tú quieres jugar al black jack ya hay máquinas. Pero yo no voy. Prefiero con crupier. Y me gusta mucho jugar contra el crupier solo al black jack.

Hemos visto que te atraen los tipos que vulneran las normas, ¿también los políticos que vulneran las normas?

Eso es más complicado. Los políticos me atraen muy poco. Me atrae el poder, creo que está muy bien, pero yo no sabría utilizarlo. Sí que sería un buen asesor para el poder, en cambio. Me gusta asesorar al poder. No lo hago, ¿eh? Pero le echaría imaginación. Le veo tantas posibilidades. No puedo entender, por ejemplo, que los políticos en campaña vayan a los mercados y cojan un niño. Eso para mí sería denunciable. Yo, como asesor, diría: «Por favor, no me haga eso o dimito». Tiene una explicación, lógicamente, porque tienen sus sociólogos. La gente es tan gregaria que le gusta que coja a un niño. Pero yo, como novelista, siempre he pensado: «No insultes a la inteligencia de la gente, pero que te lea tu vecina Amparo también». Los políticos deberían hacer lo mismo. Quiero decir: no me insultes a mí, pero entiendo que mi vecina te vote. Yo creo que hay margen para eso. Pero no, todavía siguen haciendo cosas así. Por ejemplo, lo de Podemos: yo veo a Bescansa con el niño… Pero ¿cómo puede ser esto, cómo pueden ser tan demagogos? ¿Esa mujer no tiene a nadie que se quede durante unas horas el chiquillo? Hay una guardería en el Congreso. ¿Tú no has visto fotos, en los años veinte, que iban a coser y tenían al niño allí sentado? Eso no es nuevo. No me jodas. Es que a mí me molesta mucho el marketing en lo político. Sobre todo de la izquierda. Nos estamos quejando de la demagogia de la derecha y me salen ahora estos llevando el niño al Congreso. Ella ya sabía cuál era la foto. Si quería denunciar las políticas de conciliación, que lo diga: «Mira, vengo al Congreso porque quiero denunciar esto».

Ferran Torrent para JD 3

¿Qué opinión te merecen las mayorías absolutas?

Deleznable, absolutamente. Deberían estar prohibidas. Cuando hay mayoría absoluta: segunda vuelta. En el Parlamento de Israel, el 1% ya entra. Está todo el mundo obligado a negociar. Esta democracia solo tiene cuarenta años. No es como en otros países que llevan doscientos años de democracia. Ahora les están obligando a negociar, a que sean demócratas, a que intercambien. Por eso las mayorías absolutas han hecho mucho daño. ¿Dónde ha habido más corrupción? Donde había mayoría absoluta: Madrid, Andalucía, País Valenciano, Galicia, la Cataluña de Pujol

A principios de 2015 dijiste que un partido transversal como Podemos se desinflaría. ¿Ha cambiado tu opinión al respecto?

Hasta yo me equivoco [risas]. Pensé que era coyuntural, sí.

¿Era por no ilusionarte?

No, no. No le tengo una manía especial a Podemos. Pero como son muy marketing, me jode. Entiendo que la demagogia es inherente a la política, pero tanta ya no me gusta. Es decir, trátame como a una persona normal. Entiendo que haya un poco de lenguaje populista, pero no me insultes a mí, que yo también contribuyo. Hay un equilibrio que se debería mantener. Cuando yo vivía en el campo —porque durante ocho años viví en el campo de verdad, no en una urbanización— todas las tardes me ponía a hablar con el pastor. Venía el pastor con las ovejas y yo me salía con él a fumarme un cigarro y hablábamos. Y era el tiempo de la OTAN, y me decía: «¿Qué coño es la OTAN?». Y seguía: «¡León, León!». Ese era todo su problema, que su perro, que se llamaba León, no se fuera a follar con otras perras. Y yo hablándole de la OTAN, y me volvía a preguntar: «¿Qué coño es la OTAN?». Y se lo contaba y decía: «Que le den por culo a la OTAN». Y yo pensaba: «Coño, si este va a decidirlo tanto como yo». Pero también está contribuyendo en la economía. Es complicado hablarlo. ¿Quién decide las cosas al final? ¿Por qué el PP con toda la corrupción es mayoría en Valencia y es mayoría en España? Esto hay que analizarlo.

También dijiste que en Valencia no hay sociedad civil y que no crees en los colectivos.

No hay sociedad civil. La sociedad civil no se construye de la noche a la mañana, necesita un proceso de tiempo.

¿Ni siquiera con Compromís?

Sí, es verdad que hay más movimiento. Estamos en un cambio, pero no hay que equivocarse: hay mucho voto de cabreo. Tiene que pasar un tiempo para saber si ese voto es coyuntural o si realmente se ha consolidado. Yo creo que no, creo que es de cabreo. Y que si la economía funcionara, las cosas cambiarían.

Compromís llegó al Congreso con una banda de música y la marcha «Chimo». ¿Es la izquierda con la que te identificas?

No, no. [Risas]. Me parece una payasada. Todavía hay algo peor: ¿Cuántas veces has escuchado: «Iré en bicicleta al Congreso»? Pero cabronazo, el primer mes… después ya no van. En invierno, a menos cinco grados, ya no van. Mira, un día estábamos en el hotel que está al lado del Ayuntamiento, y pasa Ribó a las seis de la tarde, con su mochilita, él solito, y pensé: «Si le pegan una paliza, me quedo sin alcalde durante seis meses». Fatal. ¿Para qué le quitas el trabajo a los guardaespaldas? Como aquellos alcaldes que decían que irían en autobús todos los días. Si yo fuera alcalde diría: «Iré una vez a la semana en autobús, otra vez en metro», para ver cómo funciona y hablar con la gente. Pero todos los días… ¿de qué? No. Porque yo tengo que hacer mucho trabajo para ti. Cojo el coche y voy al Ayuntamiento.

Con la propuesta del alcalde de Valencia sobre suprimir el toro embolado, ¿crees que se intenta eliminar poco a poco la fiesta? Supongo que te gustan las columnas de Manuel Vicent sobre los toros.

Sí, es un gran prosista. Es antitaurino, como yo. Yo soy animalista, además. El sur de Cataluña y todo el País Valenciano están impregnados de toros en la calle, una puta barbaridad. Ya hace dos años fui con Cristian Segura, un amigo mío catalán que es periodista de El País, a investigar. Él iba a hacer un reportaje sobre eso y estuvimos provocando un poco a la gente por allí, por la zona sur de Cataluña, las tierras del Ebro, y te das cuenta de cómo son. Pero los recortes me encantan. Los retallaors, que les llaman. No maltratan. El maltrato a los animales me parece que es de sociedades absolutamente retrasadas.

Caminarás entre elefantes es un libro sobre Mónica Oltra y la opción política que defiende y representa. ¿Lo escribiste como una forma de activismo político? En la actualidad, ¿tendrías que reescribirlo?

Lo reescribiría absolutamente. Entre otras cosas porque pondría condiciones. En aquel momento recuerdo que quedaba con ella, hablábamos, y hasta pasado un mes no podía volver a quedar. Esto no lo volvería a consentir porque pierdes mucho el hilo. Y por eso creo que el libro no ha salido como a mí me hubiera gustado. Creo que tiene muchas deficiencias; no por culpa de ella, sino de los dos. Yo tendría que haber puesto unas condiciones: «Si tú tienes un mes, quiero hablar contigo cada día del mes». Otra razón es que en aquel momento ella era una política de oposición, y ahora está gobernando. Claro, no es lo mismo opositar que gobernar. Ahora tendría otras preguntas que hacerle.

¿Por qué prefieres vivir en tu pueblo a una ciudad?  

Yo, que soy un desarraigado, en cambio soy muy arraigado para mis costumbres. Me gusta vivir en mi pueblo, entre otras cosas porque en mi pueblo puedes ser escritor, premio nobel, lo que a ti te dé la gana, pero sales a la calle y te dicen: «Mariconazo, ¿juegas al dominó hoy?». El respeto no existe. Y eso está muy bien. Si tienes humos, te los bajan enseguida y de la forma más natural. Es decir: tú eres Ferran. Punto. Por eso me gusta vivir en un pueblo. Vivir en Valencia sería diferente, porque iría por la calle y alguien diría: «Hostia, este es el Ausiàs March valenciano», o algo así, porque la gente desde su humildad cree que tú eres una gran persona, pero en los pueblos eso no ocurre. Cuando vas al casino a jugar todos los días, eres un puto ciudadano de Sedaví que va a jugar al dominó y no hay más. Está bien.

Militaste en el Partido del Trabajo de España, aunque dices que lo que menos te gusta es trabajar. Para alguien que «Trabaja como los obreros de la Ford: en tres turnos. ¡Mañana, tarde y noche!» debe de ser terrible…

Eso es una boutade: decir que no me gusta trabajar, que he trabajado toda mi vida pensando en no trabajar. Pero la verdad es que soy muy activo. Lo que pasa es que me gustaría hacer diferentes cosas. Por ejemplo, como te decía antes, yo ahora dejaría de escribir durante años y haría reportajes solo. El reportaje me interesa mucho. Pero eso no lo quieren las editoriales. Además, en los periódicos pagan fatal. Recuerdo cuando la revista Life envió a Truman Capote a entrevistar a Marlon Brando a Japón. Le pagaron tres millones de pesetas de la época. ¿Os acordáis de la entrevista, «El duque en sus dominios»? Se presentó en su casa de Japón; Marlon Brando estaba rodando una película y entonces va y le habla de que había tenido una madre muy conflictiva, empiezan a beber chupitos… y le saca la entrevista de ahí. Lo publica… y frase de Marlon Brando: «Mataré a ese enano hijo de puta». Eso es una entrevista, coño. La auténtica entrevista: borrachos y niños.

Ferran Torrent para JD 4

Escribes en valenciano pero tienes muy claro que valenciano y catalán son variedades geográficas de la misma lengua. Esto también lo tienen muy claro en Cataluña. ¿Por qué no tanto en Valencia?

Los políticos no tienen por qué entrar en eso. Yo no veo que los políticos españoles entren en la RAE, ¿por qué tienen que hacerlo aquí? Eso es una cuestión de especialistas, y toda la vida ha estado muy claro para los especialistas que el valenciano es una variedad dialectal de una lengua llamada catalán.  

El castellano es tu lengua, dices que escribes en valenciano por cuestiones políticas. ¿Cuáles fueron esas razones?

En aquel momento en toda la oposición política el valenciano era una reivindicación. No simplemente por hablarlo, sino también por la recuperación de señas de identidad literarias. Entonces yo me añadí a esa corriente. Yo hablaba el valenciano en casa, en los jesuitas no, y me puse a escribirlo como una reivindicación, lo que pasa es que después lo normalizas y para ti ya es una lengua de vehicular literaria.

Con el incremento de estudiantes en valenciano, ¿crecerán también los lectores de literatura valenciana?

Sí, pero paradójicamente aquí ha habido una enseñanza en valenciano desde la época del PSOE, que entró en todos los institutos. En cambio la lectura en general, tanto en castellano como en valenciano, es muy baja, y en valenciano es bajísima.

¿Qué me cuentas de la llençolà?

Sale en el diccionario. Lo que pasa es que no sé cómo se diría llençolà en castellano. ¿«Sabanada»? Hay un diccionario de la Academia que han sacado de todo. Y una de las palabras es la «sabanada», que sería en castellano. Es una sábana puesta así, y hay cinco o seis tíos, y una tía ahí debajo, y si se la chupa a alguien y se ríe, paga. Eso ha salido en el diccionario. Es muy de aquí esa palabra.

¿Qué opinión tienes de la AVL? ¿Por qué es necesaria si ya existe el Instituto de Estudios Catalanes?

Por las particularidades. ¿Existe la Academia Colombiana de la Lengua? Sí. Supongo que porque hay particularidades colombianas del español, igual que hay particularidades del catalán en Valencia. Por eso es necesaria una academia.

¿Cómo ha tratado el Gobierno valenciano a la AVL?

¿El PP? Yo creo que con indiferencia.

¿Sigue Ferran Torrent la normalización que propone la AVL o es la AVL la que encuentra en los textos de Torrent propuestas de normalización?

No lo sé, porque… yo soy muy aficionado al neologismo. Cuando puedo, los meto en diálogos. Creo que un novelista también tiene que crear lengua. Aquí, con el valenciano, hay muchas posibilidades, porque como no es una lengua extendida, tienes más posibilidades de crear y de jugar con esa lengua. Mucho más que con otra que está muy impuesta en la sociedad y no te da tanto margen. Por ejemplo en Twitter hay un tuitero, Paraules en Xarxa, que está muy bien porque recupera vocabulario… se inventa algunas, o al menos yo no las conozco, pero también recupera palabras. Siempre que puedo me apunto alguna palabra y digo: «En la próxima novela la pongo».

En las primeras novelas utilizabas tiempos verbales que no son los actuales.

Eso no era cosa mía, es porque te fías de los correctores. Cuando tú empiezas a escribir eres un neófito, y por lo tanto ves la literatura y ves las editoriales como algo superior. Y entonces te dice un corrector que debes poner trencàs, en vez de trencara, y tú dices: vale, si lo dice él y es una especialista y un profesional, adelante. Ahora no. Ahora ya hablo con el corrector. En valenciano es trencàs, en catalán es trenqués. Pero a mí trencàs no me gusta. En lengua coloquial no se usa, es en la literaria. Pero todas las lenguas tienen habla coloquial y literaria. A mí me hace gracia cuando la gente coge un libro en valenciano y dice: «Es que hay algunas palabras que no entiendo». En un libro en castellano tampoco las entiendes, seguro. Es imposible que las sepas todas: sesenta mil palabras en la cabeza no es posible.

En Gracias por la propina ya cambias.

Sí, porque ya tienes más autoridad como novelista. Es como si tú ahora entras en la universidad a dar clase y los veteranos te dicen: la tuya la damos de cinco a seis. Cuando tú eres un neófito y entras en un mundo que no es el tuyo y hay especialistas… te adaptas. Yo no soy un especialista en lengua.

¿Por qué no estás en la AVL?

Yo no podría estar en ninguna organización así. No sirvo para eso. Estuve seis años en el Consell Valencià de Cultura y… Os cuento algo curioso: tomo pastillas para dormir desde hace veinte años. Nunca en mi puta vida he dormido. Si duermo cuatro horas, soy feliz. El único sitio donde me dormía era en el Consell Valencià de Cultura. Empezaban a hablar y me dormía. No hablo en coña. Pensaba: «¿Cómo puede ser que me duerma aquí?». Cuando empezaban los plenos, estábamos en una mesa grande y… «Hostia, me duermo, pero cómo puede ser, si yo no me duermo nunca». Me puedo meter catorce horas en un avión y no duermo ni un cuarto de hora. Ni drogado. Yo llego a casa ahora, me tomo un Orfidal… y a las once me tomo otro Orfidal para poder dormir cinco horas. Pues iba al Consell Valencià de Cultura y me dormía sin Orfidal ni nada. Y no es cachondeo, ese es el matiz. Y pensaba: «Si yo voy a un sitio de estos, ya sea la Academia o el Consejo de Ministros, y me duermo, tengo un problema con esas organizaciones». No estoy interesado. Tú me metes en la AVL y, excepto cuando estemos hablando de la llençolà, seguro que me duermo. [Risas]. Si vamos a hablar de la llençolà, me despierto: «¡Eh, estoy aquí!, ¡a ver, el llençol!».

Con el fin del Gobierno del PP, ¿se acaba la influencia de Lo Rat Penat en sus intentos de normalización de la lengua?

Claro. Normal. No tenía ningún sentido; la lengua tiene que estar en la universidad, que son los que dictaminan. Cuando la gente de mi pueblo me decía que el valenciano y el catalán no son lo mismo, yo respondía: «Pero ¿tú cómo lo sabes?». Les respondía: «Cuando estás enfermo, ¿adónde vas? Al médico, ¿verdad? Porque ha estudiado, ¿verdad? Pues para la lengua tienes que ir al que ha estudiado». Lo que me parece increíble, y ya no hablo del valenciano, es lo mal que se escribe en castellano. Leí en el Twitter de la RAE que solo hay un 5% de la población que escribe bien  «hay»,  «ay» y  «ahí». ¡El 5%!

Ferran Torrent para JD

En el año 2000 Miquel Alberola decía en El País que eres «un Blasco Ibáñez sin calcetines de rombos», refiriéndose a la influencia de tus textos en la sociedad valenciana y a las ampollas que levantas en el mundo literario de tu comunidad. Quince años después la influencia sigue presente, pero ¿te han perdonado ya tus paisanos letraheridos tu merecido éxito?

No lo sé. No me interesa. Aquí en la mesa de al lado había dos críticos literarios que son amigos. Pero no frecuento los ambientes literarios. Si estás escribiendo horas en casa, cuando sales quieres hablar de otra cosa. Durante unos años, los ochenta, recuerdo que frecuentaba alguna tertulia literaria y todo eran quejas, quejas y más quejas: que si escribimos en catalán, esto no funciona… Era la cultura de la queja. Dije: «Soy francotirador, voy a la mía y ya está». Como soy individualista, supongo que es por eso también, aunque yo no tengo nada contra mi gremio, en absoluto. No estoy en ninguna asociación de escritores, no voy a tertulias.

¿Qué te parece que no se pueda cobrar la jubilación y los royalties?

Hostia, sí. Ahora ha salido ese tema. Es una barbaridad, por lo que he leído. Fíjate, un escritor se jubila y, si por ejemplo tú has hecho veinte libros antes de jubilarte y esos libros te están produciendo un dinero, si supera los nueve mil euros, no puedes cobrar la pensión. Vaya estupidez del Gobierno. Si yo tengo tres pisos en alquiler antes de jubilarme, y me jubilo, y cobro los tres alquileres… ¿Si me quedo con el dinero de los tres alquileres, que superan los nueve mil euros, me quedo sin la pensión? Eso es lo que no entiendo. Estoy seguro de que lo van a cambiar, porque es una injusticia evidente. Pero sí había mucha viuda en la literatura. Como ahora no me muevo en el ambiente no sé cómo estará, pero por las entrevistas que leo, la gente se queja. Ahora quizá haya algo más de razón para quejarse. Pero todo el mundo diciendo: hostia, la crisis. Pero no es la crisis… son los cambios de hábito. Tú antes entrabas en el tren o en el metro y veías que la gente, cada veinte asientos, llevaba un libro. Ahora están todos con el móvil y ahí lo leen todo.  

Algunas de tus novelas son lectura obligatoria en las escuelas, y Gracias por la propina tiene incluso una ruta literaria. ¿Por qué crees que eres lectura obligatoria? ¿Y por qué crees gusta tanto Gracias por la propina?

Lo primero que quiero decir es que es una aberración que haya lecturas obligatorias en los institutos. Hay gente que escribe para los institutos. En cuanto a Gracias por la propina, no hay un cóctel literario con un poco de esto y de lo otro para que así guste. El secreto es escribir lo que a ti te guste. Me han dicho que es entrañable. Joder, vaya crítica: entrañable. Ya ves, con lo que me costó de escribir.

Es abrir un libro tuyo y poder identificarte, ¿tienes conciencia de esto? ¿Qué te hace reconocible?

Eso es el estilo. Yo creo que es importante que un escritor tenga estilo. También por los temas. Por ejemplo, en la literatura en catalán poca gente toca los temas que yo toco. Y es la forma de tratarlos. Es importante que te reconozcan por el estilo y por la argumentación.  

¿Hay alguna novela tuya que te guste especialmente?

No lo sé. Gracias por la propina, Sociedad Limitada, La vida en el abismo, Bulevard dels francesos, L’illa de l’holandés (La isla del holandés). No lo sé. Es difícil. Me siento más escritor a partir de Gracias por la propina. Conseguí eclosionar, madurar. Yo creo que he madurado dos veces: una a partir de Propina y otra a partir de Sociedad Limitada. Bulevard es una novela que escribí en cuatro meses, y escribir, como leer, es un estado de ánimo. Sufrí mucho para hacerla; la primera escritura la hice en cuatro meses, pero después estuve un año y medio reescribiendo y aportando detalles; lo que está en primera persona… estaba en tercera.

Dices que el mundo está perdido y por lo tanto prefieres pasarlo comiendo cigalas. ¿Eres pesimista?

Sí, pero de formación vitalista. Soy pesimista, pero no me quedo en casa. Por ahora no he tenido ninguna depresión y creo que hay que vivir y vivo, pero soy muy pesimista con respecto al mundo. Desde siempre. Si yo fuera a oncología —pongo un ejemplo lamentable— y me dijeran: «Creo que le veo algo mal», pensaría: «Me voy a morir». De hecho, el año pasado, un amigo me dice: «¿Por qué no te apuntas, que es gratis, al IVO, que te hacen un tac?». Y voy, y va y me encuentran dos nódulos. «Me cago en la puta… esto me pasa por venir». Eso fue en febrero del año pasado. Recuerdo que la oncóloga me estaba hablando, y yo me fijaba en el canalillo y pensé: «Estas son las últimas tetas que voy a ver en mi vida». [Risas]. No eran las tetas, era el escote, pero la doctora me estaba hablando, diciéndome que no pasaba nada, que me hiciera otra prueba en dos meses y medio… Y veo los nódulos de cuatro y ocho milímetros. Consulto con mi médico y me dice que eso no es nada. Otro me dice que no será nada, pero que si lo es, me han cogido a tiempo. Estuve dos meses y medio pensando que me iba a la mesa de operación seguro. Y, cuando voy, me dicen: «¡No es nada!». Tenía Cruyff una frase cojonuda: «Cuantos más médicos, más enfermos». Es como el corrector: hago una novela, la paso, la corrige uno, la corrige otro, te la vuelven a pasar y la vuelven a corregir. Y digo: «Cómo puede ser, hostia». Los médicos, si vas y les pagas cien euros, te tienen que sacar algo. Si no te sacan nada, te están atracando.

Además de escribir novelas, haces reportajes en TV y participas en la radio. En tus palabras: «Como buen valenciano le saco rendimiento a todo». ¿Qué te parece la figura de tertuliano?

No sería tertuliano. Tienes que saber de todo. ¿Sabes eso de que te invitan a un programa de radio y te dicen: «Quédate a la tertulia»? Ya me han jodido, porque sacan un tema y no tengo ni puta idea, o no me interesa, porque soy muy selectivo para la actualidad. A lo mejor tú me preguntas por algo que es muy actual, pero a mí no me ha arrastrado y he leído de otras cosas y de eso no. Si eres tertuliano me imagino que tienes que leerte todos los periódicos, estar al día de todo, y tener un conocimiento de la historia para cuando te remontas al pasado. Me parece muy complicado.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Me gustaría hacer la segunda parte de Un dinar un dia qualsevol.

¿Qué columnistas de la prensa escrita te parecen imprescindibles?

Leo muchos columnistas o reporteros que no conozco de nada si el tema me interesa No personalizo. O lo leo o lo archivo para leerlo más tarde. El que me gusta mucho es Enric González. Memorias líquidas me emocionó mucho. Es un tío que escribe muy bien y el libro me gustó mucho.

Dices que uno de tus autores favoritos es Graham Greene. Los escritores que entrevistamos nombran a Joyce, Proust o Kafka…

Kafka, sí. Aprecio el buen gusto de los colegas. Pero… yo es que prefiero la literatura vitalista. Greene lo es, es un novelista que viajaba. Highsmith, Hemingway, Coetzee, Capote, Philip Roth, Gay Talese, Richard Ford… Me gustan muchos. ¿Cuál es el mejor? Hay tanta gente buena…

¿Hay algún escritor actual que consideres por encima de los demás? ¿Qué te parece Coetzee? ¿Y Houellebecq?

Houellebecq me gusta mucho. Es un pesimista brutal, pero me gusta mucho. Y sobre todo me gusta Emmanuel Carrère. Me entusiasma. La última no me ha gustado, pero toda su obra es excepcional. De Coetzee me gusta Juventud.

¿Qué libro estás leyendo ahora?

Ahora mismo estoy terminando un ensayo sobre la formación de Al Qaeda, La amenaza de la torre, y para entretenerme estoy leyendo a Don Winslow. A mí lo que me gusta, de todos modos, es releer. Es cuando le saco jugo a los libros.

Recomiéndanos una novela escrita en catalán, preferiblemente que esté traducida al castellano.

No sé si Camí de Sirga, de Jesús Moncada, está traducida al castellano, pero seguro que sí. Es muy recomendable.

Ferran Torrent para JD 5

Fotografía: Jorge Quiñoa.

Documentación: Loreto Igrexas.

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Yo utilicé bien una preposición

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Foto: Lupe de la Vallina.

Foto: Lupe de la Vallina.

Las preposiciones, como los primeros amores, aparecen en edad escolar para nunca más irse y, además, nos hacen perder en la práctica lo mucho que hemos ensayado con la teoría. Ya me explico. Lo que quiero decir es que todos recordamos con especial cariño aquella cantinela: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en… quedó grabada con tanta fuerza en nuestro subconsciente, tan seguida, tan honestamente leal, que sería imposible que alguien reconociera una preposición de las que pululan anárquicamente por el centro de la lista sin haber recorrido antes la ristra completa:

Oye, ¿«por» es una preposición?

Espera: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en…

Esto resulta mucho más traumático cuando pienso en mí. Yo pertenezco a una generación que vio cómo, en pleno desarrollo académico, allá por sexto de primaria, le colocaban cuatro nuevas preposiciones dentro del listado: durante, mediante, excepto y salvo. Para dicha generación, gran parte víctima del naufragio español de la segunda década del siglo xxi, aquellas cuatro palabras nunca formaron parte del listado de preposiciones que con tanto cariño habíamos cerrado a cal y canto. La salida estaba prohibida, ya no digamos el acceso.

A medida que fui creciendo, como ocurrió con los temas amatorios a los que me referí al inicio, comprobé que teníamos una formación teórica excelsa, pero que en la práctica éramos poco menos que un desastre. Han pasado muchos años desde entonces y yo también me hundo en esta crisis. Pero, como la orquesta del Titanic, me niego a morir sin restañar mi honor. Así que aquí van algunos de los usos que la Academia detecta como poco apropiados. Hay que aligerar, de alguna manera, la embarcación.

Sustantivo + a + infinitivo

Cuidado con este galicismo. La RAE se moja y nos indica que no se debe formar esta estructura en algunos casos. Por ejemplo, si la preposición «a» se puede sustituir por «para», debemos utilizar esta última:

*El uso de la preposición es un tema a tratar.

El uso de la preposición es un tema para tratar.

La Academia también propone evitar el verbo hacer, por cuestiones cacofónicas.

*La práctica preposicional es un ejercicio a hacer.

No debemos olvidar que, a menudo, estas construcciones resultan artificiosas y completamente prescindibles.

*Mi generación es un ejemplo a seguir para todos los amantes preposicionales.

Mi generación es un ejemplo para todos los amantes preposicionales.

De arriba a abajo

En este caso, es la preposición «a» la que no debería aparecer en la construcción. La Academia nos pide que sean «de», «desde», «hacia», «para» o «por» las que precedan al adverbio pero no «a» la que lo suceda en este tipo de secuencias.

*Todos recitamos la lista de preposiciones de arriba a abajo.

Todos recitamos la lista de preposiciones de arriba abajo.

En relación a

La RAE admite las construcciones «en relación con» y «con relación a». Pero mi generación, tan entregada a mezclar todo lo que le echen, ha asimilado como correcta la expresión que nace de la fusión entre ambas: «en relación a».

*En relación a las preposiciones, nueve de cada diez expresiones están mal construidas.

De motu proprio

Incorrección clásica (nunca mejor dicho). Hemos decidido colocarle a esta locución latina la preposición «de», sin importarnos que la propia locución ya incluye la supuesta preposición. Por eso, ha de aparecer sin ningún acompañamiento.

*Aprendimos preposiciones de motu proprio.

Aprendimos preposiciones motu proprio.

Nota. Absténganse de cambiar el latino «proprio» por el castellanísimo «propio». Gracias.

Dequeísmos y queísmos

Probablemente, las estrellas dentro del equipo de errores motivados por la preposición. El dequeísta coloca la preposición «de» delante de la conjunción «que» cuando no debe.

*Sería un orgullo de que las preposiciones empezaran a utilizarse bien.

Por el contrario, el queísta omite el «de» que precede al «que» cuando le place.

*Me alegro que empiecen a utilizarse bien las preposiciones.

Junto a

La construcción «junto a» tiene, según el diccionario académico, el significado «cerca de». Sin embargo, se ha extendido el uso hasta abarcar el significado «en compañía de» o «en colaboración con». En estos casos, debe utilizarse «junto con».

*La Fundeu se ha empeñado, junto a la RAE, en que utilicemos bien las preposiciones.

La Fundeu se ha empeñado, junto con la RAE, en que utilicemos bien las preposiciones.

En base a

Estas una de las típicas fuerzas de la naturaleza etimológica que terminarán por arrasar el diccionario. En un principio, la construcción «en base a» se consideró incorrección hasta que, por el uso frecuente, han terminado por aceptarla. Sin embargo, la Academia sigue promoviendo el uso de «con base en», «sobre la base de», «basándose en»…

*En base a los últimos estudios, creo que las preposiciones se suicidarán pronto.

Basándome en los últimos estudios, creo que las preposiciones suicidarán pronto.

A grosso modo

De nuevo aparecen los problemas cuando de utilizar locuciones latinas se trata. En este caso, aparecen al colocar la preposición «a» delante de grosso modo. Esta locución debe ir siempre sin preposición.

*Así, a grosso modo, no tenemos ni pajolera idea de utilizar preposiciones.

Así, grosso modo, no tenemos ni pajolera idea de utilizar preposiciones.

Contra más

Utilizar la preposición «contra» antes del adverbio «más», con el mismo sentido que le habría dado «cuanto», es un vulgarismo con el que la RAE no comulga. Por tanto, debemos elegir siempre «cuanto más».

*Contra más conocimiento teórico de la preposición, menos interés práctico.

Cuanto más conocimiento teórico de la preposición, menos interés práctico.

Desde mi punto de vista

Aunque la Academia ya acepta el intercambio, sigue proponiendo la construcción «DESDE mi punto de vista» en lugar de «BAJO mi punto de vista». ¿O es que se puede visualizar algo bajo tu propia mirada?

*Bajo mi punto de vista, la preposición está en coma.

Desde la sinceridad

La Academia también sugiere que no debemos utilizar la preposición «desde» cuando el contexto permite la preposición «con».

*Desde la sinceridad, mucha tilde en sólo pero poca preposición.

Con sinceridad, mucha tilde en sólo pero poca preposición.

Conforme a

Cuidado con esta construcción. No se debe prescindir de la preposición jamás.

*Conforme lo establecido, las preposiciones son parias.

De acuerdo con

De nuevo se produce el intercambio de preposiciones. La Academia sugiere que no utilicemos esta construcción con la preposición «a», por lo que siempre utilizaremos a su hermana «con».

*De acuerdo al sumario, la preposición será condenada a muerte.

De acuerdo con el sumario, la preposición será condenada a muerte.

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Breve compendio de idiomas imaginarios

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Star Trek III: en busca de Spock. Imagen: Paramount Pictures.

Star Trek III: en busca de Spock. Imagen: Paramount Pictures.

Embellecer el currículo con el socorrido «inglés: nivel medio» actualmente no asegura allanar demasiado terreno en las entrevistas de trabajo. Porque el auténtico futuro está en la especialización, en dominar lenguajes más modernos y funcionales, en llenarse la boca con palabras nacidas en galaxias lejanas, comunas de criaturas amarillas carambanales, juguetes peludos o canciones del verano satánicas.

Literatura extraterrestre y fantástica

taH pagh taHbe’. DaH mu’tlheghvam vIqelnIS.
quv’a’, yabDaq San vaQ cha, pu’ je SIQDI’?
pagh, Seng bIQ’a’Hey SuvmeH nuHmey SuqDI’,
‘ej, Suvmo’, rInmoHDI’? Hegh. Qong —Qong neH
‘ej QongDI’, tIq ‘oy’, wa’SanID Daw”e’ je
cho’nISbogh porghDaj rInmoHlaH net Har. (1)
(Hamlet, Acto 3, escena 1. Wil’yam Sheq’spir)

Para la tercera película de la saga Star Trek se contrataron los servicios del lingüista Marc Okrand con el objetivo de dotar de una lengua completa y funcional a la raza alienígena klingon, si bien algunas palabras de aquel idioma ficticio ya habían asomado en entregas anteriores de la franquicia. Y aunque Okrand no sería la única persona atornillando el habla de aquella especie (John M. Ford diseñó una lengua klingonaase en su novela The final reflection) sí que lograría convertir su lenguaje klingon en el oficial de los extraterrestres de frente escarpada, convirtiéndolo al mismo tiempo en la asignatura pendiente de millones de fans con intención de establecer cortejos de apareamiento durante las convenciones trekkies. Los servicios de Okrand serían tan alabados que trabajaría para otros mundos ficticios: bajo la nómina de Disney daría forma al lenguaje atlante de Atlantis: el imperio perdido.

En Star Trek VI: aquel país desconocido un personaje soltaba un «no has experimentado realmente a Shakespeare si no lo has leído en su klingon original», una coña que aseguraba que el padre de Romeo y Julieta se llamaba Wil’yam Sheq’spir y tenía poco de inglés y mucho de klingon. Aquella noticia alegró bastante a Nick Nicholas y Andrew Strader, dos personas que a partir de ese momento dedicarían su vida al Klingon Shakespeare Restoration Project, o lo que es lo mismo: la titánica tarea de traducir Hamlet al idioma klingon. Tras varios años de trabajo, el resultado acabaría siendo editado como The Klingon Hamlet, la revisión definitiva de la tragedia clásica, escrita en klingon y con situaciones adaptadas a los escenarios de la raza extraterrestre. El klingon siempre ha ido muy en serio: la gente se ha casado oficiando la ceremonia en ese idioma, en un teatro de Minnesotta se estrenó la obra A klingon christmas carol que reinventaba el Cuento de navidad de Charles Dickens con unos klingon que solo hablaban en su lengua nativa y existe un Klingon Language Institute dedicado a promover el idioma.

The klingon Hamlet. Imagen: The Klingon Language Institute.

The Klingon Hamlet. Imagen: The Klingon Language Institute.

La mención a la obsesión trekkie más demente iría para d’Armond Speers, una persona que se tiró unos tres años hablando a su hijo recién nacido en klingon, mientras su mujer se dirigía a la criatura como si fuese una persona de este planeta, hasta que el pequeño vástago decidió empezar a ignorar al zumbado de su padre al descubrir que era la única persona del mundo que parecía comunicarse en ese idioma.

Para El cristal oscuro se optó por retorcer un idioma extranjero para crear otro: los podlings se expresaban con palabras serbias pronunciadas con un marcado acento ruso. Luc Besson se inventó personalmente el lenguaje divino que hablaba Milla Jovovich en El quinto elemento y ambos fardaban durante el rodaje de escribirse notitas en dicho idioma. David J. Peterson era otro de los lingüistas frecuentes en producciones de cine y televisión: él solito se encargó de inventar un lenguaje para los elfos oscuros de la segunda entrega fílmica de Thor, se ocupó del dothraki durante la primera temporada de Juego de tronos y reestructuró el alto valyrio durante la tercera. También creó el idioma de los druidas en The Shannara chronicles, el trigedasleng de Los 100 o los lenguajes alienígenas que aparecían en Star Crossed.

James Cameron, en su megalomanía obsesiva, tendría especial interés en que las criaturas que habitaban su poco inspirada Pandora fuesen creíbles como especie viva. Y contrató a un Paul Frommer que creó un vocabulario y gramática completo para los gigantes azules. A los fans de Avatar, que por lo que sea los hay, les hizo gracia el asunto y decidieron desarrollar más a fondo en idioma na’vi con ayuda del propio Frommer. Unos años después el lingüista expandiría el barsomiano de las novelas de John Carter, que Edgar Rice Burroughs presentó en el papel, cuando sus aventuras pegaron el brinco hasta la gran pantalla. En el universo de Mundodisco los enanos hablan en kad’k y en la novela La naranja mecánica sus protagonistas se expresaban en un argot denominado nadsat, cuyo diccionario el autor incluyó a regañadientes en algunas ediciones.

El caso de la banda francesa de rock progresivo Magma es adorable: se inventan un idioma alienígena propio llamado kobaïan que utilizan para cantar porque consideran que el francés se les queda pequeño para transmitir las emociones que les hierven dentro. Y entonces se cascan una colección de óperas rock que narran el éxodo de la humanidad desde un planeta Tierra hecho unos zorros hasta aparcar en el mundo de Kobaïa, donde se molería a palos con los nativos.

Enya también comentaría que el idioma en el que cantaba parte de su Amarantine era una lengua extraterrestre de universos lejanos. Pero bueno, era Enya. Enya dice muchas cosas.

Peluches

Doo-moh may-lah kah. (2)
(Un furby)

En 1999, dentro de las oficinas de la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, se pusieron muy nerviosos al localizar a un posible espía enemigo infiltrado. La descripción del intruso resultaba inusual y fascinante: una criatura de pelaje rojo y naranja, de altura escasa, grandes ojos y enormes orejas que balbuceaba un idioma extraño. Poco después, tras una de las investigaciones más bochornosas en las que probablemente se han visto implicados los agentes gubernamentales, el organismo de seguridad prohibiría el acceso a todo tipo de furby en los departamentos de la NSA. El supuesto espía era en realidad uno de aquellos juguetes, un compañero mecánico con el que algún empleado había decidido animar el cubículo. La agencia temía que aquel inesperado visitante se pasase las tardes grabando conversaciones consideradas de alto secreto. Desde Tiger Electronics, la compañía responsable de los furbies, aseguraron públicamente que el micrófono que contenía el cacharro era incapaz de reconocer o registrar sonidos complejos, y que lo más peligroso que podía hacer el bicho era ponerse muy pesado.

La colina Watership. Imagen: Ed. Rex Collings.

La colina Watership. Imagen: Ed. Rex Collings.

Los furbies invadieron el mundo con éxito en el ocaso de los noventa y resucitaron en un par de ocasiones durante los dos mil. Eran una evolución del concepto de muñeca cuya novedad se basaba en simular un Flores para Algernon: recién salido de la caja el furby se comunicaba de manera primitiva en su propio idioma, el furbish, pero con el paso del tiempo sumaba a su vocabulario palabras reales hasta desterrar su lenguaje primigenio y comunicarse exclusivamente en una lengua reconocible. El furbish nació inspirándose en otros idiomas como el alemán o el japonés, con un vocabulario inicial de cuarenta palabras que se expandiría con los nuevos modelos y una construcción influenciada por sus musas: disponía de una palabra («doo») que ejercía como signo de interrogación, una ocurrencia que había tomado prestada del japonés. Las criaturas tenían la capacidad de hablar entre ellas, tuvieron un primo llamado Shelby que hablaba un tercer idioma propio (el shelbish), y venían acompañadas de un diccionario para que el usuario descubriese en qué muertos se estaba cagando el bicho cuando le tocaba las narices.

Richard Adams publicó en los setenta La colina de watership, una novela protagonizada por conejos que disfrazaba de cuento infantil su metáfora sobre el comportamiento humano y cuya adaptación al cine aterró a los chiquillos que esperaban ver una fábula amable protagonizada por conejitos. Adams se sacó del sombrero una lengua llamada lapine para los protagonistas de su historia, y lo hizo sin demasiado esfuerzo, improvisando las palabras y poniéndose como única norma que las mismas sonaran «mullidas». En la secuela del libro incluiría un glosario de la lengua.

Galimatías

Aserejé ja de je
de jebe tu de jebere
seibiunouva majavi
an de bugui an de güididípi. (3)
(Aserejé, Las Ketchup)

A veces la mejor opción para hablar un idioma extranjero en una obra de ficción es no hacerlo en absoluto y tomar el atajo más eficaz y cuestionable: el de inventar galimatías que suenen parecido. Los discursos de Charles Chaplin en El gran dictador no eran más que barullos sin sentido que parecían alemán. Tip y Coll ofrecían clases de francés cuestionable con un vaso de agua. El zumbado cómico Andy Kaufman inventó un personaje llamado foreing man que se expresaba en una mezcla de inglés zarrapastroso con una lengua extranjera disparatada que el propio Kaufman improvisaba, y aquella figura acabaría siendo el boceto de una de sus creaciones más conocidas, el personaje de Latka Gravas de la telecomedia Taxi. Los diálogos de la túrmix gravitacional y steampunk que era el fabuloso juego Gravity Rush estaban recitados en una jerga ininteligible que nacía de un grupete de japoneses intentando imitar el tono del idioma francés y el latín. En España unas terroristas musicales convirtieron en un hit ese arte tan castizo de mutar la letra de cantares extranjeros en lo que nos sale de las gónadas: el estribillo del satánico single «Aserejé» de Las Ketchup era un lenguaje ficticio que nacía de intentar repetir las estrofas del «Rapper’s Delight» de The Sugarhill Gang. En las incursiones televisivas y cinematográficas del universo Snoopy era posible escuchar una de las ocurrencias más fascinantes a la hora de componer una lengua fingida: el habla de todos los personajes adultos sonaba como un trombón con una sordina.

Pero de entre todas las jergas que oficialmente están compuestas por un absoluto guirigay incomprensible la más famosa acabaría siendo la utilizada por aquella comunidad de personajillos coronados por diamantes verdes: el simlish. Un dialecto que aparecía por primera vez en el simulador de vuelo SimCopter para acabar convirtiéndose con el tiempo en una de las señas de identidad de la famosísima franquicia de casas de muñecas que son Los Sims. Inicialmente Will Wright y Marc Gimbel tontearon con el idioma navajo como medio de comunicación de los personajes que habitaban sus mundos virtuales. Pero desecharían la idea ante la incapacidad de encontrar algún indio vivo en las Américas, y sobre todo porque consideraban que utilizando un batiburrillo indescifrable no solo se ahorraban grabar miles de diálogos diferentes, sino que además favorecían que las conversaciones estuviesen abiertas a la interpretación personal del jugador.

Los Sims 4. Imagen: Electronic Arts.

Los Sims 4. Imagen: Electronic Arts.

El simlish se haría tan famoso que la compañía EA se dedicaría a sobornar con sacos con el símbolo del dólar a varias docenas de estrellas para que realizasen versiones en dicho idioma de sus éxitos más radiados: Katy Perry le dio a «Friday», Lilly Allen apareció con un videoclip ingame tontorrón de su «Smile» en simlish, Depeche Mode también pasaría primero por caja y después por el ridículo de pervertir su «Suffer well», The Flaming Lips lo haría con su «Free radicals», Nelly Furtado con «Manos al aire», The Chemical Romance traducían al slimish la estrofa «Drugs, gimme drugs, gimme drugs» que abría su «Na na na»y otros como Datarock, Hot Chip, Flo Rida, They Might Be Gigants, I’m From Barcelona o Good Charlotte también cantarían en el idioma de Los Sims. Lo curioso es que para el no angloparlante aquella ficticia lengua de videojuego sonaba igual que el inglés de toda la vida. Por aquí también tuvimos la oportunidad de ver como un grupo patrio hacía el gilipollas con su propio tema, porque La oreja de Van Gogh se puso el diamante sobre la cabeza y el trabalenguas en la boca con su «Dulce locura». La ventaja era obvia: escuchándola en simlish el oyente no sufría las ñoñadas sobre las que cantaba Amaia Montero.

Descifrando enigma

Los creadores de Futurama descubrieron rápidamente que su audiencia era especialmente lista cuando idearon, para introducir bromas ocultas, un alfabeto alienígena llamado alienese que podía descifrarse por simple sustitución: cada una de las letras marcianas tenía un equivalente en el abecedario latino. Como los fans lo descifraron en una tarde, sus creadores decidieron poner las cosas difíciles y reinventaron el idioma secreto forrándolo de matemáticas, aquella ciencia a la que toda la serie envía cartas de amor continuamente. La segunda versión del lenguaje alienese era bastante más cabrona de desemarañar: a cada símbolo se le asignaba un valor numérico, y en cada mensaje el valor del primer símbolo se traducía directamente por su letra latina equivalente (siendo 0=A, 1=B y sucesivamente), mientras que para las letras restantes era necesario restar el valor numérico del símbolo anterior (y si el resultado era menor que 0 sumarle 26). El número obtenido tras tanto baile se sustituía finalmente por su letra correspondiente. Esta nueva versión del idioma solo sería descifrada por completo gracias a una pista de los creadores escondida en uno de los comentarios de los DVD.

Con el nombre de petisos carambanales se conocía a unas extrañas criaturas ectoplásmicas nacidas de la mano del dibujante Jan que invadieron las viñetas de Superlópez en el álbum Al centro de la tierra, aunque una versión primitiva de ellos ya se había asomado por varias portadas de la revista Superlópez. Se trataba de unos seres diminutos y amarillos que hablaban con extraños jeroglíficos. Aquel idioma estaba encriptado de manera sencilla: cada símbolo correspondía siempre a una misma letra del abecedario, y el asunto le hizo tanta gracia al director de la revista donde se publicaba que agarró a Jan y organizó un concurso a su alrededor ofreciendo como premio un moderno Spectrum 2+ a quien fuese capaz de descifrar el código petiso. Aquel concurso lo ganó Jordi Coll, el caballero que a la larga acabaría convirtiéndose en director de Amaníaco Ediciones. Finalmente la revista Superlópez acabó desvelando el código en un póster publicado en su número 21 y logró con ello que un montón de chavales matasen las tardes descodificando frases con papel y lápiz.

Revista Superlópez nº21. Imagen: Ediciones B.

Revista Superlópez nº21. Imagen: Ediciones B.

J. R. R. Tolkien

Ai! Laurië lantar lassi súrinen
yéni únótimë ve rámar aldaron!
yéni ve lintë yuldar avánier
mi oromardi lissë-miruvóreva.
Andúnë pella, Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar i eleni
ómaryo airetári-lírinen. (4)
(Extracto del poema «Namárië»)

En la escala de tomarse molestias a la hora de fabricar un idioma ficticio para dotar de cimientos a una historia están los que se complican la vida, los que se esmeran de manera obsesiva y por último J. R. R. Tolkien mirando al resto a través del retrovisor de su cohete de carreras. Tolkien no se planteó crear un idioma ficticio para una obra de ficción, sino que hizo todo lo contrario: crear una obra de ficción para un idioma ficticio. Al fin y al cabo se trataba de un hombre que disfrutaba con las lenguas construidas, alguien que paladeaba lenguajes buscando belleza en los mismos, porque para él los idiomas debían ser hermosos, debían proporcionar placer. Con esa pasión como combustible dedicó su tiempo libre a diseñar y moldear varias familias de lenguas, y a idear las variaciones de las mismas a lo largo de generaciones, sus ramificaciones, la mitología que las rodearía y el mundo en el que existirían. Lo de Tolkien era ir a lo bruto: edificó una lengua por hobby y después construyó a su alrededor el escenario al ser consciente de que el habla necesitaba habitar un mundo para moldearse. Y aquello era una minuciosa genialidad.

El escritor ofreció en 1931 una conferencia titulada Un vicio secreto, exclusivamente centrada en la creación de lenguas construidas, su fonética, estructura y la mitología que generan a su alrededor, una exposición tan interesante que acabaría siendo publicada en papel. En otro ensayo, English and welsh, explicaría que una vez se tropezó con unas palabras en galés cinceladas en una losa de piedra y tuvo un estendhalazo. Tolkien era un profesor de Oxford que comparaba descubrir el finlandés con beber un vino exquisito, alguien que manifestaba públicamente no acabar de entender por qué el mundo encontraba placer en el idioma francés existiendo el griego, el italiano, el español o el latín.

J. R. R. Tolkien. Imagen cortesía de The Tolkien Society.

J. R. R. Tolkien. Imagen cortesía de The Tolkien Society.

La colección de lenguajes que llegarían a componen la diversidad cultural de la Tierra Media resulta acojonante por extensa y sobre todo por el hecho de brotar de una única persona. Y aunque la mayor parte de aquellos idiomas no estaban totalmente elaborados, un puñado de ellos como el quenya y el sindarin eran tan completos como para ser aprendidos y hablados. El auténtico interés del escritor era crear un lenguaje hermoso, y por eso la tarea pronto fue un trabajo de orfebrería y no una mera brainstorming de palabras que sonaran graciosas: Rubén Díaz Caviedes resumió todo esto de manera genial entre sus razones por las que vivir al incluir como entrada número 106 lo siguiente: «La forma con la que J. R. R. Tolkien insinuó, pero nunca confirmó, que sus elfos tenían las orejas puntiagudas: en los idiomas élficos que inventó, le reservó el mismo lexema a las palabras “hoja” —“lassë” en quenya, “lhass” en sindarin— y “oreja” —“lár” en quenya, “lhewig” en sindarin».

El mundo real

Ĉu vi parolas Esperanton? (5)
(Frase coloquial para identificar ingenuos)

En 1887 Ludwig Lazare Zamenhof diseñó un nuevo lenguaje con la esperanza de que se utilizase en un futuro como principal medio de comunicación entre las naciones, que en algún momento ayudase a lograr la paz mundial y que su uso hiciese brotar árboles de algodón de azúcar y ríos de chocolate. Se trataba del célebre esperanto y fardaba de ser extremadamente sencillo: con una serie muy acotada de reglas, una única pronunciación posible para cada letra y mucho prefijo y sufijo para trabajar con el lenguaje, Zamenhof había ideado un idioma que regateaba las complejas reglas a las que se sometían las formas habituales de comunicación verbal, aunque por el camino perdía la flexibilidad de los idiomas oficiales y se volvía mucho más literal, algo que puede convertirse en un problema como bien sabe cualquiera que haya visto Guardianes de la galaxia.

A la larga, el sueño de Zamenhof no llevó la humanidad a bailar en un corro gigantesco, porque en el fondo el esperanto derivaba del latín y a lo mejor a la gente que no habita en un país europeo de lengua romance aquello no le acaba resultando tan fácil de aprender. En la actualidad el esperanto es probablemente el lenguaje inventado más famoso del mundo, y su existencia navega entre ser motivo de mofa, la concienciación (hay gente que realmente lo habla) y los efectos prácticos: en algunas obras de ficción se utiliza cuando un personaje habla un idioma desconocido para el espectador; en la ya mencionada El gran dictador los alemanes hablaban aquel enmarañado alemán falso, pero los habitantes del gueto lucían carteles escritos en esperanto. En la década de los sesenta incluso un par de películas se rodarían por completo en esperanto: la estadounidense Incubus con William Shatner trotando en una isla extraña repleta de demonios, y la francesa Angoroj.

En California, a finales del siglo XIX, un grupo de emprendedores se asentaron en Boonville y se dedicaron a disfrutar de la vida rural ajenos al resto del mundo. Tan ajenos que en un momento dado comenzaron a crear una jerga propia mutando el inglés y mezclándolo con un remix del irlandés, el gaélico escocés, alguna cosilla del español y las inusuales lenguas pomo, hasta el punto de configurar un argot propio llamado boontling que noqueaba a los extranjeros. Las razones por las que los habitantes del lugar decidieron inventarse el habla no están registradas; se baraja tanto la posibilidad de que fuese una mera distracción para no aburrirse mirando a las ovejas como de que consistiera en una lengua ideada por los críos para hablar en clave delante de los adultos, o simplemente que hubiese nacido a partir del clásico «no hay cojones». En la actualidad apenas un centenar de personas lo hablan, aunque wikipedia tiene a mano un hermoso diccionario por si alguien se quiere animar a estudiarlo.

El boontling no fue la única forma de comunicación exótica que nació durante el siglo XIX. En China las mujeres acabaron hasta el moño de que su destino implicase vivir aisladas en casa del marido a la fuerza sin ningún tipo de comunicación con el exterior. Y como esa situación de esclavismo parecía estar horriblemente normalizada en la sociedad, las damas no se podían permitir ni quejarse abiertamente sobre su confinamiento ni redactar misivas desahogándose —esto último sobre todo porque tampoco se había considerado necesario que el sexo femenino tuviese que aprender a leer o escribir—. Pero como sentencia Jurassic Park, la naturaleza al final siempre acaba abriéndose camino, y las féminas de China desarrollaron una escritura propia, denominada nushu, que se transmitían de madres a hijas y servía para pasarse de tapadillo cartas e información indescifrable para los poseedores de pito. A diferencia del chino, donde cada palabra representaba un concepto, en el alfabeto nushu los caracteres caligrafiados representaban sonidos, acercándolo a idiomas más europeos, algo que daba un plus de seguridad a las transmisiones secretas.

__________________________________________________________________

(1) ¡Ser, o no ser, es la cuestión! —¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?
Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne.

(2) ¡Abrázame, por favor!

(3) ¡Hail Satanás!

(4) ¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento,
e innumerables como las alas de los árboles son los años!
Los años han pasado como sorbos rápidos
de dulce hidromiel en las altas salas
de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda
donde las estrellas tiemblan
en la voz de su canción sagrada y real.

(5) ¿Hablas esperanto?

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Más que palabras

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Imagen: Editorial Galaxia

Imagen: Editorial Galaxia Gutemberg.

Intuyo que no ha de ser casualidad que el académico Pedro Álvarez de Miranda haya ubicado el texto titulado «Espúreo» al principio del libro Más que palabras. La contienda que mantienen desde hace años espúreo y espurio, en la que se han visto implicados insignes representantes de nuestras letras, es una alegoría de las distintas actitudes con las que se puede afrontar el conocimiento de una lengua y, como tal, una excelente forma de emprender la lectura de la obra y de percibir la postura de su autor.

La palabra en cuestión ya fue motivo de disgusto y dardo para Fernando Lázaro Carreter, ilustre representante de la intransigencia lingüística, al menos en el imaginario colectivo. Contaba Lázaro Carreter que Francisco Umbral le escribió para hacerle notar que había utilizado espúreo en un artículo —don Fernando, no don Paco—, habiéndole comentado con anterioridad —don Fernando a don Paco— que lo correcto era espurio e «invocaba a los testículos» —don Paco— para que le dijera cómo se escribía el dichoso vocablo. Mientras le doy vueltas a cómo superar ambigüedades sin tantos incisos, no puedo evitar esbozar una sonrisa maligna imaginando la misiva y la reacción, y se me pasa. Lázaro Carreter alegó en principio un error de edición, para después defender la forma espuria —es decir, espúreo— y reconocer no solo su falta, sino su reincidencia y preferencia:

Y estoy completamente seguro de que, sometido el asunto a referendo, el número de hablantes que optan u optarían por la forma espúreo superaría con mucho a quienes prefieren la legítima espurio. ¿Incultos? Sin duda, pero, puesto a mojarme, confesaré, si no escandalizo, mi predilección por aquella; la empleé alguna vez, y en algún libro anda registrada mi «falta». Sin embargo, al enviar la aludida crónica, intenté blindarme contra posibles censores, bien en vano como he dicho, utilizando la forma canónica.

Fernando Lázaro Carreter, El dardo en la palabra.

Tenemos involucrados nada más y nada menos que a Lázaro Carreter, en pleno brote democrático, y a Francisco Umbral. Pero Álvarez de Miranda  no menciona esta archiconocida historia; en una renovada versión —el diablo me tienta con remake—, el protagonista es Javier Marías, quien, al igual que Lázaro Carreter, manifiesta preferencia por espúreo y lo utiliza con frecuencia, la mayoría de las veces justificándose después por su uso. A partir de uno de esos casos en los que Marías utiliza el vocablo, amparándose en los precedentes de Galdós y Baroja, el autor del libro desarrolla una reflexión que va mucho más allá del límite entre lo correcto y lo incorrecto.

Casualmente, Marías relataba recientemente en un artículo las discrepancias que se producen entre ellos en la comisión de trabajo de la Academia en el que resume muy bien las ideas que defiende Álvarez de Miranda y que planean sobre gran parte de los temas tratados en el libro.

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Imagen: Editorial Galaxia gutemberg.

A estas alturas, quizás algún lector se estará preguntando cómo cojones se escribe la palabreja, como dijo Umbral. Los hablantes ávidos de respuestas claras las encontrarán. El autor recomienda la forma etimológica espurio, como no podía ser de otra forma; pero no solo eso, explica minuciosamente el porqué y cómo, llegado el caso, no tendría ningún problema en aceptar la forma bastarda. No en vano, en otras ocasiones nuestra lengua reconoció a sus hijas ilegítimas y repudió su genealogía. Con igual rigor disecciona diversas cuestiones fraseológicas, léxicas, gramaticales y ortográficas, siempre con un enfoque de tolerancia, salvo en alguna cosa, como es el tema del género no marcado. No recelo de su intención declarada y evidente de desdramatizar, tanto en el capítulo dedicado en el libro como en el reciente artículo «O todos o ninguno», pero sí de la interpretación radical de los que utilizan como arma arrojadiza las voces con autoridad. Reconozco que hablo por los labios de la herida, a falta de un referente ilustre con el cual justificar este arrebato. Como desagravio, la exposición sobre el tratamiento de los géneros en el capítulo «Modisto» es una referencia que deberían leer todos aquellos que alguna vez hicieron un chiste sobre el género femenino en profesiones.

Por si alguien pudiera hacerse una idea equivocada: Más que palabras no tiene absolutamente nada que ver con un repertorio de gazapos ni es un manual de reglas de buen uso. Es una recopilación de disertaciones sobre diversas cuestiones lingüísticas exponiendo datos y razonamientos y dejándonos a la vista el método, el esqueleto, del estudio filológico, aliviado de la pesada carga erudita, y con una perspectiva que puede sorprender a los que esperan respuestas dogmáticas e invita a descubrir aspectos más interesantes de la lengua.

«Hasta en las mejores familias (literarias), el que tiene boca se equivoca», señala Álvarez de Miranda al final del episodio «Espúreo». Yo diría, aunque pierda la rima, que el que tiene cerebro se equivoca, porque no hace falta ni llegar a pronunciar una palabra para que los mecanismos de la lógica nos inciten a regularizar lo irregular, a asimilar formas conocidas, a simplificar… y, al mismo tiempo, procesar lo aprendido para intentar que «lo correcto» salga por nuestra boca. Entender los mecanismos que producen los errores es la forma más interesante y eficaz de evitarlos, y de no alarmarnos por la llegada del apocalipsis si los detectamos, porque puede que algún día adoptemos esa palabra espuria de la que ahora renegamos.

Más que palabras
Pedro Álvarez de Miranda
Prólogo de Manuel Seco
Galaxia Gutenberg 2016

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«La España vacía»: cuando el primer verbo que se aprende a conjugar es huir

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Fotografía: Feans (CC).

Llamas por teléfono a tu tío, tu abuela o tu primo, preguntas qué tal y te contestan siempre lo mismo: «Cada vez hay menos gente en el pueblo, ya no quedan niños en la escuela, la calle está vacía…». De hecho, hay gente que ni llama. Cada vez son más las generaciones de españoles que no tienen un vínculo directo con el pueblo de sus antepasados. Hay una España que está desapareciendo y no parece importarle gran cosa a nadie. Solo nos acordamos de ella cuando truena, como cuando tras las últimas elecciones mucha gente le ha echado la culpa a «los viejos de los pueblos» de los malos resultados de electorales de la izquierda. La España por debajo del valle del Ebro, excluyendo el litoral y Madrid, es una España ignorada en general, a la que se odia oportunamente y de la que en realidad poco se sabe.

Sergio del Molino, periodista, ha publicado este año el ensayo La España vacía (Editorial Turner) sobre la situación y trayectoria de las regiones más deshabitadas de nuestro país, algunas con densidades de población siberianas, como el sur de Aragón y la Castilla oriental. «Siempre me ha fascinado el erial», comenta al preguntarle qué le motivo para escribir sobre este asunto. «Desde que empecé a trabajar como reportero en Zaragoza y descubrí que esa extensión donde vivían cuatro gatos estaba llena de historias a las que nadie prestaba atención, vi un filón periodístico que nadie apreciaba».

Esta conversación trascurrió justo después de las últimas elecciones y era menester comentar las alusiones a «los viejos de los pueblos» que llenaron las redes sociales para justificar los aparentemente buenos resultados del PP puesto que aún no ha logrado gobernar a día de hoy, que demostraban el desconocimiento que hay de estas áreas rurales: «Son muy injustos los comentarios, porque ese mapa azul que llena las circunscripciones del interior peninsular no significa que la gente —efectivamente, más envejecida que en la España urbana— de esos lugares haya votado unánimemente al PP, sino que el sistema electoral, con su división por circunscripciones, distorsiona el reparto de escaños y hace imposible la proporcionalidad en las regiones despobladas. Dicho de otra forma: no es que todos voten al PP o que voten al PP en una proporción mayor que en las ciudades, sino que cualquier opción que no sea el PP tiene mucho más difícil lograr escaño porque el sistema se comporta como mayoritario y no proporcional, y en lugares como Soria o Teruel deja fuera del parlamento el 40% de los votos, mientras que en Madrid no llega al 3%. Y eso que a Unidos Podemos no le ha ido tan mal en la España vacía: ha logrado escaños en circunscripciones de tres diputados, como en Huesca, algo impensable hasta ahora para un partido que no fuera PP o PSOE. Hay que tener claro que el PP agranda su mayoría con la distorsión del voto rural, sí, pero que este ni es unánime ni serviría de nada si el PP no fuera antes mayoritario en la España urbana y joven».

El libro comienza analizando los porqués de esta animadversión recíproca entre el campo y la ciudad, no exclusiva de España, pues se da en todas las latitudes. Por ejemplo, en Gales, cuenta, hubo un periodo entre los setenta y los noventa en el que las casas de los veraneantes en el lugar eran quemadas. La campaña duró doce años y aún el misterio sigue sin resolverse. Dejaron de hacerlo tan misteriosamente como empezaron. No se sabe quién fue ni qué le motivo, pero el autor de La España vacía se inclina por que eran aldeanos que iban por libre, movidos por el odio individual. Algo parecido a Perros de paja de Sam Peckinpah.

Para Sergio del Molino estos desencuentros se deben a una cuestión atávica de heterofobia en ciencias sociales miedo a lo distinto, al otro. El nosotros y el ellos. Aunque hoy en día, señala, hemos sustituido las lealtades tribales por «afinidades cambiantes y sutiles que son sucedáneos de la tribu», tales como, por ejemplo, la música y sus géneros, así como en el caso evidente del fútbol. Los medios de comunicación, especialmente la televisión, han igualado a los habitantes de las grandes urbes y de los pueblos. Y con internet lo que ocurre en el extranjero ya no llega antes a la ciudad. Pero hace no tantas décadas como pudiera parecer, en los pueblos vestían diferente. Solo ahora todos nos diferenciamos de la misma manera, con los abalorios contemporáneos como la música que llevamos en el coche, el festival al que vamos en verano, un equipo de fútbol y alguna que otra tontería más.

Fotografía: Feans (CC).

Fotografía: Feans (CC).

Y nunca fue así. En este libro aprendemos que los árabes y los romanos sublimaban a la ciudad y despreciaban el campo, que solo servía para abastecerla. Un ejemplo es que los españoles en América, según el autor, se limitaron a levantar ciudades de las que luego no salieron. No tenían ni idea de lo que había en la selva, sostiene.

Un caso paradigmático y ejemplo curioso que cita es el del origen de la palabra «tenedor» en lengua española. En catalán es «forquilla», en inglés «fork», en francés «fourche», en italiano «forchetta»… ¿Por qué en español no se denominó a este entonces moderno utensilio con el nombre de la herramienta rural «horca», en castellano; en latín «furca»  como hicieron las lenguas romances que nos rodeaban? Dice Sergio del Molino que porque en nuestra sociedad renancentista no soportaban que su objeto de uso cotidiano se llamara igual que un apero de labranza.

Escritores como Gustavo Adolfo Bécquer escribieron sobre España como un país exótico. Sobre su propio país. Y ya antes Cervantes ridiculizaba el paisaje, entiende el autor, y los españoles, que se avergonzaban del erial ¡pillaron el chiste! Los estepeños lo entendían y les hacía mucha gracia.

Según me explica: «Aunque la leyenda negra, desde la Inquisición hasta hoy, parece un invento europeo, la literatura española ha sido mucho más cruel y cínica. En ninguna otra tradición cultural de nuestro entorno la crueldad tiene tanto prestigio intelectual como en España ni se asocia tanto a un rasgo de inteligencia como aquí. A menudo, leyendo a los viajeros románticos, se tiene la sensación de que, a pesar del orientalismo y del exotismo con el que tratan al país, hacen más esfuerzo que los autores españoles por conocerlo. Es significativo que buena parte de la mejor literatura de viajes que se ha escrito sobre España sea obra de franceses e ingleses. Los autores españoles, hasta el siglo XX, han sido muy perezosos a la hora de echarse a los caminos».

Cuando cayó el Imperio romano, cayeron sus ciudades, explica. La historiografía lleva años dando cuenta de que la vuelta al campo y aparición del feudalismo no fue un cambio tan dramático, pero seguimos percibiendo hoy día el relato tal y como lo contaban aquellos pijos del siglo XV, los autores del neologismo «tenedor», para distinguirse y distanciarse del medio rural.

En la hermana Portugal las cosas no parecen muy diferentes. El ensayo trae un dicho local cargado de este sentimiento. Al parecer, por allí se dice «Portugal es Lisboa, el resto es paisaje», lo que confirma de forma clara la dicotomía campo-ciudad. Pero el sentimiento era recíproco, circulaba en las dos direcciones. La ciudad, desde el campo, era visto como un lugar de la depravación y el vicio. Tal y como lo explica este periodista: «La ciudad siempre ha simbolizado la corrupción en la tradición religiosa judía de la que venimos, y aunque la oposición es muy antigua y propia de todas las civilizaciones, no tiene mucho que ver con la brecha que abrió la sociedad industrial».

Porque fue con la industrialización del territorio y el éxodo a los centros de producción cuando las diferencias estuvieron más marcadas que nunca. El ensayo en este punto cita a Marx, que consideraba que los campesinos eran como patatas, juntos podían sumar una multitud, pero no una masa, decía. Y las diferencias que los marxistas tenían con los anarquistas, a los que calificaban de arcaístas, por anhelar un regreso al campo con consejos revolucionarios que no jugarían otro papel más que el de la vieja nobleza.

Fotografía: Feans (CC).

Fotografía: Feans (CC).

En este trabajo a esas grandes migraciones del campo a la ciudad entre 1950 y 1970 se las denomina como «el gran trauma». Se dejaron atrás pueblos que no eran más que «residencias de ancianos», prácticamente sin servicios, y se marchó a una ciudad que en primera instancia solo ofrecía chabolas porque la construcción no dio abasto para absorber tanta población.

Franco, en cuya propaganda de guerra prometía a los agricultores un regreso a un pasado edénico, fue quien asestó el golpe más duro a la vida rural en España. Sergio nos lo amplía: «Franco estaba muy empeñado en industrializar el país, sobre todo tras el Plan de Estabilización de 1959 que puso fin a la autarquía. Y para ello no dudó en desplazar poblaciones, inundar pueblos, crear otros de la nada y dejar que las grandes ciudades se colapsasen con un éxodo rural que, aunque ya existía, no tenía las dimensiones que alcanzó entre 1950 y 1970. Franco se alzó con la promesa de devolver la grandeza a esos campesinos que eran descendientes del Cid y de santa Teresa, pero su política consistió en destruir sus medios de vida y arrasar con su cultura secular, de la que apenas quedó nada tras veinte años de industrialización forzosa».

Desde entonces, concluye, las tensiones entre lo urbano y lo rural están más presentes en nuestra literatura que en ninguna otra. Es un fenómeno sin comparación en Europa. Y de esta manera surgió una forma de mirarnos a nosotros mismos muy particular: el autoodio.

La paradoja es que años después en España se experimentaría una obsesión por el Antiguo Régimen también sin parangón. Cuando se crearon las comunidades autónomas, cita el autor, en muchos casos hubo que elegir ciudades de consenso porque las grandes urbes no podían ser capitales, estaban corruptas a ojos de los aldeanos. Así fue Santiago capital de Galicia, frente a A Coruña. Mérida, la eterna y romana, frente a Cáceres y Badajoz. Y hasta en Aragón se intentó que fuera Jaca, primera corte del Reino de Aragón. Mientras que en Francia con la Revolución se reorganizó todo el campo dividiéndolo en departamentos con nombres geográficos, lo más neutros posible, eliminado todos los marquesados, ducados y demás vestigios del Antiguo Régimen, aquí todo ese campo semántico y designaciones permanece en las instituciones.

Una razón a nuestra desatada pasión por el legado político del Medievo pueda hallarse en las guerras carlistas que asolaron el país en el XIX. Este movimiento, políticamente, pretendía un regreso al absolutismo propiciado por los sectores más reaccionarios de la Iglesia. Pero en el ámbito popular también había un rechazo a la llegada de un liberalismo que había coincidido con la pérdida de las colonias, es decir, un descenso del comercio y el empobrecimiento de tantos campesinos que, arruinados, menos aún pudieron adaptarse a una economía basada en el crédito y perdían sus tierras y sus casas.

Entre ellos, el odio a la ciudad fue furibundo. Y además, como en la guerra nunca pudieron tomar las grandes capitales, el movimiento se acomodó aún más en las zonas rurales sin posibilidad de evolución. Los sectores eclesiásticos que controlaban el carlismo, como citas en la Biblia de odio a la ciudad no faltan precisamente, cuenta el autor, encontraron un filón en ese odio de la ciudad de los campesinos.

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Fotografía: Feans (CC).

Esto propició, por un lado, que se crearan periódicos en euskera y catalán en estas regiones, donde el carlismo tuvo fuerza. Se institucionalizó la lengua de aquellos campesinos frente al español de la ciudad, y se sentaron las bases de lo que a la postre y hasta hoy fueron los movimientos nacionalistas. «El carlismo no los trataba de palurdos», señala el autor, mientras que los liberales de la ciudad se reían de ellos y les decían que hablasen en cristiano; un sentimiento de rechazo a lo rural que persistió durante años. Un ejemplo que trae el autor es cuando en el franquismo Radio Barcelona inició unas emisiones en catalán con un programa de contenido folclórico. Según explica, «la burguesía del Eixample lo consideró como un agravio rústico».

Y por otro lado, las demandas políticas de las áreas rurales quedaron fuera de los principales debates o contenciosos políticos del país. Así lo entiende Del Molino: «la brecha de la España vacía con la urbana es tan grande, en términos demográficos, que no interesa como sujeto político. El único discurso que queda es el del lamento, el rencor y la reclamación contra el olvido del que se sienten víctimas. A menudo es un discurso desarticulado y no pocas veces secuestrado por los pocos caciques y fuerzas vivas que aún quedan y que lo utilizan para reclamar inversiones públicas de interés dudoso, pero que les sirven para presentarse ante su comunidad como “conseguidores” o “influyentes” en Madrid y, por tanto, necesarios en su comarca».

Hubo quienes en la literatura trataron de romper con los tópicos. Azorín, por ejemplo, cuando describió paisajes de la meseta no lo hizo con desprecio como había sido habitual hasta el momento. En palabras de Sergio: «se adelantó cuarenta años a los beatniks». Hablaba de «calor, soledad, inmensidad plana». En lugar de recurrir a los sufijos despectivos, parecía «en un estado de conciencia alterado propio de un budista californiano». La conclusión que arroja el autor es palmaria. Hasta hace muy pocos años, «frente al deseo de volver de Proust, los españoles tienen el de huir de la estepa, no hay mayor desapego que el suyo por donde nacieron sus padres».

Tan solo ahora a un nivel apreciable, quieén sabe si recogiendo los sentimientos antimodernidad de los anarquistas o los de los carlistas, o si de los dos a la vez, son más frecuentes y apreciables los anhelos de volver a la vida en el campo. Ya sea en modo yuppie new age, siempre con modernas comunicaciones, o en plan neohippie, consolándose con huertos urbanos, añorando comunas que les protejan de las incertidumbres de la megaurbe y confieran a su vida un sentimiento de autenticidad. Ya desde principios del siglo pasado muchos movimientos políticos entienden que la verdadera vida se encuentra en contacto con la naturaleza.

Los medios han denominado a los que se han atrevido a dar el paso y abandonar las ciudades como neorrurales. Sergio del Molino estuvo en contacto con muchos en el ejercicio del periodismo en Aragón. Sus retratos son los más interesantes de esta obra. Lejos de arcadias felices, normalmente el reportero se encontraba con convivencias viciadas y deseos de volver atrás.

Uno de los casos más tristemente célebres que cubrió fue el crimen de Fago, en Huesca, cuyo alcalde, asesinado, pidió un año antes por televisión que se hicieran análisis psicológicos a los que querían dejar la ciudad para instalarse en los pueblos. «Era un síntoma más del enrarecimiento claustrofóbico de la comunidad» —dice Sergio—. «Visto desde hoy, da escalofríos, parece una llamada de socorro, una premonición. Y algo de razón llevaba. Por desgracia, no he conocido a neorrurales felices o que no manifiesten algún grado de arrepentimiento. Sé que los hay, pero creo que hay que tener una tenacidad y una militancia casi monacal para que funcione esa opción de vida, y eso es algo que está al alcance de muy pocos», concluye, «resistir en un entorno aislado y muy duro requiere de una psique muy bien plantada y de unos arrestos y una convicción poco comunes. No todo el mundo sirve».

Fotografía: Joseba Barrenetxea (CC).

Fotografía: Joseba Barrenetxea (CC).

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La muerte de un signo ortográfico

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Fotografía: Dave Worley (CC).

Fotografía: Dave Worley (CC).

Como Aureliano frente al pelotón de fusilamiento, siempre habré de recordar el día en que mi profesora de Lengua, una anciana de nombre antediluviano y estricta preceptiva ortográfica, me llevó a conocer el signo de apertura de interrogación (Teodosia, no te olvidaré). ¿Qué hemos hecho con esa elegante manera de abrirle nuestra duda al texto? No culparé a nadie, a menudo hay en estos soportes que ahora utilizamos ciertas restricciones que amenazan con exterminar esta noble raza tipográfica. Ciento cuarenta caracteres por aquí, deja espacio para un vídeo por allá. Mientras, mi querida profesora burgalesa, que nos azotaba con historias sobre cómo el Cid había jurado en Santa Gadea gracias al primer castellano, se revuelve allí donde esté viendo cómo el símbolo de apertura de interrogación ya no le importa a nadie.

Probablemente algún lector esté preguntándose quién es este tipo que cuestiona mi pulcra utilización de las comas y mi generosa conducta con los puntos. Si pertenecéis a este grupo, el texto también va con vosotros. ¿No os dais cuenta de que ahí afuera se está acabando, por ejemplo, con ese modo de expresar a la vez una pregunta y una exclamación mezclando, como en esta interminable frase, ambos signos!

Estamos exterminando los signos ortográficos. Y hay algo todavía peor: somos reincidentes. No es la primera vez que nuestra inercia destructiva acaba con estos tesoros. En el desierto de imagen, vídeo, GIF, streaming y quién sabe cuántas demoníacas plataformas más, este pequeño oasis gráfico amenaza con secarse. Pronto contaremos con un emoticono para cada emoción. Incluso contaremos con un emoticono para bailar sobre la tumba en la que enterramos las comillas, otro para ciscarnos en los corchetes. Nosotros, los de entonces, no sé si seremos los mismos, pero sí sé que recordaremos a nuestras profesoras de nombre antediluviano explicando la diferencia entre el punto final y el punto y seguido.

Apocalíptico, dirán algunos. Líneas atrás comentaba que no es la primera vez que ocurre. Que varios signos ortográficos cayeron para dar paso a estos que ahora desfallecen. A continuación enumeraremos unos cuantos que sucumbieron a la moda tipológica del momento. Como el Aureliano de principios del texto, estamos condenados a perder todas las guerras.

Los siete puntos

La primera ortografía, allá por 1741, recoge el uso de esta especie de puntos suspensivos con la intención de omitir una expresión o término. Antes de la aparición de esta norma, solían utilizarse tantos puntos como longitud se considerase que ocupaba el conjunto omitido. Finalmente, la Academia fijó en siete el número de puntos que habrían de utilizarse para este tipo de marcas. Varios siglos después, nuestra natural inclinación por la pereza nos ha privado de esta maravilla ortográfica.

Ejemplo: «No me seas ……….» (cosecha propia).

Apóstrofos garcilasistas

Este signo, aunque todavía figura en la RAE, corre tanto peligro de extinción que ni siquiera el influjo del omnipresente inglés podrá salvarlo. En castellano fue utilizado con frecuencia en los siglos XVI y XVII. De aquella hermosa manera de omitir apenas nos quedan algunos topónimos de lenguas cooficiales y algún que otro valiente de cuyas licencias narrativas es mejor no acordarse. Su uso se extendió con fuerza a través de la poesía renacentista (Garcilaso, Boscán, etc.).

Ejemplo: «Tierras d’Alcañiz negras las va parando» (Cantar de Mio Cid).

Licor suäve

Todo el que haya leído el célebre soneto de Lope se habrá extrañado al ver cómo el autor le coloca una diéresis sobre la letra «a». Este signo se utilizaba como recurso métrico para separar los diptongos en dos sílabas. Como tantas otras preceptivas poéticas en este siglo XXI, la diéresis métrica huyó el rostro al claro desengaño. La diéresis resiste de manera numantina sobre la letra «u». Quién sabe, si todo sigue así, cuánto tardará en desfallecer.

Ejemplo: «Convertido en vïola, / llora su desventura» (Garcilaso de la Vega).

Alçad los braços

Otro de los símbolos extinguidos o en vías de extinción es la cedilla. Desapareció de nuestra ortografía en el siglo XVIII. Hasta entonces se utilizaba para darle a la «c» el mismo uso ante «a», «o» y «u» que ante «e», «i». Lo curioso en este caso es, además, su origen, mucho más hermoso que su desaparición. La cedilla nació como un adorno visigótico, una floritura caligráfica llamada «copete». No solo en este siglo se cuida la imagen.

Ejemplo: «Porque ves allí, amigo Sancho Pança, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes» (El Quijote, primera parte).

Virgulilla abreviadora

La célebre virgulilla, que aún hoy sirve como sombrero para la españolísima letra «ñ», tuvo en los albores del castellano un uso heredado del latín que poco a poco hemos ido perdiendo: abreviaba una palabra cuando esta no entraba en el renglón. De esta manera, era muy común ver cómo palabras repetitivas e intuitivamente reconocibles se difuminaban. Parece q esta moda d abreviar n es nueva.

Ejemplo: «que» sustituido por «q [con virgulilla]».

Antilambda o diplé

La antilambda o diplé (>) es el símbolo que hoy utilizamos para, por ejemplo, reflejar en matemáticas una comparación en la que uno de los dos términos es mayor que el otro: 9 > 8. En este caso, el origen del símbolo define perfectamente la naturaleza de la Edad Media en la península. Se utilizaba, en el momento en el que la línea que separaba el latín y la lengua romance castellana se iba perfilando y acentuando cada vez más, para introducir citas literales de la Biblia. Como curiosidad: es el origen de las actuales comillas latinas o españolas.

Asterismo ilustrado

El asterismo es un carácter tipográfico representado mediante tres asteriscos que forman un triángulo equilátero (⁂). Además del hermoso origen etimológico del término (conjunto de estrellas) también es curioso el uso que al símbolo se le da, pues era utilizado para marcar el final de un capítulo dentro de una obra. Hoy podrá encontrárselo el lector en forma de pléyade alargada, en lugar del clásico triángulo medieval.

Párrafos calderonianos

El calderón (¶) es un símbolo que fue utilizado durante muchos siglos para establecer el comienzo de un párrafo. Normalmente se trazaba en un color diferente al resto del texto, por lo que a menudo se dejaba el espacio en blanco para, con otra tinta, insertarlo. Este es el comienzo de lo que hoy, pereza mediante, es el sangrado habitual antes de cada nuevo párrafo.

Arroba, el origen

Este símbolo, bandera de una generación a un ciberespacio enganchada, sello de todas las direcciones que hoy utilizamos, origen de canciones que habrán de pasar a la historia, fue ya utilizado en la Edad Media para expresar una medida de peso. El historiador Jorge Romance encontró en un documento de 1448 el famoso signo (@) para dar cuenta de un registro de trigo en la aduana entre Castilla y Aragón. Es el testimonio más antiguo que conocemos del célebre símbolo.

Ejemplo: «Una @ de vino, que es 1/13 de un barril, vale 70 u 80 ducados» (Carta de Francesco Lapiun, 1536).

La falsa cruz

El óbelo (†) es un signo prácticamente en desuso, del que la tipografía tira en muy contadas ocasiones como, por ejemplo, para especificar una fecha de defunción. Sin embargo, también en esa franja en la que el latín comenzaba a oscurecer en favor de sus resplandecientes dialectos se utilizaba para hacer referencia a falsedades o dudas.

Ejemplo: «El símbolo arroba aparece por primera vez en Aragón †».

Desaparecieron o están a punto de hacerlo estos y otros signos, como desaparecerán los que nos enseñó Teo. Quedarán reflejados en nuestra lengua como las cicatrices de una cultura que empezó a ser tal, precisamente, cuando pudo dar testimonio escrito de lo ocurrido. Detrás vendrán otros. Quién sabe cómo influirá en nuestro acervo la retahíla de caras sonrientes, interrogaciones irónicas o hashtags locos que fluye por nuestro día a día cada vez más asimilada. Otros nos recordarán como nosotros recordamos a los que en cierta ocasión nos mostraron la apertura de la interrogación. Y las cicatrices, como dijo Machado, seguirán iluminando.

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Matar al mensajero

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Detectives on Nomansland Common, near Wheathampstead, Hertfordshire, the day after the discovery of the body of 24-year-old Australian heiress Janie Shepherd, 19th April 1977. Shepherd had been missing since 4th February. David Lashley was later convicted of Shepherd's rape and murder. (Photo by Frank Barratt/Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

Detectives examinado el lugar donde apareció el cadáver de Janie Shepherd, 1977. Fotografía: Getty Images.

La muerte es uno de los temas más complicados de manejar con rigor, sin herir sensibilidades y sin recurrir a eufemismos. Si sumamos a estas dificultades las limitaciones que nuestra lengua nos impone en algunos casos, redactar un titular sobre una muerte violenta puede resultar una tarea espinosa. Esta coyuntura provoca que las noticias que tratan sobre homicidios en los que se habla de «una persona muerta», «muere a manos de», «detenido por la muerte de…», etc., generen polémicas —en especial en los casos de violencia de género— al apreciar un tratamiento inadecuado de una muerte no natural, que se identifica más propiamente con el concepto «matar».

El motivo es que morir es entendido por muchos hablantes —no sin fundamento, dada la naturaleza intransitiva del verbo— como una acción propia del sujeto, sin la actuación de un agente externo, aunque en realidad solo la forma pronominal morirse tiene el uso exclusivo para la muerte sobrevenida. Paradójicamente, la forma pronominal de matar (matarse) puede significar «perder la vida accidentalmente».

A su vez, muerto, ta, como adjetivo y sustantivo, significa «que no tiene vida» —independientemente de que esta se haya perdido o haya sido arrebatada—, una acepción que no contiene el adjetivo matado, da, que tiene un sentido figurado de «aburrido» y no se utiliza para una persona fallecida.

Por otra parte, el verbo matar tiene dos participios: matado, que se usa en los tiempos compuestos y raramente en la voz pasiva, y muerto, usado en la voz pasiva, como herencia de un antiguo uso causativo del verbo morir vigente aún en algunos casos.

Como vemos, es difícil hacer explícito que una persona, como sujeto, ha muerto a causa de otra. Aunque la muerte sea un tema repleto de tabúes, no se trata de un eufemismo, sino más bien de una limitación léxica de nuestra lengua, que no tiene una forma simple para distinguir, en este tipo de construcciones, la muerte sobrevenida de la causada. De ahí la existencia de construcciones semicopulativas que expresan daño o perjuicio como «resultar muerto», el uso de complementos para expresar la causa de la muerte (de una puñalada) o expresiones añadidas del tipo «a manos de» que no necesariamente complacen las pretensiones de aquellos hablantes que reclaman un lenguaje más categórico.

Evidentemente, se podría solventar este escollo situando como sujeto al causante de la muerte, como recomiendan algunos manuales, puesto que de este modo no se oculta el agente de la acción. Pero esta solución tampoco está exenta de polémicas. Es el caso de titulares de tipo «Un hombre mata a su mujer», en los que la víctima pasa a ser objeto y el sujeto —y protagonista de una de las clásicas preguntas a las que tiene que contestar un titular (¿Quién?)— es el autor del crimen. De esta forma el foco de la noticia se desplaza y, sobre todo en los casos en los que el sujeto es extenso, puede resultar una fórmula peyorativa.

Otra opción, propuesta por algunos colectivos, es hablar de asesinato. Asesinar tiene un participio sin matices y resuelve cualquier problema de ambigüedad por activa y por pasiva, pero esta precisión supone a la vez un problema. El asesinato es un homicidio cualificado con agravantes. Está tipificado en el Código Penal como homicidio con alevosía, precio o recompensa, ensañamiento o para facilitar la comisión de otro delito. El Diccionario de la lengua española, como la mayoría de diccionarios, lo define en términos similares y, si bien algún diccionario de uso sí define asesinar como «matar cuando esto constituye un delito» y en el lenguaje coloquial puede entenderse de esta forma, es impreciso utilizar este término, incluso indicando la presunción, antes de que haya una acusación.

En este punto usted estará esperando una respuesta meridianamente clara después de aguantar esta disertación; lamento decepcionarle pero, si hay una fórmula mágica que aúne rigor, corrección política y gramatical, la desconozco; aunque espero que la produzcamos. La lengua experimenta constantemente cambios semánticos para cubrir vacíos. Es el caso del uso que ha adquirido abatir, que en la última edición del Diccionario de la RAE tiene una acepción no recogida hasta ahora: «Hacer caer sin vida a una persona o animal». Anteriormente no estaba registrado como sinónimo de matar, sino de «hacer caer». Esta incorporación nos indica que su uso en sentido letal se ha extendido. Un «nuevo» término con licencia para matar que se utiliza con una altísima frecuencia en titulares que narran muertes causadas por fuerzas policiales o militares, casos estos en los que casualmente resulta embarazoso utilizar conceptos como matar, asesinar o ejecutar. A su vez resuelve el problema que plantea expresar que alguien ha sido disparado (mortalmente) sin ser un hombre bala.

Los hablantes, para transmitir un mensaje con precisión, somos capaces de designar realidades mediante distintos recursos por las más diversas causas, entre ellas las sociales, y, aunque ser políticamente correcto se haya convertido en un estigma, resultar ofensivo es un escollo que podemos eludir con algo de voluntad, pericia y premeditación.

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Editar en tiempos revueltos: {Pie de Página}

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Fotografía: Javier Nadales

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Detrás de la editorial {Pie de Página} están los del boli rojo. Los de las anotaciones al margen y los gazapos que no vemos. Quienes fulminan los errores de concordancia, las subordinadas imposibles o las florituras de egos inflados. Los encargados de la parte más ingrata de la puesta a punto de un libro: editores, correctores y traductores. Se curtieron como negros editoriales, como «kamikazes de la lengua» de los demás, hasta que se decidieron a dar un paso al frente y fundaron la editorial.

Ahora los que estaban detrás están delante, editando sus propios libros. Se zampan las tildes de los «solo» de sus autores, e intentan eso tan romántico e impreciso de «inocular la pasión por la lengua», sacándola de su entorno apolillado. Con colecciones centradas en ensayos sobre lingüística y otras enfocadas a la narrativa. Desde una juventud insultante pero no cegadora, o lo que ellos llaman «estar con un pie en la tierra y con otro en las nubes». Y entre dos llaves.

Charlamos con Álex Herrero, su director editorial, y con Gloria Gil, responsable de comunicación y asesora pedagógica de {Pie de Página}.

Álex, tienes veintiún años y ya tienes un libro publicado, una editorial y eres asesor de Fundéu. Cualquiera diría que vas por el mal camino.

Álex: [Risas] Lo sé, lo sé. Yo en realidad empecé a estudiar Derecho, pero a los seis meses vi que todo era muy gris, que dedicándome a eso jamás viviría con la conciencia tranquila. Dejé la carrera y me planteé hacer algo de lengua de signos, pero no podía acceder a ningún grado por un tema de plazos. Así que me dije: me gustan los libros, voy a investigar por ahí. Creé una comunidad de blogueros, de reseñistas, con una peculiaridad de reseñar también en vídeo. A los seis meses de fundarla conseguimos que veintiún editoriales nos enviaran los libros gratuitamente.

¿Hablamos de booktubers?

Á. H.: Sí, eso. Es un poco el origen. A través de eso, una editorial me ofreció publicar un libro de forma gratuita, aunque era una editorial de autopublicación. Accedo a cambio de ayudarles con el marketing. Cuando llegó el libro y lo vi, pensé que a pesar de no ser lingüista era evidente que eso necesitaba más corrección. Creía que eso podía estar mejor. Y a partir de ahí surgió mi idea de hacerme corrector, y lo hice en el centro Cálamo&Cran, para profesionales de la lengua en general. Después de sacarme el curso, me llamaron de la editorial para que trabajase como corrector y ahí sí que pensé: «Esto se me está yendo». ¿Un chaval de diecinueve años que no ha pisado una editorial y es corrector recién estrenado? Pero me prometieron que aprendería, y empecé a trabajar con ellos. Allí fue donde vi que esto de la autopublicación estaba bien hasta cierto punto (porque es muy mecánico y ahí el editor un mero productor). Viene un libro, lo haces y lo mismo editas un poemario que un manual sobre cómo pilotar un avión. Me faltaba un plus de mimo, de cariño. Seguí avanzando en el mundo de la lengua y ahí conocí a Gloria y a Gabriel Cabrera en Lenguando, un encuentro de entusiastas de la lengua.

Gloria Gil: Yo trabaja en una empresa que lo organizaba, porque vengo del mundo de la educación y la formación. Ahí pude volcar todo lo que sabía de didáctica y pedagogía para darle el giro educativo a las charlas.

Á. H: En realidad, como más bonito se puede decir esto es que «nos ha unido el amor que sentimos por la lengua».

¿Y en qué momento decidís montar la editorial?

Á. H.: En 2015, aunque figuremos como registrados este año. Creemos que es una editorial distinta porque nosotros apostamos por la parte práctica de la lengua, es algo fundamental. Existen manuales muy serios sobre acentuaciones, maneras de interpretar y demás…

G. G.: Que no se lee nadie, además. Y te lo digo yo, que vengo del mundo de la escuela, de dar clase a chavales. Y después de años de dar clase en un instituto te percatas de que algo falla con la lengua. No podemos estar enseñando la lengua como si esto estuviera muerto, hay que hacerlo con una nueva mentalidad. Y hablamos de chavales, pero realmente la gente de treinta, de cuarenta o de cincuenta años está ahí también. Los manuales que proponemos dentro de la colección Tinta Roja, para profesionales de la lengua, siempre tienen que ser prácticos. Es lo que les decimos a quienes nos mandan los manuscritos o les pedimos proyectos: que sea algo que luego se utilice. Lo que buscamos es que esos manuales, más que la presentación de libro —que también se puede hacer—, lleven aparejado un taller. Por ejemplo, estamos ultimando un libro de Gabriel sobre diez claves para ser intérprete. La idea es que la gente coja el libro, lo lea porque quiera ser intérprete, y sepa que no basta con eso para ser intérprete profesional, pero sí que le enseñe el camino de inicio. Y que luego vengan al taller, para conocer al autor y criticar su obra, si es lo que quieren. Es una exposición y un riesgo, queremos ir más allá de la mera presentación.

Á. H.: Los lingüistas o aquellos que trabajamos para la lengua tenemos un problema. Voy a poner un caso: mi prima, a la que le gusta mucho el inglés y que de toda la vida ha visto series en inglés, y siempre ha ido a clases extraescolares…, ¿es traductora? ¿Sí?, ¿no?, ¿por qué sí?, ¿por qué no? Y luego, al margen de esto, el mundo de la lengua está muy conectado. Mi ámbito concreto está muy cerrado en el sector editorial, y a lo mejor cada tres meses sale una hornada nueva de traductores y editores. Pero el pastel sigue siendo el mismo. Si solo existe este pastel, ¿cómo nos lo repartimos? ¿O es que a lo mejor hay más pasteles? Ahí está un poco nuestro asunto. Nos encontramos en una situación en la que el paradigma laboral ha cambiado por completo. Antes una empresa se encargaba de fidelizar y cuidar a su proveedor, y ahora no. Nos guiamos por un montón de parámetros: factor precio, factor eficacia o factor valor añadido, entre otros. Hay muchos profesionales de la lengua que primero terminan la licenciatura o el grado, y no tienen ni santa idea de qué hacer con eso que han estudiado.

G. G.: Parece que en las carreras de letras o eres profesor, o tienes suerte y te contrata una editorial para que te esclavicen. A veces los editores y correctores parecemos los hermanos pequeños de la gente de letras, y no… ¡Hay trabajo!

¿Con el pastel te refieres a cantidad de trabajo o a nuevas formas de trabajo dentro del mismo registro? Porque diría  que en realidad el pastel cada vez es menor, porque en una situación de crisis lo primero que se recorta es el control de calidad, en el mundo editorial el control de calidad son precisamente esos puestos de corrección.

Á. H.: El problema es que generalmente el pastel que nos presentan es que tienes dos grandes grupos que son Penguin Random House o Grupo Planeta. Luego tienes un sector más chiquitito que es la editorial pequeñita. ¿Pero hemos probado con las agencias de comunicación, agencias de publicidad, centros de formación…? Yo, personalmente realizo trabajos para uno de estos grupos, y tengo esa parcelita que nadie me quita. ¿Podría ocuparla otro? Podría ser si yo la cedo, si lo hago mal, si alguien ofrece sus servicios más baratos… Pero igual que yo tengo la mía, otros tienen la suya. ¿Y los nuevos qué?

Bueno, la respuesta rápida es la cantidad de nuevas editoriales que no paran de surgir. Más de ciento cuarenta solo en lo que va de año.

Á. H.: Es una de las vías. Pero el problema es que la cantidad de editoriales nunca equipara la cantidad de correctores o profesionales de la lengua que están libres. Siempre hay muchos más profesionales de la lengua que puestos de trabajo. Nosotros con nuestros libros lo que pretendemos es darles ese extra a los profesionales y ayudarles a enfocar en qué están fallando. Hay gente que lleva cuarenta años en el sector y ahora teme perder a sus clientes porque el sector se está abarrotando. Ha habido épocas para los correctores muy buenas, en las que han podido vivir opíparamente, y otras que son muy malas. Como editor entiendo a los editores que no puedan pagar más, pero también tengo que entender que los correctores exijan más.

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¿La edición es más un oficio o una profesión?

Á. H.: De toda la vida a editar se ha aprendido editando. Te han cogido en una editorial, la primera semana has movido cajas y después has empezado la faena. Yo he aprendido así, aunque luego me saqué cursos de edición mientras me decían «esto se arregla a golpe de gin-tonic con el distribuidor». Y así era. Una vez me pasé no sé cuántas horas al teléfono con un autor, convenciéndole de que contratara a alguien para que le maquetara el libro y, en cuanto colgué, mi compañero —que llevaba veintitrés años en el sector— me dijo: «¿A que esto no te lo enseñan en los cursos?».

G. G.: Al hilo de lo que decía antes, sobre las carreras de letras. Parece que son solo cuatro cosas, pero en realidad hay mucha interconexión con otras de ciencias, como la informática por ejemplo —que parece que es pecado— y cada vez vemos que están requiriendo más unión o matrimonios. Nosotros hemos contactado con gente de lingüística computacional, que parece que es una cosa muy loca y no lo es. Nuestros libros buscan abrir nuevos campos. No te vas a convertir en un profesional por leerlos, pero vas conocer más parcelas, vas a tener un currículum mayor. Aunque en realidad ni siquiera es una cosa de currículum, porque eso ya pasó a la historia, el de papel. Hablo del currículum personal. No ponemos los libros que hemos leído, pero ahí están. O todas las páginas webs que lees a lo largo del día, que pueden ser una formación inmensa. A nosotros nos apetece contactar con autores muy diferentes.

Á. H.: Como algunos correctores que llevan toda la vida y pueden sentar cátedra. Pero no solo eso. Nuestro objetivo es decirle a la gente: «Oye, la lengua sirve. Te facilita la vida y la necesitas, no es algo tan etéreo».

Decís que, con la colección Tinta Roja, os dirigís sobre todo a «profesionales de la lengua», es decir, que no es una vocación divulgativa, no está enfocada al lector de a pie.

G. G.: No, en principio. Aunque también conozco traductores que se han reconvertido con cuarenta años, que eran profesores y se han reciclado. O correctores, por ejemplo el curso de Cálamo&Cran lo hice con veintiocho años.

¿Y por qué si la marca más distintiva de la editorial es esta, la centrada en la lengua, habéis decidido sacar vuestro primer libro [Ángeles en el laberinto] en la otra de narrativa?

G. G.: Ahora viene la loca historia de Rosa Peñasco.

Á. H.: Es la décima novela que publica, es profesora de la UNED. Dio la casualidad de que hasta terminó siendo mi casera. Leímos la novela y nos encantó, y también al ver que sus anteriores editoriales habían sido Alianza, Suma de Letras… Nos reforzó.

Hablemos de tu labor en Fundéu. Aunque sea solo por poner cara a quien resuelve las dudas.

Á. H.: Ahí llevo trabajando unos meses, soy asesor lingüístico. No sabes tú lo que se aprende allí, normalmente por las redes sociales está directamente Yolanda Tejado, que santa paciencia tiene conmigo, luego, por el resto de vías también están Javier Bezos, Celia Villar, Judith González y Fernando Osuna.

Pero tú no eres filólogo…

Á. H.: Ya… Empezaré ahora la carrera por amor al arte.

Se os van echar los trols encima cuando descubran que quien les contesta a las dudas no es un titulado…

Á. H.: [Risas] Ya, ya. Pero es que soy tan sumamente friki, tan apasionado de la lengua… Yo llevo trabajando para editoriales tiempo, y no solo como corrector. También he llevado proyectos de lectoescritura, residenciales, de geriatría, de corrección médica… Que Fundéu también busca ese tipo de perfil para componer un grupo variado de profesionales que puedan satisfacer esas necesidades. ¿Qué quieres, veinte lexicógrafos? Pues no, necesitas gente multidisciplinar, que sea polivalente.

G. G.: Además ese es el mundo del futuro, o eso es lo que vemos por los autores a los que contactamos. Son traductores y se dedican a ello, pero también dan formaciones o se dedican a otro tipo de cosas.

Á. H.: Pero tenemos el problema en España con la titulitis. Conocemos a traductores que son muy profesionales y no son traductores de carrera. El fundador de la Wikilengua no es filólogo. Uno se da cuenta de que lo que necesita es el profesional adecuado al margen de la titulación.

G. G.: Todo esto tiene mucho que ver con lo que es {Pie de Página}. No elegimos a personas porque tengan un currículum. La gente con la que trabajamos en nuestros libros la hemos elegido por su trabajo, no les hemos pedido el C.V.

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Una editorial recién fundada, detrás un editor de veintiún años, centrada en un asunto que a tantos resulta árido como la lengua… Jugando a ser abogado del diablo: ¿Parecéis el proyecto más fiable del mundo para quien os tenga que financiar?

Á. H.: Te miento si te digo que nosotros no queremos lucrarnos. Claro que sí. El dinero lo ponemos los propios editores y Cálamo&Cran. Es una cuestión de calcular muy bien las cosas: unos proyectos editoriales realistas, ser objetivos, calcular todas las actuaciones que se puedan realizar. Por ejemplo, con el libro de Rosa lo calculamos muy bien. La novela transcurre entre Valdepeñas y Madrid, y nos encargamos de que todos los medios de comunicación pudieran ir allí. Se hizo todo al milímetro, desde distribuir la novela a librerías…

G. G.: Hasta irse él mismo con la mochila a llevarlos.

Á. H.: [Risas] Sí, fuimos haciendo depósito. Hemos tenido la suerte de no encontrar inconveniente para dar con distribuidor. Y llevamos desde abril, que salió el título, en la Casa del Libro en la sección de «Recomendados».

G. G.: Claro, porque lo de «editorial joven» engaña. Él lleva cuatro años como editor, yo desde 2008 peleándome con gente del mundo de las letras, y a nosotros ya nos conocían. La editorial es joven, pero hay un bagaje detrás. ¿Cuánta experiencia necesitas? ¿Quince años? No.

¿Cuántos ejemplares tirasteis del primer libro?

Á. H.: Mil. Y los números van muy bien. Y en Madrid tuvimos mucha suerte con la presentación, sobre todo porque es una ciudad muy abarrotada de actos que es imposible cubrir. Pues aun así conseguimos figurar en la programación de la Noche de los Libros, salió en la Cope al día siguiente un fragmento…

G. G.: Y en las librerías son majísimos, especialmente en Nakama. Elegimos a dónde vamos. Como la novela tiene un rollo cervantino, este año ha encajado muy bien con el centenario. Nosotros no tenemos unas oficinas en la Gran Vía.

Á. H.: ¿Qué oficinas hay más bonitas que las de mi casa? [Risas]

G. G.: Por eso cuando preguntas cómo de arriesgada es nuestra propuesta, te contesto que calculamos muchísimo el coste y beneficio de todo lo que hacemos. Y no flipamos. Seguimos nuestros sueños, pero con los pies en la tierra.

Á. H.: Nos hemos tenido que pelear con mil imprentas para encontrar aquellas que me den los servicios que yo quiero: un libro que huela a papel. Un papel de noventa gramos…

G. G.: O pelearnos con el diseñador por las letras capitales.

Á. H.: O las solapas, que no sean de siete, que hacen que el libro se mueva. Son de trece.

G. G.: Es que, ya que salimos del circuito mayoritario, queremos hacer las cosas bien.

Toca, en estos días, hablar del libro digital.

Á. H.: Yo me voy a remitir a las cifras: entre un 7% y un 10% es la venta del libro en digital. El resto es papel. Pero imaginemos que el día de mañana la cosa avanza. Y eso que yo soy muy de papel, yo tengo el e-reader cogiendo polvo. Sinceramente, igual que cualquier autor creo que esto es así por una cuestión de egolatría y de tangibilidad. Pero, aparte de eso, nuestro objetivo es tratar el libro como un objeto de colección; por ejemplo, aquí te pone «impreso con cariño en España». Que son chorradas…

Y no tanto, veo que elegís bando en la guerra de la tilde del «solo».

Á. H.: Sí, y eso que casi trae la Tercera Guerra Mundial. Caímos en la típica del editor-autor. Yo le dije que todos estos «sólos» que habíamos quitado del libro no los volviera a poner. «¡¿Cómo?! ¡¿Cómo?!», me dijo. Después me pidió que se los dejara como «marca de autora». Pero no pude ceder, me tengo que guiar por las normas y recomendaciones académicas…

Sería una tremenda ironía sacar la colección de Tinta Roja, centrada en la lengua, y la de Tinta Negr, violando todos los preceptos.

Á. H.: ¡Claro! Así que yo le expliqué que no podía hacerlo. Ella alegaba que era solo una «recomendación» de la RAE, pero yo entiendo el porqué de esa recomendación. Lo entiendo y lo acato. Ella me dijo «¿Ah, sí? Pues dame tres días más que voy a reemplazar todos los “solos” por solamente o por nada». Hoy lo recordamos como una anécdota graciosa.

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Decís que os sentís un poco «sobrepasados» con la recepción de manuscritos de narrativa.

Á. H.: Sí, es que es verdad que hay una sobreabundancia de «narrativa». Estamos recibiendo una media de siete manuscritos al día. Es una barbaridad, porque lo que más hay es novela y cuento.

G. G.: No todos son buenos, claro. Pero si entre siete sacas uno… Pero los leemos, ¿eh? Todos.

Á. H.: Al menos las primeras páginas, para ser un poco objetivos. Ponemos mil y una condiciones en un pliego, que la mayoría se saltan.

G. G.: Muchas veces hay gente que te presenta un dosier muy bueno, de los que te apetece seguir leyendo. Te dan muestras, te cuentan quiénes son y de qué va la obra. Pero te lo cuentan bien, no esto de «Fulano se encontrará con su destino…

«… En un viaje interior».

G. G.: [Risas] Sí, sí, eso es muy tópico. Hemos tenido bastantes de esos. De decir, pero ¿de qué va? Tenemos también muchos ecos de Juego de tronos, o cyborgs, que está muy de moda. A mí me encanta Juego de tronos, pero, joder, no me mandes una copia y encima lo hagas mal.

O zombis, que tampoco está nada visto.

G. G.: ¡De esos también hemos tenido!

Á. H.: Si somos realistas y objetivos con los números, en España se editan aproximadamente noventa mil novedades al año; si quitamos títulos científicos o de origen estatal, se nos queda en unas setenta y cinco mil novedades. De esas, solo un 33% está en catálogo, que no implica que esté en la tienda. Por lo menos que lo tengan dado de alta. Antes lo que peor se vendía era poesía o teatro, pero es que ahora la narrativa es lo que está más bajo.

¿Y creéis que es por una sobresaturación en los últimos años?

G. G.: Yo creo que es porque ha cambiado la manera de leer. Tú ahora no te pasas una semana leyendo un libro. La poesía, además de porque ahora hay muchas experiencias poéticas, ha vuelto porque la dinámica es otra: me leo tres poemas, cierro el libro y me voy a dormir.

Bueno, pero también funcionan más que nunca las sagas literarias muy voluminosas que te hipotecan a largo plazo.

G. G.: Pero esos son los ravings fans que tienes ahí para ti para siempre. Quizá sea que la poesía funciona porque ahora estamos en un mundo de la vivencia, de la experiencia. Ahora todo el mundo vende experiencias. La poesía se lo ha montado muy bien ‚—¡Arriba los poetas!— porque te hacen vivir una experiencia poética en su bar o no sé qué. En una novela es más difícil. Juego de tronos es una experiencia, una excepción. Porque es un mundo, un universo. Es mi opinión de sociología barata [Risas]

Á. H.: Todo el problema radica en la educación. Con el concepto de lectura obligatoria del que yo mismo vengo. ¿Por qué narices me tengo que leer esto si no me gusta? Me estás obligando en lugar de darme una opción, una gama, o centrarlo en mis gustos.

G. G.: Eso hacía yo con mis alumnos.

Á. H.: El problema es que el sistema educativo no enfoca así las cosas. Por ejemplo, Sant Jordi es una cosa apabullante. He estado firmando, como editor… de mil formas. Allí todo el mundo compra libros. Es una cosa de números. Y todo esto se convierte en eso, en números. Los grandes grupos editoriales dicen «si tú vas a vender más de diez mil, te edito».

Estáis en disposición de decir que no vais a editar autoayuda bajo ninguna circunstancia.

G. G.: ¡No, no, no! Si quieres, puedes decir «autoayuda lingüística o profesional» si lo quieres ver así.

Como recomendación no pedida: mejor no lo llaméis así.

G. G.: Qué va, qué va, suena horrible. Pero, si la palabra «autoayuda» no estuviera tan viciada, sí me gustaría usarla porque es un poco la idea de decir: yo te doy este libro, y eres tú mismo quien vas a conseguir…

Á. H.: «Gente depresiva por caja uno, por favor».

G. G.: «Te vas a empoderar».

Solo os falta decir «sinergias» para el discurso redondo.

G. G.: [Risas] Nos reíamos mucho de esto. Cuando trabajaba organizando las jornadas para profesionales de la lengua queríamos huir de este mundo tan rigorista de «el español es la tercera lengua blablablá…», porque en las reuniones de profesionales no parábamos de escuchar lo de «sinergias» y «experiencias» por todas partes.

«Implementando las sinergias».

G. G.: El verbo perfecto.

Á. H.: El problema es que todos estos académicos que viven al otro lado ven el toro desde la barrera. «Yo estoy seguro porque cobro mi fijo, tengo una tranquilidad económica brutal, soy una eminencia lingüística porque hice una tesis sobre los Salmos en el 63, o un estudio sobre Ana María Matute y el lenguaje simbólico…». Lo que sea. Están, ya que estamos con las palabras de moda, en la «zona de confort». Y ellos hablan desde un punto de vista privilegiado. Nosotros nos dirigimos a todos estos muertos de hambre, que tenemos este trabajo, pero mañana se nos va este cliente y a ver cómo encontramos otro. O cómo podemos ser mejores profesionales y que se se va no sea por eso. Nosotros, que vivimos en la incertidumbre freelance, queremos echar un cable. Gente que pueda servir como argumento de autoridad, pero que viva en el mundo de hoy.

Vamos, que no le vais a pedir un ensayo a un catedrático de la lengua.

Á. H.: Podríamos, pero van a hablar de «sinergias». Y además, o eres un hombre o…

G. G.: Esa es otra, otro debate. Y no es por nada, porque ha surgido así, pero justo nosotros todo lo que tenemos de la colección de Tinta Roja, casi todo, son mujeres. La mayoría. No ha sido buscado, pero así ha sido.

Á. H.: No buscamos un sexo, buscamos un nombre. Calidad. Nada más.

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La colección de Tinta Negra, ¿vais a centrarla exclusivamente en narrativa?

Á. H.: Sí, sobre todo narrativa y si sacamos algo de poesía será sobre todo ediciones conmemorativas o especiales. Hablamos de que el libro es un objeto de colección, así que seguiremos por esa línea. Nos han propuesto una colección, pero querían autopublicar. Y yo lo siento, pero no. No es por la pasta, es que nosotros íbamos a coeditar libros con otras editoriales, yendo a medias. Pero es tan importante la calidad para todo nuestro equipo que no podemos ceder en eso. Yo estoy dispuesto, fíjate, a ceder todos los beneficios del digital, e ir a medias con el impreso: pero yo elijo medidas, elijo el tipo de papel…

G. G.: O este poema no entra, porque no es bueno…

Á. H.: No queremos papel oro ni tinta de unicornio. Solo queremos libros buenos. Que la gente se gaste diez o quince euros y no les duela. Nosotros vamos a tener un precio máximo de cada libro en los quince euros. Y con eso voy justo para recuperar, ¿eh?. Porque mi distribuidor, obviamente, se lleva el 60% del PVP. De quince euros se llevan nueve euros, por eso tengo que editar más para que baje el coste unitario.

Es decir, que la editorial os la podéis permitir porque ambos tenéis otros trabajos más o menos estables.

Á. H.: Exacto.

G. G.: Vivimos un poco en el no saber. Pero después de algunos años de estar en diversas empresas, me he dado cuenta de que cuanto más pequeña era la empresa, menos ganaba, más trabajo creativo hacía y más feliz era. Es una cuestión de equilibrios, porque eso te motiva más. Para ganar dinero también tienes que arriesgar dinero, con cabeza. Tampoco estamos poniendo nuestra casa para montar esto. Yo cuando llegué a {Pie de Página} también estaba creando un proyecto educativo para familias, y fue todo unido.

¿Cómo os planteáis uno de los grandes dilemas del sector editorial? Cada vez hay más número de editoriales, más libros publicados y los índices de lectura siguen estancados.

Á. H.: Mira, yo siempre comparo a un editor con un director de orquesta, que no es solo mandar. Quizás el director no sepa tocar el violín, la tuba, o el xilófono bajo, pero sí sabe cómo tiene que sonar. Si él se rodea de un elenco de profesionales y sabe a por quién va —porque nosotros no tenemos a nadie tan concreto como nosotros en el mundo editorial, centrado en la lingüística—, no es ninguna locura. Yo he invertido mis días de vacaciones en estudiar si nos convenía una editorial con o sin distribución, en visitar librerías, en hacer asesorías editoriales… Que era algo que ya había hecho, y de lo que aprendí mucho. Tenía, por ejemplo, un cliente de Salamanca que jamás en su vida había hecho un plan de viabilidad, y todos los libros le salían ruinosos. O sea, que montar una editorial no es una locura si lo haces con cabeza, si sabes a por quién vas, cada cuánto vas a ir… Y no es fácil determinarlo. Con un pie en la tierra y un pie en las nubes. La edición es un asunto tan fundamentalmente bohemio que a veces no se ve eso, que son números. Que tienes que calcularlo absolutamente todo.

¿Puedes calcular los libros que vas a vender? ¿O solo es una estimación?

Á. H.: Nosotros nos movemos con porcentajes. Mira, un título es inviable cuando yo tengo que vender más del 52% de la tirada para cubrir los costes de edición. Si de mil tengo que vender quinientos veinte o quinientos veinticinco, mejor déjalo.

G. G.: En general, nunca sabes. Los talleres que yo organizo intento hacerlos a porcentaje, porque es muy difícil estimar cuánta gente va a venir y puedes perder dinero. Calculas siempre con un porcentaje, en los libros igual.

Este libro en concreto ha llegado hasta las estanterías más vistosas de muchas grandes librerías. Pero ¿qué esperanza tenéis con los libros de lingüística? Porque es más complicado que eso se vuelva mayoritario…

Á. H.: Pues creemos que va a tener incluso más impacto, aunque no por los mismos canales.

G. G.: Va a ser difícil que esté recomendado en la Casa del Libro, sí.

Á. H.: Pero, por ejemplo, yo soy miembro de la Unión de Correctores, a mí, como profesional de la lengua, me interesa este tema, y al resto de socios también. Todo esto, además, se va a completar con muchos talleres y jornadas, que también lo van a retroalimentar. Si lo enfocas bien, estás jugando con un margen de probabilidad mayor.

G. G.: Yo no sé quién va a comprar esto [coge el libro] porque es novela negra y hay miles de personas a las que les interesa. Pero yo no sé quiénes son. Sin embargo, en los de lingüística puedo hasta ponerles cara.

Á. H.: Tinta Negra va a estar durante un tiempo más detenido. Tenemos otro proyecto pronto, de una periodista, pero nos vamos a centrar más en Tinta Roja. Porque es la producción que más nos interesa.

G. G.: Tinta Negra es una colección que nos ha venido casi hecha. No queríamos cerrar esa puerta, pero son gente muy seleccionada.

Á. H.: Además, que no vamos a editar malamente, tenemos que dedicar atención. Eso es algo que me pone muy nervioso, por ejemplo, este libro de Círculo de Tiza de Cosas que brillan cuando están rotas. Y, efectivamente, me gustó, hasta que llegué a los diálogos, con una raya para acá, otra para allá… yo así no puedo leerlo. Y no es por ser pejiguero. Es que si tú me presentas un original, me tienes que vender la moto, el motorista y la gasolinera. Y así no. Tiene que ser un libro, desde el principio, que a mí me gustaría editar.

¿Y leer? ¿El editor edita los libros que le gustaría leer?

Á. H.: Pues ahí te lo tengo que discutir. Porque yo a lo mejor editaría un libro sobre la langosta china o yo qué sé, pero me lo acabaría comiendo yo. Yo, el autor, su madre y la mía lo leeríamos. Pero ya.

G. G.: Es un equilibrio. Si me dices que va a vender mucho pero a mí no me gusta el libro…

Á. H.: Bueno, yo te digo una cosa, si a mí me viene Belén Esteban y me pregunta si puede editar un libro conmigo, me lo pienso. Por supuesto. Soy honesto. Porque eso es asegurarte que vas a vender no sé cuántos, y con ese capital voy a poder hacer no sé cuántos proyectos que me interesen.

G. G.: El dinero al final es gasolina. No es para comprarte tu mansión, es gasolina para hacer tu trabajo mercenario. Es el tema del ego que hablábamos antes. Pero bueno, yo digo una cosa: no editaría a Belén Esteban porque perderíamos a todos los demás clientes. Pienso yo: Tinta Roja y Tinta Belén Esteban. No lo veo…

A lo mejor Belén Esteban lleva dentro la gran novela americana y estamos aquí diciendo chorradas.

G. G.: [Risas] Si conseguimos pulir y sacar la leche… Pero, sinceramente, creo que nos cargaríamos todo lo demás.

Á. H.: Ya, pero bueno, nosotros no estamos aquí por dinero.

G. G.: Lo habrás oído más veces, pero esta es verdad. [Risas]

Á. H.: Nosotros no podremos vivir de esto hasta que pasen dos años.

G. G.: Nosotros somos mercenarios, siempre lo digo. Somos «una obrera de la palabra», no los arquitectos. Y todos los trabajos son dignos. Además, creo que para este trabajo no tienes que saber hacerlo todo, sino que tienes que tener el teléfono de quien sabe hacer cada cosa. Es algo que aprendí en mi época freelance: que tienes que tener networking, ya que estamos con los términos de moda.

Y como profesionales de la lengua que vais a editar manuales sobre el asunto, ¿algo enfocado a los medios de comunicación o los periodistas? ¿Cómo veis el panorama?

Á. H.: Lo que nosotros queremos, en general, es provocar esa necesidad de «necesitas cambiar», «necesitas protegerte», en nuestros lectores. Que descubran que la lengua es necesaria. Que el profesional genere la necesidad en su cliente, hacerle comprender que necesitan una asesoría lingüística.

G. G.: Quizás en un medio de comunicación tradicional, asentado, no es tan necesario por eso precisamente, porque está asentado y un error no les va a resentir tanto. Pero en una nueva revista, por ejemplo, ¿le perdonaríamos los errores lingüísticos?

Á. H.: O en una agencia de publicidad. Porque, yo me pregunto, ¿cuántos miles de euros se gastan las empresas en publicidad? Con que una errata aparezca en su mensaje, en el titular, en el cuerpo, en la entradilla… Ya no sirven para nada los miles de euros que te has gastado, porque la gente se queda con la errata.

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Eso suena muy bien, pero creo que no es así. Es bastante difícil que un medio, tal y como están las cosas, rechace un faldón de publicidad, por ejemplo, porque en el anterior hubiera una errata. Afecta, pero no condena.

Á. H.: Pero sí genera rechazo. Y lo desprestigia. No te bajan la tarifa de publicidad, pero a lo mejor sí se piensan si la próxima vez te lo encargan a ti.

G. G.: Yo creo que depende mucho de la marca, en realidad. Y quizás la publicidad no sea el mejor ejemplo. A mí personalmente el tema de perseguir tanto las erratas no me gusta, porque al final siempre acabamos en lo mismo. Y hay más vida más allá de ahí. Que las cosas tienen que estar bien, y bonitas y corregidas, pero al final es verdad que si te preguntas: ¿Qué riesgo corren si prescinden de correctores? Económico, muy poco. De hecho nuestros libros de corrección no van por ahí, por el señalar con el dedito. Yo veo infinidad de páginas web que me dan ganas de escribirles y decirles: «Mira, te lo corrijo yo». Pero no lo hago porque sé que me van a decir que no. A mí lo de los filólogos y los correctores muy tristes y llorando porque se cometen muchos errores…

Á. H.: Es como el ego herido.

La lengua genera mucho interés, pero a veces es un poco sobrecogedor que por una errata —que ni siquiera tiene por qué ser una falta de ortografía, a veces es simplemente un trastoque de letras— se echen cien mil personas encima para llamar paleto a alguien.

G. G.: Es que en Twitter tú puedes decir «Yo como bebés», pero, por favor, que el bebés lleve tilde. Él es más de la vieja guardia, pero…

Á. H.: Yo, con perdón, pero a este respecto tengo que señalar a los periodistas indignados porque la RAE acepta «almóndiga». Ahí le tengo que decir, al señor «periolisto», que vaya a la edición facsimilar del Diccionario de autoridades, 1726, y «almóndiga» y «almondiguilla» está anotado. Vamos a ver: no es de ayer. Primero vamos a informarnos: ¿significa que si no está registrado no se puede usar? Pues no. Puede usted utilizarlo perfectamente.

Pero, a ver, ¿en qué chocáis vosotros? ¿Quién es más rigorista?

G. G.: No es que choquemos, es que yo soy un poco más punki que él.

Á. H.: Y son puntos de vista igual de válidos.

G. G.: Yo es que, además, como vengo del mundo de la educación, llega un momento en que dices: es que tenéis razón. ¿Por qué te tengo que quitar 0,5 en el examen por una falta? Pues no lo sé.

Á. H.: Unos punkis.

G. G.: No, es que esto al final es casi un debate filosófico. La ortografía ahora es esta, pero antes era de otra manera, va cambiando, ¿por qué hay una be y una uve si suenan igual?, que decía la niña de Los santos inocentes: «Una de las dos sobra, padre». ¿Y no es muy inteligente esa frase en el fondo? En mi mundo real hago lo que dice la RAE, pero siempre con manga ancha. «Bizarro» ahora se usa como «extraño», pero…

Á. H.: Y terminará entrando.

Entonces estáis muy en la onda de Steven Pinker, que aboga por romper algunas reglas heredadas.

G. G.: Yo soy superfan. Le amo mazo [Risas]. Al final en la lengua tiene que primar lo que sea operativo. No soy nada fan del gramanazismo.

Á. H.: Hay que tener en cuenta que la lengua es un acuerdo social, no algo que hace la RAE. Porque, además, la ortografía no está hecha por la RAE, está hecha por la Asociación de Academias de la Lengua.

G. G.: Eso es una cosa superetnocentrista, porque nos olvidamos de que el 70% de los hablantes de español no son de España. Son de Latinoamérica.

Y luego, sobre el gramanazismo hay registro y niveles de discurso. Evidentemente, si leo un libro, exijo que esté bien escrito, pero si me leo la lista de la compra de mi madre…

G. G.: Eso es una cosa muy fea, el hablismo, que dice un lingüista que conozco. Es como el racismo por tu forma de hablar, rechazar por la forma de hablar: porque es dialectal, porque es inculta… Un clasismo por medio del habla. Y en eso, desde luego, no estamos. A mí que se rían, no en plan simpático sino en plan rechazo, de la señora… No me parece.

Á. H.: Lo importante es el registro donde estás. Si me mandas un WhatsApp y no abres y cierras el interrogante…

G. G.: «¡Internet mata a la ortografía!». Mira, que no. Que no la mata.

Á. H.: Vamos a pensar una cosa: gracias a Dios, no hay una policía de la lengua. Nosotros en Fundéu muchas veces lo decimos —aunque negaré luego haberlo dicho— que nosotros recomendamos, pero luego haz tú lo que quiera. No voy a ir a tu casa a recordártelo. Gabo decía que hay que simplificar la ortografía, y luego ha habido varios teóricos que han dicho que eso que proponía era inviable.

G. G.: Bueno, no se puede hacer ahora, pero Andrés Bello, ya hace muchos años, dijo «ahora que la gente no es muy letrada, es el momento para cambiar la ortografía. Vamos a simplificarla ahora». Porque cuando, dentro de cien años, sepa leer todo el mundo, no vamos a poder. Él decía que la ortografía en realidad era una manera de crear clases sociales: yo sé escribir con las reglas, y tú no, porque eres un campesino. Hay mucho detrás de todo esto. Por eso a mí no me gusta ese nazismo…

Á. H.: Y por eso editamos libros que no van por ahí. Que son divulgativos, que si tratan estas cosas, las explican. Ni la RAE es buena ni la RAE es mala, ni los hablantes somos cada vez más incultos ni la gente lee cada vez menos. Bueno, la gente escribe más. ¿Es mejor o es peor? Pues yo qué sé. Es un paradigma.

G. G.: Yo no sé cómo escribían los romanos de veintidós años porqueros, porque no quedó registrado. Los registros que tenemos de la Antigüedad son de la élite. Ahora tienes a un tuitero de veintitrés años que ha estudiado malamente y está tuiteando: ¡Y qué horror, qué faltas! Pues no sé. A mí me gusta mucho analizar los fenómenos de «no se dice “subir arriba” porque es un plenoasmo». Sí, pero qué curioso que todos lo decimos, ¿no?

Á. H.: Es como con la redundancia, que la gente tiene en la cabeza que está mal. Y sí, es un vicio de la lengua, pero…

G. G.: ¡Por eso! Vamos a analizarlo. De eso van nuestros libros.

Á. H.: Un colofón muy chulo que colocamos en los libros, además de lo de la tilde del «solo», es: «Todas las erratas están estratégicamente colocadas para que las detectes». Porque, queramos o no, seguro que hay alguna.

G. G.: Por eso a mí me aburre que te recorras todos los mercadillos de bragas para encontrar al señor que ha puesto bragas con uve. Me aburre. Porque el señor que vende bragas no tiene por qué saberlo, y mira, pues ya está, que venda bragas de calidad.

Para acabar, en esta sección siempre os preguntamos cuál es vuestro clásico atragantado, ese que todos tenemos. Las recomendaciones literarias están sobadísimas, así que confesad lo que no fuisteis capaces de acabar.

G. G.: Yo Corazón tan blanco, de Javier Marías.

Á. H.: No pude acabar el de Matilde Asensi, Todo bajo el cielo. Ni por orgullo.

G. G.: Yo La voluntad de Azorín la acabé por eso, por orgullo. Y es que hay que tener mucha voluntad para acabarlo, ¿eh? Si hay una en el libro que se muere de aburrimiento, qué me dices.

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¡Feliz cumpleaños, Noam Chomsky!

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Foto: Cordon.

El día 7 de diciembre, Noam Chomsky cumple años. Nacido en Filadelfia en 1928, este octogenario es uno de los pensadores contemporáneos más reconocidos del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La política y la lingüística son su fuerte. Corría el año 1957 cuando publicó su primer libro(1), un compendio de clases que había preparado para sus estudiantes del MIT. Tiempo después, Chomsky recordaría que, en aquella época, la editorial Mouton sacaba montones de cosas inútiles y así fue como se colaron sus clases en una publicación europea. Dos años más tarde, en 1959, publicó un artículo(2) en el que criticaba un libro, el de Burrhus F. Skinner(3), cuya teoría, el conductismo, dominaba por aquel entonces la psicología y tenía repercusiones significativas en la lingüística y los estudios sobre adquisición de lenguas. Según esta línea de pensamiento, toda conducta era el fruto de asociaciones repetidas entre estímulos y respuestas, incluido el lenguaje. A esto, Chomsky respondió que la capacidad para comprender y producir lenguaje no se podía explicar en términos solo empíricos, por inducción. Cuando aprendemos un lenguaje somos capaces de generar todo tipo de expresiones que antes no hemos oído, por tanto, nuestro conocimiento es más profundo.

Con la publicación de estos trabajos, Chomsky empezó a cambiar la lingüística. Se cuestionó el conductismo, y la idea de la gramática universal y generativa se puso de moda. Se plantearon preguntas como: ¿qué aspectos del lenguaje se pueden manifestar sin ayuda de la experiencia? ¿Aprendemos el lenguaje al imitar a los padres, o tenemos un instinto? Chomsky parte de la observación de que el lenguaje es infinito no hay límite en el número de oraciones que podemos producir y comprender. Sin embargo, los elementos que configuran el input que recibe el niño que aprende la lengua sí son finitos. La cuestión es cómo el niño es capaz de comprender y producir un número infinito de expresiones lingüísticas utilizando un número finito de elementos.

La idea no es del todo nueva. Un grupo de académicos de la Edad Media, los Modistae, y más tarde, durante el Renacimiento, los de la escuela francesa Port Royal, creían que todas las lenguas se basaban en una gramática universal que reflejaba la estructura de la mente de dios. Chomsky, que de muy joven había leído los textos de estas dos escuelas, desarrolló su oposición al conductismo en esa línea. Él mismo traza la filiación de sus ideas al siglo XVII e identifica su punto de vista con el de los grandes filósofos racionalistas, sobre todo Descartes, y lo contrasta con el de los pensadores británicos de la corriente del empirismo que mantenían que la mente es una tabula rasa y que todo el conocimiento deriva de la experiencia. Para Chomsky, la mente es un sistema bello, cuya construcción es visible en el lenguaje. El que resuelve el enigma del lenguaje se lleva el primer premio: el conocimiento sobre la estructura del pensamiento.

Así formuló Chomsky la idea de que la capacidad de controlar las estructuras gramaticales es innata, genéticamente determinada. La gramática es generativa en el sentido de que se genera, se crea. La pregunta que se debe hacer el lingüista es: ¿Cómo hacer una descripción finita de algo infinito? Debemos pensar en la gramática como si fuera un dispositivo que junta trozos de oraciones siguiendo unas reglas precisas, de manera que se generan oraciones correctas. Si hay unas reglas que se pueden aplicar a su mismo resultado, es decir, recursivas, entonces es posible que las gramáticas finitas generen lenguajes infinitos. No solo hay que describir el conocimiento sobre el lenguaje sino la competencia lingüística, de ahí que una gramática generativa deba constituirse en una descripción de conocimiento y competencia. Por tanto, la gramática universal se define como el conjunto de principios y parámetros que constituyen las lenguas y que son el resultado de nuestra capacidad y competencia innata.

Los intelectuales están en posición de exponer las mentiras de los gobiernos, de analizar las acciones en función de sus causas, motivos y a menudo intenciones ocultas. (Noam Chomsky)

Del mismo modo que las ideas de Chomsky revolucionaron la lingüística en los años sesenta, sus ideas políticas también han suscitado un enorme interés. La política le preocupó desde niño. Con solo diez años publicó su primera pieza en el periódico de su escuela: un editorial sobre la caída de Barcelona durante la guerra civil española. Cuando en su primer año de universidad se topó con Zellig Harris, profesor de lingüística con ideología de izquierda sionista opuesto a la idea de un Estado judío en Palestina el interés de Chomsky por la política y la lingüística aumentó. Más tarde leyó la crónica de George Orwell sobre la guerra civil española, Homenaje a Cataluña, que le sirvió para confirmar ideas que ya tenía sobre el tema, y desde entonces se ha referido a la Barcelona anarco-sindicalista de Orwell como ejemplo de orden libertario y mejor modo de gobierno. Posiblemente por eso, y por haber nacido en el seno de una familia judía, pensó seriamente en trasladarse a vivir a un kibutz de Israel. El sistema de kibutz comunas agrícolas de ideología socialista sionista era una de las pocas sociedades donde los principios anarquistas se habían puesto en práctica. Chomsky y su mujer, Carol, lo probaron. La conclusión fue que en el kibutz había una ideología racista y opresora. Volvieron.

Aun así, sus ideas políticas no han cambiado significativamente. En los sesenta, cuando decidió formar parte del movimiento antibelicista, aún no era el fenómeno de masas en que se ha transformado. Hablaba contra la guerra, lo arrestaron varias veces y lo incluyeron en la lista de enemigos oficiales de Nixon. Entonces se convirtió en un héroe para los que como él, se oponían a la guerra de Vietnam. También criticó con dureza las políticas de los Estados Unidos en América Latina, ganándose la simpatía de los liberales de izquierda. Pero muchos, en el siglo XXI, han comenzado a ver la política exterior americana como algo más complicado, y piensan que las ideas de Chomsky son demasiado rígidas y simples, cosas del pasado. Sin embargo, según crece la distancia entre su pensamiento y las ideas más convencionales, más relevante es su papel en el debate político.

Chomsky puede ser brutal en sus argumentos, pero excepto por las palabras en sí mismas, no hay apenas agresividad en sus formas. Solo en los gestos de las manos. La expresión de su rostro no cambia. Nunca levanta la voz. De hecho, su voz es tan suave que si no usa micrófono, es difícil escucharlo. Sus ojos se hunden profundamente en su cara, y son tan pequeños que casi están cerrados, el derecho más que el izquierdo. El 5 de noviembre estuvo en Barcelona y dio una conferencia sobre la crisis de la inmigración. En principio, la conferencia se iba a realizar en el campus de la Ciutadella de la Universitat Pompeu Fabra, que tiene un aforo pequeño. Pero había tanta demanda que los organizadores tuvieron que cambiar la ubicación al Palau de Congressos, mucho más grande. Poco después del cambio, las entradas ya se habían agotado. Ni Bruce Springsteen. En ese momento, Trump todavía no había ganado las elecciones. Su opinión era que, incluso si no ganaba, sería muy peligroso, y en caso de ganar, llevaría al mundo al desastre. Ahora, Chomsky confiesa que la ciudad de Barcelona tiene una resonancia especial para él. El pasado 8 de noviembre le hizo recordar ese primer artículo que escribió de niño sobre Barcelona, en el que se hacía eco de la propagación inexorable del fascismo.    

La ciencia es un poco como el chiste del borracho que busca debajo de una farola las llaves que ha perdido al otro lado de la calle, porque es donde está la luz. No tiene otra opción. (Noam Chomsky)

Parece que a los académicos les cuesta mucho cambiar de opinión; muchos adoptan una posición determinada al principio de su carrera y pasan el resto de su vida defendiéndose. Chomsky, por el contrario, nunca ha dejado de criticar sus propias teorías con el mismo vigor con el que ha criticado las de otros. De hecho, se ha pasado las últimas décadas explicando en qué se ha equivocado. Es el caso, por ejemplo, de una de las ideas con más repercusión en otros campos: la que sostiene que en el lenguaje hay una estructura profunda y una estructura superficial. La estructura profunda sería la forma subyacente abstracta el significado de una oración y la estructura superficial, lo que escribimos o hablamos. Aunque la idea es simple, es difícil hacer funcionar la distinción entre estructura profunda y estructura superficial en la complejidad de diferentes idiomas. En su lugar, Chomsky ha intentado desarrollar una teoría más simple, el Programa Minimista. También parece abrir una puerta a una idea que ha criticado durante mucho tiempo: la idea de que la facultad del lenguaje podría implicar partes del cerebro no especializadas en el lenguaje.

Muchos han atacado las teorías de Chomsky. Cada ataque parece que va a ser el definitivo y que por fin habrá otro referente en el mundo de la lingüística. A este respecto, aclara Steven Pinker en un artículo publicado recientemente en Scientific American, nunca ha habido consenso. Si parece que Chomsky representa la opinión dominante en lingüística es porque sus críticos abarcan muchos enfoques y facciones, por lo que no hay una sola figura o corriente alternativa. A pesar de las críticas, la idea fundamental de Chomsky, que el lenguaje es innato, perdurará, en opinión de Pinker. Aunque las ideas de Chomsky no siempre han sido satisfactorias para él o para los demás, ningún lingüista ha sido más influyente. Chomsky no siempre tiene la respuesta correcta, pero sí ha sabido formular la pregunta clave.

_______________________________________________________

(1) Chomsky, N. 1957. Syntactic structures. The Hague: Mouton

(2) Chomsky, N. 1959. Review of Verbal Behavior. Language, 35: 26-58. 

(3) Skinner, B. F. 1957. Verbal Behavior. New York: Appleton-Century-Crofts.

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Chabacano: el último de Filipinas

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Los supervivientes del destacamento de Baler, 1899. Fotografía: DP.

La historia de los españoles en las Filipinas se remonta a 1521, cuando Fernando de Magallanes, un navegante portugués al servicio de la corona española, llegó a las islas durante su viaje para circunnavegar el mundo. En una de las expediciones que siguieron, el archipiélago recibió el nombre de Filipinas por el que pronto sería el rey Felipe II. Por su situación estratégica, se decidió que la capital fuera Manila, ciudad que pronto se convirtió en el centro administrativo y económico del Imperio español en Asia.

No hubo que derramar mucha sangre para ocupar las islas los nativos apenas ofrecieron resistencia. Durante los más de tres siglos que duró el dominio español, surgió en las Filipinas una cultura hispano-asiática patente en la organización política, en la sociedad, en las costumbres y en la religión. La Iglesia y el Estado estaban ligados en la política, con el Estado asumiendo la responsabilidad de los centros religiosos. Uno de los objetivos era la conversión de los filipinos al catolicismo, lo que se consiguió con facilidad debido a la ausencia de otras religiones mejor organizadas. Respecto a la organización política, los españoles proyectaron una estructura que incluía a líderes locales en los niveles más bajos de la Administración. Este sistema ayudó a crear una clase alta filipina, llamada la principalía, que tenía riqueza local, un estatus superior y otros privilegios. Llegado el siglo XIX, sectores de la intelectualidad filipina empezaron a reclamar reformas, como que se considerase a la colonia una provincia española más o que los filipinos gozasen de los mismos derechos que los españoles.

En 1896 estalló una rebelión contra el dominio español que coincidió con otras insurrecciones de otras colonias españolas, motivo por el que España no pudo dedicar muchos recursos para sofocar el levantamiento en Filipinas. Entonces, la guerra hispano-estadounidense cambió la historia del archipiélago. Esta guerra había comenzado en Cuba como resultado de la intervención estadounidense en la guerra de la independencia cubana. Cuando los estadounidenses aparecieron en Filipinas a mediados de 1898, se enfrentaron a una fuerza española muy aminorada y desalentada los rebeldes filipinos ya casi habían logrado acabar con la autoridad española. Quedaba por tomar Manila. En poco tiempo, la Armada Española fue finalmente derrotada y las Filipinas cedidas a los Estados Unidos por veinte millones de dólares.

Los últimos de Filipinas fueron los que defendieron el último bastión español en el archipiélago. Durante trescientos treinta y siete días, una cincuentena de militares españoles resistió el ataque de los rebeldes filipinos desde el interior de la pequeña iglesia de Baler, en la isla de Luzón. Al finalizar la guerra, y tras definitivamente convencerse de que ya todo había terminado, salieron del templo que los había protegido durante casi un año con honores, como «herederos del valor legendario de los hijos del Cid y de Pelayo», en palabras de la orden firmada por Emilio Aguinaldo, presidente del primer gobierno de la República de Filipinas. La bandera española fue arriada y en su lugar se izó una bandera blanca.

Un último vestigio de origen español en las Filipinas: la lengua

Las Filipinas fue la única colonia española donde la mayoría de la población nativa no adoptó la lengua de los colonizadores. Aun así, el español tenía carácter institucional e incluso después de 1898, siguió usándose en la Administración y la Justicia como lengua cooficial junto al tagalo y al inglés. Actualmente, solo un pequeño sector de la población en su mayoría descendientes de los colonos habla español. Pero este grupo cada vez es menor y no tiene ningún impacto lingüístico en el resto de la población nacional. Cuando se hizo el censo de 1990, solo quedaban 2660 hablantes nativos. Como segunda lengua, ethnologue da una cifra muy superior, 2 560 000, pero no sabemos qué nivel de competencia lingüística tienen.

El fracaso de la lengua española en Filipinas se debió a varios factores: el número relativamente pequeño de nativos españoles en comparación con la población filipina, las políticas lingüísticas coloniales y, lo más importante, la falta de cambios demográficos significativos entre los grupos nativos de Filipinas. En consecuencia, el español nunca llegó a ser la lengua nativa de grupos grandes de la población fuera de los sectores más estrechamente alineados con la Administración colonial.  

La mayoría de hispanohablantes que todavía se han podido identificar en el último cuarto del siglo XX y los años que llevamos del XXI suelen ser descendientes de antiguas familias de comerciantes y terratenientes españoles. Después de varias generaciones y administraciones postcoloniales, generalmente lograron conservar o incluso expandir sus fortunas no hay que pensar necesariamente en Isabel Preysler. Para ellos, hablar español ha sido causa de orgullo y marca de autenticidad aristocrática. En su mayoría residentes de Manila, usan el español en círculos privados; una variedad refinada, precisa y conservadora. Pero son pocos y no han logrado transmitir el español a sus hijos ya apenas quedan hablantes nativos de español jóvenes.

Sin embargo, hay en las Filipinas un idioma relacionado con el español que ha tenido mejor suerte, aunque no por el nombre por el que se le conoce: el chabacano. Se trata de una lengua creole de base íbera originada por el contacto del español con algunas lenguas de la familia austronesia. Lo conforman cuatro variedades: caviteño, ternateño, zamboangueño y cotabateño. En la isla de Mindanao, en la ciudad de Zamboanga, se encuentra la comunidad con mayor número de hablantes más de 300 000. En la misma isla, a 460 km por carretera hacia el este, hay una pequeña comunidad de hablantes en el pueblo de Cotabato unos 4500. A unos 1000 km hacia el norte, en la isla de Luzón, a lo largo de la bahía de Manila, todavía se encuentran vestigios del chabacano de los pueblos de Cavite y Ternate, con alrededor de 17 000 y 3700 hablantes, respectivamente.

Zonas de habla chabacana

Es el siglo XVI. Colonizadores españoles se asientan en el puerto y la ciudad de Cavite y lo fortifican para que sirva como una primera línea de defensa de la ciudad de Manila. Pronto se convierte en el puerto más importante del Imperio español en Asia, uniendo las Filipinas con otras colonias españolas mediante el comercio de galeones entre Manila y Acapulco.

Es el siglo XVII. En la construcción de los barcos en Cavite coinciden españoles, filipinos y mexicanos. Se comunican de una manera que a los españoles les parece tan incorrecta que dicen que hablan un español chabacano de este adjetivo recibe posteriormente la lengua su nombre genérico.

A unos 40 km hacia el suroeste de Cavite, siguiendo por la bahía de Manila, llegan grupos procedentes del pueblo de Ternate de las Islas Molucas de Indonesia. Son los márdicas, originarios de Tidor, Siao, Manados, etc, Convertidos al cristianismo por jesuitas portugueses, confluyen en el asentamiento como mercenarios en ayuda de los españoles. Al pueblo que fundan lo llaman Ternate.

Al sur, en la isla de Mindanao, el gobernador general de las Filipinas decide construir un fuerte en Zamboanga para minar la supremacía naval de los musulmanes en la parte más septentrional del archipiélago filipino. Es una zona constantemente atacada por piratas musulmanes, deseosos de abastecer sus mercados de esclavos. Desembarcan en Zamboanga trescientos mexicanos y mil cebuanos, a los que posteriormente se suman los esclavos que logran escapar o que son rescatados por barcos españoles que los obligan a trabajar por un cierto tiempo en la guarnición militar de Zamboanga.

Es el siglo XVIII. Grupos de Cavite y Ternate migran a Zamboanga para consolidar la guarnición militar. El zamboangueño se habla en el presidio de Zamboanga, producto de la intersección de lenguas filipinas ya profundamente hispanizadas y español.  

Es el siglo XIX. La Administración colonial decide establecer una base militar en Cotabato. Junto con los españoles, llega a Cotabato población de Zamboanga la razón de que en Cotabato exista una variedad de chabacano que evoluciona del zamboangueño, y que recibe el nombre de Cotabateño.

Para saber de qué estamos hablando, veamos un diálogo con fragmentos en chabacano de El filibusterismo, novela publicada en 1891 del héroe nacional José Rizal ejecutado por proponer reformas en las relaciones entre la metrópolis y la colonia.

—¿Ya cogí ba con Tadeo? —preguntaba la dueña.
—Abá, ñora —contestaba un estudiante que vivía en Parián—, ¡pusilau ya!
—¡Pusilau! ¡Nakú!, ¡no pa ta pagá conmigo su deuda!
—¿Ya cogieron a Tadeo? —preguntaba la dueña.
—Sí, señora —contestaba un estudiante que vivía en Parián—, ¡lo han fusilado ya!
—¡Fusilado! ¡Madre mía!, ¡aún no me ha pagado la deuda!

Hoy, para muchos hablantes de chabacano su lengua es todavía español mal hablado. Esto es curioso porque muchos no conocen el español estándar; tienen como segundas lenguas el chabacano y el inglés pero no el chabacano y el español. Sin embargo, en Zamboanga cada vez hay una actitud más positiva y otra conciencia sobre la lengua. Allí es la lengua nativa de más de la mitad de la población y se usa en la mayoría de situaciones lingüísticas. Tiene una presencia importante en los medios de comunicación, sobre todo en la radio, y aunque en la escuela no es materia obligatoria, su uso en las aulas está extendido. Disminuye el estigma y poco prestigio que ha tenido y ya no se la asocia con las clases bajas. Al contrario, es una lengua cada vez más apreciada; tiene antecedentes españoles pero no es una una mala versión del español, es la lengua autóctona.   

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Diccionario básico italiano

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Alberto Sordi, Venecia, 1959. Foto: Getty.

Albertone. Es como los romanos, y muchos italianos, llaman a Alberto Sordi, el romano más químicamente puro que ha existido.

Antonio Griffo Focas Flavio Angelo Ducas Comneno Porfirogenito Gagliardi De Curtis di Bisanzio, o Príncipe De Curtis. También conocido como Totò. Hijo bastardo de un marqués, adoptado a la tierna edad de treinta y cinco años por otro marqués, príncipe por derecho de compra, seductor depresivo de rostro cubista. Una de las grandezas de Nápoles. Actor supremo.

Buffala. Es el búfalo de agua domesticado con cuya leche se confecciona, en teoría, la mozzarella. Cuidado, porque una búfala, con una sola f, es una afirmación falsa o increíble. Como la de que toda la mozzarella italiana se hace con leche de buffala.

Caffè corretto. La enésima prueba de que el idioma italiano es más elegante que el castellano. Se trata de un café «corregido», es decir, con un chorrito de alcohol. Eso en España se llama carajillo.

Campare. Unos creen que procede etimológicamente de acampar, en el sentido de ponerse a seguro. Otros, que procede de salir al campo en el sentido de escapar. Significa ir tirando bastante bien. Campare es uno de los grandes objetivos vitales de los italianos, que tienen un término para algo que nosotros también queremos pero no sabemos definir exactamente.

Capitano. Literalmente, capitán. También literalmente, Francesco Totti, futbolista eximio.

Chi se ne frega! Puede traducirse como «¡a quién le importa!». Es una frase muy usada, uno de los lemas no oficiales de la sociedad italiana. Como actitud filosófica conduce a la felicidad.

Condono edilizio. Dícese de un complicadísimo sistema legislativo, renovado casi cada año, que otorga el perdón a las obras ilegales. En cualquier bidé o sobre cualquier maceta se puede construir un ático de doscientos metros: solo hace falta imaginación, un constructor discreto y un buen condono edilizio.

Dottore. Un dottore es un médico o, en general, un licenciado universitario. Por extensión, es un trato de respeto. En cualquier comercio lo llaman a uno dottore o dottoressa (una palabra que, en las cartas formales, se abrevia como dott.essa, con gran ahorro de esfuerzo y espacio).

É giallo! Literalmente, «es amarillo». Figuradamente significa que hay un misterio. En italiano, las novelas de género negro son de género amarillo. Una ley no escrita prohíbe que en Italia salga un periódico a la calle sin al menos un titular con la frase é giallo.

Emergenza rifiuti. Literalmente, «emergencia desperdicios». Significa que no se recoge la basura. Parece grave, pero no lo es tanto: la bellísima ciudad de Nápoles lleva exactamente veinte años en emergenza rifiuti.

Fantasista. Los italianos no son propensos al espíritu castrense, salvo cuando juegan al fútbol. Ahí se aplican con la máxima disciplina y sacrificio. Se permite, sin embargo, que un jugador, uno solo, disfrute jugando. A ese se le llama fantasista.

Ferragosto. Es el 15 de agosto o, en un sentido más amplio, cuando en una ciudad italiana solo quedan los turistas. La tradición manda celebrar una comida familiar el día de Ferragosto.

Grande Raccordo Anulare. Es tan solo la autopista de circunvalación de Roma, pero suena a ruta intergaláctica. Quizá a propósito: un viaje a Saturno puede resultar más breve que un recorrido por el Grande Raccordo Anulare en hora punta.

Made in Italy. El producto made in Italy goza de prestigio en todo el mundo. Casi nunca está hecho en Italia, pero lo empaquetan y venden los italianos y eso es lo que cuenta.

Mameli. El himno italiano se titula Il Canto degli Italiani, pero, que se sepa, jamás nadie lo ha llamado así. Es mucho más conocido como Fratelli d´Italia (Hermanos de Italia), por el inicio de la primera estrofa, o Inno di Mameli, por el poeta Goffredo Mameli, que escribió la letra.

Meneghino. Es un personaje de la Commedia dell’Arte al que se identifica con Milán. Todo lo meneghino se refiere a Milán, pero en Milán no dicen meneghino sino meneghin.

Menabrea. Es una cerveza piamontesa. La mejor, artesanales al margen, que se hace en Italia.

Miracolato. Dícese de quien ha tenido una suerte extraordinaria, de quien ha disfrutado de un milagro o, simplemente, de quien va tirando (véase campare) mucho mejor de lo que cabría esperar. Casi todos los ciudadanos y asuntos italianos tienen algo de miracolato.

Motorino. Es el ciclomotor. Su usuario debe llevar casco, salvo en Nápoles, donde no debe llevarlo para no ser confundido con un sicario. Los asesinos a sueldo sí llevan casco por razones de seguridad: evitan ser identificados.

De la serie Una domenica all’Idroscalo, años 60. Fotografía cortesía de Mario Cattaneo / MUFOCO.

Piamontesi. Los piamontesi son los laboriosos habitantes del Piamonte. En Roma, por asimilación con la antigua familia real, los Savoia piamonteses, que reurbanizaron la capital tras la caída de los Estados Pontificios y la unificación del país, a los del Piamonte se les atribuye cualquier construcción urbana horrenda. Ejemplo: Questo palazzo é brutissimo, sarà fatto dai piemontesi.

Porchetta. Es un cerdo deshuesado y asado entero con un relleno de hierbas. También es una de las pruebas de que los italianos comen mejor que el resto de la humanidad.

Portaborse. Literalmente, el «llevabolsas» es el asistente de un parlamentario. Cualquier figura de poder (véase potente) cuenta con uno o varios portaborse, en general sin contrato. Los portaborse suelen hacer carrera.

Potente. Dícese de la persona, casi siempre un hombre, con poder. En Italia entronca con la tradición del condottiere, el caudillo militar que se alquilaba a las ciudades-estado. Se considera que alguien es potente cuando la ley no le afecta, y potentissimo cuando dicta la ley.

Raccomandato. Dícese del que está recomendado por alguien. Solo se llega a alguna parte si se cuenta con una recomendación. También puede referirse a un paquete o carta certificados, y en ese caso significa que el envío en cuestión jamás llegará a ninguna parte.

Retroscena. Literalmente, «lo que está detrás del escenario». En sentido figurado, lo que está detrás de lo que pasa. En Italia, todas las cosas importantes ocurren en la retroscena. Los periódicos suelen publicar junto a la noticia la retroscena de la noticia; a veces ambas piezas se contradicen abiertamente.

Roma in tilt. En inglés, tilt indica «inclinación». En las viejas máquinas de pinball, mover el cacharro suponía perder la bola por haber hecho tilt. Los italianos han reinterpretado el término para indicar algún tipo de bloqueo o caos urbano. Roma in tilt significa que una huelga, atentado, manifestación o accidente provoca problemas de circulación. Es decir, que Roma está como todos los días.

Sampietrino. Eran el adoquín de cuando toda Roma era del papa y el pavimento se hacía en la misma cantera de la basílica de San Pedro. Hoy es cualquier adoquín. Solo las romanas son capaces de andar sobre ellos con tacones de aguja.

Sanatoria fiscale. En el lenguaje político italiano no se habla de amnistía fiscal, sino de sanatoria. Suena muchísimo mejor.

Scalation. Como los italianos tienen un idioma tan hermoso, procuran, por modestia, camuflarlo con vocablos ingleses pronunciados de forma más o menos errática. El término scalation tiene el mérito de no existir en inglés, al menos en el sentido de escalada de tensión que le dan en Italia. Una scalation consiste en un juego de aspavientos que finalmente acaba en nada.

TAR. El Tribunale Amministrativo Regionale es la sede judicial donde se interponen recursos contra los abusos de la Administración pública. El TAR del Lazio, la región romana, ostenta el mérito de recibir casi tantas denuncias contra sus propios jueces como contra el resto de la Administración del Estado.

Sbandata controllata. Es una forma de hacer derrapar el coche en las curvas, cuya invención se atribuye al mítico piloto Tazio Nuvolari. Practicar la sbandata controllata en un circuito, o incluso en una carretera, carece de mérito. Los italianos, por lo general grandes conductores, pueden hacerlo incluso en el pasillo de su casa. Si tienen ocasión, lo hacen.

Slitta. Puede significar muchas cosas, como un trineo o una pendiente. Adquiere su sentido más italiano cuando alguien o algo slitta, es decir, se desliza lentamente hacia alguna parte mientras simula permanecer quieto.

Tensione nella maggioranza. Significa que hay bofetadas dentro de la mayoría parlamentaria que respalda al Gobierno. Una ley no escrita (véase é giallo) obliga a los periódicos a informar cada día de que hay tensione nella maggioranza.

Terremotati. Los «terremotados» son los supervivientes de un terremoto. En Italia hay muchos terremotos y muchos terremotati.

Tessera. Dícese del documento acreditativo o carné. Una persona sin un montón de tessere (da igual de qué) no es nadie.

Unico grande amore. Contra lo que pueda pensarse, no es solo el que el hombre italiano siente por su madre. El único grande amore es también el que los aficionados al fútbol sienten por su club, o los enamorados por su pareja. Cada ciudadano de la República italiana dispone de una larga serie de únicos grandes amores.

Velina. Dícese de la señora que aparece en televisión sonriendo y luciendo palmito; lo que a veces llamamos florero. Podría pensarse que se trata de una función degradante, pero peor es ejercer de tertuliano español. Muchas niñas italianas quieren ser veline y casarse con un futbolista. Muchos niños italianos quieren ser futbolistas y casarse con una velina.

Zanzara tigre. Una zanzara es un mosquito. La zanzara tigre ameniza las conversaciones italianas antes del verano, cuando se habla de la inminente plaga, y después del verano, cuando explicas a los amigos que una zanzara tigre consiguió picarte en el ombligo pese a que llevabas encima la cota de malla, dos jerséis y la camiseta del Inter.

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Leístas, laístas y loístas: cómo conocerles y entenderles

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Foto: Yolanda Gándara.

Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida. (Miguel de Cervantes)

La cita que encabeza este artículo se puede encontrar en el capítulo XXXVIII de la segunda parte del Quijote, si se consulta una edición que no haya sufrido una corrección de acuerdo con las normas actuales. Cervantes, como otros autores tanto clásicos como modernos, padecía de leísmo y laísmo, además de otros males de los que atormentan a los puristas.

Luce ahí como amuleto, para ahuyentar almas mortificadas que llegaran aquí con intención de acusar de homicidas de nuestra lengua a los que se desvían del camino y para dejar patente que «si Cervantes levantara la cabeza» lo que más le sorprendería es que haya tanta gente cultivada. Y tanta gente, en general.

El conflicto de los pronombres personales está provocado por la tendencia a sustituir el sistema etimológico (basado en el de casos del latín) por uno que privilegia la distinción, por una parte, de persona de cosa y, por otra, de género gramatical. Una singularidad respecto a otras lenguas romances que, sin embargo, está en armonía con la emancipación general del castellano del sistema de casos del latín.

En un ejemplo de leísmo muy extendido en la península: «lo quiero» es entendido por un gran número de hablantes como referido a cosa, mientras «le quiero» les resulta más propio para persona. Esta necesidad del castellano de diferenciar gramaticalmente las categorías de animado e inanimado se percibe también en el uso de a delante de complemento directo, que ya tratamos alegremente aquí. Algunas teorías incluyen un tercer par de opuestos en el engranaje: diferenciación entre referente continuo (no contable) frente a discontinuo (contable) que explica mejor el sistema.

Hay evidencias de leísmo, laísmo y loísmo en nuestra lengua desde época muy temprana. Las teorías más difundidas sitúan el nacimiento del leísmo en la época de Mio Cid o al menos hay «ejemplos reveladores de un nuevo criterio, que menoscaba la distinción casual para reforzar la genérica» según Rafael Lapesa en Historia de lengua española, obra muy recomendable y amena. El laísmo es algo posterior al leísmo y menos extenso, aunque llega a ser predominante en algunos autores del Siglo de Oro. Por su parte, el loísmo ha sido siempre un fenómeno más excepcional, aunque también temprano. En cuanto a los culpables, de sobra es conocido que Castilla fue el origen de todos los males y que Andalucía se libró del contagio a pesar de la Reconquista, de tal modo que sirvió de cortafuegos para el español de América.

Son incontables los estudios gramaticales que han intentado hallar las causas que pudieron desencadenar estos tres fenómenos, ligados entre sí, y de sistematizar el complejísimo entramado de variedades, excepciones y contradicciones que presentan, propósitos siempre ambiciosos para algo tan caprichoso y tan proclive al guirigay como es el lenguaje.

Lingüista intentando descifrar si ese leísmo que detecta es de cortesía o con ganas de guerra. Imagen: Paramount.

Las gramáticas tradicionales tenían como objetivo principal el estudio, como modelo de imitación, de los textos literarios, que reflejan un segmento de la lengua poco representativo, y sin tener en cuenta las variedades dialectales, de modo que consideraban un sistema como válido y el otro una desviación del uso culto. Así, los defensores de un sistema (el de Castilla, llamado referencial) y otro (el del combinado «resto del mundo», llamado etimológico) mantuvieron una encarnizada lucha por el predominio de uno de ellos. Ya sabemos quiénes ganaron, pero hubo un tiempo en el que los divergentes tuvieron el marcador a su favor. Lapesa relata así las primeras ofensivas normativas de la RAE: «En el siglo XVIII la pujanza del leísmo fue tal que en 1796 la Academia declaró que el uso de le era el único correcto para el acusativo masculino; después rectificó haciendo sucesivas concesiones a la legitimidad de lo, hasta recomendarlo como preferible».

Los episodios más beligerantes de las guerras del leísmo, el laísmo y el loísmo son narrados por Rufino José Cuervo (1), quien hace inventario de todo lo aportado al tema —desde Nebrija hasta que alcanzó su conocimiento— con un tono resabiado muy de agradecer, porque sin duda tendría menos interés atender ahora a don Rufino José si hubiera sido aséptico en lugar de aportar sus sensaciones, sospechas y comentarios al relato.

Así, de Gonzalo Correas (autor de la audaz obra Ortografia Kastellana nueva i perfeta) dice, a propósito de sus argumentos a favor del sistema de Castilla que «levantan la sospecha de haberse dejado llevar el gramático del espíritu de provincialismo que, más que en ninguna otra parte, dominaba en Salamanca, donde él era catedrático. Por ese tiempo vivían en constante rivalidad, y aun en guerra abierta, los estudiantes del Reino, ó sea los castellanos, con los de naciones, como eran apellidados, cual si fuesen extranjeros, los andaluces, extremeños, vizcaínos y demás de las provincias».

Con el mismo recelo cuenta las ofensivas del bando contrario: «No faltó uno de naciones que asentase con igual certeza la doctrina opuesta: el P. Juan de Villar, jesuita, nacido en Arjonilla […] escribió muy de propósito, como teniendo entre ceja y ceja a Correas, que había algunas equivocaciones en el uso de los casos de los pronombres; que le y les habían sido siempre dativos para los españoles […] Y concluye con decir que no sabe con qué fundamento se apartan del buen uso algunos modernos».

Igual de inspirado retransmite otros muchos episodios de la competición pronominal, incluidos los avances de la Real Academia Española, que, como ya nos había dicho Lapesa, al principio iba con los modernos. Así fue al menos durante las tres primeras ediciones de la gramática académica. No fue hasta la cuarta, de 1796, cuando condenó el laísmo y el loísmo, aunque se mantenía en el uso de le para acusativo. En 1854 se produjo el cambio respecto al acusativo, que paso a ser lo, a propuesta de Vicente Salvá. En Esbozo de una nueva gramática de la lengua española —obra de 1973 cuyo prólogo avisa con mayúscula sostenida de que carece de toda validez normativa por ser un proyecto de la nueva edición de la gramática— la Academia dice que «ninguna acción lingüística parece más conveniente, en beneficio del orden y la claridad, que dar paso, en lo posible, a las formas etimológicas» apoyando esta afirmación en el hecho de que la lengua literaria evita el dativo femenino en la, las (en un giro inesperado de los acontecimientos, después de dos siglos de represión) y la sospecha de que su mucho uso en el Siglo de Oro se produjera «como reproducción acaso de la lengua coloquial» (aunque se da en todo tipo de textos, no solo dramáticos). En el mismo párrafo considera otros «desajustes más inofensivos» por «plebeyos» (loísmo) o muy minoritarios (leísmos de contacto como el vasco).

En el momento actual, en el que la Nueva gramática es mucho menos rancia en sus planteamientos y exposiciones que el Esbozo, la norma se ha adaptado a un sistema llamado en ocasiones «de compromiso» (desde luego mucho más comprometido con el sistema etimológico que con el referencial) en el que se tolera algún tipo de leísmo, concretamente el más extendido en la zona etimológica. Nocaut.

En definitiva, la norma hizo que el uso se limitara a lo coloquial y actualmente la norma lo desaconseja porque su uso es limitado y no es propio de la lengua culta.

Una vez relatadas someramente las fluctuaciones normativas y antes de abordar el estado de la cosa, conviene señalar que, independientemente de su aceptación o no en un determinado momento, el leísmo es el uso de le(s) en función de complemento directo y que este se puede dar en alguna de sus formas, aceptadas por la norma o no, tanto en la zona cero del leísmo como en la zona de predominio etimológico. El hecho de que algún tipo de leísmo sea considerado correcto o menos grave se debe precisamente a su difusión, pero apartarlo del sistema disidente enmascara su naturaleza. Esta observación está inspirada en una visión popular de la cuestión muy polarizada (nada sorprendente, vista la tradición erudita) basada el la dicotomía erróneo-correcto.

Para conocer el estado actual de la variación dialectal de los pronombres, con mayor profundidad que los breves apuntes que vamos a ver, es recomendable consultar los trabajos de Inés Fernández Ordóñez, académica de la RAE, que investiga estos fenómenos desde una perspectiva sociolingüística —enfoque también emprendido por la lingüista F. Klein-Andreu— mediante el análisis de datos del lenguaje tanto escrito como hablado, de todos los niveles socioculturales, teniendo en cuenta aspectos extralingüísticos antes no considerados.

El análisis de los datos orales permite diferenciar las áreas en las que se da cada confusión y revelar la existencia de sistemas pronominales peninsulares diferentes al del español general, que son fundamentalmente tres: el vasco, el cántabro y el castellano referencial (2). Asimismo, permite descifrar algunas incoherencias que se venían explicando por la tendencia a diferenciar referentes personales de no personales, que no aclara porque se da más en masculino, y género, que tampoco ofrece respuesta a todas ellas.

El romance de la variedad vasca extiende los pronombres del dativo le, les (que no distinguen género) a los objetos directos animados (tanto femeninos como masculinos). Se explica por el contacto con el euskera, en un proceso similar al que se produce en el español de América en contacto con el guaraní o el quechua, lenguas con sistemas pronominales distintos y que tienen en común la carencia de flexión de género. El leísmo vasco no obedece a las mismas reglas que las distintas soluciones referenciales ni a las del leísmo de las zonas etimológicas del resto de la Península. Además de leísmo (con referente animado) presenta duplicación de dativos y elipsis de acusativos (ejemplificada por Miguel de Unamuno: «Si por ahí habláis de un libro, os contestarán: “Ya lo he leído”. Aquí con un “ya he leído” despachamos»).

Algunas teorías apuntan al leísmo del romance en el ámbito vasco, el más antiguo de todos, como origen de la extensión de le, aunque este hecho no explicaría por sí solo el sistema referencial, del que difiere sustancialmente, y tuvieron que intervenir otros factores y condiciones internas para favorecer la permeabilidad.

El cántabro prioriza la elección del pronombre según sea su antecedente continuo (no contable) o discontinuo (contable), distinción que tiene su origen en la influencia del asturleonés. En Cantabria y Castilla occidental el leísmo es para objetos directos solo masculinos y contables, tanto si son personales como no: «El  libro le tengo, le veo (al niño)». No se da con no contables. Esto explica que el leísmo se generalizara con los referentes personales (siempre contables) pero no con los no personales, que pueden ser contables (en ese caso se elige le) o no contables (lo).

El sistema castellano es la evolución del cántabro eliminando totalmente la categoría de caso. Constituye un sistema dialectal paralelo, que se basa en las propiedades del referente atendiendo en primer lugar a la categoría de continuo o discontinuo y, si es discontinuo, al género y al número. Si bien no es unitario y presenta variantes internas y zonas de transición, el sistema referencial castellano se manifiesta con regularidad en la lengua hablada informal, mientras su presencia (salvo la del leísmo personal y masculino) se ve drásticamente reducida en contextos formales, tanto escritos como hablados. Es posible que muchos hablantes del área referencial ni siquiera se reconozcan en este sistema debido al reajuste al estándar. Para obtener registros amplios se recurre a los habitantes de zonas rurales y del estrato sociocultural más bajo, que conservan mayor fijación del sistema ideal de su zona. Se pueden consultar muestras de todos los paradigmas aquí.

Así pues, tenemos un sistema dialectal cuyo origen está en las raíces de la lengua, coherente con la eliminación de los antiguos casos latinos del castellano, persistente a pesar de la poca o nula tolerancia de la lengua estándar con la variación gramatical —y a pesar de conocer sus hablantes este estándar y renunciar a la variación en la lengua formal—, que ha evolucionado con un alto grado de fragmentación y que, aún hoy, no es estable a pesar de las intervenciones de la Academia. La condena del laísmo y loísmo ha conseguido en gran medida erradicar ambos fenómenos de la lengua escrita, pero no de la oral, lo que podría indicar que los hablantes no somos tan dueños de nuestra lengua como se suele decir, al menos sobre el papel, y que el prestigio del estándar normativo conduce a renunciar a rasgos dialectales. Sin embargo, la vertiente leísta —que goza de mayor prestigio y empuja a la ultracorrección ante la duda—­­ sigue extendiéndose.

Tal vez el laísmo desaparezca también de la lengua oral —dicho esto sin aflicción alguna por parte de la que escribe— dejando cojo el sistema referencial sin que lleguemos a saber qué argumento interno motiva que una zona tan precisa del ámbito hispanohablante necesite distinguir entre hombres y mujeres, aunque siempre nos quedará el testimonio escrito de quien refleja en sus obras el habla coloquial:

No sé qué decirla, señora. Una servidora solo sabe cosas sueltas. El señor inglés, cuando ha bebido de más o está cachondo, con perdón de la palabra, siempre habla de un cuadro. Si hay relación o no la hay, servidora no lo sabe, pero se lo comento por si a la señora la sirve de referéndum. (Riña de gatos, Eduardo Mendoza, Premio Cervantes 2016)

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Notas:

1. «Los casos enclíticos y proclíticos del pronombre de tercera persona en castellano», Romania.

2. Fernández-Ordóñez, Inés (2011): «Nuevos horizontes en el estudio de la variación gramatical del español: el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural».

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La encrucijada lingüística

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Fotografía: StockSnap (DP)

El lenguaje se bifurca en numerosos caminos, se enreda por páginas de diccionarios, navega por una sintaxis infinita o disfruta con procesos morfológicos inimaginables. Eso, tan simple, uno lo empieza a comprender más tarde. En mi caso, ocurrió el primer día de instituto. En algún barrio de la periferia, muy lejos de los días azules de antaño. El colegio, atrás ya, se mantenía intacto en mi memoria, no lo niego. Con esos muros que nadie quiso saltar y esos jerséis de cuello picudo. Sin embargo, el edificio que ahora ocupábamos invitaba a la fuga y desabrochaba las camisas, cochambroso, como en un régimen penitenciario de primer orden. Qué tiene que ver esta extraña introducción con un texto lingüístico, habrá de preguntarse el lector. Nada, contestaría el autor, si no fuera porque la primera asignatura que cursó dentro de aquella cárcel grisácea fue de Lengua.

En la escuela habíamos asistido a las clases de Literatura de la mano de Teodosia, profesora burgalesa de verbo áspero y seguro, con una preceptiva férrea que aún hoy recordamos. Era el camino oficialista. Sin embargo, aquella mañana de octubre apareció por el aula una mujer joven (al menos, con los parámetros que maneja hoy mi memoria). Marisa, así dijo llamarse, vestía con unas medias negras y unos zapatos que todavía hoy me parecen de cristal. No diré que su verbo fuera menos ajustado que el de Teodosia, quizás todo lo contrario. Digamos que lucía un desparpajo lingüístico que no se averiguaba en las arrugas del rostro siempre serio de Teo.

Entonces aprendimos que no se habla una lengua sino un código marcado por una situación, por un lugar, por un instante. Que hay tantas y tantas formas de corrección. Por eso, decíamos, el lenguaje se bifurca en numerosos caminos, se enreda por páginas de diccionarios, navega por una sintaxis infinita o disfruta con procesos morfológicos inimaginables. Han pasado los años y las puertas lingüísticas siguen abriéndose tanto como cerrándose las de mi memoria. Por eso, y en honor a ellas, me he propuesto enumerar casos ambiguos, de los que saldremos por donde decida nuestra intuición. Opciones lingüísticas que pueden resolverse por varios caminos. Me pregunto cuál hubieran tomado ellas.

Comillas españolas / comillas inglesas

«Comillas españolas» o “comillas inglesas”. En este apartado, la marea parece imparable. El escritor puede decantarse por unas o por otras a la hora de enmarcar un texto o de reproducir una cita. Pero lo cierto es que la jerarquía de las comillas inglesas dentro de los teclados informáticos parece condenar al ostracismo a las siempre dignas comillas latinas, que se pierden entre caracteres ASCII y textos de otro tiempo.

Leísmo / Loísmo

Según la RAE, la marea de hablantes cultos de «ciertas zonas de España» que prefieren utilizar la forma «le» cuando el referente es un hombre ha conseguido que, solo para el masculino singular, el uso de «le» en función de complemento directo sea aceptado. Por tanto, es tan válido «ayer le vi» como «ayer lo vi».

Participio regular / Participio irregular

Hay tres verbos que en la actualidad pueden utilizar tanto el participio regular como el irregular. Así, has freído las patatas tanto como has frito, has imprimido tantas páginas como has impreso y te has proveído de tantos plátanos como te has provisto.

Ir por / ir a por

Otro camino que la RAE tiene la elegancia de dejarnos elegir. Detrás de un verbo de movimiento (ir, venir, salir), el hablante podrá inclinarse por omitir o incluir la preposición «a» siempre con el sentido de «en busca de» («ir a por pan», «ir por pan»). 

Saludo español / saludo inglés 

Esto parece Trafalgar, y es que el dominio del idioma inglés comienza a notarse en distintas fórmulas del lenguaje. Esta, en concreto, tiene que ver con el encabezamiento en cartas y correos. 

La fórmula española consta de dos puntos y mayúscula.

Querido Juan:

Te escribo esta carta…

Mientras, la inglesa elige la coma:

Querido Juan,

Te escribo esta carta...

*Nota: la fórmula inglesa aún no ha sido aceptada por la Academia, pero domina el escenario práctico.

De 2000 / Del 2000

Otra disyuntiva lingüística. En caso de que alguien prefiera referirse a este milenio que nos ocupa, podrá referirse al año con o sin artículo delante. Así, este texto está escrito tanto en el marzo del 2017 como en marzo de 2017.

Septiembre / setiembre 

Ambas formas están aceptadas por la RAE. Gracias a o por culpa de la relajación progresiva que la p cuando esta forma parte del grupo consonántico [pt]. Este grupo, heredado del latín (ejemplo: aptare > «atar»), tiende a morir de la mano de términos como «séptimo» o «corrupto».

Octubre / otubre

Mismo caso que el anterior pero con el grupo consonántico [kt]. Esta relajación también se refleja en evoluciones como pictor > «pintor».

Masculino / femenino

Hay sustantivos que pueden ser utilizados tanto en masculino como en femenino sin cambiar por ello su grafía. Es el caso de la maratón y el maratón, la azúcar y el azúcar, el mar y la mar.

Alrededor / al rededor 

Según la RAE, tanto el adverbio como la locución son correctas. Todo viene del sustantivo rededor (contorno o redor). Eso sí, la Academia etiqueta la locución como «poco usada».

Enseguida / En seguida

«Inmediatamente después en el tiempo o en el espacio». Para referirnos a este significado, la RAE nos sugiere dos grafías: en seguida y enseguida. No obstante, también nos indica que la preferencia ha de ser la escritura en una sola palabra.

Extranjerismo adaptado / extranjerismo no adaptado

Hay quien se toma un güisqui en lugar de un whisky, como hay quien vive en un chalet antes que en un chalé. La adaptación de extranjerismos es un proceso tedioso y largo, cuya aceptación depende exclusivamente de la voluntad del hablante.

Quixote / Quijote

Hasta los albores del XIX, el sonido de j o g antes de e o i podía representarse con x. Las formas que han sobrevivido al holocausto, sobre todo en nombres propios (Texas, México), se consideran hoy más adecuadas bajo el paraguas del arcaísmo.

La Argentina / Argentina

El Perú, los Estados Unidos, la Argentina… Algunos países permiten que su nombre propio sea acompañado por un artículo. Será decisión del hablante utilizarlo o no. Eso sí, no dependerá de su voluntad colocárselo a los que no lo aceptan (España, Portugal) ni a los que lo llevan indivisiblemente consigo (La Habana, Las Vegas).

Post / pos

Ahora que la posverdad está tan de moda, es de justicia recordar que será el hablante el encargado de decidir si el prefijo mantiene la «-t» final o no. Se considera hoy más adecuado suprimirla, excepto si el núcleo empieza por «s» (postsociedad).

Quizás / quizá 

Este adverbio solo recogía en un principio la forma que prescinde de la «-s», aunque por analogía con otros adverbios se decidió añadir al final la consonante, que hoy es igualmente válida y, como en todos los casos anteriormente descritos, será el hablante el que decida la adecuación de cada forma.

La entrada La encrucijada lingüística aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Inés Fernández-Ordóñez: «La lengua evoluciona de forma natural y es un sistema eficaz en todas las épocas»

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Fotografía: Lupe de la Vallina

Inés Fernández-Ordóñez (Madrid, 1961) es filóloga especialista en dialectología rural, catedrática de Lengua Española en la UAM y sillón P de la Real Academia Española desde 2008. Es discípula de Diego Catalán Menéndez-Pidal, un vínculo que la une a la figura clave de la filología en España, Ramón Menéndez Pidal —de cuya teoría de la formación del español ofreció una revisión en su discurso de ingreso en la RAE— y a su escuela, de la que toma el testigo de interpretar la relación entre la historia y los textos, con un enfoque actualizado.

Estamos en la exposición «La ciencia de la palabra», una excusa perfecta para hablar de la filología como ciencia. ¿Qué parte hay de ciencia y qué parte de  interpretación?

La filología tiene muchas orientaciones y en todas ellas se puede hacer ciencia, tanto si es lingüística, investigación o reconstrucción de textos antiguos, etc. Por ejemplo, si queremos saber lo que realmente escribió un autor, tenemos una pluralidad de testimonios antiguos y no sabemos cuál representa verdaderamente la palabra del autor, la filología tiene herramientas de crítica textual que permiten reconstruir con cierta fidelidad, aunque no con absoluta seguridad, el texto que el autor escribió. La lingüística, que por supuesto es una disciplina de las humanidades, también tiene mucho de ciencia en el sentido de que podemos establecer predicciones del comportamiento de las lenguas a través de la comparación, la observación y el análisis, realizamos experimentos en los que comprobamos si las cosas son como esperábamos o no.

En el discurso de ingreso en la RAE hablaste de la formación del español con una interpretación diferente a la de Menéndez Pidal, defendiendo el papel de otros dialectos además del castellano. ¿Nos puedes explicar esta diferencia de interpretaciones? ¿Se trata de falta de datos o de tratamiento de datos interesada?

Hay un poco de las dos cosas. El científico no es neutro, quiere probar una hipótesis, tanto si es de ciencias experimentales como si es de humanidades. Menéndez Pidal quería demostrar que Castilla había hecho España, pero no porque él quisiera, sino porque toda la mentalidad de su época estaba imbuida de esa ideología. Él es muy honesto, en Orígenes del español él compara datos del leonés, del castellano, del aragonés y con las herramientas de que disponía entonces, que fundamentalmente eran las de la fonética histórica, intenta delimitar los orígenes del castellano. Es decir, creo que él tiene una gran honestidad intelectual con los datos pero también un prejuicio ideológico. Por otra parte, hay muchos datos que él no llega a conocer en su momento, porque no estaban a disposición de los investigadores; esa falta de datos también pudo condicionar una interpretación más compleja de la historia de la lengua que hoy pensamos que es la correcta. La tendencia actual es considerar que el español es una lengua que surge de la confluencia de los tres dialectos: el asturleonés, el castellano y el navarroaragonés. Entran en contacto en la parte central y meridional de la Península Ibérica y como resultado a veces triunfan los rasgos castellanos, y esos son los que estudió Menéndez Pidal, los referidos a la pronunciación, pero en otros aspectos de gramática o léxico, triunfan rasgos no necesariamente castellanos. Él tenía esa idea, pero siempre pensó que el castellano era la lengua preponderante, lo que tenemos que matizar es que tuviera esa importancia. Él fue muy honesto con los datos hasta el siglo XI, pero después proyecta la historia política de Castilla sobre la historia lingüística. No puedes identificar los territorios que dominaba Castilla con el castellano. Los territorios que eran políticamente castellanos podían hablar variedades que no necesariamente se identificaran con la que se hablaba en la cuna del castellano.

¿Qué textos consideras imprescindibles para entender la historia de España?

Para entender la historia de  España en la Edad Media y en el Renacimiento creo que es fundamental la Historia de España de Alfonso X el Sabio, porque es la base de todas las historias que se escribieron hasta Juan de Mariana, todos siguen ese modelo o lo contestan y en gran parte se recupera en la historiografía romántica del siglo XIX. Para entender un poco la conformación del país, esa obra del siglo XII tiene una importancia que trasciende la época en la que fue escrita porque se convirtió en la fuente de todas las crónicas generales que se escribieron en el Renacimiento y contribuyó a constituir la identidad española.  Para entender la historia moderna del siglo xix los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós serían importantes y para el siglo xx Arturo Barea o Pío Baroja. Para los Siglos de Oro creo que me iría al Quijote, y a la novela picaresca y el diálogo renacentista como los dos géneros que permiten entender más profundamente la mentalidad en los siglos XVI y XVII.

¿Cómo surge el proyecto del Corpus Oral y Sonoro del Español Rural, cómo se realiza y cuál es su finalidad?

Surge por una cuestión estrictamente personal, cuando empiezo a dar clases me encargan dar dialectología y constato que la mayor parte de las fuentes se dedican al asturiano y al aragonés pero no hay apenas fuentes del castellano, y las que hay se dedican sobre todo a la variación del léxico rural, pero hay muy pocos estudios de variación gramatical. Como parte de la asignatura me planteo hasta dónde llega el laísmo y el leísmo, cuál es la isoglosa, el límite lingüístico del área del leísmo de la de no leísmo; empiezo a buscar fuentes y en ese año, creo que era el 88, realmente no había. Entonces leo un artículo de una profesora hispanoamericana, Flora Klein Andreu, que decía que el leísmo no estaba presente en toda Castilla. Ella era sociolingüista, no dialectóloga, pero había hecho un estudio mediante encuestas que contrastaba la forma de hablar en Soria con la de Valladolid. Yo tenía el modelo de Diego Catalán, que era mi director de tesis, y él hacía encuestas de romancero —como su abuelo, Menéndez Pidal—, y el modelo de mi padre, que fue ingeniero y profesor y siempre había organizado viajes de prácticas para sus alumnos; entonces pedí una subvención a la facultad para organizar un viaje de prácticas de dialectología. En principio la finalidad era comprobar si lo que había leído era cierto, pero inmediatamente me di cuenta de que había un filón por investigar. Empecé a pedir proyectos de investigación asociados a la gramática dialectal y empecé a grabar en el año 90. Al cabo de unos años, el rectorado de mi universidad me reconoció la actividad como prácticas de campo y así fuimos haciendo encuestas. Poco a poco tenemos el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural,  que es un corpus de grabaciones realizadas en entorno rural con informantes elegidos al azar que sean nativos de la zona y que sean personas mayores, porque presuponemos que han podido tener menos acceso a la educación y pueden reflejar de forma más fidedigna el habla menos estandarizada y más cercana al ideal lingüístico del pasado. Estas grabaciones han permitido documentar muchos fenómenos lingüísticos que no estaban siquiera descritos e investigar otros que no estaban suficientemente estudiados. Todavía quedan otros por investigar que están en el corpus, el problema es que es muy difícil conseguir subvenciones y la transcripción es carísima.

¿Qué desvelan los estudios sobre loísmo, laísmo y leísmo? ¿Has logrado establecer un mapa de cómo se reparten estos fenómenos en el territorio español?

He reconstruido la distribución dialectal, pero el leísmo a través del habla estándar, de Madrid fundamentalmente, tiene hoy una difusión mucho más amplia que su área dialectal originaria. El leísmo es una forma de utilizar los pronombres que es propia de la Castilla occidental y es la única parte de esa forma que ha sido aceptada en la lengua estándar y se está difundiendo por toda la Península. Por ejemplo, en zonas bilingües: en el castellano de Barcelona la gente es leísta, pero no como en Castilla ni como en el País Vasco ni como en Cantabria; los son como en la lengua estándar, es decir, usan «le» para el objeto directo masculino y nada más.

¿Entonces cada zona tiene sus señas de identidad leísta?

Sí, en la Península hay al menos tres formas de ser leísta.

Como conocedora de las variedades del español, ¿qué opinas de los debates que en ocasiones se originan sobre en qué zona se habla el mejor castellano? ¿Tiene algún sentido?

Desde un punto de vista geográfico no lo creo. Cada uno habla con la variedad propia de su zona. Desde un punto de vista dialectal no creo que sea mejor el castellano de México o el castellano de Soria, por ejemplo.

Y, en sentido temporal, ¿se puede decir que «cada vez se habla peor»?

No lo creo. La lengua evoluciona de forma natural y es un sistema eficaz en todas las épocas. Se habla mal, entre comillas, cuando no tiene hablantes; ese es el problema de una lengua.

Es la idónea en su momento y en su lugar.

Exacto. El problema es que se confunde lengua con lengua estándar, hay que ser muy conscientes de que la lengua estándar es un dialecto en el que somos instruidos a lo largo de años de escuela. No es el dialecto de nadie. No es la variedad que uno aprende naturalmente, sino a través de la instrucción. Es una lengua en la que se proyectan ciertos ideales, como la unidad o la inmutabilidad. Cuando se dice que hay una decadencia en la lengua en realidad se habla de la lengua de cultura o estándar, pero nunca se puede afirmar que un hablante sea menos competente que su padre o su abuelo. Respecto a la lengua estándar, es difícil decir si hay una decadencia porque es verdad que quizás hay un cierto empobrecimiento léxico. Por ejemplo, un compañero mío, profesor de instituto,  me contaba que en los exámenes de selectividad, para un grupo de doscientos alumnos entró el significado de la palabra «pródigo», que no supo ninguno, y de «misántropo», que supieron dos. Me pareció escandaloso y le pregunté a mis hijas, que son estudiosas y se supone que han leído, y ninguna lo sabía. Quizás es que las nuevas generaciones no han dependido tanto de la cultura escrita como nosotros dependimos, mi proceso de formación y de ocio era a través de la lectura.

¿Hay una responsabilidad del sistema educativo, que cada vez ha ido relegando más las humanidades?

No, sinceramente creo que es más un problema social que de la escuela. Tampoco se estimulaban especialmente las humanidades cuando yo era joven, y sin embargo la gente que estudiaba sabía escribir sin faltas de ortografía, con léxico más amplio, etc. Quizás porque eran menos los que estudiaban y eso actuaba de filtro, pero creo que es más un problema social: yo empleaba mi tiempo libre en leer, ahora mis hijas emplean su tiempo en ver películas y series.

Eso aporta otro tipo de cultura.

Aporta otra cultura, aprenden otras cosas, pero evidentemente la palabra «misántropo» no sale en la serie y no tienen que buscarla en el diccionario. Tienen una mentalidad diferente; tú leías una palabra que no entendías, la buscabas y la apuntabas en el margen del libro, pero ¿hoy en día qué sentido tiene memorizar una palabra si lo tienes en el momento? Es decir, creo que desde un punto de vista activo, la lengua estándar quizás no tiene un gran nivel general, pero también hay que pensar que se ha extendido muchísimo gracias a la difusión de la educación. Antes estábamos comparando una minoría con una mayoría sin estudios y ahora todos tienen estudios, y eso es un gran avance.

¿Deberíamos alarmarnos por el uso del español que hacen los jóvenes y menos jóvenes en internet, con tantas «k», abreviaturas, sin vocales, etc., o es perfectamente compatible con la corrección en otro contexto?

Siempre he dicho que no es un problema, lo importante es saber dominar el registro de la lengua estándar. Si eres capaz de escribir bien en español y en inglés, por qué no vas a ser capaz de escribir español de dos maneras: una la que aprendes en el colegio y otra en la que te permites ciertas libertades. Creo que además esa ha sido la realidad durante muchos siglos en los que no había una unidad ortográfica; la realizaba la imprenta y cada uno en su manuscrito escribía más o menos como quería hasta que se empezó a generalizar la educación y a imponerse una norma gráfica a partir del siglo XIX. Eso es lo que pensaba, pero ahora que recibo mails de mi hija, estoy cambiando de opinión [ríe].

Respecto a la lengua estándar, ¿es cierta la afirmación de que «la lengua la hacen los hablantes»? ¿La norma es tan democrática o en realidad es una aristocracia, en el sentido etimológico de la palabra? Porque realmente manda más Varga Llosa que yo.

Mi opinión es que la estandarización que no esté basada en el uso no tiene posibilidad de prosperar. Si haces una recomendación de un uso basado en el de gente muy ilustre pero de empleo muy minoritario, no prospera. Lo hacen las que emanan de un uso general que se ha asentado en la lengua, porque en los cambios lingüísticos lo fundamental no son las minorías, son las clases medias. Esto lo han estudiado muy bien los sociolingüistas. Un cambio puede empezar en un grupo sociocultural marginado, pero no prospera si no prende en los grupos intermedios. Cuando penetra en las clase medias se difunde y gana la batalla. Lo mismo podemos decir respecto de un uso marginal de las clases altas, de individuos muy ilustres, que tienen un altavoz muy importante pero que no necesariamente consiguen que su práctica reciba el refrendo de la colectividad. Recomendar usos lingüísticos minoritarios que no están basados en el uso colectivo no tiene sentido.

¿Qué labor desarrollas en la RAE actualmente?

Participamos todos en comisiones que se reúnen cada jueves. Estoy en la comisión de Cultura II, donde se hacen revisiones transversales, hicimos todo el vocabulario de la retórica, el de los hobbies, y ahora estamos revisando palabras de las que hay una ficha preliminar pero no han llegado a entrar en el diccionario por ser minoritarias o solo de un área concreta.

¿Para el diccionario histórico?

No, para el general.

Que se va a hacer de nueva planta, ¿no?

Sí, existe la idea de hacer un diccionario de nueva planta que será completamente digital.

¿Así se librará de esas definiciones obsoletas heredadas?

Efectivamente, el diccionario de la academia es fundamentalmente acumulativo. Ahora se ha hecho un esfuerzo por modernizarlo, pero hay definiciones que remontan a Autoridades, otras a 1780, etc. Cada generación ha ido aumentando el diccionario. Muchas veces refleja un mundo que ya no existe u objetos que ya no se usan y se mantienen ahí porque se piensa que pueden ser de utilidad para leer a los clásicos, y en ocasiones reflejan también una mentalidad no acorde con los tiempos. El nuevo diccionario pretende ser de nueva planta y las definiciones se harán de nuevo, no se trabajará con definiciones heredadas que se modifican o añadiendo nuevos lemas.

Se suele poner en tela de juicio la utilidad de la academia arguyendo que en otras lenguas no existe este organismo. ¿Qué papel tiene la RAE y por qué es necesaria?

En todas las lenguas hay una institución, sea pública o privada, que fija el estándar lingüístico. Nosotros tenemos la suerte de que esta institución se fundó hace trescientos años, si no existiera podríamos postular una alternativa, pero, teniendo una institución con los medios y la tradición, no tiene sentido. Lo importante es que la Academia sea una institución al servicio de la comunidad hispanohablante, y esto creo que es algo que desde los últimos años del siglo XX hasta hoy se tiene muy presente. Es decir, no debe ser una institución ensimismada, sino abierta a la sociedad y que proporcione recursos lingüísticos de utilidad para toda la comunidad de hablantes.

La política panhispánica de la RAE pretende dar su sitio a todas las variedades del español. ¿Crees que los castellanoparlantes españoles son etnocentristas respecto a variedades americanas mientras que vemos el inglés como lengua de prestigio?

Respecto al inglés, seguro. El inglés es prestigioso y por eso nos gusta aderezar nuestro discurso con palabras en inglés, pero no solo en España, en Sudamérica y en todo el mundo. Respecto al español de América, a mí me llega la opinión contraria: que cualquier hablante rural hispanoamericano habla un mejor español que un hablante urbano de la Península. Que no es cierto, porque realmente hay hablantes urbanos y rurales que hablan bien y mal en todas partes. Depende de sus habilidades lingüísticas y de su dominio de la lengua estándar.

¿Cuál crees que es el mecanismo correcto para incorporar los anglicismos?

Creo que es inevitable, en un mundo donde tenemos un liderazgo del mundo anglófono, que entren palabras del inglés, al igual que durante los siglos XVIII, XIX y hasta mitad del XX todo el léxico incorporado es de origen francés, lo que pasa es que no nos choca tanto porque tiene una raíz latina y no nos damos cuenta de su origen foráneo. Intentar evitarlo es una batalla perdida y no le veo el sentido. Ahora, ¿qué hacemos con los anglicismos? Mi opinión es que tenemos un problema porque la gente ahora sabe inglés. Antes se asimilaba fonética y gráficamente a tu idioma, pero ahora a la gente le gusta escribirlo en inglés y pronunciarlo en inglés.

Y escribirlo en inglés y pronunciarlo en español.

También. En mi opinión la postura más inteligente, que es la que adoptan los alemanes: una vez que un anglicismo entra, adaptarlo ortográficamente, para evitar que pasen cosas como «whisky», que ya no lo puedes cambiar. Cuando una palabra se ha instalado en tu memoria gráfica es muy difícil cambiarla.

Entonces, hay que actuar cuanto antes.

Justo lo que se ha hecho con «tuit». Si no se hubiera hecho nada —que era lo que hacía antes la Academia, dejarlo en barbecho— ese anglicismo entra en la lengua escrita y ya forma parte de ella. Esa es mi opinión, que no es necesariamente la institucional.

Siendo mujer y académica sé que hay preguntas sobre el machismo que son recurrentes, pero me ha llamado la atención ver como titular en varias ocasiones «soy miembro, no miembra»; leyendo la respuesta he visto que era más matizada —que no la utilizas porque no se usa— y no una declaración de principios como parecía, y me gustaría saber cuál es tu postura respecto al lenguaje no sexista.

El lenguaje no es sexista. El masculino es el género por defecto no marcado. Es decir, cuando tienes un conflicto de referentes de dos tipos, el masculino es el que se introduce. Esto pasa en todas las lenguas de Europa. Cuando tenemos problemas de concordancia en los plurales, por ejemplo, el número no marcado es el singular y el que se introduce en caso de conflicto de concordancia. La gramática, cuando hay dos posibilidades de concordar, elige aquella más general. Por razones probablemente históricas claramente relacionadas con el patriarcado que ha dominado toda la sociedad europea durante mil años, el masculino es el género no marcado. Y es algo que no ha pasado hace poco, porque antes el género no marcado era el neutro, pero a partir del siglo IX o X cambió en muchas de las lenguas europeas a favor del masculino.

Pero esto, que a mí también me han enseñado así, no funciona en la práctica. Nunca encontrarás un colectivo formado por mujeres en el que encaje el masculino como género de marcación cero. Por ejemplo, ama de casa.

Pero porque no hay amos de casa.

Precisamente. Si no hay hombres, no funciona. Tendría que haber una entrada neutral de «amo de casa», aunque no hubiera ni uno, si tuviera marcación cero.

No marcado no significa que sea cero, es decir, no es totalmente neutro. Significa que cuando tú tienes un conflicto hay uno que tiene una extensión más general y es el que se introduce. Digamos que el femenino tiene una marca adicional que restringe el grupo general. Dicho esto, no quiere decir que grupos de la sociedad no puedan hacer propuestas sobre usos lingüísticos, yo no estoy en contra de que los jóvenes digan «mazo», tampoco estoy en contra de que las mujeres propongan que se usen dobletes en los géneros, creo que es una propuesta lícita. La lengua es algo vivo y flexible. De lo que sí estoy en contra es de que se imponga desde un punto de vista institucional, no puedes hacer pensar a la gente que está siendo sexista cuando hace un uso normal de la lengua. También estoy a favor de que se introduzca la moción de género en los sustantivos. Por otra parte, desde un punto de vista psicolingüístico, es verdad que hay bastantes estudios que dicen que cuando se usan los plurales masculinos el hablante no suele entender que el grupo incluya a las mujeres. Es decir, que cuando a un niño se le dice «los niños» no necesariamente piensa en un colectivo de niños y niñas. Habría algunos contextos donde sería lícito introducir los dobletes. Por tanto, mi postura es que en el lenguaje administrativo, en el que se ofrecen puestos de trabajo, todos aquellos documentos que tengan una alocución pública que tenga una audiencia masculina y femenina pueden contemplar perfectamente los dobletes si se cree necesario para evitar ambigüedades. En definitiva, es una decisión de los hablantes, si deciden utilizar estos dobletes, prosperarán.

Y, yendo al fondo y no a la forma, ¿consideras que la lengua tiene influencia en cómo generamos los conceptos, como afirman las teorías relativistas? Es decir, ¿visualizar a la mujer en el lenguaje ayuda a proyectar ese concepto?

Piensa por ejemplo en lenguas que no tienen género, como el inglés. ¿Crees que las mujeres están más o menos discriminadas en el inglés porque no hay género?

Pero no hay un género predominante.

No, no lo tiene, pero ¿es menos machista la sociedad inglesa o la holandesa que tiene un artículo que no marca el género? ¿Es más o menos machista la sociedad alemana que sí tiene género? O las lenguas escandinavas que tienen un género común, que incluye femenino y masculino. ¿Existe una relación entre lengua y sociedad? Yo no lo creo. Hay formas de la gramática que empiezan siendo icónicas, como se llama en gramática funcional, que reproducen la realidad; por ejemplo, un reflejo icónico es que las formas del plural son siempre más pesadas que las del singular, no hay lengua en la que las formas de plural sean más breves que las del singular. Pero una vez que una forma que está semánticamente motivada se gramaticaliza pierde parte de su sentido originario, se fosiliza, ya no responde necesariamente a su motivación primaria. Este uso de los dobletes lo que quiere es resemantizar el lenguaje de nuevo, creando una nueva denotación del masculino y del femenino. A mí me parece que es lícito y habrá que ver si prospera y, si es así, habrá que aceptarlo.

En el mundo de la educación hay desigualdad en el reparto de puestos de responsabilidad. En el caso de la filología es muy llamativo porque una mayoría aplastante de la base es femenina. En algún momento te has manifestado en contra las cuotas, ¿en un campo en el que la mayoría de los expertos son mujeres no tiene sentido forzar que alcancen puestos de responsabilidad para romper una tendencia heredada?

Ahora mismo los profesores titulares son 50 % hombres y 50 % mujeres y la proporción de catedráticas en Filología debe de ser bastante superior al 15 %, que es la media en todas las disciplinas. No creo que sea un número tan reducido. También hay que tener en cuenta que las promociones a cátedra con los recortes han disminuido y esa generación de profesoras titulares no ha tenido acceso a la cátedra porque ahora mismo no hay plazas. Mis profesores eran todos catedráticos, había muy pocas mujeres. De mi edad creo que debe de haber un 30 %. Si haces el cómputo por franjas de edad te encontrarías que sí se ha ido aumentando el porcentaje de mujeres. Cuando esta generación de profesores titulares llegue a catedráticos, lo lógico es que sea del 50 %. No creo que permanezca ese sesgo tan claro. En mi disciplina no creo que sea necesario, solo conozco un caso, aunque no en mi área, de una chica extraordinariamente brillante que daba cien vueltas a todo el tribunal y la suspendieron siete veces. Eso sí que fue una vergüenza y salieron hasta cartas en El País. Pero en mi área no conozco ningún caso. De lo que sí estoy a favor es de que los tribunales sean paritarios, porque es una garantía de que no va a haber una elección condicionada por una mayoría masculina, pero no de nombrar a la gente por cuotas.

La última pregunta, no por ello menos importante: ¿el solo con tilde o sin tilde?

La última Ortografía lo recomienda sin tilde, pero no solo la última, desde los años sesenta. Es una recomendación que se venía haciendo hace mucho y no ha prosperado nada; como te decía, hacer recomendaciones que no están basadas en el uso muchas veces no sirve para nada.

Pero la Ortografía es prescriptiva.

Sí, es prescriptiva, pero sobre todo ha de ser prospectiva. Cuando una práctica gráfica está muy asentada es muy difícil cambiarla.

Para eso están los niños a los que van a enseñar que no lleva tilde.

Exactamente, por eso digo que es prospectiva. En el momento en el que la generación de chicos jóvenes la acepten está resuelto. Una reforma ortográfica necesita una generación para establecerse.

Pues esta norma está costando varias generaciones.

Ahí tienes un caso en el que la gente te lo argumenta, porque le gusta el «solo» con tilde.

¿Pero qué argumento es ese, «me gusta»?

[Ríe] El mismo que el de me gusta «todos y todas».

No me has contestado. ¿Con o sin tilde?

La he quitado porque ya era vergonzoso, pero hasta hace poco la he utilizado porque así es como me lo enseñaron.

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Cinco milenios de la fábula de Schleicher

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Prometheus, 2012. Imagen: 20th Century Fox.

En una película reciente de Ridley Scott, Prometheus, el idioma protoindoeuropeo juega un pequeño pero significativo papel. Motivados por el deseo de conocimiento y por alcanzar la inmortalidad, un androide y un equipo de humanos viajan por el espacio en busca de la raza alienígena que creó la humanidad. Para comunicarse con ellos, deben hablar su lengua, protoindoeuropeo (PIE, para abreviar). En una de las primeras escenas, el androide interpretado por Michael Fassbender, que está aprendiendo la lengua para preparar su encuentro con un alien, recita parte de una fábula en PIE.

PIE es la lengua madre de todas las lenguas de la familia indoeuropea; de dónde surgió y quiénes fueron sus hablantes ha sido motivo de estudio desde que a finales del siglo XVIII un juez británico estudioso de la cultura y las lenguas de la antigua India, William Jones, destacara su relevancia como lengua madre al popularizar la idea de que el sánscrito, el griego y el latín tenían una raíz común, y que estas, a su vez, podían estar relacionadas con el gótico, el persa, y las lenguas celtas. Este William Jones, que hablaba docenas de idiomas, era hijo del matemático del mismo nombre, el amigo de Isaac Newton que propuso usar la letra griega π para representar la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro. Jones, no Newton. Volviendo a PIE, no es que la idea de su estatus como lengua precursora de todas las lenguas fuera nueva, pero sí se hizo muy popular, y los lingüistas comenzaron a preguntarse no solo por su origen y posterior expansión, sino por cómo sonaría, de manera que empezaron los intentos de reconstrucción de PIE. El más conocido fue el del lingüista alemán August Schleicher, quien en el siglo XIX utilizó una reconstrucción de vocabulario PIE para contar una fábula, Avis akvāsas ka —La oveja y los caballos—, también conocida como la fábula de Schleicher. Se trata de una parábola que narra el encuentro entre una oveja esquilada y unos caballos que no tienen mejor suerte que ella.

avis, jasmin varnā na ā ast, dadarka akvams
una oveja que no tenía lana vio unos caballos
tam vāgham garum vaghantam, tam bhāram magham, tam manum āku bharantam.
uno de ellos tiraba de un carro pesado, otro soportaba una carga y el otro llevaba a un hombre
avis akvabhjams ā vavakat:
la oveja, a los caballos dijo:
kard aghnutai mai vidanti manum akvams agantam.
«el corazón me duele al ver cómo un hombre os maneja»
akvāsas ā vavakant: krudhi avai, kard aghnutai vividvant-svas:
a lo que los caballos respondieron: «escucha, oveja, a nosotros nos duele el corazón al saber
manus patis varnām avisāms karnauti svabhjam gharmam vastram
que el hombre, el amo, con la lana de la oveja se hace ropa abrigada para sí mismo
avibhjams ka varnā na asti
y deja a la oveja sin lana»
Tat kukruvants avis agram ā bhugat
Al oír eso, la oveja huyó a la pradera

Según se fue investigando más sobre PIE, otros lingüistas fueron dando versiones actualizadas de la fábula —Hirt, Lehman & Zgusta, Adams, Kortlandt—. La última es la del norteamericano Andrew Byrd, que además muestra cómo habría podido sonar la fábula en PIE y que se puede escuchar online en la revista Archaeology, o en la película Prometheus.

Antes de PIE  

Los datos que nos proporcionan la epigrafía, la toponimia y la numismática no nos permiten la reconstrucción completa del mapa lingüístico preindoeuropeo, pero sí tener algunas ideas. A diferencia de las lenguas indoeuropeas, las previas no parecen tener relación genética alguna. A este respecto, se han ido descartando teorías. La hipótesis de que el vasco está relacionado con las lenguas caucásicas que se fundamenta principalmente en que tipológicamente son aglutinantes, es decir, con palabras segmentables en partes (morfemas) que realizan una única categoría gramatical independientemente de cuáles sean las partes adyacentes, no se sostiene —también es aglutinante el japonés y no tiene relación con el vasco—. Sí se debió ver cierto parentesco entre el estón, el finés, el húngaro, el turco y diversas lenguas altaicas de Asia Central cuando en los libros de lingüística era posible encontrarlas clasificadas como grupo uralo-altaico, pero esto posteriormente se cuestionó y es más fácil encontrar ahora ambos grupos separados, donde las lenguas urálicas son las europeas y las altaicas, las asiáticas. Ni unas ni otras tienen relación con el íbero y el tartésico de la Hispania prerromana, con el etrusco de la antigua región de Etruria (actual Toscana), ni con el minoico de la isla de Creta, por citar unos pocos idiomas preindoeuropeos. Y estos últimos, por supuesto, tampoco tienen relación entre sí. Por tanto, el panorama lingüístico de la Europa y Asia preindoeuropeas debió de ser de una diversidad enorme, un auténtico mosaico de lenguas y culturas, donde PIE era una lengua más.

Y PIE conquistó el mundo

Las hipótesis sitúan el emplazamiento originario de PIE en el Cáucaso o al norte de las estepas del mar Negro y del mar Caspio. Quiénes eran sus hablantes y cómo se expandieron es materia de estudio de tanto lingüistas como arqueólogos. Algunas de las pruebas provienen de los restos de más de mil asentamientos pertenecientes a la llamada cultura de las tumbas de madera que existió durante la Edad de Bronce tardía. En uno de esos asentamientos, Krasnosamarskoe, el arqueólogo David Anthony y su equipo encontraron no solo restos humanos, sino un porcentaje asombroso de huesos de perro. Curiosamente, los restos no eran de animales jóvenes sino que habían vivido incluso hasta los doce años; les habían cortado los hocicos en tres partes y el resto de los cráneos en pequeñas formas geométricas, de lo que se desprende que su carne no se consumía y que quizá eran venerados. Tanto los lingüistas como los mitólogos han relacionado la práctica de sacrificar perros con una importante tradición extendida entre algunos pueblos celtas, germanos, griegos e indo-iraníes: la de los hombres jóvenes que abandonaban su clan para formar parte de un grupo de guerreros en el que para ingresar tenían que participar en una ceremonia de iniciación en la que se sacrificaban perros. Esto es precisamente lo que se cuenta en Rigveda, un texto en sánscrito de hace más de tres mil años. Los restos de Krasnosamarskoe podrían corresponder a un lugar donde se practicaba ese tipo de ritual. Según Anthony, que los hombres jóvenes formasen grupos de guerreros era una forma de tener juntos y controlados a individuos potencialmente conflictivos pero también de expandirse y obtener riquezas. De hecho, estos grupos podrían ser clave en haber expandido la lengua al entrar en contacto con otros grupos.  

La expansión empezó alrededor del tercer milenio antes de Cristo. Se propagó a izquierda y derecha, de manera que surgieron en Europa muchos descendientes de PIE: las lenguas románicas al sur, las célticas y las germánicas al noroeste, las eslavas y las bálticas al este y, en el extremo suroriental, el griego, albanés y armenio, este último ya en Asia, continente en el que son descendientes de PIE el farsi y el kurdo en Persia, y las lenguas no dravídicas —hindi, urdu, gujarati, marathi, bengalí— en el subcontinente indio. En Europa, a PIE solo le sobrevivieron el vasco y las lenguas ugrofinesas, de las que el húngaro, el finés y el estonio son las más destacadas del grupo tanto política como demográficamente. Fuera de Europa, hay muchas más lenguas que no descienden de PIE a pesar de la expansión del inglés, el español, el francés y el portugués en América, África y Oceanía durante la época colonial que comenzó en el siglo XV del primer milenio después de Cristo. Si tenemos en cuenta que de los seis mil idiomas que se hablan en el mundo actualmente tres mil habrán desaparecido en cien años, en dos o tres siglos solo se hablarán lenguas mayoritarias, descendientes de PIE.  

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Elogio del andaluz

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Texto de la contraportada de Er Prinzipito

El andalucismo, definido como amor o apego a lo andaluz, así como la palabra o uso lingüístico de los andaluces, difícilmente cristalizará sin una visión interior, sin introspección, de uno mismo como andaluz. Una visión interior que no será beneficiosa sin la aceptación incondicional del habla andaluza. Declararse andaluces. Crear las condiciones idóneas para la expresión genuina del habla propia desprendiéndose de la vieja adversidad que supone mostrarse al exterior. Declarar que en el habla andaluza se asientan los cimientos de la cultura de un pueblo que puede y debe elogiar sus propios fundamentos.

Para muchos, el habla, la lengua, es una herramienta para comunicarse que, teniendo una existencia per se, se impone desde afuera y se usa cumpliendo unas normas abstractas. Es la idea que se desprende del DLE que define lengua como «sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana» y «sistema lingüístico cuyos hablantes reconocen modelos de buena expresión». El diccionario, como no se cansan de repetir los académicos, es un registro de lo que los hablantes entienden, dicen y escriben, o han dicho y han escrito. Por lo que tal es la idea que mayoritariamente se tiene de lengua. Y, la verdad, una lengua como abstracción, como sistema, una lengua en desuso como el latín clásico, viene a ser algo así. Pero una lengua viva es otra cosa. Las lenguas están formadas por el habla natural de las personas, un habla que varía en muchos sentidos. Es por origen y semejanza, por unidad fundamental, por lo que el habla se clasifica como lengua; lengua francesa, lengua inglesa. Por otro lado, es debido a las particularidades más concretas del modo de hablar de las gentes de un territorio en oposición a las de otros, por lo que se clasifica el habla en dialectos. Y dentro de cada territorio se pueden observar pequeñas variedades y afinar hasta llegar a la manera especial de hablar de cada individuo. Así observamos algo concreto, la lengua viva. Eso que normalmente llamamos lenguas no son otra cosa que dialectos; científicamente una lengua es una abstracción, y, en la realidad, no hay sino dialectos.

A lo largo de la historia moderna, de los varios dialectos que por semejanza y unidad fundamental constituyen lo que llamamos lengua ha habido alguno que, por razones arbitrarias, ha adquirido un prestigio especial. Razones como su cultivo por parte de grandes autores, la producción de una obra excelente, la superioridad social y económica de sus hablantes y el especial empeño de los mismos en que su dialecto se denomine lengua y asuma la formación de una literatura común. De tal modo, se consigue que el prestigio del dialecto se extienda hasta el punto de ser por antonomasia designado con el nombre general de la lengua: castellano, nombre alternativo de español, con ISO 639-3, el estándar. Los dialectos no tienen ISO. Así pues, una lengua estándar es una variedad local de una lengua que se ha convertido en la más aceptada públicamente. En muchos países, el dialecto hablado por la mayoría de la población se considera estándar, como el estándar americano o el australiano. En otros, en cambio, los hablantes del estándar están en minoría. En el Reino Unido, el estándar, conocido comúnmente como el inglés de la reina, es la lengua de menos del 3% de la población del país. Sin embargo, y pese al estigma que se asocia a lo que no es estándar —a los dialectos— no es razonable suponer que la mayoría de los británicos hablen mal su propio idioma. A esto se refiere la lingüista Rosina Lippi-Green como «la ideología del estándar»: se piensa que el dialecto con el mayor prestigio social es la única forma correcta y válida de lenguaje.

Todos los dialectos son lingüísticamente válidos. Sin embargo, la opinión generalizada sobre el andaluz es que es español mal hablado. En España, podemos estimar que el andaluz —o modalidad lingüística andaluza, tal como se define en el Estatuto de Autonomía de Andalucía de 2007— es la lengua de en torno al 18% de la población, asumiendo que todos los andaluces lo hablan. Sobre cuántos leen en andaluz, no hay datos todavía. Posiblemente muy pocos. En el momento que se acepta que la literatura ha concedido el predominio a un determinado dialecto, se dificulta, cuando no impide, el arranque literario de otros dialectos, como ha ocurrido con el andaluz, matando la espontaneidad del genio más representativo de un pueblo. Un genio que ha sido, es y será protagonista de legendarias disputas dialectales y estilísticas. Ya en el siglo XVI, Juan de Valdés criticó el andalucismo de Antonio de Nebrija en su famoso Diálogo de la lengua: «¿No os tengo dicho que, como aquel hombre no era castellano, sino andaluz, hablava y escrivía como en el Andaluzía y no como en Castilla?». Así comenzaba una controversia que, discursivamente, sirvió para situar el lenguaje como elemento esencial previo a cualquier reflexión o función para hacer, de la palabra, símbolo.

No es extraño, pues, que esta hostilidad retórica haya sido una constante ideal para que ciertos autores hayan reivindicado, al menos parcialmente, lo propiamente andaluz desde un costumbrismo dialógico en lo literario. Parcialmente porque en la mayoría de los casos lo habitual ha sido usar el andaluz de manera aislada y para representar a personajes poco cultos. Tamizar la palabra, como hicieran los Álvarez Quintero, para describir la erótica del folclore y estilizar el discurso. Amor con odio, como enunciaba Luis Cernuda, al describir el carácter andaluz. Tanto es así que una traducción de El Principito a un dialecto del andaluz —Er Prinzipito— ha desatado la polémica sobre la idoneidad o no de escribir reflejando el habla andaluza y sobre el estatus de la misma. Ha tenido que ser una editorial alemana, Tintenfass, la que ha publicado esta traducción. Lo que para algunos es un defecto es, sin embargo, la indeterminación de lo no sometido a leyes, la riqueza de lo desconocido; no dejarse encantar por un ideal arbitrario de falsa unidad externa y ser conscientes de que la grandeza de la lengua nada tiene que ver con expresarse todos por igual. El escritor o traductor como detector de la existencia, cuyo principio es que nada es incorrecto o indigno de una obra literaria.

No tener lengua es no tener identidad. Esto, en el campo de la escritura, equivale a no escribir. Estéticamente, es la muerte. Por esto debe cristalizar el andaluz en un tipo de escritura que obedezca a las demandas de la lengua moderna a la vez que asienta sus raíces en la configuración tradicional de la oralidad andaluza. El andalucismo está ligado a la propia existencia del pueblo y el habla andaluza es la que, más que cualquier otra, pertenece al pueblo andaluz. De ahí la necesidad de reforzar su dimensión oral con el poder contemporáneo de la escritura, y proclamar la libertad de una lengua en la producción de todas sus manifestaciones.

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Glosa al puntoycomismo

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Imagen de Rebecca Wilson (CC).

Es el punto y coma un signo de puntuación épico, un héroe dentro del amplio abanico de signos de puntuación en castellano. Lo digo así, directo, para dejar claro el tono del discurso.

El punto y coma no es más que ese ente siempre desconocido, que hace de su desconocimiento un arte; ese ente siempre aislado, que hace de su aislamiento un orgullo; ese ente enigmático, como si se empeñara en mostrar solo la patita de la abuela bajo la puerta del cuento. Eso sí, su uso tiende a difuminarse entre la marea de letras que nos invade. No parece bastar para su supervivencia la elegancia de su grafía (;), que combina los dos rasgos genéticos de sus familiares más ilustres: por un lado, la robustez del punto; por otro, la ligereza de la coma. No importa, aun así va desapareciendo poco a poco con cada texto sin nadie que lo remedie. No obstante, su aura permanece ahí, en el corazón de nuestra gramática, esperando a que la subjetividad del escritor decida por él, ansioso por no ser el último de sus hermanos que salga escena. Siempre fue así, hay muchos tipos de pausas: la corta, a la que nos condena la coma; la media, obligada por el punto y seguido; la definitiva, simbolizada con el punto final… y luego está la pausa del punto y coma, que nadie sabe cuál es, pero que es la más refinada de todas ellas. Porque hay veces que la realidad nos pide una pausa sin saber muy bien para qué. Esas son las verdaderas pausas, las provechosas, las que no tienen principio ni fin. Delante de todas ellas, aunque muchas veces no lo sepamos, hay un punto y coma.

Luego está ese plural invariable (la coma, las comas; el punto, los puntos; el punto y coma, los punto y coma), como si una forma valiera por todas. Es como el plural de dios, que en el mundo moderno y occidental pierde sentido. El símil no es exagerado, los puntoycomistas vemos al signo como una especie de deidad a la que tenemos que rendir pleitesía. El propio texto le rinde pleitesía. De hecho, todas las palabras que siguen al punto y coma han de ser escritas con minúscula (excepto, como ocurre con todo en la lengua, en contados escenarios). Esta suerte de humillación narrativa es lo menos que podríamos esperar de una figura tan importante para el castellano como es esta. Su difícil supervivencia responde a un motivo principal: corren malos tiempos para la subjetividad. Es este un mundo marcado por las reglas y, lo que es peor, por la complicidad del habitante del siglo XXI para adaptarse a ellas. El hecho de que el punto y coma ofrezca una cierta libertad es, en opinión de estos párrafos, una licencia que el castellanohablante no está dispuesto a permitirse.

Eso sí, la dignidad de un punto y coma nunca puede ponerse en duda. Por ejemplo, la Real Academia adapta la mayoría de usos de nuestro signo a la utilización de otros signos. Alrededor de este asunto, el puntoycomista siempre encuentra la mirada alta de este signo cuando se enfrenta al Diccionario panhispánico de dudas. Por ejemplo, de su utilización más extendida, la RAE dice: «Separa los elementos de una enumeración cuando se trata de expresiones complejas que incluyen comas». ¿Acaso no queda claro que ceñirnos siempre a la prevalencia de la coma es insuficiente? Un verdadero puntoycomista sabe que hay complejidades (utilizando el mismo término que la RAE) que no caben en una pausa de una coma, como se sugería al principio del texto. Es decir, las reflexiones que más exigen a las meninges salen siempre de un punto y coma, ya lo deja claro el DPD

El segundo uso que del punto y coma recoge la Docta Casa es, sin duda, mi favorito. Lo enuncian así: «Se utiliza para separar oraciones sintácticamente independientes entre las que existe una estrecha relación semántica». La relación semántica. Nunca imaginé que a los puntoycomistas nos pusieran en bandeja la razón de nuestras sinrazones. Solo nosotros somos capaces de encontrar la relación semántica que merece un punto y coma. ¿Y qué relación es?, preguntará el lector. ¿Acaso importa? Lo realmente valioso es el fruto de esa relación. La Academia lo sigue definiendo bien: «La elección de uno u otro signo depende de la vinculación semántica que quien escribe considera que existe entre los enunciados. Si el vínculo se estima débil, se prefiere usar el punto y seguido; si se juzga más sólido, es conveniente optar por el punto y coma». Da en el clavo. Ese vínculo sólido es el que mantiene todavía vivo este texto. 

El tercer uso que recoge el diccionario es, quizás, el minoritario entre todos ellos. Se debe colocar el punto y coma delante de ciertas conjunciones (mas, pero, sin embargo; todo adversidad) siempre que las oraciones a las que da paso la conjunción tenga «cierta» longitud. La Academia utiliza ese adjetivo, «cierta», de nuevo colocando sobre las espaldas del hablante el peso de una decisión tan importante como es imponerle una pausa a nuestra vida. Como si no tuviéramos bastante con decidir la velocidad punta, la aceleración, el rock and roll; ahora también tendremos que hacer hincapié en el freno, en la duda, en el silencio. Dado que se trata de conjunciones en su mayoría adversativas, todo puntoycomista sabe que la mejor manera de contradecir algo o a alguien (en este caso, una idea) es colocando un punto y coma sobre su dignidad textual. Es, al fin y al cabo, el sino de todo «símbolo»: «simbolizar» algo en nuestro imaginario. El último apéndice académico referido al uso del punto y coma es un tanto desconcertante. Reza algo así: «Detrás de cada uno de los elementos de una lista cuando se escriben en líneas independientes y se inician con minúscula». Como no tengo ni idea de a qué se refiere, solo puedo decir que pondré punto y coma como está mandado cuando de saltar líneas se trate; de hecho, la mayoría de lenguajes de programación finiquitan sus sentencias con este signo. Alguien debió de verlo claro.

La vida se decide entre silencios. Es tan simple como eso. Mañana, en el fragor de un texto, la quietud de un punto y coma nos hará grandes. Los días son demasiado largos, los textos demasiado rápidos; pero todo puntoycomista sabe que en el espacio que cabe en un punto y coma (ya saben, menor que un punto, mayor que una coma) se esconde la esencia de cualquier épica.

Que se lo digan, si no, a las trece veces que, a través de estos renglones, se dejó ver.

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Una lengua de lenguas para España

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Portada (detalle) de Un sueño plurilingüe para España, de Ángel López García-Molins. Uno y Cero Ediciones.

Los Estados deberán adoptar, cuando sea apropiado, medidas en la esfera de la educación, a fin de promover el conocimiento de la historia, las tradiciones, el idioma y la cultura de las minorías que existen en su territorio. (Artículo 4.4 de la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas aprobada por la Asamblea General de la ONU)

 

No hay que ser un lince para observar que en España se producen conflictos por el uso de las lenguas oficiales y cooficiales. Baste observar episodios como las reacciones en las redes sociales al uso del catalán por las autoridades de la Generalitat en la reciente crisis del atentado islamista o sucesos institucionales como la denominación del catalán que se habla en Aragón como LAPAO (Legua Aragonesa Propia del Área Oriental) en lugar de catalán que, vaya, es su nombre. O la del presidente de la Generalitat de Cataluña, del que se dijo en una biografía que solo pasaba por la fila del peaje que estaba rotulada en catalán, «peatge». La verdad es que si nos ponemos, podríamos continuar con una lista bastante extensa de actitudes semejantes. Cualquier discusión nacional sobre las lenguas se reduce a posturas de fuerza, desgraciadamente.

No obstante, este año ha publicado Uno y Cero Ediciones un libro, Un sueño plurilingüe para España, que aporta algo nuevo al debate. No es exactamente nuevo, su autor Ángel López García-Molins lleva años defendiendo la misma posición. Se trata de promover para toda España la intercomprensión de todas las lenguas que hay en el país e incluso en parte del extranjero.

Sostiene el autor que en la Edad Media esto se lograba sin dificultad: «Uno hablaba en gallego, otro le contestaba en castellano, el siguiente lo hacía en catalán, luego alguien intervenía en occitano y le contestaban ora en italiano ora en francés». La pérdida del idioma occitano, propio del sur de Francia, nos desconectó del continente en ese aspecto, pero si en la actualidad se uniese el espacio lingüístico gallego y portugués al español y este al francés y al italiano a través del catalán, surgirían setecientos millones de hablantes de un neolatín, proclama. Este no deja de ser un sueño maximalista, pero pensemos por un momento en la posibilidad de alcanzar una predisposición cultural así solo en España.

Para ello, un señor de Cuenca no tendría que aprender español, portugués, gallego, catalán, francés e italiano como para hablar, escuchar, leer y escribir en ellos. La idea que propone este libro es basar el plurilingüismo en la comprensión más que en la expresión. Obtener capacidades pasivas, leer y entender, de una lengua. Algo muy fácil entre lenguas románicas. Cuando estas surgieron, el castellano, el francés, el catalán, el provenzal o el florentino, está constatado que hubo justas poéticas celebradas en todas las lenguas romances a la vez, o compañías teatrales que llevaban su repertorio por todas las rutas que cruzaban Europa. Aún hoy esto es posible sin grandes complicaciones.

En la Universidad de Aachen, Aquisgrán, Tilbert D. Stegmann y sus colaboradores ya pusieron en práctica el método de aprendizaje de «los siete tamices» (sieben Siebe) para que las lenguas románicas puedan entenderse de forma simultánea aprovechando todo lo que estos idiomas tienen en común. También hubo un proyecto impulsado por la Unión Europea, el EuRom4, en el que varias universidades llegaron a terminar un manual, «EuRom4: método para la enseñanza simultánea de las lenguas románicas», publicado por La Nuova Italia en 1997. La idea era que en la asignatura de Lengua enseñase a leer y escribir en lengua materna, pero también a escuchar en otras lenguas romances. El EuRom4 empezaba a dar resultados con solo cuarenta horas de estudio. Este ensayo, en esencia, recomienda que se aplique este sistema en toda España con todas las lenguas cooficiales. Veamos cómo.

Ahora mismo en España hay un 40% de habitantes que vive en comunidades bilingües. Todas las políticas lingüísticas que se han aplicado con la democracia en estos territorios han logrado mejorar las expectativas de uso de las lenguas propias, pero no han logrado que el español retroceda. El autor subraya que el victimismo españolista que denuncia «la pérdida del castellano» en estos lugares no se corresponde con la realidad, aunque en algunos aspectos pueda haber quejas pertinentes a las políticas de normalización lingüística e inmersión. Se haga lo que se haga, no parece previsible, explica, que la situación del español vaya a alterarse. Seguirá en expansión. Pero para evitar los conflictos derivados de esta dinámica sí es posible cambiar el paradigma con un modelo al que alude: la lengua de lenguas.

Ángel López García-Molins entiende que debería constituir una prioridad para el Gobierno de España el problema de que en los territorios monolingües crezca un desapego hacia las comunidades bilingües, cuando no un rechazo frontal de sus manifestaciones lingüísticas. El drama que sufrimos es que cualquier medida que se tome en un sentido o en otro siempre suscitará el rechazo de una de las partes. Sin embargo, la realidad es que el catalán/valenciano, el gallego y el vasco son históricamente lenguas de España, no lenguas del Estado. Y lo explica.

Después del latín, la primera lengua culta en España fue el gallego. El primer idioma internacional tras el latín fue el catalán, lengua mayoritaria de la Corona de Aragón y la única con presencia significativa en Europa más allá de los Pirineos. Mientras que el euskera es el único idioma exclusivo de la Península Ibérica, la única que no llegó como lengua colonial —eso era el latín— y un idioma que está en la raíz de muchas características fonéticas y gramaticales de las lenguas romances españolas. En resumen, señala el autor, las que tenemos no son lenguas de interés porque se hablen en el Estado, sino que forman parte de la herencia cultural de todos los españoles.

Es necesario sensibilizar a toda la población española en el sentido de que España es históricamente un país tetralingüe y, por lo mismo, un Estado con cuatro lenguas nacionales, con una decidida labor de concienciación en los medios y en la enseñanza; es conveniente preparar a toda la población para entender (no para hablar) el catalán y el gallego escritos y orales, así como para que posean nociones de euskera.

En el ensayo no se aboga por un país multilingüe, sino plurilingüe, concretamente, con un plurilingüismo sesquilingüe. Esto es: un país donde, como ocurría en el origen de España, cualquier persona pueda hablar en su lengua con la seguridad de que los demás le van a poder entender.

En la actualidad, las aspiraciones del nacionalismo de restauración edénica carecen de todo sentido. Un señor, dice el autor, con unos auriculares haciéndose un selfie por la calle puede ser español, finlandés, ruso o argentino. Nada nos distingue ya como naciones que no sea la lengua. Solo eso conservaremos del pasado en el futuro —siempre con el ingenuo deseo de que el mundo no se repliegue identitariamente aún más de lo que estamos viendo ahora en Europa— y los españoles podrían conservar todas las lenguas que hay en su país sin mucha dificultad. Una lenguas que son un patrimonio común. Además, partimos de una situación favorable para este propósito. Casi todas las lenguas que se hablan en el Estado —no todas, pero sí las más importantes— son oficiales en sus respectivos territorios. Esto que reconoce la Constitución de 1978 no es lo habitual en muchos Estados del mundo, puntualiza. No vamos mal. No hay por qué buscar las referencias en el extranjero.

De hecho, según el ensayo, las naciones no son el origen de nada, sino la consecuencia. En este punto, el trabajo cita al filósofo Ernest Gellner, estudioso del nacionalismo: «Observa este profesor que en el siglo XIX no son las nuevas naciones emergentes —Francia, Italia, Alemania— las que propician dinámicamente gracias al empuje de su pueblo la Revolución industrial y el progreso, sino al contrario, fue la Revolución industrial la que hizo necesaria la nación. Lo siento por estropearles el sueño ilusionado en el que vivían. La industrialización necesita una mano de obra con un nivel de instrucción apropiado y, además, equivalente, pues las viejas distinciones medievales de los gremios dan paso a una masa trabajadora que va a pasar de un puesto a otro y de un lugar de residencia al siguiente con facilidad. Pero esto, naturalmente, solo era posible si los patois franceses se resolvían en le français national, si las Umgangsprachen alemanas se fundían en el Hochdeutsch y si los dialetti italianos miraban hacia la lingua nazionale. Así de simple».

Hay que saber desvincular la política de las lenguas, no es tan determinante. El gallego lo hablan la mayoría de los gallegos y el nacionalismo allí no es una fuerza mayoritaria. El euskera no lo habla la mayoría y la situación política es la contraria. En Cataluña la división política es mitad y mitad de la población, pero en Valencia y Baleares, en una situación semejante en cuanto a hablantes de la lengua local, el nacionalismo tampoco ha sido nunca de gran relevancia. Del mismo modo, también el castellano se impuso por decreto en sucesivas épocas de la historia y no logró, en pleno siglo XX, hacer desaparecer al resto de las lenguas de España, como ocurrió en Francia o Italia con el Estado-nación.

En justicia, el libro también se detiene en el resto de lenguas que se hablan en España. Está el asturiano, el aragonés, el aranés e incluso se podría hablar de panocho en Murcia y castúo en Extremadura. También las nuevas lenguas de España, el rumano, búlgaro y chino, entre otras. Y el árabe, lengua bien implantada en Ceuta y Melilla. López García-Molins observa que todas las lenguas «tienen la misma dignidad, pero no les ha ido igual en la vida». Lo que no quita que los derechos lingüísticos no pertenecen a las lenguas, sino a sus hablantes. De modo que en este aspecto tan conflictivo de la geografía lingüística española aboga por jerarquizar: «No se puede lograr la igualdad de derechos lingüísticos para todas las lenguas que se hablan en España, pero sí mejorar sustancialmente la condición plurilingüe del Estado estableciendo un plurilingüismo equitativo entre sus cuatro idiomas generales, al tiempo que se mejoran las condiciones de supervivencia de los demás».

Para quien esto escribe, hubo una gran oportunidad perdida en los años de hegemonía absoluta de la televisión. Cuando fue posible que todas las cadenas autonómicas se vieran en toda España. Enano Rojo en catalán, Goku en gallego, Allo, Allo en castellano… Eso, a los que éramos jóvenes, nos habría forzado al plurilingüismo español que defiende este filólogo. Pero de profetas del pasado no vamos precisamente escasos a día de hoy.

Lo único cierto es que, ante tanta propuesta extravagante basada en la nación de naciones como estamos viendo en el PSOE —que al menos se toma la molestia de debatir lo que para otros son ceños fruncidos y puños cerrados—, lo que plantea Ángel López García-Molins no solo es la medida más plausible y sensata para buscar una amplia fórmula identitaria de convivencia, también es la más coherente con el futuro. Un futuro común, sin discriminación ni desencuentros.

Quizá por eso, precisamente, la idea está destinada al fracaso en esta atmósfera de cerrazón y repliegue que no es exclusiva de España, lo es de todo el planeta. Pero hay una pequeña esperanza. Se la revelo: está acreditado que la capacidad de sorpresa de España tiende a infinito. Veremos si para bien en esta era con tan pocas certezas.

Baquear y otros poemas

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Fotografía: Michal Jarmoluk.

Lo aseveró Lord Henry, el más cínico de los personajes del Retrato de Dorian Gray: «Definir es limitar». Poner significado implica cerrar puertas. Fijar con claridad, exactitud y precisión, que es como la RAE define «definir», puede parecernos hasta un proyecto demasiado ambicioso, si no descabellado. «¡Oh, cuán insuficiente es la palabra y cómo es débil para expresar mi concepto!» se lamentaba Dante. Y Bécquer parecía vivir angustiado por esa insuficiencia de la palabra, a la que consideraba un idioma mezquino por «empequeñecer  las ideas más grandes en su círculo de hierro».  No hay que enfrascarse en devaneos filosóficos para cuestionar que se pueda  describir con exactitud y precisión la alegría, la angustia, el mar, el miedo o la vida. Pero no nos queda más remedio que definir si queremos entendernos, por muy feo que pueda parecer embuchar conceptos. Es una cuestión de economía psíquica. La definición es, por tanto, un mal necesario. Y a mí, que me encantan las palabras, concluir esto me produce una cierta sensación de desamparo. Para paliar este regusto agrio, me he dedicado últimamente a buscar por el diccionario de la RAE definiciones que aporten algo más que un significado. La tarea ha sido no solo gratificante, sino reveladora. El diccionario no es un simple catálogo de descripciones parsimoniosas. Hay lírica. Y entusiasmo.  A veces puede resultar incluso empalagoso a fuerza de «almibarar», es decir, de «suavizar con arte y dulzura las palabras…».

Algunas definiciones son un monumento a Calíope. Se nota que los académicos que se han dedicado a limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro idioma durante tres siglos no son escogidos al azar. Lo más bonito que he leído en el ilustre mataburros es «Navegar al amor del agua cuando la corriente de esta supera en rapidez a la que le daría a la nave el impulso del viento», que es la definición de «baquear». Ni el poco glamuroso origen etimológico (Der. del desus. baque «batacazo») es capaz de romper el embrujo que produce la definición de este vocablo. Aclaremos que «al amor del agua» no es una combinación que haya patentado el académico-bardo en un alarde de delicadeza retórica. La expresión está recogida en la RAE y significa «de modo que se vaya con la corriente, navegando o nadando». Pero podía haberse sacado de encima baquear, una palabra del montón, con un correcto, pero menos vistoso, «navegar dejándose llevar por la corriente…».

Y ya que hemos llegado hasta el amor, detengámonos en su primera acepción. Sí, esta palabra es un caramelito. A ti, como académico, te toca definir el amor e inevitablemente te vienes arriba; es normal que te acabes marcando florituras como la que encabeza la lista de las numerosas acepciones de uno de los vocablos más antiguos, polémicos y universales que existen: «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser» (la negrita es mía). Partiendo de su propia insuficiencia me parece, a nivel estético, una delicatesen. Pero no deja de causarme cierto impacto este, a mi entender, latigazo retórico. No hay ni rastro de esa insuficiencia en, por ejemplo, el Dicionario de la RAG (Real Academia Galega) ni en el English Oxford Dictionary. En la definición de amor de la RAE yo, con mi limitada capacidad para ver, veo un llamamiento subliminal a la humildad, pero también una advertencia implícita: si no quieres enamorarte, allá tú, pero serás un ser incompleto. A la explicación no le falta pasión, pero deja entrever cierta fobia a la soltería. En el Diccionario de Autoridades, el amor era un más que apañado «afecto del alma racional, por el cual busca con deseo el bien verdadero, o aprehendido, y apetece gozarle». Yo no hubiera tocado mucho esta definición, pero vete tú a saber qué carencias observaron en los no enamorados los que incluyeron lo de la insuficiencia.

Puede que el mismo lexicógrafo que apostó por ese inciso de la propia insuficiencia se convirtiera en esclavo de su explicación y, al no haberle ido bien en el amor, lo invadiera la desazón. Así, cuando le atribuyeron la definición de besar, quizá afrontó la tarea con resquemor: «Tocar u oprimir con un movimiento de labios a alguien o algo como expresión de amor, deseo o reverencia, o como saludo». Esto solo puede salir de una persona desengañada con la vida. O eso o «besar» se definió un lunes a las 9:00 de la mañana. Que estamos con el verbo besar, hombre, no con el beso de Judas ni el beso negro. Con todo respeto, y sin entrar ya en si hay algo de cierto en la fría acción de oprimir,¿era necesario incluirla? En el English Oxford Dictionary, en vez de oprimir, usan «caress», y en el RAG, aunque también utilicen el verbo «tocar», lo completan con un «como caricia». Y ni rastro de oprimir.

Otros académicos, o a lo mejor el mismo que profanó la palabra besar, en una época que ya se había recuperado de lo suyo, no fallaron con palabras que piden a gritos al liróforo que llevan dentro. Hay interés estético, y alma, en la primera acepción de «melancolía»: «Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada»; y  «pena de verse ausente de la patria o de los deudos amigos» podrían ser versos de Alberti, pero es la descripción de la Real Academia de «nostalgia», que no desmerece al concepto en sí mismo. Una definición que empieza de manera muy parecida a la de nostalgia es «atrición»: «Pesar de haber ofendido a Dios, no tanto por el amor que se le tiene como por temor a las consecuencias de la ofensa cometida». No  me preguntes por qué, pero noto cierto tono de reproche, unas ganas latentes de acabar la frase con un «y esto es interés, no sentimiento honesto».

Pero no solo encontramos lirismo  en las definiciones de palabras hermosas en sí mismas, diamantes que predisponen al cariño y esmero en la definición. Las musas también pueden aparecer en lugares imprevistos, como en «salacidad», recogida como «inclinación vehemente a la lascivia». Oro puro, en estos tiempos en los que hemos sido condenados al «mueve tu trasero, abajo, arriba» y «si te me acercas más, no es culpa mía si me porto mal» del regatón. Cierto que no se puede pronunciar la palabra «lascivia» sin resultar lascivo: el movimiento de dientes y labios nos condena. Más popular es el «tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio» con que se lustra a la sórdida «fornicar». En este campo de lo lúbrico se nota recato, poco alarde de los académicos, pero aún se pueden hallar perlas como la tercera acepción de «satisfacer»: «aquietar y sosegar las pasiones del ánimo». Y en «concupiscencia» tenemos «… apetito desordenado de placeres deshonestos». Un «qué apetito más desordenado de placeres deshonestos me está entrando; me gustaría aquietar y sosegar las pasiones de tu ánimo y que tú hicieras lo mismo con las del mío» sería una forma muy decente de realizar una proposición indecente, pero no habrá manera, mientras sigamos empeñados en buscar inspiración en Maluma en vez de en Pérez Reverte.

Hay también conceptos que, para lo que son en sí mismos, podrían parecer no merecedores de tanto gasto en artificio literario: «tumbagobierno» suena a cachondeo, y de hecho la RAE especifica su carácter coloquial, pero alguien arrastrado por el entusiasmo se desató con un «que excede en tamaño, belleza o intensidad a las demás personas o cosas de su línea o especialidad». Vemos que, por ejemplo, «ser alguien o algo la hostia», locución que también recoge la RAE, y que viene a ser lo mismo que tumbagobierno, se zanja con «ser extraordinario»; ya. Gasto mínimo de espacio y de tiempo para los muñones del idioma. Lo mismo pasa con «del carajo»: «muy grande o muy intenso». «Mordaz», como concepto, no nos dice ni fu ni fa, y hay también esfuerzo poético en su definición: «Que murmura o critica con acritud o malignidad no carentes de ingenio». Es un recurso muy vistoso el «no carentes», una especie de doble negación prescindible pero bien traída para favorecer la sonoridad. Poca gente habla así ya. Y la palabra «matizar» no es fea, pero lo que la eleva a categoría de verso es su segunda acepción, que tuvo que surgir un viernes, bajo un cielo despejado: «juntar, casar con hermosa proporción diversos colores, de suerte que sean agradables a la vista».

También la expresión «palabritas mansas» podría pasar desapercibida; a primera vista no sugiere ningún tipo de glamur retórico. Pero alguien le ha cogido cariño, y le ha sacado brillo con esta pulquérrima definición: «Suavidad en la persuasiva o modo de hablar, reservando segunda intención en el ánimo». Algo parecido pasa con «prodigar» en su última acepción, en forma pronominal, certera y rebosante de armonía: «Excederse indiscretamente en la exhibición personal».

Y, como no pretendo prodigarme, aquí lo dejo, mostrando mi admiración por todos los que teniendo que lidiar con lo útil, lo exacto y lo preciso, no renuncian a introducir lo bello.

Traducir en tiempos de penuria

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Fotografía: DP.

«Un traductor es un puente, no solo para el significado, sino para el sentimiento (el tono, la emoción)… es una forma de dejarnos entrar». Son palabras de Josie Long, artista y presentadora del programa de radio Short Cuts en la BBC. En el capítulo titulado «Lost in Translation», Long recuerda su descubrimiento, como lectora adolescente, de que la poesía podía traducirse de muy diversas maneras. Lo cuenta en referencia a un poema de Yevgueni Yevtushenko titulado «Waiting», que leyó en dos versiones diferentes en sendas antologías («una se la robé a mi madre y otra a la biblioteca del colegio», explica, aprovechando para disculparse en público). Según su criterio, la «magia» de la traducción del poema corresponde en un noventa por ciento a una de las versiones, mientras que la otra sería responsable del diez por ciento restante. Pero, ¡ah!, ese diez por ciento de los dos versos finales, traducidos por Albert C. Todd… ¡cuánta emoción transmite y qué justo colofón para un poema espléndido!

Long abre su programa a historias sobre la traducción que, antes que con la literatura, tienen que ver con la vida misma. Es el caso del artista holandés de origen iraní Sahand Sahebdivani, empeñado en acercar culturas, entre otras cosas, a través de la música y las tradiciones de la narración oral. El relato que une a Sahebdivani con la traducción es el de su propia familia: en la revolución iraní de finales de los setenta, sus padres fueron encarcelados y torturados; tras una penosa fuga, consiguieron llegar a los Países Bajos. Allí se sucedieron años de incertidumbre, en los que las funestas noticias sobre amigos y familiares muertos y desaparecidos se superponían a una realidad cotidiana que no parecía real del todo, puesto que ni siquiera tenían la seguridad de poder quedarse en su país de acogida. Todo esto, según el joven artista, impidió que sus padres, aun siendo ilustrados, aprendieran bien otros idiomas. No se trata tanto de una dificultad concreta como de que un pasado traumático y un presente incierto incapaciten a las personas, hasta cierto punto, para una plena reconstrucción de sus vidas en lenguas y culturas distintas de las que dejaron atrás.

Como consecuencia, Sahebdivani ha asumido el papel de traductor de sus padres en ocasiones concretas, por ejemplo cuando, varias tardes a la semana, quedan para ver juntos una película o una serie de televisión. En la adolescencia (de nuevo, sí, edad propicia para descubrimientos literarios) leyó por primera vez poemas de Charles Bukowski; primer autor, según sus palabras, que su padre no había leído antes y de quien ni siquiera había oído hablar. Pronto se encontró improvisando una traducción de Bukowski para su padre (esto es, leyendo en voz alta en persa lo que en el libro estaba escrito en inglés). Sorprendentemente, o quizá no tanto, el padre se encontró felizmente atraído por las andanzas de juventud de aquel escritor estadounidense que pasaba su tiempo entre las bibliotecas y los bares, esto es, de un modo no tan distinto al suyo a la misma edad. Contextos culturales diferentes confluían así en una misma experiencia humana, transmitida gracias al puente o la puerta por la que las lenguas discurren y se entrecruzan para que nos asomemos a las palabras de los otros.  

La historia de la familia Sahebdivani guarda similitudes con la del poeta uruguayo Roberto Mascaró, de quien ya he hablado en otras ocasiones como traductor al español del premio nobel Tomas Tranströmer. En una entrevista, Mascaró explica que, recién llegado a Suecia huyendo de la dictadura en Uruguay, más o menos por los mismos años en los que la familia Sahebdivani huía de la revolución iraní, encontró en su decisión de traducir poesía del sueco al español una manera de superar los obstáculos, lingüísticos y culturales, de su nuevo hogar: «Esta era para mí una manera fascinante de emprender mi viaje hacia el corazón del idioma sueco». Y a la inversa, cuando Tranströmer conoce a su traductor al español, instalado en un barrio de Estocolmo con escasas comodidades en el que él mismo había vivido en su infancia, «tuvo la oportunidad de presenciar un modo de vida que en los años cuarenta era seguramente muy extendido, y de esa manera realizó una especie de visita al museo de su propia vida». Por la traducción llegaron a la amistad y, por la amistad, a una comprensión más amplia del entorno en el que los dos vivían, sin importar quién era el instalado y quién el recién llegado. 

De traducción habla hasta el propio Don Quijote, con su acostumbrada lucidez para los asuntos de su actualidad, en la segunda parte de sus aventuras. Fiel al espíritu de la época, alaba el oficio en relación con las «reinas de las lenguas», esto es, el latín y el griego. Sin embargo, considera que la traducción entre lenguas vernáculas, a las que llama lenguas fáciles, «ni arguye ingenio ni elocución». Utilizando un símil de la época, afirma que es «como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se veen con la lisura y tez de la haz». A continuación, mitiga este juicio no del todo benévolo: «Y no por esto quiero inferir que no sea loable el ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre y que menos provecho le trujesen». La afirmación le sirve de transición para alabar, ya sin excusas, a dos traductores del italiano y sus respectivas obras: «Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro don Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la traducción o cuál el original». La hipérbole con la que elogia a ambos contradice el argumento anterior; es comprensible, ya que habría de pasar tiempo hasta que esas «lenguas fáciles», es decir no clásicas, ocuparan el espacio de cultura que por entonces estaba reservado al latín y al griego. Lo cual, no obstante, no le impide al ingenioso caballero, gran lector al fin y al cabo, reconocer el placer que le causa leer una buena traducción de una de estas lenguas a otra, en este caso, del italiano al español.

Aunque las traducciones excelsas manejen con tanta pericia los hilos del envés en su tapiz lingüístico que parezcan, en ocasiones, superar al texto original, la principal cualidad de una buena traducción es que sea invisible. Así ha de ser, al menos hasta que el lector caiga por sí mismo en la cuenta, si es que le conviene hacerlo, de que lo que está leyendo u escuchando son palabras que han emprendido un viaje, como bien apunta Mascaró, para llegar hasta él. La transformación que tiene lugar a lo largo de dicho viaje, necesaria e inevitable y, por descontado, subjetiva, causa en quien la reconoce como tal un poco o un mucho de desconcierto, sobre todo en poesía: ¿hasta qué punto estamos leyendo lo que el autor quiso decir?, nos preguntamos. O bien: y eso que quiso decir, ¿cómo se «traduce» a nuestro idioma, si responde a una cultura, un momento y un estímulo diferentes? Por no hablar del ritmo, la rima u otros aspectos referidos al sonido, las imágenes o la connotación, que los estudios sobre la traducción abordan constantemente.

Las soluciones parciales con las que el traductor avezado hace frente a estas y otras cuestiones son distintas en cada caso y, por supuesto, existen herramientas, a pesar de la subjetividad aludida, para «medir» lo que distingue una buena traducción de otra mediocre. Pero en todos los casos, las preguntas que ocasiona lo imperfecto de la labor traductora en sí (los hilos, los flecos) son tan interesantes como múltiples e inagotables serán las posibles respuestas. Para muestra, un botón: la lectora adolescente que, aunque no sepa por qué, tiene criterio suficiente como para apreciar lo bueno en las traducciones de Yevtushenko, sin decidirse a elegir una sobre la otra porque resulta que ambas se complementan, y a las dos necesita; o el intelectual iraní que, despojado de su patria y su vida, se reencuentra con su yo de juventud en los poemas de Bukowski, traducidos sobre la marcha por su hijo, sin que el contexto específico en cada caso importe demasiado o tenga siquiera que ser explicado en un aparte.

Que las palabras viajan de una lengua a otra, es algo que cualquier traductor reconoce en su propio recorrido de ida y vuelta por los diccionarios. Que, además, son puentes que se tienden o puertas o ventanas que se abren, nos lo enseñan estos ejemplos que tienen que ver con cómo el acto de traducir ayuda a afrontar el desarraigo con el que se ha de convivir. Todos los tiempos son tiempos de penuria para alguien: de huida, de retórica agresiva, de exclusión… todas las traducciones son necesarias también para alguien en algún momento de reconstrucción entre los escombros. Son edificios del intelecto, no muros. Cruces de caminos, no fronteras. Y pobre del que así no lo entienda, y chille y se desgañite con el oscuro deseo de ser recibido tal cual, sin interpretación posible. Como si el lenguaje fuese un monolito, en lugar de una roca porosa que va cambiando de forma a merced del viento y el agua. Como si la casa de las lenguas no fuera múltiple, y cambiante, y de todos. Traductora dixit.

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